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Andrés Fernández de Andrada

Biografía

Fernández de Andrada, Andrés. ¿Sevilla?, c. 1575 – Huehuetoca (México), c. 1648. Poeta, militar.

De familia sevillana y probablemente natural él mismo de Sevilla, el capitán Andrés Fernández de Andrada, título con el que aparece en el manuscrito de la Biblioteca Colombina de la Epístola moral, debió de nacer hacia 1575, pues el 13 de julio de 1593, a una edad en que debía de rondar los dieciocho años, recibe un poder de su padre, Pedro Fernández de Andrada, de la Collación de Omnium Sanctorum, para cobrar una cantidad de 320 reales de Juan Antonio del Alcázar, como aparece en los documentos ofrecidos por Rodríguez Marín (Nuevos datos para las biografías de cien escritores). Otro dato corrobora esa fecha; tenía Andrés un hermano llamado Rodrigo, capellán en la iglesia de San Isidro de Sevilla, que era menor y dio a su padre un poder el 5 de julio de 1595, de lo que se concluye que Rodrigo debió de ver la luz hacia 1577-1578. Si Andrés había nacido antes hay que considerar 1576-1577 como muy probable término ad quem para el nacimiento del biografiado. El padre de ambos, Pedro Fernández de Andrada, fue autor del Libro de la Gineta de España (Sevilla, 1599) y anteriormente de De la naturaleza del caballo (Sevilla, 1580), origen de aquél y que aún tuvo continuación en 1616: Nuevos discursos de la gineta. Por los datos que da en sus libros debió de nacer en torno a 1544, y parece que fue amigo de Herrera y frecuentó a personas pertenecientes a su círculo, lo que indica que Andrés Fernández de Andrada, su hijo, debió de criarse en uno de los ambientes más cultos de Sevilla. En consecuencia, aunque nada se sabe de sus estudios, se ha de suponer que fueron avanzados, a juzgar por la cultura y el conocimiento de los clásicos que demuestra en la composición de su Epístola, y por la sociedad a la que pertenecía.

Se sabe que, el 15 de julio de 1596, Andrés Fernández de Andrada participó en la defensa de Sanlúcar der Barrameda contra una posible invasión de los ingleses, que habían tomado y saqueado Cádiz.

Desde allí escribe una ingeniosa carta, llena de cultura, humor y hasta de sarcasmo, en la que critica la actuación de los superiores militares, e incluso de las altas instancias que habían permitido que se llegara a una situación de invasión como ésa. Esta carta es uno de los pocos escritos que de él se conservan, y de ella Dámaso Alonso deduce que “es hombre de vocación militar, culto y tenido en consideración de más que simple soldado”.

En Sevilla debió de frecuentar algunos de los grupos poéticos y las academias entonces allí florecientes, pues consta que fue gran amigo de Francisco de Rioja, que le dedicó una hermosa silva “Al verano”.

La Epístola moral apareció, de hecho, entre los papeles de éste, igual que los fragmentos de los proyectados poemas históricos de Andrada, lo que hizo pensar durante mucho tiempo que la Epístola era obra de Rioja.

Todos estos datos llevan a pensar que Andrada fue un poeta poco conocido, pero perteneciente a un selecto grupo literario de Sevilla.

No obstante, la amistad y alianza más intensa y duradera la estableció con el “Fabio” de la Epístola moral, identificado con el también sevillano Alonso Tello de Guzmán, que obtuvo un cargo de veinticuatro y estaba casado con Marina de Mendoza. Las relaciones con este personaje permiten datar precisamente la Epístola moral. Por el manuscrito de la Colombina se sabe que Andrés Fernández de Andrada le dirigió su epístola cuando Tello era pretendiente en corte; ahora consta que dejó de serlo el 27 octubre de 1612, fecha de su nombramiento para ocupar el cargo de corregidor de Méjico. Esta fecha —con el añadido de los días que tardara la noticia en llegar a Sevilla— es el término ad quem de la Epístola. A esta datación contribuyen otros datos, como el hecho de que un aficionado del siglo XVII se la atribuyera a Lupercio Leonardo de Argensola, con lo que la cree muy temprana, pues el poeta aragonés murió en 1613. Otro curioso declara en uno de los manuscritos de la Espístola (M3) que, a juicio de un amigo suyo, la epístola es de Medrano, lo que nos llevaría a 1606, en cuyo mes de diciembre muere Medrano. Todos estos testimonios apuntan a una fecha temprana para la redacción de la Epístola, anterior a 1613 o incluso a 1606.

El 27 de octubre de 1612, como se ha dicho, Alonso Tello de Guzmán se convierte en corregidor de México, cargo que ocupa efectivamente el 19 de septiembre de 1613. Después de esta fecha, el capitán Fernández de Andrada desembarcó también, tras los pasos de su amigo, en Nueva España, como demuestran los documentos del cabildo de la ciudad de México estudiados por Dámaso Alonso y otros documentos mexicanos.

Los dos amigos debieron de pasar a Nueva España bajo el patrocinio del también sevillano marqués de Guadalcázar, que había sido nombrado virrey de Nueva España en 1612, tras la muerte de fray García Guerra.

Debió de ser por esas fechas cuando Francisco de Rioja cambió la dedicatoria de la silva “Al verano”, que inicialmente iba dirigida a su amigo Andrada, en favor de Juan de Fonseca y Figueroa, lo que indica o la muerte del anterior dedicatorio o su definitiva ausencia por el paso a Indias, que es lo que ocurrió.

En los papeles del cabildo de México, según transmite Dámaso Alonso, Andrés Fernández de Andrada aparece varias veces nombrado entre mayo y noviembre de 1619 como “contador de bienes de difuntos de la Nueva España”, un cargo menor de la administración colonial. Por aquel entonces, Alonso Tello era ya alcalde mayor de Puebla de los Ángeles desde el 13 de marzo de 1619.

Los documentos estudiados por el erudito mexicano Salvador Cruz descubren que Alonso Tello estaba en febrero de 1622 al frente de la Alcaldía Mayor de San Luis de Potosí, ciudad donde murió el 27 de enero de 1623. Allí ejercía el cargo de justicia mayor Andrada, quien desempeñó provisionalmente las funciones del desaparecido Alonso Tello hasta el nombramiento y toma de posesión del nuevo sucesor (6 de abril). Se sabe que el 28 de enero de 1629 Andrada se encuentra en Cuautitlán y casado con Antonia de Velasco, gracias a un documento que constata que el matrimonio apadrina un niño, al que ponen el nombre de Alonso, probablemente en recuerdo del amigo muerto. El 27 de febrero de 1630, en calidad de alcalde mayor de Cuautitlán, Andrada da posesión de una hacienda en Huehuetoca al licenciado Juan Rodríguez de Palencia.

Éste era el tutor del hijo de Tello, Diego Antonio, y su albacea testamentario tras la muerte de su segunda mujer. Con este licenciado tuvo amistad y tratos comerciales Andrada a lo largo de quince años.

En 1632 aparece Andrada como vecino del pueblo de Huehuetoca. El 8 de julio de ese año apadrina, con su mujer, la boda de Diego Conde y Juana Vázquez y entre los testigos figura Rodríguez de Palencia. El 13 de mayo de 1633 vuelve el matrimonio a apadrinar una boda, la de Juan de la Gasca y María Martín, con Rodríguez de Palencia de nuevo como testigo.

En 1643 y 1644 se le menciona como dueño de la hacienda de labor llamada Santa Teresa.

Rodríguez Palencia muere el 5 de julio de 1646 y al hacerse inventario de sus papeles consta que Andrada tiene contraída con él una deuda que suma 406 pesos.

En ese mismo año, el 14 de octubre, según noticia de Manuel Toussaint, el capitán Fernández de Andrada, que aparece como vecino de la ciudad de México, por sí y por su mujer Antonia de Velasco, que consta como vecina de Cuautitlán, “estante en su hacienda de labor llamada Santa Inés”, hace ante notario escritura en obligación de 1.000 pesos a favor de Juan González. Dos días antes, la señora Velasco había dado poder a su marido para extender la escritura, pero en ella se lee que el capitán Fernández de Andrada era vecino de Huehuetoca. Poco después, como alcalde mayor del partido de Ixmiquilpan, Andrada da poder a José de la Mota y Portugal para todos sus asuntos. En Ixmiquilpan, en enero de 1648, fue padrino de bautismo de una niña indígena expósita, y en junio, de una niña indígena de origen otomí. En ninguno de estos casos consta su mujer como madrina, lo que indica que debía de permanecer en su hacienda.

Salvador Cruz cree que Andrada debió de morir a finales de 1648 y no en Ixmiquilpan — donde ya había dejado de ser alcalde mayor—, sino en Huehuetoca, que fue su residencia durante más de quince años. Si se admite que nació hacia 1575, debía de andar por los setenta y tres años en la fecha de su muerte. Murió, al parecer, en la indigencia, pues en el juicio que se siguió por las deudas contraídas con Rodríguez Palencia, el albacea Pedro de Santillán declara en enero de 1650 que las deudas eran antiguas y que el deudor murió “en suma pobreza, de suerte que se enterró de limosna” por parte del maestre de campo Antonio Urrutia de Vergara. Acompaña a su declaración una carta suplicatoria escrita por Antonia de Velasco, que sobrevivió a su marido.

De estos datos se desprende que el capitán Fernández de Andrada llevó en México una vida tranquila en el ejercicio de cargos modestos, que disfrutaba de un matrimonio estable y que dedicaba, junto a su mujer, algunos bienes a realizar actos de piedad religiosa y social (como el apadrinamiento de bodas y de niños indígenas expósitos). Su estancia en pueblos pequeños y en contacto con la población indígena quizá apunte a ese deseo de someterse al ideal de la aurea mediocritas defendida en su famosa Epístola. Consta también que Andrada poseía una extraordinaria habilidad en cuestión de números, porque su paso por las actas del cabildo se debe al encargo oficial de deshacer un enorme enredo en las cuentas de los libros de la corporación, cosa que hizo perfectamente. Al parecer, esta habilidad no le sirvió de nada para la administración de sus propios bienes, que tampoco parecen haber sido muy abundantes: la hacienda de Santa Inés, que debía ser de su mujer y de propiedad muy pobre según se desprende de los documentos, y la llamada de Santa Teresa. Dámaso Alonso compara su vida con la de Arthur Rimbaud, porque después de componer uno de los poemas más deslumbrantes de la literatura española, dejó de escribir para intentar hacer fortuna en el otro lado del mundo.

La Epístola moral a Fabio, que constituye una cumbre de la poesía española, se conserva en catorce manuscritos y ha sido atribuida a los más variados poetas de la época. Se inscribe en la tradición de las epístolas morales y satíricas que, con el modelo de Horacio al fondo, inició Juan Boscán con su epístola a Hurtado de Mendoza. Si se une a estas dos la dedicada por Francisco de Aldana a Arias Montano, se suman las tres obras maestras del género. Se caracteriza la Epístola moral a Fabio por su tono clásico y la acertada fusión de la filosofía estoica, a la que explícitamente se adhiere el contenido de la carta, con el espíritu cristiano de moderación en las ambiciones, lo que produce, gracias también a la pericia métrica, una sensación de serenidad que tienen pocas obras literarias.

La defensa de una vida interior, aislada de las preocupaciones externas, se da en un estilo medio de gran efecto debido a lo visual e imaginativo de muchas de sus metáforas. Su verdadera paternidad fue puesta de manifiesto en 1875 por Adolfo de Castro, que dio con el manuscrito S o de la Colombina, que aparece encabezado por la aclaración de que el poema lo escribió Andrada “desde Sevilla a don Alonso Tello de Guzmán, pretendiente en Madrid, que fue corregidor de la ciudad de México”.

Aparte de esta obra magna se conservan, entre los papeles de Francisco de Rioja, fragmentos de un poema al parecer épico, en el estilo de Herrera, de la “Canción de Lepanto”, que abordaba tres hechos históricos conjuntamente: la toma de Larache, la muerte de Enrique IV de Francia y la expulsión de los moriscos, lo que hace que se pueda datar esta obra inconclusa (en realidad unos breves fragmentos) hacia 1610-1611. El título completo que aparece en el manuscrito es La entrega de Larache al Rey Nuestro Señor don Phelippe III. La muerte del Rey de Francia Enrique IV. La expulsión de los moriscos de estos Reinos de España. Por Andrés Fernández de Andrada.

Se conserva asimismo la carta fechada en 1596 y citada con anterioridad. En el fragmento de la toma de Larache se deja claro lo poco heroico de la empresa (fue una simple compra), lo que demuestra un espíritu un tanto anticonformista, dentro de los estándares de la época.

 

Obras de ~: Epístola moral a Fabio y otros escritos, ed. de D. Alonso, estudio preliminar de J. F. Alcina y F. Rico, Barcelona, Crítica, 1993.

 

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Ángel Luis Luján Atienza