Almagro, Diego de. El Mozo. Santa María de Darién La Antigua (Panamá), 1518 – Cuzco (Perú), X.1542. Hijo natural, mestizo, de Diego de Almagro (conquistador de Chile y muerto en las guerras civiles del Perú), gobernador del Perú durante dos años, vencido en la batalla de las Chupas, prisionero y decapitado por el mismo verdugo que ejecutó a su padre.
Se le llamó El Mozo para distinguirlo de su padre, del mismo nombre. Era hijo natural mestizo de Diego de Almagro y de una india, criada suya, llamada Ana Martínez. Según el cronista Herrera (1728), la Reina le “daría legitimación”, sin que se haya encontrado la cédula real autorizándola, aunque debió de ser otorgada, porque Diego el Mozo tenía agentes en la Corte para defender sus derechos e intentar un casamiento con mujer de calidad (de hecho se negoció su matrimonio, por medio del cardenal de Sigüenza, con una hija del doctor Carvajal, consejero de Indias, pero ella falleció prematuramente antes de los esponsales).
Pasó su niñez en Panamá y llegó al Perú en el año 1535, en compañía de Francisco Martín de Alcántara, hermano materno de Francisco Pizarro, quien le hospedó en Lima, y lo envió luego al Cuzco con Juan de Rada para que alcanzase a su padre, Diego de Almagro el Viejo, que había partido para la expedición a Chile. Después de esta campaña y de la toma de Cuzco, causa del rompimiento con Pizarro, con el ejército de Almagro en Chincha, fue designado su hijo para que él y otros quedasen de rehenes en poder de Pizarro, a fin de que pudiesen los dos caudillos comparecer en Mala a ser oídos. No se encontraron, pues Pizarro se negó a la condición de entregar a su hija Francisca y otras personas como rehenes. Puesto en libertad Hernando Pizarro, Diego de Almagro el Mozo lo acompañó con varios oficiales hasta llevarlo al ejército del gobernador Francisco, quien le obsequió, rechazando tenerlo como preso.
Hernando Pizarro venció en la batalla de las Salinas a Diego de Almagro el Viejo. Su hijo fue trasladado a Lima. Lo llevaron al gobernador Francisco Pizarro, quien recibió al joven Diego con afecto, prometiéndole salvar la vida de su padre, que veía en peligro, para lo que ordenó apresurar su viaje al Cuzco, pero cuando llegó ya había sido fatalmente ejecutado Diego de Almagro (8 de julio de 1538). Se mandó al hijo al palacio limeño de Pizarro, quien ordenó lo tratasen “como si fuese su hijo”.
Marchó a España Diego Alvarado para defender los derechos de Almagro y perseguir a Hernando Pizarro por la muerte del Adelantado. Su hijo aguardaba que se le considerase dándole, por vínculo de su padre, la gobernación de la Nueva Toledo. También al mismo tiempo partió para España Hernando Pizarro, para defender los derechos de su hermano Francisco. A Lima llegaban refugiados almagristas que se morían de hambre, buscando “en los campos el auxilio caritativo de los indios” (Mendiburu, 1931: 298). “Todos vivaban al Rey —prosigue Mendiburu— pero las luchas encarnizadas y a muerte provenían de la ambición personal y de la codicia”. “En intrigas y gestiones pasaron los meses y aún los años y mientras tanto seguía el joven Diego en Lima como centro y eje de relación de todos los vencidos y descontentos” (J. Tudela, 1979).
De pronto, el marqués Pizarro expulsó de su casa al joven Almagro, para alejar de ella a los amigos de éste que, con frecuencia, lo visitaban, al mismo tiempo que le llegaban rumores siniestros sobre su persona, que le dio el factor Illán Suárez de Carvajal, desde el Cuzco, diciéndole que se guardase de los almagristas.
Pizarro, impávido, rechazó esos rumores, tratándolos de hechicerías de indios.
Por entonces se dijo en Lima que el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, presidente de la Audiencia de Panamá, llegaría a la Ciudad de los Reyes con instrucciones del Rey para averiguar las causas de la guerra civil y de la ejecución de Almagro. Los almagristas pensaron enviar a Alonso Portocarrero y Juan Balza como comisionados para encontrarse en Piura al licenciado Vaca, informarle e implorar el remedio y reparación de los males que sufrían, mas cambiaron de parecer porque los pizarristas le habían remitido el rumor de que tales comisionados lo eran para asesinarlo.
Juan de Rada, el principal almagrista, y un grupo de oficiales determinaron entonces matar a Pizarro el día de San Juan, 24 de junio de 1541, pero faltó coordinación en los conjurados. Rada, al siguiente día, expuso a Diego de Almagro las intenciones de su grupo, para vengar la muerte de su padre, porque la llegada de Vaca de Castro nada solucionaría; al contrario, vendría influenciado por el favor que los Pizarro tenían en la Corte, donde llegaban valiosos obsequios, siendo la mayoría de los consejeros de Indias, como el cardenal Loayza, sus acérrimos defensores. Parece que Almagro no dio su consentimiento, aunque dijo a Rada “que mirara bien lo que se determinara”, inhibiéndose así tímidamente. Lo cierto es que de su posada salió el grupo de conjurados que, según los cronistas, fueron Juan de Rada, Esteban Millán, Juan de Guzmán, Diego Hoces, Juan Yazo, Diego Méndez, Martín Bilbao, Baltasar Gómez, N. Narváez, Francisco Núñez, Juan Rodríguez Barragán, N. Porras, N. Velásquez, Pedro Cabezas, N. Arbolancha, Jerónimo Almagro, Enrique Loza, N. Pineda y Bartolomé Enciso.
Rada arengó a sus secuaces, y todos, gritando “¡Viva el Rey! ¡Mueran los tiranos!” llegaron al palacio, mataron al portero, subieron a las habitaciones y encontraron a Francisco Pizarro, desarmado, con solamente cuatro ayudantes. Se defendieron valerosamente, mas, por la gran superioridad de los atacantes, quedaron todos muertos. Era el domingo 26 de junio de 1541 hacia el mediodía.
Allí mismo, en el palacio de gobierno, Almagro el Mozo fue proclamado gobernador interino, en espera de confirmación real, como legítimo heredero de los derechos de su padre. Fue reconocido por muchas ciudades (entre ellas, Huamanga y Trujillo, las principales, mientras que el Cuzco lo fue por un golpe de fuerza, quedando un foco de resistencia), aunque otras, principalmente las norteñas (como Huaylas y Chachapoyas), dominadas por los pizarristas, se opusieron, y esperaron la llegada del comisionado regio licenciado Cristóbal Vaca de Castro, quien llegó al puerto de Buenaventura y empleó treinta días de marcha en llegar a Cali, donde estuvo tres meses enfermo.
Reanudado el viaje, se enteró en Popayán de la muerte de Pizarro y del ambiente turbulento del Perú, por lo que fue reuniendo capitanes para defender la autoridad real que él representaba. Alonso de Alvarado, en Chachapoyas, juntó unas compañías de caballería y envió emisarios a Quito para entenderse con Vaca de Castro. Éste llegó a Pasto y se dirigió a Quito. Allí hizo uso del nombramiento que tenía para gobernar el Perú en caso de muerte de Pizarro. Tanto el capitán Pedro Puelles, que mandaba en Quito, como el adelantado Benalcázar, que se le reunió con todas las tropas disponibles que consiguió, prestaron acatamiento a la Cédula Real y reconocieron la autoridad de Vaca de Castro. Salió éste de Quito y en su marcha hacia Piura fue recibiendo el reconocimiento de diversos capitanes. Entrado en Piura encontró a los hijos de Pizarro y les ofreció castigar a los asesinos de su padre. De allí mandó a un emisario, en traje de indio, con la cédula real, al cabildo de Lima, lo que produjo los efectos deseados.
Los almagristas, que no pensaron desconocer la autoridad real, veían cerrarse las puertas del perdón, que ansiaban. Vaca llegó a Trujillo y a Huaylas. Recibía tantos informes opuestos en cuanto a las personas y tantas las acusaciones y malicias en que cada cual entraba [...] “que el gobernador se halló circundado de dudas y desconfianzas” (Mendiburu, 1931: 315).
Pero obró con acierto y diplomacia. Posesionóse del cargo de capitán general, designando como segundo al capitán Pedro Álvarez Holguin.
Mientras, Almagro entró en Huamanga, donde se le recibió con satisfacción. Pero en su pequeño ejército no cesaban las discordias. Entraron sus tropas en el Cuzco con muchas manifestaciones de adhesión.
Allí se le fueron agregando soldados, se fabricaron pólvora y corazas y se fundieron los primeros cañones que se construyeron en el Perú, siendo su artífice el capitán Pedro de Candía, uno de los varios griegos que habían ido al Perú, a quienes los llamaban “levantiscos” (en vez de “levantinos”). En la recogida de armamentos intervino el Inca Manco, que tenía un depósito de arcabuces y otros artículos militares.
Diego de Almagro envió una embajada a Vaca de Castro requiriéndole, de forma conciliadora, para que no usase la fuerza contra él, y se contrajese a su oficio de gobernador hasta que se recibiesen órdenes del Rey, de las que él no se apartó en ningún punto.
Hizo junta de oficiales y les dio una proclama que se recoge al pie de la letra en las viejas crónicas de las guerras civiles, como si hubiese taquígrafos entonces.
Enardecidos todos, levantaron un altar y juraron oficiales y soldados, ante cruz y misal, por su gobernador a Diego de Almagro prometiéndole fidelidad hasta la muerte. Sin embargo, entre sus mismos oficiales había una pelea constante por los mandos. Además, García de Alvarado cometía excesos en Arequipa. Se había condenado a la horca a dos soldados por un homicidio, y Alvarado y el capitán Saucedo pidieron su perdón, con graves amenazas. El lugarteniente Sotelo mandó ahorcar a los soldados y Alvarado y otros oficiales entraron en su casa, y hallándole enfermo fue muerto a espada. Turbóse Diego de Almagro por la insolencia de Alvarado, viendo en ella querer arrebatarle el mando. Alvarado reclamó el puesto de capitán general y Almagro, aconsejado por sus mejores amigos, se lo otorgó como solución a los problemas.
Pero Alvarado urdió una conspiración contra Almagro, invitándole a una cena. Llegó Almagro y abrazándole Balza le dijo que estaba preso. “Preso no, sino muerto”, y le hirió en la cabeza; otros lo remataron a estocadas. Perdonó Diego de Almagro a los demás, que se humillaron mucho, y así consiguió cierta quietud por el momento.
Vaca llegó a Lima e hizo diferentes nombramientos y arreglos. Diego de Almagro salió del Cuzco con sus tropas, dejando el gobierno a Juan Rodríguez Barragán.
Mandó con poderes para tratar con Vaca al licenciado Gama, pero Vaca exigió tratar con oficiales superiores. Fueron mandados comisionados, desde Vilcas, el 4 de septiembre de 1542, López de Idiáquez y Diego Núñez de Mercado, con un documento que transcribe íntegro P. Cieza de León (1881: 247-251).
Vaca se dirigió con su ejército de unos mil hombres y ocupó Huamanga. Llegaron los comisionados Idiáquez y Mercado y en sustancia proponían que ambos ejércitos se disolviesen, que Vaca gobernase en Lima, y se esperasen órdenes del Rey, mientras Almagro quedaba en el Cuzco como gobernador de Nueva Toledo. Vaca los despachó con esta contraoferta: que Almagro deshiciese su ejército, entregase a los reos del asesinato de Pizarro y que a Diego de Almagro se le haría “bastante merced en nombre del Rey”. No hubo acuerdo. Estaban los dos ejércitos en Chupas, separados una legua de distancia, y ambos decidieron ir a la lucha.
Era el 16 de septiembre de 1542 y entraba ya la tarde. Almagró colocó dos escuadrones de caballería, uno mandado por él; detrás, dieciséis piezas de artillería al mando de Pedro Candía; tras ellas, cuatro compañías mandadas por cuatro capitanes, más otra de arcabuceros. Todos sumaban quinientos cincuenta soldados. Enfrente, Vaca tenía ochocientos hombres, con dos alas de escuadrones de caballería y en el centro la infantería, con ciento setenta arcabuceros. Empezó la batalla. Los dos bandos daban vivas al Rey.
Cayeron pronto dos capitanes de Vaca. Y viendo Almagro que los tiros de la artillería se iban siempre por alto, mató al artillero Pedro Candía por traidor, y él mismo hizo un solo disparo que causó matanza en las tropas de Vaca. Las alas de Almagro obtuvieron alguna ventaja y ya gritaban: ¡Victoria! Creído Almagro del triunfo ordenó “prender y no matar”. Vaca contraatacó y tornóse la lucha en su victoria. Al cabo de cuatro horas, los almagristas quedaron vencidos.
Indios y negros, acabado el combate, remataban a los heridos graves. Se estimó que en ambos bandos murieron ciento sesenta hombres y hubo doscientos heridos (“quatrocientos”, dice Zárate, 1587, fol. 46v.).
Los prisioneros que tenían sentencia por asesinos de Pizarro fueron ejecutados; unos cronistas dicen: “unos treinta”, otros, “cuarenta”. “Fue la batalla más sangrienta que se dio entre los conquistadores”, dice una historia peruana moderna (Historia General del Perú, vol. IV, 1994: 337). Almagro escapó, rumbo a las montañas, donde vivía independiente el Inca Manco Capac. Pasó antes por el Cuzco a reponer herrajes, con su fiel Diego Méndez. Fueron reconocidos y salieron huyendo, pero, alcanzados en el valle de Yucay, los aprisionaron.
Encarcelado Almagro en el Cuzco, recibió la visita de Vaca, en la que hubo reconvenciones y discusiones.
Parece que Vaca no quería ejecutar a Almagro, que es lo que ansiaban muchos enemigos suyos. El gobernador tuvo una junta de militares (que “no fue concejo ni tribunal”). Mendiburu recoge el discurso, ambivalente, de Gabriel de Rojas, que reconociendo el asesinato de Pizarro, optaba por dar ocasión al hijo “mozo” de quien hizo tan grandes servicios a la Corona real: el Adelantado Diego de Almagro; por ello optaba por la “clemencia y la misericordia”. No obstante, la junta decidió dar muerte a Almagro “para salvar al país de nuevos males”. De todos los cronistas e historiadores solamente Zárate (1587) da a esta junta el carácter de tribunal y por eso dice que Almagro “fue procesado”.
Apeló Almagro al Rey y a la Audiencia de Panamá, pero sus recursos le fueron negados y entonces emplazó a Vaca “para ante el tribunal de Dios”. Se confesó y marchó al patíbulo con gran ánimo y entereza.
En los últimos instantes dijo que: “pues moría en el lugar donde fue degollado su padre, le enterrasen en la sepultura adonde estaba su cuerpo [...]”.
Así narra Cieza de León (manuscrito publicado en 1881) su muerte: “y, extendido en el repostero, con grande ánimo, recibió la muerte, en el propio lugar donde los años pasados la dieron á su padre, y fue su cuerpo enterrado en la Merced y en su misma sepultura de la manera que él antes lo pidió”. Y termina así: “Era D. Diego de mediano cuerpo, de edad de veinte é cuatro años, poco más, muy virtuoso y entendido, é valiente, é buen hombre de á caballo, liberal é amigo de hacer bien [...]” (pág. 298).
Bibl.: A. de Zárate, Historia del Descubrimiento y conquista de las Provincias del Peru, y de los sucesos que en ella ha avido [...], Sevilla, Alonso Escribano, MDLXXXVII [1587], Libro Qvarto, Capítulos X a XXI, fols. 39-46v. (ed., Madrid, Atlas, 1947, Biblioteca de Autores Españoles, XXVI, págs. 497-506; A. de Herrera y Tordesillas, Historia General de las Indias Occidentales, ò De Los Hechos De Los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Oceano, Escrita por [...] en ocho décadas [...], Nueva impression enriquecida con lindas Figuras y Retratos, Amberes, Juan Bautista Verdussen, MDCCXXVIII [1728], vol. III, Decada VI, Libro X, págs. 297-412, y vol. IV, Decada VII, Libro V, págs. 39-56; D. Alcedo y Herrera, Aviso historico, politico, geographico, con las noticias mas particulares del Peru, Tierra Firme, Chile, y Nuevo Reyno de Granada [...], Madrid, Diego Miguel de Peralta, 1740, pág. 49; L.-G. Michaud, Biographie universelle ancienne et moderne, vol. I, París, C. Desplaces et M. Michaud, 1854, pág. 506, s. v. “Almagro (Diego de)”; P. de Cieza de León, Guerras civiles del Perú, vol. II. Guerra de Chupas, Madrid, M. Ginesta, 1881, 371 págs. (Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España [...], t. LXXVI) [el texto más largo sobre la cuestión; son CIV capítulos, aunque tiene muchos pormenores ajenos; así, la muerte de Pizarro está en el cap. XXXII, y la batalla de Chupas en el LXXVII, págs. 275-276]; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana [...], Madrid, Espasa Calpe, vol. IV, 1909, pág. 788; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú [...], 2.ª ed. con adiciones [...], vol. I, Lima, Imprenta Enrique Palacios, 1931, págs. 297-326; E. Esperabé de Arteaga, Diccionario Enciclopédico Ilustrado y Crítico de los Hombres de España, vol. I, Madrid, Gráficas Ibarra, 1947, pág. 28; J. A. del Busto, “Pedro de Candía, artillero mayor del Perú”, en Revista Histórica (Lima), XXV (1960-1961); A. Tauro (dir.), Diccionario Enciclopédico del Perú, vol. I, Lima, Juan Mejía Baca, 1967, pág. 59, s. v. “Almagro El Mozo, Diego de”; I. A. Langnas, Dictionary of Discoveries, New York, Greenwood Press, Publishers, 1968, pág. 6; Index Bio-bibliographicus notorum hominum, vol. 4, Osnabrück, Biblio Verlag, 1975, pág. 2922; J. Tudela, “Almagro El Mozo, Diego de”, en G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, vol. I, Madrid, Alianza Editorial, 1979, págs. 168-169; D. Ramos Pérez (dir.), Historia General de España y América, vol. VII, Madrid, Ediciones Rialp, 1982, págs. 372-373; J. Arbués Vila (dir.), Gran Enciclopedia de España, vol. II, Zaragoza, Enciclopedia de España, 1990, pág. 592; J. A. del Busto Duthurburu (dir.), Historia General del Perú, vol. IV, Lima, Editorial Brasa, 1993, cap. XVI, págs. 329-348.
Fernando Rodríguez de la Torre