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Pedro Álvarez de Toledo

Biografía

Álvarez de Toledo, Pedro. Marqués de Villafranca del Bierzo (II). Alba de Tormes (Salamanca), 1480 – Florencia (Italia), 22.II.1553. Virrey de Nápoles, destacado gobernante del reinado de Carlos V.

Hijo segundo del II duque de Alba Fadrique Álvarez de Toledo y de Isabel de Zúñiga, Pedro de Toledo nació en 1480 en Alba de Tormes. Allí recibió la formación habitual de los nobles de su tiempo, basada en la tradición caballeresca y el culto al linaje, que continuaría en la Corte como paje de Fernando el Católico, de quien su padre fue siempre el más firme apoyo entre la aristocracia castellana. El II duque de Alba fue también el artífice del matrimonio de su hijo con la segunda marquesa de Villafranca, María Osorio Pimentel, nacida en 1490, quien, huérfana y apenas una niña, necesitaba un apoyo fuerte para hacer valer sus derechos sobre aquel señorío, envuelto en una complicada crisis sucesoria. En 1501 Fadrique Álvarez de Toledo logró formalizar el compromiso entre Pedro y María. Las capitulaciones matrimoniales fueron selladas entre el duque de Alba y la abuela paterna de la novia, María Pacheco, el 30 de enero de 1503 y la boda se celebró en Alba de Tormes el 8 de agosto de ese mismo año. El primer contacto de Pedro con el campo de batalla se produjo, seguramente, durante la campaña del Rosellón en 1503, de la que Fadrique fue capitán general. En 1506 Pedro Álvarez de Toledo dirigió un cuerpo de soldados para combatir a los nobles opuestos a Fernando el Católico. Ese mismo año y el siguiente debió de participar también en la campaña que el duque de Alba y el conde de Benavente dirigieron contra el conde de Lemos para defender los derechos de su mujer sobre el marquesado de Villafranca.

Después de 1508 parece haber pasado cuatro años dedicado a imponer orden en el señorío. En 1512 volvió a tomar las armas para acompañar a su padre, esta vez en la conquista de Navarra, encargándose de la custodia de Pamplona y, poco después, de Fuenterrabía.

Desde la llegada a España de Carlos V, Pedro transcurrió la mayor parte de los años siguientes en la Corte. En 1518 acompañó a su padre cuando éste llevó hasta la frontera portuguesa a la infanta Leonor, hermana del Monarca, que iba a casarse con el rey Manuel. En la primavera de 1519, cuando se encontraba en Barcelona con el resto de la Corte, formó parte de la comitiva que acompañó al señor de Chièvres a Montpellier para negociar con los franceses.

Desde Barcelona y tras conocerse la elección imperial, el duque de Alba y sus hijos marcharon con Carlos V hasta La Coruña para embarcar con destino a Flandes y Alemania. En Flandes, Carlos V mostró su aprecio hacia Pedro Álvarez de Toledo al encargarle que fuera de Bruselas a Cambrai para recibir al marqués de Brandeburgo, representante de los príncipes electores. Pedro Álvarez de Toledo acompañó al séquito imperial hasta el retorno de éste a España en julio de 1522. En agosto de ese año se recibió la noticia de que los turcos estrechaban el cerco de Rodas y un mes después, ante el llamamiento del gran maestre de la Orden Hospitalaria de San Juan, Villiers de L’Isle Adam, se organizó en Castilla una expedición para salvar la isla, una empresa caballeresca en la que ocuparon un papel destacado los Toledo, ya que el hermano menor de Pedro, Diego, era prior de la Orden Hospitalaria en España. Bajo su mando marchó también el marqués de Villafranca, acompañado, al parecer, por Boscán y Garcilaso. Pero en diciembre, tras llegar a Mesina, las naves donde habían embarcado los caballeros se vieron obligadas a volver a España debido al invierno y Rodas fue tomada finalmente por los turcos.

En 1523 Pedro Álvarez de Toledo asistió al Capítulo General de la orden santiaguista celebrado en Valladolid, donde aparece nombrado como trece y comendador de Monreal. Durante este año su permanencia en la Corte parece haber sido continua, desplazándose con ella hasta Pamplona cuando, en septiembre, el Emperador decidió estrechar el sitio de Fuenterrabía, ocupada desde 1521 por los franceses.

Fue su segundo episodio bélico. Tras la marcha de Carlos V, a principios de noviembre, Pedro permaneció en Pamplona para seguir el curso de la campaña.

En septiembre, el Emperador le había encomendado que armase caballero de su Orden a Garcilaso de la Vega. Los años siguientes parece haber seguido de nuevo a la Corte, salvo eventuales visitas a Alba y a Villafranca. El 6 de abril de 1526 Carlos V autorizó a los marqueses de Villafranca la constitución de un mayorazgo con todos sus bienes en favor de su primogénito, Fadrique, que se firmaría el 5 de diciembre de 1528. Pedro acompañó al Emperador en su viaje a Italia en 1529. Antes de partir, en Barcelona, el secretario imperial Francisco de los Cobos, casado en 1522 con una prima lejana de la marquesa de Villafranca y cuya amistad con el duque de Alba era ya antigua, firmó un acuerdo con el hermano de éste, Fernando de Toledo, y con Pedro, por el que se permutaban sus respectivas encomiendas en la Orden de Santiago. El mismo día, 27 de julio, el Monarca otorgó el título de comendador de Azuaga al marqués de Villafranca. Meses después éste autorizó en Bolonia a Cobos para que, durante su ausencia, pudiese administrar y gobernar dicha encomienda. La relación con Cobos, así como con Nicolás Perrenot de Granvela, fue decisiva para que en 1532, encontrándose la Corte en Ratisbona, Carlos V decidiera concederle el oficio de virrey de Nápoles.

Pedro Álvarez de Toledo consiguió que se levantara el destierro a Garcilaso y se le permitiera acompañarlo hasta su nuevo destino en la pequeña comitiva que integraban los nobles napolitanos Ferrante Bisbal, conde de Briatico y Colantonio Caracciolo, marqués de Vico, junto a sus criados y, según otras fuentes, al jurista Juan de Figueroa y el secretario personal del marqués de Villafranca, Antonio de Aponte. El viaje se efectuó con notable celeridad desde Ratisbona hasta Venecia, adonde llegaron el 14 de agosto, pasando después por Mantua, Florencia, Siena y Roma para efectuar su solemne entrada en la capital virreinal el 4 de septiembre. En la Corte pontificia visitó a los principales cardenales de la facción imperial, uno de los cuales, García de Loaysa, antiguo confesor del Emperador, supervisor de la situación napolitana y artífice junto a Cobos del nombramiento del virrey, entregó a éste unas detalladas instrucciones privadas sobre su comportamiento con todos los sectores del reino y, muy especialmente, con su nobleza, a partir del dominio del lenguaje ceremonial y simbólico de la Corte.

La llegada del II marqués de Villafranca supuso el retorno al gobierno virreinal de los nobles castellanos, tras décadas de presencia aragonesa y flamenca.

Aunque la presencia catalana y aragonesa en el reino continuó siendo aún notable, como refleja la trayectoria de figuras como el tesorero del reino Alonso Sánchez, el regente de la Cancillería Jerónimo Coll o el influyente jurista Bernardo de Bolea, el gobierno de Pedro de Toledo (1532-1553), que sería el más largo y decisivo de todo el período virreinal, introdujo en el escenario italiano a una de las redes familiares más influyentes de la Monarquía de España en el siglo XVI. El prestigio, los recursos patrimoniales y la cohesión del linaje de los Toledo, fraguados por los servicios en la Corte tanto de los miembros de la rama secundaria de los marqueses de Villafranca representada por el virrey como de la rama central encabezada por su sobrino el III duque de Alba Fernando Álvarez de Toledo, se vieron reforzados por una hábil estrategia matrimonial que llevó a sellar una estrecha alianza con los Médicis, consagrada en 1539 por la boda de una de las hijas del virrey, Leonor de Toledo, con un príncipe soberano, Cosme I de Médicis, II duque de Florencia.

Leonor había llegado a Nápoles junto a su madre y a su hermana mayor, Isabel, en junio de 1534. La virreina, María Osorio, que desempeñó al menos en una ocasión labores de regente —con motivo de la ausencia de Pedro durante la campaña contra los turcos en Apulia, entre julio y octubre de 1537—, murió en Nápoles en octubre de 1539. Sus tres hijos y cuatro hijas protagonizaron una hábil estrategia matrimonial.

El primogénito, Fadrique, había nacido hacia 1510, debió llegar a Nápoles poco después que su padre, pues a finales de junio de 1533 dirigía “una compagnia di soldati nobili” embarcada en una de las treinta galeras que, bajo el mando de Andrea Doria, debían acudir en socorro de la guarnición española de Corón, en Grecia, primera intervención bélica que tuvo continuidad cuando, en mayo de 1535, el primogénito del virrey participó, junto a su hermano García, en la campaña de Carlos V contra Túnez.

Poco antes había obtenido la dispensa papal para casarse con su tía Inés Pimentel, hija del I marqués de Távara, Bernardino Pimentel, y de Constanza Osorio —hermana de la abuela materna de Fadrique—. De esta forma, los marqueses de Villafranca reforzaban la alianza con el poderoso linaje vallisoletano de los Pimentel, continuando así con la política matrimonial de la casa de Alba. Los años siguientes Fadrique parece haber permanecido en Nápoles. En 1545 estaba en Villafranca gobernando el marquesado en nombre de su padre. El segundo hijo, García, futuro IV marqués de Villafranca y continuador de la política de su padre en Italia, nació en Alba de Tormes en 1514. Al igual que Fadrique, fue dedicado a la carrera militar, para la que muy pronto demostró estar dotado y en la que desempeñaría relevantes funciones al frente de la flota napolitana. El tercero de los hijos, Luis, había nacido hacia 1520, también en Alba y fue destinado a la carrera eclesiástica. Seguramente llegó a Nápoles junto a su madre y hermanas en 1534. Una de las máximas preocupaciones de Pedro parece haber sido procurarle un destacado beneficio eclesiástico e, incluso, un capelo cardenalicio. Sin embargo, el deseado beneficio para Luis no llegó a producirse. Siguiendo los dictados paternos, debió cursar estudios de Teología en la Universidad de Nápoles, aunque pronto se vieron desplazados por una decidida vocación jurídica y humanística, bajo la influencia de su preceptor Girolamo Borgia. Pedro Álvarez de Toledo planeó cuidadosamente el matrimonio de sus hijos: en el caso de Fadrique, el heredero, el enlace con el linaje castellano de los Pimentel reforzaba sus intereses señoriales; en el de García, su tardía boda en 1552 con Vittoria Colonna —sobrina de la homónima poetisa marquesa de Pescara— facilitó su ascenso político en el marco italiano. En cuanto a Luis, sólo tras la muerte de su padre pudo casarse y asentar su firme vocación secular.

En cuanto a las cuatro hijas, no se conocen con exactitud sus fechas de nacimiento. La mayor, Juana, debió de nacer no mucho después del matrimonio de sus padres. Su boda fue acordada en España por Pedro poco antes de partir en su último viaje con el Emperador. El 14 de febrero de 1529 su representante, Juan de Tapia, firmó en Zaragoza las capitulaciones matrimoniales con Miguel Jiménez de Urrea y Aldonza de Cardona, condes de Aranda, cuyo primogénito, Fernando Jiménez de Urrea, quedaba así comprometido con la mayor de las hijas del marqués de Villafranca. El 7 de junio siguiente éste ratificó el acuerdo, cuando se encontraba ya en Pisa.

De esta forma, Pedro establecía vínculos de amistad y parentesco con uno de los principales linajes aragoneses.

Pero, antes de realizarse este matrimonio, se había producido ya el de su segunda hija, Ana. El 3 de enero de 1528, en el castillo de Corullón, dependiente del señorío de Villafranca, se firmaron las capitulaciones para su enlace con el conde de Altamira, Lope de Moscoso, un miembro de la nobleza media castellana que más tarde prestaría destacados servicios al Emperador y al propio virrey. Cuando la virreina llegó a Nápoles en 1534 sólo pudieron acompañarla, por tanto, sus dos hijas menores, Isabel y Leonor. Isabel tuvo que esperar a 1540 para ver cumplido su destino en la estrategia familiar. Si su hermana pequeña fue el instrumento de una alianza internacional por la que los Toledo culminaban su servicio a la política imperial en Italia, Isabel desempeñó un importante papel en el gobierno interior del virrey, al proporcionarle el apoyo de uno de los principales linajes napolitanos.

La casa elegida fue la de los Spinelli. El duque de Castrovillari, Ferdinando Spinelli —casado con Diana Acquaviva de Aragón—, fue uno de los pocos miembros de la alta nobleza local que prestó su apoyo a la política de reformas emprendida por Pedro desde su llegada a Nápoles, hasta el punto de encargarle la custodia de su primogénito cuando, en 1538, aquél le encomendó la defensa de las costas calabresas contra un nuevo ataque de Barbarroja. Por tanto, nada más oportuno que sellar, tras la muerte prematura del duque, una alianza imprescindible para el virrey. El enlace de Isabel con Giovan Battista Spinelli se erigió así en un signo más del arraigo de los Toledo en Italia y favoreció la carrera del joven duque de Castrovillari, a quien el virrey concedería los más destacados puestos militares y honoríficos. Con sus extensas posesiones y su gran influencia en la capital, los Spinelli controlaban una amplia clientela, susceptible de ser utilizada para los fines políticos de Pedro. Sin embargo, la alianza de los Toledo con los Spinelli se vio envuelta en el oscuro asunto de las relaciones del virrey con la hermana de su yerno, Vincenza, que convirtió en su amante tras la muerte de la virreina. Ante la demora del prometido matrimonio, Castrovillari y su hermano el marqués de Misuraca decidieron, en 1551, apelar directamente al Emperador, entonces en Augsburgo.

La boda se efectuó el 8 de enero de 1552.

Esa trayectoria familiar es inseparable del proceso de gobierno. La falta de adecuación entre las condiciones del reino de Nápoles y las necesidades generales de la Monarquía que determinó el nombramiento de Pedro de Toledo confirió a su mandato un carácter excepcional que reforzó los poderes del virrey. Los diversos niveles de la administración, la justicia y el gobierno de la capital y las provincias se vieron sometidos a una reforma que desarrolló su eficacia, depuró sus cargos, aumentó su dependencia —legal en unos casos, personal o clientelística en otros— respecto del virrey y, en suma, introdujo un nuevo sentido del orden y la autoridad que tendía a nivelar los diversos sectores sociales bajo el dominio de la Corona. Con el respaldo imperial, Pedro de Toledo desarrolló una audaz política de sometimiento de la nobleza que, a su vez, activó los fundamentos jurídico-institucionales de la resistencia al proceso de transformación del feudo en instrumento de dominio de la Corona. A pesar de las tensiones surgidas, el reino se consolidó como la más firme y segura base de operaciones de Carlos V en Italia, gracias a los donativos extraordinarios concedidos por las asambleas parlamentarias bajo la presión del virrey, así como a la eficaz política militar desarrollada por éste para garantizar la defensa de las costas a través de un ambicioso programa de fortificaciones en el que participaron destacados arquitectos militares, como el valenciano Pedro Luis de Escrivá —autor de las nuevas fortalezas abaluartadas de Sant’Elmo en la capital y de L’Aquila— y el barón apuliano Gian Giacomo dell’Accaia. Con todo, la evolución del largo mandato de Pedro de Toledo permite distinguir cuatro etapas.

Entre 1532 y 1536 las primeras medidas virreinales desataron unas tensiones que culminarían en 1533 con graves tumultos en la capital contra el establecimiento de nuevos tributos sobre productos básicos para financiar la mejora del entramado urbano. Al mismo tiempo, desde 1534 cristalizó una creciente oposición aristocrática, dirigida por el marqués del Vasto Alfonso de Ávalos, el príncipe de Salerno, Ferrante Sanseverino, y el príncipe de Melfi, Andrea Doria. La visita de Carlos V, en el otoño-invierno de 1535-1536, en la que éstos propusieron infructuosamente la sustitución del virrey, supuso un primer y clarificador momento de reflexión sobre la crisis producida por esas reacciones a la actuación de Pedro de Toledo, momento que se saldó con un relanzamiento de las iniciativas políticas y culturales de éste con el concurso de algunos de los más activos exponentes de las letras españolas e italianas —como los poetas Garcilaso de la Vega y Luigi Tansillo— que gravitaban en torno a una corte virreinal cada vez más compleja y en competencia con las aún potentes cortes aristocráticas.

Entre 1536 y 1541 se desarrollaron las grandes directrices de la reforma comenzada a aplicar por el virrey tras su confirmación en el poder durante la visita imperial. Una intensa actividad reorganizadora afectó a las principales estructuras políticas y sociales del país. Empezaron a acometerse grandes obras públicas, tanto en el terreno urbanístico como en el de la defensa y fortificación, a través de sucesivas campañas de inspección y de construcción o mejora en la capital y las provincias. El triunfo de Pedro en la defensa de Castro y Tierra de Otranto contra el ataque turco de 1537 reforzó su prestigio, aunque esos años se vieron dominados también por las investigaciones sobre el funcionamiento de la administración por los procesos abiertos a raíz de la polémica visita del obispo Pedro Pacheco en 1536, en los que se refleja la persistencia de las diversas tendencias de oposición al virrey, confirmadas por la embajada enviada a la Corte por los Electos de la capital en marzo de 1540 para exponer nuevas quejas.

En torno a 1541 puede datarse el inicio de una nueva etapa que llegaría hasta1547. Tras dos años de intensos cambios en el núcleo familiar del virrey, después de la muerte de su mujer, María Osorio, y de los matrimonios de sus hijas Leonor e Isabel, que reforzaron su posición política, en 1541 se estableció en Roma el cardenal Juan de Toledo, hermano menor de Pedro, cuya influencia espiritual sobre la familia sería creciente. A lo largo de ese año otros hechos reforzarían la oleada intransigente difundida en la Corte imperial por el fracaso de las dietas alemanas y la campaña contra Argel. En julio murió el heterodoxo Juan de Valdés, establecido en el reino desde 1535 y cuyas relaciones con el poder habían actuado como medio de contención nicomedita frente a las orientaciones más radicales de muchos de sus seguidores. En septiembre se produjo el encuentro de Pedro de Toledo con Carlos V en La Spezia y la nueva confirmación del virrey en el poder tras la grave crisis suscitada por la visita de Pacheco. En octubre se efectuó la expulsión definitiva de los judíos del reino como consecuencia de las reiteradas órdenes imperiales. En el mismo mes Carlos V reforzó la autoridad de Pedro al marginar a los nobles del Consejo Colateral. En 1541 tuvo lugar también la supresión de la cátedra de Humanidades del Estudio de la capital, interpretado como el inicio de un proceso de cierre cultural, al que seguiría en febrero de 1543 el oscuro cese del humanista Scipione Capece en la universidad —acusado de herejía—, la supresión de las reuniones en su casa de la prestigiosa Academia Pontaniana y, en octubre de 1544, el primer edicto virreinal de censura.

Esas medidas respondían a nuevas directrices religiosas en la curia y los círculos imperiales, a las que no era ajena la presencia en Roma del cardenal Juan de Toledo, miembro desde 1542 de la nueva comisión inquisitorial. En ese período se intensificó también la renovación urbana e institucional, con el traslado de los tribunales del reino a Castel Capuano en 1540 y la ampliación de la ciudad. El inicio de las nuevas murallas interiores en 1543 supondría también el de la más ambiciosa reforma urbana acometida en Europa durante todo el siglo, tomando como eje la nueva Vía Toledo con la zona adyacente de los Quartieri Spagnoli, cuyo trazado ortogonal debía alojar a las tropas españolas, todo ello mientras se sucedían las fundaciones asistenciales ligadas a instituciones religiosas.

Ya en 1539 se había fundado el primer Monte de Piedad, ligado a la polémica expulsión de los judíos, mientras el virrey imponía nuevos estatutos al Hospital de los Incurables, con un sentido intervencionista en el gobierno de esa importante institución.

En 1540 se reedificó la iglesia de la Anunziata, dentro de un programa de potenciación del otro gran centro hospitalario, al tiempo que se comenzaba a erigir la iglesia de Santiago de los Españoles, como eje de un complejo para la colonia española completado en 1547 con un nuevo hospital. A ello se unió la refundación del hospicio para jóvenes desvalidas en 1546 y la instauración de la Santa Casa della Redenzione dei Cattivi en 1549.

La última etapa del mandato toledano fue desde 1547 hasta 1553. La rebelión protagonizada por todos los estamentos de la capital —con amplias repercusiones en provincias— supuso en 1547, más allá de los motivos iniciales contra la presunta voluntad del virrey de establecer la Inquisición “al modo de España”, una segunda y más grave crisis general, al aglutinar a todos los sectores de oposición a Pedro de Toledo. Éste, que se encontraba en su residencia de Pozzuoli —una pequeña ciudad próxima a la capital, famosa por sus ruinas romanas, que el virrey había hecho reconstruir tras un terremoto en 1538— se vio sorprendido por el estallido de la revuelta. Pedro volvió a Nápoles el 12 de mayo y, ante la extensión del tumulto, hizo llamar una compañía de tres mil soldados españoles, alojados en las cercanías y ahora concentrados en Castel Nuovo, la antigua residencia real que, gracias a las últimas obras de fortificación, se había convertido en una moderna ciudadela.

Pocos días después una expedición de castigo en la zona próxima de Rúa Catalana desataría aún más el odio de la población. Confluyeron así dos grandes enfrentamientos fraguados durante los años anteriores: el político, que separaba al virrey y a la mayor parte de la nobleza, y el social, que dividía a los contingentes militares españoles y al pueblo de la capital, como ya puso de manifiesto el gran tumulto originado en 1537 por la llegada de tres mil bisoños. La combinación de ambos factores produjo en los dos bandos una explosión de violencia sin precedentes.

La reforma urbana en gran parte concluida permitió al virrey disponer de un amplio espacio vacío alrededor de Castel Nuovo, desde el que era fácil dispersar las concentraciones, mientras que la reconstrucción de las principales fortificaciones de la capital —especialmente de Sant’Elmo— le facilitaron una posición privilegiada para aplastar a sus habitantes. La orden de bombardear desde allí los barrios populares, en combinación con los disparos desde las galeras ancladas en el puerto, supuso uno de los primeros ejemplos de sometimiento moderno de la población urbana.

Comenzó entonces el reclutamiento de soldados para enfrentarse a las compañías españolas acuarteladas en los castillos y se desarrollaron dos procesos simultáneos y contradictorios que acabaron por hacer fracasar la revuelta: el desencadenamiento de la ira popular contra los españoles y partidarios del virrey, que degeneraría en desorden y el consiguiente recelo de las clases superiores, mientras éstas intentaban encauzar el descontento de un modo legal, a través de la apelación directa al Emperador. Tras los primeros choques armados y la decisión de enviar dos embajadas al Emperador, se acordó una tregua formal. La mayor parte de los nobles titulados juraron su solemne unión con el pueblo, sancionada por un acta notarial en la que se afirmaba el derecho de la ciudad y el reino a no reconocer a Pedro como virrey. Al mismo tiempo, llegaron refuerzos de provincias para acabar con la resistencia española en el centro de la ciudad, con lo que el virrey pasó a controlar tan sólo las tres fortalezas y la estratégica zona del puerto. No obstante, pudo reforzar el aprovisionamiento de los castillos, donde la mayoría de los españoles y muchos napolitanos habían buscado refugio. Mientras regresaban los embajadores, Pedro ordenó que los barones que no tomaban parte activa en la rebelión se concentraran en la nueva zona de la ciudad, recién construida y bajo el control de las fortalezas. Finalmente, Carlos V ordenó que el príncipe de Salerno, representante de la ciudad, permaneciera a su lado, hasta recibir nuevas órdenes, mientras el otro legado de los rebeldes, Plácido de Sangro, volvió a Nápoles el 7 de agosto. El Emperador aparentó un moderado compromiso. Los rebeldes deberían licenciar las tropas, entregar todas las armas —incluidas las que legalmente pertenecían al gobierno municipal—, obedecer todas las órdenes del virrey y pagar una indemnización de cien mil ducados.

A cambio, se ratificaba a la capital el título de Fidelissima, se confirmaba la no introducción de la Inquisición y se concedía un indulto general del que quedaban excluidos los veintinueve dirigentes más destacados. El intento de nobles y populo grosso por limitar legalmente la actuación virreinal, a través del recurso directo al emperador, había fracasado. Las órdenes del soberano acabaron por anular a la oposición más radical y completaron la labor de división de los sectores rebeldes intentada por Pedro. Desde el inicio, los nobles plantearon su relevo como una necesidad constitucional y lo acusaron de haber intentado “pervenire ad uno assoluto dominio” mediante la expulsión de los nobles del Colateral. Pero, aunque derrotada, la actitud antivirreinal pervivió en la mayoría de los grandes linajes y de ciertos círculos jurídicos e intelectuales napolitanos.

El episodio de 1547 radicalizó las posiciones en un panorama imperial agravado por el inicio de la crisis general de los últimos años del reinado de Carlos V.

Aunque el virrey resistió otra vez las presiones aristocráticas para lograr su relevo, la tensión política perduró hasta la muerte de Pedro y se reflejó en los parlamentos de los años finales de su gobierno, marcados por los recelos continuos contra nuevos intentos de rebelión. Tras clausurarse —al parecer, sólo coyunturalmente— las academias surgidas el año anterior en el entorno de varios nobles levantiscos como el príncipe de Salerno, a finales de 1547 tuvo lugar la destitución del electo popular y la institucionalización del control virreinal sobre este cargo. El virrey iba a imponer a sus partidarios en el gobierno municipal con la misma energía que en las siguientes sesiones del Parlamento, y pediría al Emperador que limitara los privilegios de la capital, mientras depuraba la administración y proseguía con los procesos judiciales tanto contra los rebeldes como contra los abusos feudales.

Fueron años críticos, en los que la obsesión por la proximidad de un gran ataque turco, las denuncias y los procesos por traición o herejía se sucedieron sin cesar y culminaron con la defección del principal representante de la oposición aristocrática a Pedro Álvarez de Toledo, el príncipe de Salerno, Ferrante Sanseverino, cuyo paso al bando francés incrementó aún más la especial sensación de cerco vivida en Nápoles y en el Imperio en 1552.

A finales de ese año el virrey recibió la orden imperial de marchar a someter la república de Siena, que había expulsado a la guarnición española allí establecida.

No faltaron rumores sobre la intención última de Carlos V al ordenar la marcha del viejo marqués de Villafranca. Es posible que el Emperador considerase la conveniencia de apartar al polémico Toledo del país, al menos temporalmente, aunque el continuo respaldo a su política no permite suponer un auténtico deseo de destitución. En realidad, en su marcha parecen haber pesado mucho más los intereses comprometidos en Toscana que la propia situación de Nápoles. Desde hacía años, Pedro —que en 1543 apoyó junto a su hermano el cardenal Juan de Toledo la restitución de las fortalezas ocupadas por los imperiales a su yerno Cosme de Médicis— había seguido con suma atención los acontecimientos sieneses y había manifestado fuertes discrepancias con Diego Hurtado de Mendoza sobre el modo de canalizar la revuelta de la república, de acuerdo con las críticas también formuladas por el duque de Florencia. Ambos defendían una política más coherente y enérgica, aunque no parece que Pedro apoyase de modo incondicional los deseos de Cosme de incorporarse el territorio, tal y como sostenían sus detractores. En todo caso, el marqués de Villafranca y los otros miembros de su linaje —el duque de Alba en la Corte, el cardenal Juan y el agente imperial en Florencia, Francisco de Toledo— fueron los mayores partidarios de una operación de castigo contra Siena. En las tratativas previas a la guerra los hijos del virrey, desempeñaron un importante papel, diplomático en el caso de Luis y militar en el de García.

A principios de diciembre, Luis de Toledo consiguió que el papa Julio III permitiera el paso de las tropas por su territorio y en la Navidad de 1552 las tropas estaban ya dispuestas para la partida. Antes de marchar, el 4 de enero de 1553 el virrey comunicó a las ciudades del reino el nombramiento de su hijo Luis como lugarteniente. A principios de enero García había partido por tierra con el grueso del ejército.

El 7 de enero Pedro embarcó en Nápoles en las treinta galeras enviadas por Andrea Doria, su antiguo rival, con dos mil quinientos infantes españoles y una gran Corte. Durante los meses anteriores había supervisado personalmente todos los preparativos de la campaña y los principales miembros y servidores de su casa recibieron cargos en la expedición.

Para reforzar aún más la imagen de triunfo del linaje, que pretendía consagrarse con el reencuentro con su hija y su yerno en Florencia, Pedro llevó consigo a su nueva mujer, Vincenza Spinelli, y a la mayor parte de su Corte habitual en Nápoles, un gran número de pajes, criados, médicos, etc., encabezado por su secretario Jerónimo de Insausti y su mayordomo Lope de Mardones, mientras uno de sus más estrechos colaboradores en la administración, el regente de la Cancillería Jerónimo Albertino, era nombrado comisario general del Ejército. La empresa se producía, sin embargo, en un momento en el que las relaciones imperiales con Florencia se habían deteriorado. Poco antes, Cosme había recibido con grandes honores a Hipólito de Este, cardenal de Ferrara y representante del rey de Francia, lo que había desatado los recelos de la duquesa Leonor y el círculo español que la rodeaba. La llegada de Pedro a Livorno con un gran ejército no fue recibida con satisfacción ni por Cosme ni por la mayoría de los florentinos. El duque reforzó la guarnición de Pisa, donde desembarcó Pedro, quien consideró esas medidas una grave muestra de desconfianza. De tales recelos surgiría la leyenda de la presunta intención del virrey de envenenar a su yerno, que, a su vez, sirvió para adjudicar a éste la muerte de aquél, difundida sobre todo por las fuentes florentinas, a pesar de que, una vez llegado a la capital del Arno el 22 de enero, Pedro recibió demostraciones de colaboración económica y militar por parte de Cosme. Paralizado por un ataque asmático que le había hecho desviarse a Florencia mientras las tropas marchaban al frente, el virrey permaneció en el Palazzo Vecchio durante un mes, hasta su muerte, el 22 de febrero de 1553. Apresuradamente enterrado en la catedral florentina, el gran sepulcro clasicista realizado por el escultor napolitano Giovanni da Nola —artífice también de las principales fuentes con que el virrey quiso ornar la capital partenopea—, con las estatuas orantes de Pedro y su primera mujer, permaneció vacío en la iglesia de Santiago de los Españoles de Nápoles, y nunca fue trasladado a la nueva colegiata de Villafranca del Bierzo, a la que, en principio, había sido destinado.

 

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Carlos José Hernando Sánchez

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