Araujo, Francisco de. Verín (Orense), 1590 – Madrid, 19.III.1664. Filósofo, teólogo, dominico (OP), prior de San Esteban y obispo de Segovia, muerto en fama de santo.
Era hijo de Juan Fidalgo, familiar del Santo Oficio, y Francisca de Chaves y Araujo, de la casa solaeriega de los Chaves, en la villa del mismo nombre, e hija de un caballero de la Orden de Cristo. Dícese que hizo sus estudios de gramática y artes en el Colegio de la Compañía de Jesús de Monterrey, y el hecho de haber nacido en un hogar noble explica que le llevaran a estudiar Derecho a la Universidad de Salamanca, pero habiendo entablado contacto con los dominicos de San Esteban, solicitó el ingreso en la orden dominicana en 1600, profesando el 5 de marzo de 1601.
Su formación resultó tan completa, que, una vez recibido el sacerdocio, le nombraron los superiores maestro de estudiantes en el mismo convento de San Esteban, del que salió para enseñar Teología en San Pablo de Burgos en 1617, de donde pasó al de Alcalá, y después a Salamanca, cuya cátedra te prima de Teología regentó, primero como sustituto, y luego como propietario por espacio de veintisiete años. Por dos veces se le eligió prior de San Esteban. Se dice que era hombre muy humilde, de una piedad sincera, muy austero en la comida, sobrio de palabras, poco comunicativo, y suave en el ejercicio de su autoridad.
Sobresalió como excelente maestro y eran destellantes sus profundos conocimientos filosóficos y teológicos, así como muy diestro en cuestiones de derecho e historia.
Jubilado de su cátedra en 1644, le destinaron al convento del Rosario de Madrid, y de aquí marchó al poco tiempo a regir la diócesis de Segovia, para la que se le propuso el 3 de enero de 1648. Más tarde le nombraron para el obispado de Cartagena, que no aceptó, circunstancia que aprovechó para renunciar a la mitra segoviana, fundándose en su avanzada edad, lo que le fue admitido, retirándose a su amada celda del Rosario, donde desarrolló una gran labor apostólica, entregado de lleno a la oración y a las prácticas impuestas por la vida religiosa. Le tiraba más esto que el episcopado. Dicen que mereció las más altas consideraciones de Felipe IV y de los personajes más significados de la Corte, quienes acudían a él con sus problemas, y escuchaban su parecer como a un oráculo.
Como hecho curioso, consta que cuando le preconizaron obispo de Segovia, mandó construir un humilde ataúd a fin de tenerlo constantemente a la vista, en el cual fue inhumano en el momento que le llamó el Señor. Cuando cinco años más tarde abrieron la sepultura para trasladar sus restos a Salamanca, hallaron el cadáver incorrupto y permaneció en el mismo estado durante muchos años.
Aquella ansiedad por el retiro y la vida espiritual que le caracterizó toda su vida le sirvió no sólo para ahondar en las virtudes, sino también para dejar a la posteridad un elenco de obras respetables que le constituyen en uno de los varones más cultos del siglo xvii.
Obras de ~: Comentarium in universam Aristotelis metaphisicam, Burgos y Salamanca, 1617, Salamanca, 1631; Opúscula tripartita, hoc est in tres controversias triplicis theologia divisa. In quarum primae variae disputationes de pura scholastica, ien secunda de morali, et in tertia de exposititiva theologia utiliter expenduntur, Donat, 1633; Comentarios a la Suma Teológica del Doctor Angélico, 7 vols.; Variae et selectae decisiones morales ad statyn ecclesiasticum et civilem pertinens, Lyon, 1664 y Colonia, 1755.
Bibl.: VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, t. V, Barcelona, José Espasa e Hijos, 1909, pág. 1236; J. Cuervo (ed.), Historiadores del convento de San Esteban de Salamanca, t. I, Salamanca, 1914, pág. 588; A. Pardo Villar, “Dominicos orensanos ilustres. El Ilmo. Fray Francisco Araujo”, en el Boletín de la Comisión de Monumentos de Orense, t. X, 219 (1933-1935), págs. 283-294 y 434-446; A. Couceiro Freijomil, Diccionario Bio-Biográfico de Escritores, vol. I, Santiago de Compostela, Bibliófilos Gallegos, 1951, págs. 77-78; R. Otero Pedrayo (dir.), Gran Enciclopedia Gallega, vol. III, Lugo, Silverio Cañada, 2003, págs. 129-130.
Damián Yáñez Neira, OCSO