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Luis Araquistáin Quevedo

Biografía

Araquistáin Quevedo, Luis. Bárcena de Pie de Concha (Cantabria), 19.VI.1886 – Ginebra (Suiza), 6.VIII.1959. Periodista, escritor y político socialista, miembro de la Generación de 1914.

Pasó su infancia en Elgóibar (Guipúzcoa) y su primera lengua fue el euskera. De ahí sus estrechos vínculos con el País Vasco, pese a haber nacido en Cantabria.

Su padre, contratista del puerto de Santander, murió cuando él tenía nueve años. “Mis raíces son vascas”, dirá él mismo en cierta ocasión, “pero mi cabeza es española”. En 1904 obtuvo el título de piloto mercante en la Escuela de Náutica de Bilbao. Nunca ejerció, sin embargo, la profesión de marino. Por el contrario, sintió una temprana vocación intelectual, que, a falta de formación académica, desarrolló de forma completamente autodidacta. Emigró a Argentina, donde trabajó en los más diversos oficios. Regresó a España en 1908, con intención de labrarse un nombre en la literatura y en el periodismo, pero partió muy pronto hacia Europa. En Londres entabló una estrecha relación con Ramiro de Maeztu y entró en contacto con el socialismo fabiano, que dejó en Araquistáin una fuerte impronta intelectual y política.

Entre 1909 y 1910 colaboró desde Londres en el periódico madrileño La Mañana. Por esas fechas aparece también relacionado con Ortega y Gasset, con el que mantiene en los años siguientes una intensa correspondencia. El propio Ortega mediará para que el periódico El Liberal le nombre su corresponsal en Londres. En 1911, en un breve regreso a España, ingresó en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en el que habría de militar hasta su muerte, durante casi medio siglo. Entre 1911 y 1914 viaja por otros lugares de Europa (Bélgica, Alemania, Suiza...), antes de regresar a Londres y de contraer matrimonio, en 1914, con la suiza Gertrud Graa (Trudy).

Previamente, en 1913, durante una estancia en Madrid dictó varias conferencias en la Escuela Nueva y se adhirió a la Liga de Educación Política creada por Ortega y Gasset.

Instalado en Madrid a partir de 1914, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial se comprometió a fondo con la causa aliada, especialmente tras su nombramiento en 1916 como director de la revista España. Semanario de la vida nacional, fundada poco antes por Ortega y Gasset. La posición abiertamente aliadófila de la revista durante la Guerra Mundial se vio recompensada con generosas subvenciones de la Embajada británica. Bajo su dirección, España sirvió de lugar de encuentro entre la Generación del 98 y la del 14, a la que pertenecía el propio Araquistáin, y de crisol de ideas de cambio ante la crisis de la Monarquía constitucional, desde el socialismo hasta el republicanismo histórico o el liberalismo democrático.

Araquistáin reunió algunas de sus colaboraciones periodísticas de estos años en sus libros Dos ideales políticos, Entre la guerra y la revolución y España en el crisol.

Su papel como director de España y su militancia en el PSOE fueron dándole una creciente notoriedad política.

A raíz de la huelga general de 1917, permaneció detenido durante un mes y la revista quedó temporalmente suspendida. Dos años después viajó a Estados Unidos para participar en el Congreso Internacional del Trabajo como miembro de una delegación de socialistas españoles, de la que formaban parte también Fernando de los Ríos y Largo Caballero. En 1921 fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid por el PSOE, aunque poco después abandonó el cargo y, por breve tiempo, el partido por su discrepancia con la actitud de la dirección socialista contraria al ingreso en la III Internacional. A diferencia de otros disidentes socialistas, no llegó a militar en el nuevo Partido Comunista. En los años siguientes desarrolló una intensa actividad publicística, que incluye varios libros de ensayo político, como El peligro yanqui, fruto de su reciente estancia en Estados Unidos, novelas cortas y obras de teatro. Fue la década más fecunda en títulos de toda su larga carrera literaria. Tras abandonar en 1922 la dirección de España, que dejó en manos de Manuel Azaña, colaboró asiduamente en los periódicos El Sol y La Voz de Madrid y La Nación de Buenos Aires. Hizo varios viajes por Portugal, Centroamérica y el Caribe. A pesar de su dedicación a la vida familiar —tenía por entonces dos hijos de corta edad: Ramón, conocido como Finky, y Sonia— y de sus compromisos políticos y profesionales en España, fue siempre un viajero incansable. Él mismo reconoció en esta época que aspiraba a dar algún día la vuelta al mundo. Ese espíritu nómada y cosmopolita, que le permitió hablar y escribir con soltura inglés, francés y alemán, se vio favorecido por su matrimonio con Gertrud Graa y por los frecuentes viajes a la Suiza natal de su esposa.

La experiencia de su estancia en Cuba y Puerto Rico inspiró su libro La agonía antillana (1928), que definió en el prólogo como un “ensayo de hispanoamericanismo liberal”. En 1930 puso en marcha Ediciones España, empresa editorial en la que le acompañaron sus amigos Julio Álvarez del Vayo —casado con una cuñada suya— y Juan Negrín. Del año 1930 datan asimismo dos de sus libros más importantes, La batalla teatral y El ocaso de un régimen, en los que puso al día su pensamiento en dos temas que fueron constante motivo de reflexión del autor: los derroteros del teatro moderno y la crisis política nacional, interpretada siempre desde un regeneracionismo de izquierdas muy personal, en el que era patente el influjo de Joaquín Costa.

Con la proclamación de la República, adquiere diversas responsabilidades políticas e institucionales.

Fue nuevamente elegido concejal en el Ayuntamiento de Madrid y en junio obtuvo acta de diputado, siempre por el PSOE, en las elecciones a Cortes Constituyentes. Su principal aportación parlamentaria fue un discurso en defensa del que sería artículo 1.º de la Constitución de 1931: “España es una república democrática de trabajadores”. En abril ya había sido nombrado subsecretario del Ministerio de Trabajo por el nuevo ministro Francisco Largo Caballero, aunque pocos meses después, en febrero de 1932, tuvo que abandonar el cargo al ser nombrado por el Gobierno republicano embajador de España en Berlín. Allí permaneció hasta mayo de 1933, en que presentó su dimisión, impaciente, según él, por reincorporarse a la política nacional en un momento clave en la evolución de la República española. La crisis de la Alemania de Weimar y la incapacidad de la izquierda para impedir el ascenso de Hitler al poder (30 de enero de 1933) le hicieron recapacitar sobre la debilidad de las instituciones democráticas ante sus enemigos y sobre la, a su juicio, inmensa torpeza de la socialdemocracia al consentir el libre juego del régimen parlamentario en una situación límite como aquélla. Antes de dejar Berlín recomendó a las autoridades españolas que dotaran a la República de un órgano de propaganda similar al que Hitler había encomendado a Goebbels al llegar al poder.

A su vuelta a España en mayo de 1933, Araquistáin inició una cruzada personal contra el socialismo reformista y contra la colaboración de la izquierda con la burguesía liberal. Su conferencia en la Casa del Pueblo de Madrid titulada Una lección de historia: El derrumbamiento del socialismo alemán (29 de octubre de 1933) puede considerarse un compendio de las ideas que venía defendiendo desde su regreso de Alemania. Su radicalización política a partir de 1933 tuvo una influencia decisiva en el llamado “giro bolchevique” del socialismo español, protagonizado principalmente por Largo Caballero, su mentor en el partido. En 1934 funda y dirige la revista marxista Leviatán, verdadero laboratorio ideológico de ese nuevo socialismo insurreccional por el que aboga Araquistáin hasta la Guerra Civil. Un año después rechaza una oferta de Ossorio y Gallardo para volver a colaborar en el periódico liberal El Sol, pues decía hallarse “entregado en cuerpo y alma al partido socialista, como no lo estuve nunca”. En las elecciones de febrero de 1936 es elegido nuevamente diputado y en abril se hace cargo de la dirección del periódico Claridad, afín al socialismo caballerista. Por esas fechas, Manuel Azaña, en una carta a su cuñado (10 de abril de 1936), atribuye al “araquistainismo” el haber envenenado al socialismo español con su radicalismo bolchevique.

Cuando, ya en plena Guerra Civil, Azaña encargó la presidencia del Gobierno a Largo Caballero (4 de septiembre de 1936), Araquistáin fue destinado como embajador a París, donde desempeñó un importante papel en la compra de armas para la República y en la participación española en la Exposición Universal.

Su correspondencia desde París con Largo Caballero y con el ministro de Estado, y concuñado suyo, Álvarez del Vayo, muestra su punto de vista sobre la complicada situación política de la República y del gobierno del Frente Popular. En vísperas de la crisis de mayo de 1937, Araquistáin aconsejó a Caballero un entendimiento con “los rusos”, antes de que, según él, Indalecio Prieto llegara a un pacto con ellos para desplazar a los caballeristas del poder. La caída del gobierno de Largo Caballero motivó la renuncia de Araquistáin a la Embajada en París, su regreso a España —primero a Valencia, luego a Barcelona— y un giro completo en su posición política, marcado por un acérrimo anticomunismo que ya no le abandonó hasta su muerte. De ahí su violenta ruptura política y personal con sus amigos Álvarez del Vayo y Juan Negrín.

Con la caída de Cataluña en poder de Franco en febrero de 1939, Araquistáin emprende un exilio sin retorno. Tras un fugaz paso por París, se instala en Londres con su mujer y su hija Sonia. Pretende entonces iniciar una nueva vida, dedicado a su familia, al periodismo y a la literatura y alejado de las disputas políticas de la emigración republicana. Esos propósitos no le impidieron llevar a cabo un implacable ajuste de cuentas en la prensa internacional con la política de Negrín y de los comunistas, que respondieron acusándole de traidor a la República. Durante la Guerra Mundial trabaja como propagandista de la causa aliada, en estrecha colaboración con los servicios de propaganda británicos. En 1942 reúne una parte de sus numerosas colaboraciones en la prensa hispanoamericana en un libro titulado La guerra desde Londres.

Ese mismo año muere su mujer, Trudy, e inicia un largo calvario personal, agravado por el suicidio de su hija Sonia en 1945. Al desmoronamiento de su vida familiar, se unirían sus continuas dificultades económicas y su amargura de exiliado, consciente, además, de los numerosos obstáculos que, tanto en el ámbito nacional como internacional, impedían un cambio democrático en España. En la tesitura de la guerra fría mantuvo una denuncia constante del expansionismo soviético y un apoyo incondicional a Estados Unidos en su política de contención del comunismo. Fue partidario, desde fecha muy temprana, de un acuerdo del PSOE con los monárquicos de don Juan y de la búsqueda del apoyo norteamericano y británico a una alternativa razonable al franquismo, que excluyera expresamente a los comunistas.

En 1947, en un acto de las Juventudes Socialistas en Toulouse, presentó un balance muy crítico de la Segunda República en una conferencia titulada Algunos errores de la República española.

En 1952 abandonó Londres y se trasladó a Ginebra, donde viviría hasta su muerte en compañía de su hijo Finky. Pese a sus posiciones heterodoxas en relación con la situación española, con la política de la izquierda y con la República en el exilio —de “República cadavérica” la tildó ese mismo año—, la voz de Araquistáin fue siempre escuchada con atención entre los socialistas españoles, sobre todo entre los más jóvenes. Colaboró con frecuencia en El Socialista del exilio, participó activamente en la vida del partido e intensificó su presencia en la prensa americana, principalmente con artículos sobre la situación internacional en plena guerra fría. Sus colaboraciones periodísticas fueron distribuidas a partir de 1953 por la agencia de prensa que dirigía en Nueva York Joaquín Maurín, que, como él, había evolucionado de un socialismo revolucionario a un anticomunismo extremo. Tanto su relación con la agencia de Maurín como su colaboración con la revista parisiense Cuadernos, vinculada a la Fundación Ford y de la que sería nombrado director en 1959, reforzaron, a los ojos de un cierto sector de la izquierda, la imagen de un Araquistáin que se había pasado al enemigo. En 1954 se manifestó a favor del tratado firmado entre Estados Unidos y España, lo que motivó una agria polémica con Indalecio Prieto.

Invitado por la Agencia Judía, en 1955 viajó a Israel, de donde regresó entusiasmado con la causa judía y dispuesto a defenderla donde hiciera falta.

Mientras tanto, había conseguido reanudar su relación con algunos miembros de su generación, como el doctor Marañón, con el que sintonizaba plenamente en su común anhelo de una reconciliación nacional.

Su postura independiente, muchas veces condenada en los círculos más recalcitrantes del exilio, le otorgó una autoridad moral que le reconocieron los socialistas más jóvenes y algunos españoles del interior que se dirigían a él en busca de consejo. “Para mí —le dirá en una carta a uno de ellos—, ya no hay más que dos clases de españoles: los que quieren hacer las paces de nuestra guerra civil y los que no quieren” (9 de mayo de 1959). Poco después moriría en un hospital de Ginebra a los setenta y tres años de edad a causa de una embolia pulmonar. Tres años después, se publicaría en Buenos Aires, con prólogo de Luis Jiménez de Asúa, su libro Pensamiento español contemporáneo, recopilación de varios ensayos históricos y filosóficos escritos por él en los años cuarenta y cincuenta, en los que resulta patente, una vez más, su deuda con Joaquín Costa y su admiración por su paisano Menéndez Pelayo. Pero, como otros intelectuales de su generación, Araquistáin fue más articulista —gran articulista— que autor de libros. Su estilo “limpio, rico y puro”, según W. Fernández Flores, le hizo brillar sobre todo en el ensayo periodístico —editoriales, artículos de opinión, crónicas de viajes—, en el que dejó lo mejor de su producción intelectual.

 

Obras de ~: Polémica de la guerra, Madrid, Renacimiento, 1915; Dos ideales políticos, Madrid, El Liberal, 1916; Entre la guerra y la revolución, Madrid, 1917; España en el crisol, Barcelona, Minerva, 1920; Las columnas de Hércules, Madrid, 1921; El peligro yanqui, Madrid, Publicaciones España, 1921; El archipiélago maravilloso, Madrid, Mundo Latino, 1923; Caza mayor, Madrid, 1924; Aventuras póstumas de Bonifacio Sanabria, Madrid, 1925; El Arca de Noé, Valencia, Sempere, 1926; La revolución mejicana, Madrid, ¿1926?; El rodeo, Madrid, Prensa Moderna, 1928; El coloso de arcilla, Madrid, Prensa Moderna, 1928; La agonía antillana, Madrid, Espasa Calpe, 1928; La batalla teatral, Madrid, Mundo Latino, 1930; El ocaso de un régimen, Madrid, Editorial España, 1930; Marcelino Menéndez Pelayo y la cultura alemana, Jena, 1932; El derrumbamiento del socialismo alemán, Madrid, 1933; La guerra desde Londres, México, Editora Continental, 1942; Mis tratos con los comunistas, Toulouse, ¿1944?; Franco y el comunismo, Montevideo, Congreso por la Libertad de la Cultura, 1959; El pensamiento español contemporáneo, prólogo de Jiménez de Asúa, Buenos Aires, Losada, 1962; Leviatán (Antología), ed. de P. Preston, Madrid, Ediciones Turner, 1976; Sobre la guerra civil y en la emigración, ed. de J. Tusell, Madrid, Espasa Calpe, 1983.

 

Bibl.: M. Bizcarrondo, Araquistáin y la crisis socialista en la II República, Madrid, Siglo xxi, 1975; E. Montero, “Luis Araquistáin y la propaganda aliada durante la Primera Guerra Mundial”, en Estudios de Historia Social, 24-25 (1983), págs. 245-266; Papeles de D. Luis Araquistáin Quevedo en el Archivo Histórico Nacional, Madrid, Ministerio de Cultura, 1983; J. González Bedoya, “Centenario de Luis Araquistáin”, en Leviatán, 25 (1986), págs. 137-151; M. Bizcarrondo, J. Tusell e I. Sotelo, “Araquistáin”, en Grandes periodistas olvidados, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1987, págs. 99-119; R. Santervas, “Maeztu y Araquistáin: Dos periodistas acuciados por la transformación de España”, en Cuadernos de Historia Contemporánea, 12 (1990), págs. 133-154; M. Bizcarrondo, “Azaña et Araquistáin: Deux voies de modernisation de l’Espagne”, en Azaña et son temps, Madrid, La Casa de Velázquez, 1993, págs. 203-213; M. Márquez y J. F. Fuentes, “Cartas inéditas de Araquistáin a Ortega (1910-1932)”, en Revista de Occidente, 156 (1994), págs. 155-180; J. F. Fuentes, “Luis Araquistáin, embajador de la II República en Berlín”, en Spagna Contemporanea, 8 (1995), págs. 19-30; A. Barrio, La revista “España” y la crisis del Estado liberal, Santander, Universidad de Cantabria, 2001; J. F. Fuentes, Luis Araquistáin y el socialismo español en el exilio (1939-1959), Madrid, Biblioteca Nueva, 2002.

 

Juan Francisco Fuentes Aragonés