Ayora, Gonzalo de. Córdoba, c. 1466 – Portugal, c. 1538. Cronista real y militar, introductor de nuevas tácticas de infantería.
Nació en Córdoba, en el seno de una familia principal de la ciudad, hijo del regidor o veinticuatro cordobés Gonzalo de Ayora y de Inés Gutiérrez. Vivió su juventud en Italia, donde estudió Teología, Filosofía y autores clásicos en la Universidad de Pavía y debió de estar unos años al servicio del duque de Milán, Juan Galeazzo Sforza. Allí escribió, junto con Pedro Monti o Montes, que fue luego autor de tratados sobre táctica militar, una notable obra titulada De diagnoscendis hominibus, sobre “la naturaleza física del hombre, los ejercicios corporales, la instrucción militar de infantes y caballeros”, según Édouard Cat (1890), que dedicó a la reina Isabel la Católica y a su hijo el príncipe Juan en 1492, año de su regreso a Castilla, con carta de presentación a la Reina escrita por Galeazzo Sforza (3 de enero de 1492). En abril de 1501 fue nombrado cronista real: su Crónica de los Reyes Católicos, escrita en latín, abarcaba desde 1489, cuando cesó la suya Hernando del Pulgar, hasta 1516, según declaración del mismo Ayora en 1519, pero desgraciadamente se ha perdido, salvo algún pequeño fragmento correspondiente a los años 1507 y 1508.
Gonzalo de Ayora era hombre dedicado a la milicia y, a la vez, culto, de buena pluma y palabra elocuente, conocedor de las doctrinas políticas, y políglota, pues dominaba el latín, el italiano y tal vez el alemán; tuvo relación epistolar con los humanistas radicados en la Corte, Pedro Mártir de Anglería y Lucio Marineo Sículo.
En 1502 formó parte de la embajada enviada por los Reyes Católicos al emperador Maximiliano para evitar su alianza contra Luis XII de Francia y, a su regreso, recibió el oficio de administrador o fiel de la aduana de Córdoba, que renunció en su hermano Juan. En 1503 alcanzó su mejor momento al informar al rey Fernando y a su secretario, Miguel Pérez de Almazán, sobre la guerra del Rosellón contra el ejército francés y el asedio que sufrió la nueva fortaleza de Salsas, recién construida con traza y muros capaces de resistir los bombardeos de artillería. Ayora informaba desde el mismo teatro de las operaciones, puesto que formaba parte del Estado Mayor del capitán general, el duque de Alba, y actuaba en las cabalgadas, celadas e intentos contra el campamento de los sitiadores franceses, además de valerse de las informaciones aportadas por diversos espías y prisioneros. Sus doce cartas se suceden entre el 16 de septiembre y el 2 de noviembre de 1503, con especial intensidad durante las semanas del asedio y expresan, en excelente prosa castellana, las peripecias de la acción militar, las insuficiencias de la obra llevada a cabo en Salsas y, a la vez, las opiniones de Ayora, que deploraba el inadecuado uso de la infantería y era partidario de asaltar el real de los franceses. El autor añade consideraciones muy interesantes sobre los problemas de abastecimiento y en torno a la justicia de aquella guerra que muestran un notable conocimiento de los tratados de re militari y de otras guerras contemporáneas, especialmente en el escenario granadino, y manifiesta un sentimiento patriótico propio de su tiempo, al escribir (carta del 24 de septiembre) cómo los defensores de Salsas debían tener presente “que la defensa de aquella Casa importaba a la reputación y estado de Vuestras Altezas y de todos sus reynos y empresas, como a la honra y crédito de toda nuestra nación, y a la propia honra y vida de todos y de cada un hombre de España, y señaladamente a ellos mesmos [...]”.
En 1504, Ayora consiguió introducir una muestra de organización de la nueva infantería, instruida “a la suiza” y agrupada en ordenanza, al formar la guardia de alabarderos de los Reyes, e hizo la primera demostración con cincuenta infantes que desfilaron en Medina del Campo; en enero de 1505 eran ya cien, y el propio Ayora su capitán. Algo más adelante aplicó sus conocimientos sobre la nueva forma de ordenar la infantería en la toma de Mazalquivir (1505), de la que hizo una extensa relación escrita para el rey Fernando, valorando su propia participación y la de sus parientes, su hermano Juan y su primo Lope Sánchez de Valenzuela. Estuvo presente también, junto con sus parientes, en la conquista de Orán (1509), donde tuvo una destacada participación al frente de la infantería, pero parece exagerado considerarlo único o principal introductor de aquellos procedimientos en el Ejército real porque, pese a su proximidad al Rey y al secretario Miguel Pérez de Almazán, no consiguió una situación estable como consejero político y militar, debido tal vez a su independencia de criterio y libertad en la expresión en asuntos tales como los rigores de la Inquisición, el peso de los impuestos o la necesidad de activar las guerras de conquista en el norte de África. Además, en 1506 tomó partido por Felipe I y apoyó las quejas de los cordobeses contra los excesos del inquisidor Diego Rodríguez Lucero, formando parte de una diputación enviada por Córdoba a la Corte. Cuando regresó a Castilla, Fernando el Católico no accedió a sus peticiones de ser nombrado regidor, fiel y obrero de Córdoba, perdió su capitanía de la guardia real y la merced anual de quinientas fanegas de trigo que tenía situada en Porcuna; sólo conservó el oficio de cronista real y vivió apartado de la Corte, aunque continuó su relación epistolar con el secretario Pérez de Almazán. Fijó su vecindad en Palencia, donde se había casado en 1507 con Isabel Vázquez, doncella hidalga de veinticinco años de edad bien provista de dote y rentas.
Durante aquellos años, hasta 1519, redactaría su crónica y algunas obras particulares como la titulada Ávila del Rey. Muchas hystorias dignas de ser sabidas que estauan ocultas, impresa en Salamanca aquel año, tal vez la muestra más antigua en Castilla de un género, la historia de ciudades y de sus principales familias, que daría muchos frutos en los tiempos siguientes. Puso luego Ayora sus conocimientos políticos y su prestigio personal al lado de los comuneros, en 1520, aunque manteniendo un espíritu conciliador, y aquello le trajo la desgracia definitiva, puesto que Carlos I, después de vencer a los rebeldes, no lo incluyó entre los indultados y mantuvo su condena a muerte: se exiló en Portugal, donde murió hacia 1538 después de un intento para regresar a Castilla, desde Aragón, en enero de 1536, que el Emperador impidió, recordando que había sido “comunero liviano y un gran bellaco”, pero, sin duda, la vida y la obra de Gonzalo de Ayora merecen hoy memoria mucho mejor.
Obras de ~: Petri Monti. De diagnoscendis hominibus. Libri VI, interpreta ex hispanico G. Ayora cordubensi, Mediolani, Antonium Zarotum, 1492; De Conceptione Inmaculata, Milano, 1492; Relación de la toma de Mazalquivir, carta al rey Fernando, de 15 de septiembre de 1505 (en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, t. XLVII, Madrid, Viuda de Calero, 1847); Ávila del Rey. Muchas hystorias dignas de ser sabidas que estauan ocultas. Sacadas y ordenadas por Gonçalo de Ayora de Córdova, capitán y coronista de las Cathólicas Majestades [...], Salamanca, 1519; Cartas al rey don Fernando, en el año 1503, desde el Rosellón, sobre el estado de la guerra con los franceses, dalas a luz D.G.U., Madrid, Imprenta de Sancha, 1794.
Bibl.: D. Clemencín, Elogio de la reina católica doña Isabel, Madrid, Real Academia de la Historia, 1821; J. Almirante, Bibliografía militar de España, Madrid, Manuel Tello, 1876; E. Cat, Essai sur la vie et les ouvrages du chroniqueur Gonzalo de Ayora suivi de fragments inédits de la chronique, Paris, E. Leroux, 1890; C. Fernández Duro, “Informes”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, XVII (1890), págs. 433-475; R. Ramírez de Arellano, Ensayo de un catálogo biográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1922; M. A. Ortí Belmonte, “Biografía de Gonzalo de Ayora”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba, XXVII/74 (1956), págs. 5-26; M. Á. Ladero Quesada, “Gonzalo de Ayora y el asedio de Salsas en 1503”, en L. Suárez Fernández y C. Manso Porto (dirs.), Isabel la Católica en la Real Academia de la Historia, Madrid, Real Academia de la Historia-Ediciones Doce Calles, 2004, págs. 274-276.
Miguel Ángel Ladero Quesada