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Manuel Rivadeneyra

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Biografía

Rivadeneyra, Manuel. Barcelona, 9.X.1805 – Madrid, 31.III.1872. Impresor y editor.

Hijo de Cayetano Rivadeneyra, que fue encarcelado durante la Guerra de la Independencia y que terminaría emigrando a Francia para instalarse en una pequeña localidad próxima a Burdeos, nació en Barcelona el 9 de octubre de 1805. En Francia cursó los estudios primarios en una escuela gratuita, aprendió la lengua francesa y estudió pilotaje de barcos. A punto estuvo de embarcarse en un buque con destino a América, pero al suspenderse el viaje renunció a esta dedicación profesional y empezó a trabajar como cajista, lo que le serviría para adquirir notables conocimientos de todas las materias relacionadas con la imprenta. Tras el regreso de la familia a Cataluña en 1821, Manuel Rivadeneyra abandonó Barcelona para viajar a Cádiz, en donde trabajó como cajista y aprendió de nuevo el español, idioma que prácticamente había olvidado durante su estancia en Francia. De Cádiz pasó a Sevilla, en donde estuvo trabajando en la imprenta del periódico El Universal, pero pronto dejó esta ciudad por las continuas revueltas políticas que se sucedieron tras la restauración absolutista de Fernando VII en 1823. Emprendió un penoso viaje hasta Madrid plagado de incidentes, alguno de los cuales a punto estuvo de costarle la vida. En la capital de España trabajó durante un breve período en la Imprenta Real y poco tiempo después, cuando contaba diecinueve años, decidió trasladarse a Francia e instalarse en París. En esta ciudad trabajó, entre otras, en la famosa imprenta Didot. En Francia prestó durante algún tiempo sus servicios como secretario a Javier de Burgos y también desempeñó el oficio de corrector en una imprenta de Burdeos. En 1826 se trasladó a Londres y en 1829 a Ginebra. Tras su paso por Francia, Bélgica, Inglaterra y Suiza, regresó a España en 1829 y se estableció de nuevo en Barcelona. Trabajó durante algún tiempo en la imprenta de José Torner, en cuyo establecimiento hizo amistad con Antonio Bergnes de las Casas, con quien, entre otros, fundaron una imprenta dirigida durante cuatro años por el propio Rivadeneyra y en la que se publicaron destacados títulos, especialmente traducciones de obras extranjeras, entre 1830 y 1835, así como la revista El vapor, aparecida en 1833.

Sus inquietudes políticas le empujaron a participar como capitán de un batallón contra los carlistas y a apoyar las revueltas de Barcelona contra los realistas, pero muy pronto abandonó las luchas políticas para trasladarse de nuevo a Madrid. Es en esta época cuando comienza a acariciar la idea de lo que después sería su gran proyecto, la Biblioteca de Autores Españoles, colección en la que pretendía agrupar las joyas de la literatura española, cuyas obras en muchos casos se encontraban agotadas, dispersas o eran de difícil localización. Para financiar este proyecto, y apoyado en su carácter ambicioso y emprendedor, partió desde Tarragona rumbo a Montevideo el 20 de diciembre de 1837. En Buenos Aires permaneció el tiempo imprescindible para preparar su viaje a Santiago de Chile, ciudad en la que se estableció en el mes de julio de 1838, trabajando en la única tipografía existente en la capital chilena. A los pocos meses encontró un socio capitalista, y tampoco transcurrió demasiado tiempo hasta que consiguió convertirse en dueño único del negocio y comenzar a amasar una pequeña fortuna.

A finales de 1840, poseía una imprenta en Santiago de Chile y otra en Valparaíso, fundó el periódico El Mercurio y editó algunas obras de escritores españoles.

Sería en Chile también en donde conocería a su futura mujer, Nieves Sánchez. En octubre de 1842 embarcó en un buque para iniciar su viaje de regreso a España, acompañado de su mujer y de su hijo Adolfo, y con una notable fortuna. Después de recorrer parte de la costa americana en un buque de vela, llegó a San Juan de Puerto Rico y desde allí inició su viaje a España pero haciendo antes escalas en Cuba, Inglaterra y Francia. La última etapa fue desde la localidad francesa de Marsella hasta Barcelona, ciudad a la que llegó a finales del año 1843. Lógicamente, todo este periplo viajero, y sus anteriores estancias en diversos países europeos, le servirían para adquirir una notable experiencia en el negocio de la edición, que posteriormente desplegó en España poniendo en marcha novedosas iniciativas en comparación con las tradicionales formas del negocio editorial tradicional, muy anclado aún en prácticas casi artesanales.

Tras su regreso a España, se trasladó pronto de Barcelona a Madrid al considerar que la capital española era un lugar más propicio para poner en práctica su acariciado proyecto, la citada Biblioteca de Autores Españoles, similar al que emprendió y no consiguió llevar a buen puerto el impresor Antonio Sancha. Para este proyecto era preciso contar con un hombre que conociese en profundidad la historia de la literatura española, y la persona designada para esta función fue el escritor Buenaventura Carlos Aribau, su amigo y socio en la imprenta La Publicidad, de la que Rivadeneyra fue nombrado director. En esta imprenta vería la luz en 1846 el primer tomo, Obras de Miguel de Cervantes Saavedra, de la citada colección, que, lamentablemente, no tuvo demasiada aceptación. Se criticó el tamaño del libro, la letra demasiado pequeña y el elevado precio de venta. Un proyecto tan ambicioso exigía un fuerte desembolso económico para la composición, tirado y papel, y para el pago de los autores que comentaban y anotaban cada una de las ediciones. Su intención era abaratar los costes iniciales incluyendo en cada página la mayor cantidad posible de texto, ya que había comenzado a utilizar una nueva técnica de impresión, la estereotipia, consistente en producir un molde de cada una de las páginas en previsión de futuras reimpresiones para las cuales ya no sería necesario componer de nuevo el texto. Cuando se publicó el tomo noveno, los gastos superaban con creces a las ganancias y los recursos económicos se agotaban. Si seguía esta espiral, la continuidad de la colección corría serio peligro. Solicitó a su amigo Nicolás González que prosiguiese con sus proyectos editoriales y de nuevo volvió a cruzar el Atlántico con la intención de difundir en América su nueva colección. Partió de Liverpool a comienzos de 1848 con rumbo a Buenos Aires, ciudad desde la que se dirigió de nuevo a Santiago de Chile. Utilizando los contactos establecidos durante su anterior estancia en la capital chilena intentó demostrar la utilidad de financiar su ambicioso proyecto, dirigió numerosas misivas y alcanzó recomendaciones de importantes personajes de todas las repúblicas hispanoamericanas, recurriendo también a la venta de libros en la pequeña librería que había abierto en Santiago de Chile. Además, inició un viaje de año y medio de duración por las repúblicas de Chile, Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Granada, Panamá, Costa Rica, Honduras, Guatemala y México, en el que consiguió un importante número de suscriptores para la Biblioteca de Autores Españoles. Antes de su regreso definitivo a España en 1850 emprendió un viaje por Estados Unidos y Canadá.

En 1850 se deshizo la sociedad La Publicidad y Rivadeneyra se convirtió en dueño de una pequeña imprenta, que le serviría como fuente de financiación para seguir publicando la Biblioteca de Autores Españoles, ya que las remesas que tenían que llegar procedentes de las ventas en Hispanoamérica, aunque las ventas fueron considerables, se convirtieron en una pequeña estafa por parte de los corresponsales encargados de la distribución de los tomos. Pensó en regresar de nuevo a América para obtener fondos que impidieran el fracaso de la colección, pero finalmente desistió. También recibió la ayuda, por la mediación de su amigo José Gutiérrez de la Vega, del entonces director general de Infantería, Fernando Fernández de Córdoba, como queda demostrado en la dedicatoria del tomo 23 de la colección, que pronto alcanzaría el volumen número 33, aunque la falta de perspectivas profesionales y la casi inactividad editorial de nuevo le hicieron tomar en consideración la posibilidad de embarcarse de nuevo hacia América. La ayuda definitiva llegaría en 1856 de la mano del diputado Cándido Nocedal, quien sin apenas conocer al editor de la Biblioteca de Autores Españoles, presentó una proposición en las Cortes solicitando que el Gobierno adquiriese ejemplares de la colección con destino a diferentes organismos públicos, moción que fue aprobada, tras el discurso en el pleno del propio Nocedal, el 16 de enero de 1856 por ciento noventa y nueve votos a favor y treinta y dos en contra. En el testimonio de gratitud de Rivadeneyra hacia el citado político español, al que convirtió en albacea testamentario y tutor de su hija, que aparece en la dedicatoria del tomo 38, define en los siguientes términos la aventura editorial de la colección: “verdaderamente nacional, concebida con más fe que recursos, acometida con más decisión que fuerza, seguida con más perseverancia que buena fortuna y coronada con más aplausos que productos materiales”. Pronto se quiso embarcar en un proyecto igual de ambicioso que la colección de sus desvelos cuando pretendió acometer la publicación de un diccionario biográfico universal, empresa que terminaría abandonando ante la buena marcha de su negocio y las enormes dificultades que entrañaba su nuevo empeño. Ahora su negocio generaba suficientes beneficios que le permitieron publicar otras obras con notable calidad tipográfica, como fue la edición en 1863 de las obras completas de Cervantes, en doce tomos, o la impresión de una edición del Quijote en 16.º, impresas ambas en la casa que supuestamente había sido la prisión de Cervantes en la localidad manchega de Argamasilla de Alba, para lo que tuvo que trasladar no sólo las prensas sino también al personal especializado correspondiente. También obtuvo notables beneficios económicos y un fuerte impulso para su imprenta cuando consiguió un contrato para la impresión de las publicaciones de la Compañía de ferrocarriles Madrid-Zaragoza-Alicante.

Sus trabajos y la edad no le impidieron continuar con su afición a los viajes y recorrió toda Europa y parte de Asia. En 1867 inició un viaje familiar a Jerusalén, con prolongación hasta el Mar Muerto y Damasco.

En 1868 hizo un viaje a Islandia, pero cuando se encontraba en la ciudad escocesa de Glasgow un ataque de asma le hizo desistir y a su regreso a Madrid vendió la imprenta y se dedicó a una vida tranquila y hogareña, en la que únicamente se dedicó profesionalmente a buscar la fórmula más idónea para finalizar la Biblioteca de Autores Españoles. El proyecto inicial de la colección estaba pensado en treinta y tres volúmenes, pero el número creció primero hasta los cincuenta y, posteriormente, gracias a la inyección de dinero obtenida de las Cortes, Rivadeneyra consideró que podría ampliarse hasta los ochenta tomos, a los que habría que añadir otros seis con los textos escogidos de autores franceses, italianos y portugueses, más un índice general que pondría fin a la colección.

Pero antes de que culminase este gigantesco proyecto, cuando se estaba concluyendo la impresión del tomo 66, falleció Manuel Rivadeneyra, siendo su hijo, Adolfo Rivadeneyra, quien, finalmente, pondría fin a la colección al comprometerse únicamente a publicar los tomos ya encargados, que llegaban hasta el número 70, al que añadió un último volumen 71 con los índices generales. En la Biblioteca de Autores Españoles se encuentran representados los más importantes escritores de la literatura española. Al éxito de la colección contribuyeron también los excelentes colaboradores de los que supo rodearse Rivadeneyra, como fueron Hartzenbusch, Agustín Durán, Cayetano Rossell, Mesonero Romanos o Pascual de Gayangos.

No obstante, la calidad de los diferentes tomos es muy desigual. Menéndez Pelayo, cuando anunció su propósito de continuar la colección, a la que llamaría Nueva Biblioteca de Autores Españoles, dedicó las siguientes palabras a la obra emprendida por Rivadeneyra: “no son pocos, por desgracia, los [textos] que han sido arbitrariamente retocados, corregidos y, a veces, modernizados por los colectores [...] No todos los eruditos empleados en ella mostraron el mismo celo y conciencia; pero en conjunto la empresa fue altamente meritoria [...] Mucho falta en la Biblioteca, pero si no existiese, sería, para la mayor parte de las gentes, tierra incógnita la antigua literatura castellana, que, mercede a ella, dejó de ser patrimonio exclusivo de los bibliófilos y entró en la circulación general”.

Además de esta notable colección, que absorbió en gran medida su dedicación profesional, dio a la imprenta otras ediciones notables, como son, por ejemplo, las obras completas de Cervantes, las poesías del duque de Frías, el Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos, de Bartolomé José Gallardo, o la serie Reyes contemporáneos, impresa entre 1851 y 1854. Alternó este tipo de publicaciones con ediciones de carácter popular, como los famosos Cuentos para la infancia.

En definitiva, supo alternar las ediciones de lujo con papel de gran calidad, amplios márgenes e ilustraciones calcográficas con las ediciones sencillas, sin alardes ni ilustraciones pero de gran corrección tipográfica.

El volumen de su negocio queda reflejado en el número de operarios, aproximadamente ciento treinta, que tenía en 1880 la editorial e imprenta creada por Manuel Rivadeneyra. Su labor sería continuada primero por sus sucesores y, posteriormente, se reconvertiría, mediante diferentes fórmulas asociativas, en una empresa industrial, que perdió totalmente su carácter familiar original.

Padre de dos hijos, Adolfo y Manuela, corresponden al primero las siguientes palabras dedicadas a reflejar la personalidad de su progenitor: “en religión era escéptico, como suele serlo todo hombre pensador [...] Su carácter era vivo, arrebatado a veces [...] fue por la vehemencia de su genio a rompimientos que luego deploraba [...] Tenía inteligencia recta y clara, y un sentido práctico poco común [...] Era de trato ameno, de conversación variada e interesante, pues si bien no pudo dedicarse al estudio tanto como deseara, en cambio tomaba apuntes de cuanto leía u oía, logrando de esta suerte acumular multitud de noticias, que le permitieron alternar con personas de saber [...] Sus pasiones eran viajar y trabajar, sus placeres, los de la mesa, su defecto, la volubilidad de genio, su cualidad, el agradecimiento y la caridad [...]”.

Un año antes de morir fue condecorado con la Gran Cruz de Isabel la Católica, por la intermediación del antiguo director general de Obras Públicas, Eduardo Saavedra. Rivadeneyra, que no había padecido prácticamente ningún tipo de enfermedad durante toda su vida, salvo los ataques de reuma que le mortificaron durante su estancia en América, empezó a padecer en 1860 una insuficiencia coronaria que terminaría afectándole al pulmón y provocándole graves crisis asmáticas que, finalmente, provocarían su muerte el 31 de marzo de 1872.

Rivadeneyra fue, junto con Hernando, el gran impresor y editor español del siglo xix. Puede ser considerado un auténtico editor moderno, preocupado por la organización sistemática de la producción editorial, receptivo con las innovaciones técnicas y empeñado en la difusión de las obras salidas de su taller mediante folletos publicitarios, anuncios insertados en la prensa y presentaciones de libros. Fue un hombre con una biografía agitada, un auténtico emprendedor y un verdadero autodidacta que llegó a adquirir una vasta cultura.

 

Bibl.: A. Rivadeneyra, “Noticia biográfica de Don Manuel Rivadeneyra”, en I. Rossell y Torres, Biblioteca de autores españoles desde la formación del lenguaje hasta nuestros días: índices generales, Madrid, Rivadeneyra, 1880, págs. V-XXIII; P. Grases, “Manuel Rivadeneyra (1805-1872), impresor i editor a Xile”, en 1eres Jornades dÉstudis Catalano-Americans, juny 1984, Barcelona, Comissió Catalana del Cinqué Centenari del Descobriment d’Amèrica, 1985, págs. 215-221; H. Escolar Sobrino, El compromiso intelectual de bibliotecarios y editores, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1989, págs. 117-136; J. A. Pérez-Rioja, La edición de libros en el Madrid isabelino (1833-1868), Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1993; H. Escolar Sobrino (dir.), Historia ilustrada del libro español, vol. 3, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1996, págs. 67-69; H. Escolar Sobrino, Historia del libro español, Madrid, Gredos, 1998, págs. 232- 234; J. A. Martínez Martín, Historia de la edición en España (1836-1936), Madrid, Marcial Pons, 2001.

 

Fernando de la Fuente arranz

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