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Juan de Haro y Sanvítores

Biografía

Haro y Sanvítores, Juan de. Medina del Campo (Valladolid), 3.II.1565 — San Juan (Puerto Rico), 26.II.1632. Militar, político, caballero de la Orden de Santiago.

Hijo segundo de Juan de Haro y Loarte —natural de Medina del Campo, capitán de la compañía de Guardas de Castilla del Marqués del Carpio, gobernador de Vélez Blanco durante la Guerra de las Alpujarras (1568-70), desde donde socorrió, el 10 de noviembre de 1568, a la fortaleza de Oria, asediada por los moriscos de Al-Maleh— y de Inés de la Peña Sanvítores, natural de Burgos, ambos “tenidos y reputados por hijosdalgo de sangre, según los fueros y costumbres de España” (exp. de pruebas de Santiago, n.º 3821). Aunque no llegó a conocer a su abuelo paterno, Sebastián de Haro, muerto en 1554, gentilhombre de la boca del Emperador y su acemilero mayor, los notables servicios militares y diplomáticos de éste —sobre los que se extiende el redactor de relación de méritos de su nieto— influyeron en su carrera, en la que también hubo de tener algún peso su hermano mayor, el secretario real Sebastián de Haro, de quien Luis Cabrera de Córdoba (Relaciones de la cosas [...], 1857) afirma que era sobrino del consejero de Hacienda y secretario único del Consejo de Guerra, Esteban de Ibarra y Emparán (fallecido en 1610).

En Flandes no superó la graduación de alférez (que tenía en 1588), porque no consta que recibiera compañía, hallándose en las conquistas de Cambrai (1595), Calais y Ardres (1596). En 1599, obtuvo licencia para regresar a España, pasando a servir en la Armada de la Mar Océano, con base en Cádiz. Su relación de méritos trata muy sucintamente aquel lustro de su vida (1599-1604), señalando que se embarcó en ella en todas las salidas que hizo, y cuando se abordó con el navío León Dorado fue uno de los que entraron en él y peleó hasta que por fuerza de las armas le rindieron; y en otra ocasión semejante, siendo capitán, abordó con la almiranta del enemigo y la rindió con mucho valor por lo cual su general le dio las gracias”. El nombre del buque apresado era muy corriente en la nomenclatura naval de casi todos los países de cierta tradición marítima. La “Armada Invencible” incluía un patache de tal nombre, que tuvo enfrente al Golden Lion, el más longevo y famoso de los de tal nombre en la época, botado en 1557 —cuando Felipe II era Rey consorte de Inglaterra—, que permaneció activo hasta 1609. También Francia tuvo varios Lion Doré, pero se trata aquí del galeón holandés Gulden Leew, sobre el cual embarcó como capitán, en mayo de 1599, el futuro almirante Joachim Hendriks —que no guarda ningún parentesco con el Hendrikszoon que se menciona adelante— formando parte de la flota con la que el almirante Pieter van der Does tomó e incendió Las Palmas de Gran Canaria el 28 de junio del mismo año, atacando posteriormente a la Gomera, Santo Tomé y Annobón antes de retornar a su base en enero de 1600 (Kok, 1796). Éste fue el navío que, escoltando a dos mercantes, fue abordado y capturado el 16 de octubre de 1600, a la altura del cabo de Santa María, por cuatro galeras españolas —llamadas Santa Bárbara, San Juan, San Jacinto y Padilla— que, bajo el mando del conde de Buendía, acabaron apoderándose de los tres buques holandeses, obteniendo un importante botín (Col. Vargas Ponce, 1979). Es de creer que tan notable hecho de armas le valiera su promoción a capitán de Infantería de la Armada, que ya gozaba en el siguiente abordaje que refieren sus servicios, anterior a 1604, aunque imposible de elucidar por la insuficiencia de la información aportada.

En febrero de 1605 zarpó de Sanlúcar de Barrameda, como capitán de una compañía del Tercio de Galeones de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias, en la última carrera en que sus ocho compañías carecieron de gobernador, empleo equivalente al de los maestres de campo de Infantería, aunque dotado de menor sueldo (casi la mitad) y mayor discontinuidad funcional, ya que podía renovarse en cada partida de las flotas. Iba embarcado en la Armada de Tierra Firme a cargo del general Luis Fernández de Córdoba, en la que fungía también el cargo de capitán de mar y guerra del galeón San Gregorio. Durante el tornaviaje, en la derrota de Cartagena de Indias a La Habana, la armada fue sorprendida por un huracán caribeño que la arrojó sobre los temibles bajíos de la Serrana y la Serranilla, 292 millas náuticas al Sureste de las islas Caimán, donde se perdieron cinco galeones, incluyendo la capitana y la almiranta, y dos pataches. Aunque logró evitar el arrecife, su buque estaba desarbolado, debiendo aparejarlo con bandolas para darle alguna movilidad; pese a ello, rastreando la zona, consiguió localizar otros dos galeones, entre ellos el gran San Martín, de la Armada Real. Por acuerdo de los capitanes, enarboló el pendón almirante y arrumbó a la isla de Jamaica, donde se repararon de emergencia y pudieron alcanzar La Habana, en cuyo arsenal perfeccionaron las naves, regresando a Cádiz en octubre de 1606 con 3,5 millones de pesos en sus bodegas, las 2/3 partes de los cuales se salvaron en el suyo. Aquel importante servicio le fue recompensado, el año 1607, con el nombramiento de gobernador del Tercio de la Armada de la Guarda, como revela el expediente de Diego González de Mendoza (G. Morón, 1971). Se ignora cuánto tiempo lo fungió ni en el curso de cuáles viajes, ya que Caballero Juárez (2001) registra en muy pocas ocasiones este empleo, tercero en la jerarquía de mando de las flotas de la Carrera.

El 6 de septiembre de 1614, tras haber servido el cargo de comisario de una leva de reclutas, fue designado gobernador y capitán general de la Nueva Andalucía, hacia donde embarcó en marzo del año siguiente. Dicha provincia —una de las cinco establecidas sobre el territorio de la actual república venezolana— dependía de la Audiencia de Santo Domingo y limitaba al Norte con la de la isla Margarita, al Oeste con la de Venezuela, al Este con la de Trinidad y Guayana y al Sur con los Llanos del Orinoco, dominados por hostiles tribus caribes. Su población total apenas superaba el medio millar de españoles de todas las edades y sexos, concentrándose en tres poblados: Cumaná, San Felipe (hoy Cariaco) y Cumanagoto (hoy Barcelona), en cuyos aledaños existían pequeños núcleos de indios cristianizados o “amigos”. Pero la población hostil que los circundaba, pertenecientes a las tribus Píritu, Cumanagoto, Chacopata, Characuar, Topocuar, Core y Palenque, de etnia y lengua caribe, se estimaba en seis mil indígenas (Memorial de Cumaná, San Felipe y Cumanagoto, c. 1618). Dicho documento cifra en ciento sesenta el número de varones adultos en las tres “ciudades” mencionadas, y en ochocientos el número de españoles que habían perecido a manos de los caribes en los últimos quince años, época en la que Guillermo Morón (1971: 367), citando una “información de Garcí-González de Silva de 1620”, constata la desaparición de seis pueblos españoles en Nueva Andalucía, cuyos nombres y emplazamientos identifica. La situación que describe el memorial era verdaderamente angustiosa y amenazaba muy seriamente la supervivencia de la provincia, para cuya conservación se pedía al Rey que enviase “a ella de presente hasta cien hombres que traten de labrança, y críança, con sus casas, y familias, que es la cantidad mas moderada que a V. M se suplica”. En tales circunstancias, Haro ordenó prontamente (1615) el traslado del pueblo de San Felipe de Austria desde su primitivo emplazamiento al fértil valle del río Cariaco, en el extremo oriental del golfo de su nombre, en cuya embocadura se hallaba la capital, Cumaná, 70 kilómetros al Oeste, favoreciendo tanto el desarrollo agrícola de la nueva población como su comunicación marítima con la capital, más rápida y segura.

Por las mismas razones, tres años después ordenó trasladar el poblado de San Cristóbal de los Cumanagotos junto a la desembocadura del río Neverí, unas 40 millas náuticas al oeste de Cumaná, donde todavía se mantiene con el nombre de Barcelona, tercero y último de los emplazamientos que conoció desde su fundación en 1585. Por último, en 1619, con el primer refuerzo que recibió de España, envió a Jerónimo de Campos, veterano capitán de conquista de la provincia, a fundar un nuevo asentamiento en Matruco, junto al Río Güere, afluente del Unare, unos 40 kilómetros al oeste de Cumanagoto, evidenciando su política de ensanchar la provincia hacia los límites con la de Venezuela, poblándola en lugares próximos a la costa para facilitar sus comunicaciones y evitando el conflictivo interior, cuya infructuosa conquista tantos quebrantos había causado desde la lejana y estéril victoria de Cobos sobre el cacique Apaicuare (1585).

El 20 de junio de 1618, en un amplio informe, Juan de Haro daba cuenta al Rey de la incursión de Walter Raleigh —a quien llama Guatarral— en Santo Tomé de Guayana, sobre la margen derecha del Orinoco, que se apoderó del lugar el 13 de enero de aquel año, abandonándolo —tras incendiarlo— el 12 de febrero, hecho que él no conoció hasta el 24 del mismo mes.

Pese a las dificultades, organizó una expedición de socorro que cubrió los 280 kilómetros que separaban aquella ciudad de Cumaná, atravesando los peligrosos Llanos señoreados por caníbales, aportándole a su regreso (17 de abril) las noticias que trasladó al Rey. Por entonces, desde Puerto Rico a Cartagena, pero especialmente las islas de la Trinidad y Margarita y demás posesiones españolas en las Antillas y Tierra Firme, se hallaban estremecidas ante la presencia del pirático lord inglés con una flotilla de once naves, cinco de ellas gruesas, previniendo sus defensas ante presumibles nuevos golpes de mano. En cambio, Haro, tras desmenuzar en un análisis brillante, no exento de altura expositiva, toda la información acopiada sobre aquel suceso, concluía que “asi me persuado que él (Raleigh) no halló cosa ninguna, ni tanta facción importa porque no tiene fuerzas para ello y me parece que no hay que dar cuidado a este ladrón. Este es mi parecer; otros habrá que le den más acertado y, en todo lo que toca al servicio de V.M., lo quisiera yo ser”. Como supo entrever, Raleigh regresó a Inglaterra con sus cinco naves propias, desavenido con el resto de aventureros a quienes había prometido “montañas de oro”. Intentó huir a Francia, pero fue detenido y ejecutado en la Torre de Londres, el 29 de octubre de aquel mismo año.

En su residencia, fue acusado por los oficiales reales de la provincia, a quien él había denunciado al redactar la de su antecesor, de dieciséis cargos que su juez y sucesor, Diego de Arroyo, redujo a nueve. El Consejo sólo le condenó en cuatro, pero rebajando la cuantía de la sanción impuesta por Arroyo en tres de ellos.

Como afirma quien la estudió, tales faltas podían describirse como “desinterés por ciertos asuntos, es decir, pecados de omisión”, que no obstaron para que fuera reputado de bueno y honrado gobernador.

No pocos historiadores —Alejandro Tapia (1854), Enqueta Vila (1974) y Carlos Iturriza (1973), entre otros— señalan que entre su regreso de Cumaná y marcha a Puerto Rico, volvió a mandar el tercio de galeones de la Carrera de Indias, noticia que carece de todo fundamento. El 15 de octubre de 1622, el mismo día en que el Consejo de Indias dictaba sentencia sobre su residencia de Cumaná, cuyo fallo aguardó en Madrid, presentó ante la Secretaría de dicha institución su relación de méritos actualizada, basamento imprescindible para acceder a futuros cargos políticos. Liberado de obligaciones, regresó a Medina del Campo; de ahí que testigos tan jóvenes como el regidor Juan Luis de la Peña, de cuarenta años, o el caballero santiaguista Antonio de Lago, de veintisiete, que depusieron en sus pruebas, afirmaran conocerle “de trato y conversación”. Allí aguardaría la oferta de un nuevo destino, sin necesidad de desplazarse a la Corte donde contaba con el apoyo de su hermano.

Andrés de Almansa (Novedades de esta Corte, 1886), en una carta fechada el 12 de marzo de 1623, refiere que al publicarse los empleos para “la Armada de Indias deste año de 1623”, el cargo que se le ofreció fue el de sargento mayor del Tercio de Galeones, que rechazó.

Aquel año ejerció como gobernador del Tercio el capitán Antonio Sarmiento de Acuña, pero tampoco Juan de Haro pudo serlo el siguiente, dado que aquella armada zarpó de Cádiz el 14 de julio de 1624 y, tras invernar en La Habana, no regresó hasta noviembre de 1625 (Caballero Juárez, 2001). Para entonces, Juan de Haro había sido ya promovido al gobierno de Puerto Rico, por título expedido el 6 de abril de 1625, del cual tomó posesión el 29 de agosto del mismo año.

El 24 de septiembre, cuando aún no había completado un mes de mandato y se hallaba empeñado en la residencia de su antecesor, Juan de Vargas y Asejas —hijo del general Alonso de Vargas, general de la Caballería de Flandes y de España, capitán general de Aragón en tiempos de su revuelta—, se avistó a la armada holandesa del almirante Balduino (Boudewijn) Hendrikszoon, a quien la literatura coetánea cita como Boudoyno Henrico. Los diecisiete buques holandeses forzaron intrépidamente la bocana del Puerto de San Juan, soportando el fuego cruzado de la fortaleza del Morro y la torre del Cañuelo (25 de septiembre), y tras desembarcar el día siguiente ochocientos hombres entraron en San Juan, abandonada por sus habitantes. Juan de Haro, refugiado con trescientos cincuenta hombres en el Morro hizo una defensa memorable, desestimando una oferta de rendición (30 de septiembre) y causando numerosas bajas al enemigo mediante audaces salidas contra las trincheras enemigas (4, 5 y 6 de octubre), hasta recobrar el 15 la isla del Cañuelo y rechazar los ulteriores intentos holandeses para reconquistarla.

Hendrikszoon, comprendiendo que no podría forzar su resistencia, comenzó el 19 a embarcar el producto de la escasa rapiña de San Juan y el 21 intentó negociar un rescate para librar a la villa de las llamas. Ante la negativa de Haro, la incendió el 22, reembarcando el mismo día a sus hombres.

La guarnición y los vecinos, más preocupados en la extinción del fuego, no pudieron estorbar su retirada; sin embargo, la armada enemiga permaneció en la bahía hasta que, con viento favorable, comenzaron a franquear la salida escalonadamente (1 y 2 de noviembre), ante un intenso fuego artillero que hundió un navío enemigo, desarboló a otro —que no pudieron remolcar— y dañó seriamente a los restantes.

Por su heroico comportamiento, Felipe IV le concedió el hábito de Santiago, una pensión de 400 ducados anuales y otros 2.000 ducados adicionales a pagar de una vez (25 de agosto de 1626). Su gestión en la isla estuvo consagrada a la reedificación de la capital y de sus defensas, pero en su residencia, iniciada en agosto de 1631 por su sucesor, Enrique Enríquez de Sotomayor, afloraron una serie de anomalías que Enriqueta Vila (1974: 90-91) refiere con algún detalle, prejuzgando una implicación no suficientemente acreditada, ni siquiera en el supuesto más grave: el asunto del situado de Veracruz. Ante lo abultado de los cargos, el juez decretó el embargo de sus bienes y los de su esposa, Ana de Mendoza, a finales de 1631.

Ninguno pudo sufrir la afrenta y ambos fallecieron en San Juan, primero la esposa y ocho días después, “el primer jueves de Cuaresma”, Juan de Haro. Sabiendo que el domingo de carnestolendas de aquel año fue el 22 de febrero, fecha prevista para el juramento del príncipe Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV, resulta sencillo establecer su muerte el jueves 26 de febrero de 1632, segundo día de la expiación cuaresmal. Fue sepultado en la iglesia de Santo Tomás de Aquino, en San Juan, que todavía existe, aunque al presente bajo la advocación de San José.

La sentencia del Consejo, fallada en 1635, le condenó en catorce de los treinta cargos incriminatorios de la residencia de Enríquez de Sotomayor —pese a que no pudo presentar descargos—, tan exagerada en aspectos formales (fue condenado a ir preso al Consejo un año después de su fallecimiento) como en el fondo de la cuestión, dado que la multa finalmente impuesta a su hija y heredera, que recuperó los bienes paternos, Graciana de Haro y Mendoza —esposa del contador Miguel de Chávarri—ascendió a 2.000 ducados, por lo que el daño probado a la Hacienda Real no superó el derecho de cobro de aquella recompensa que mereció por su bregada defensa del Morro.

Da la sensación de que, como en tantas otras ocasiones, la tupida red de intereses y el clientelismo loca les, su fuerte corporativismo y la frecuente inquina personal de los oficiales reales —residentes estables en América— contra sus gobernadores transitorios, a menudo vistos como intrusos, propiciaron las desmesuradas iniciativas que aparejaron el deshonor y la muerte de un militar acreditado por su valor, intelecto, capacidad, iniciativa y dotes de organización y de mando.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Indiferente, 111, n.º 37, Relación de Méritos y servicios de Juan de Haro, Madrid, 15 de octubre de 1622; Contratación, 5793, lib. 1, fols. 130v.-132, Nombramiento de Juan de Haro como Gobernador y Capitán General de Nueva Andalucía (Cumaná), San Lorenzo, 6 de septiembre de 1614; Contratación, 5344, n.º 26, Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de Juan de Haro, capitán general de la provincia de Cumaná, Sevilla, 14 de marzo de 1615; Santo Domingo, 869, lib. 7, fol. 8v., Real cédula a Juan de Haro, gobernador y capitán general de Cumaná y Nueva Andalucía, ordenándole remitir mil ducados a la Casa de la Contratación de Sevilla, como importe de ciertas armas y municiones que tiene pedidas y de las que ha de dar acuse de recibo, Madrid, 25 de enero de 1616; Santo Domingo, 187, r. 5, n.º 33, Carta de Juan de Haro al Rey, informándole sobre el ataque y toma de Santo Tomé de Guayana por sir Walter Raleigh, Cumaná, 20 de junio de 1618; Contratación, 5788, lib. 2, fols. 302v.-305, Nombramiento de Juan de Haro como Gobernador, capitán general y alcaide de la fortaleza de Puerto Rico, Aranjuez, 6 de abril de 1625; Contratación, 5392, n.º 39, Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de Juan de Haro, gobernador, capitán general y alcaide de la fortaleza de Puerto Rico, Sevilla, 4 de julio de 1625; Escribanía, leg. 697-A, Residencia de Juan de Haro, gobernador de Cumaná, por Diego de Arroyo, 1620; Escribanía, leg. 1188, Sentencia de la residencia de Juan de Haro, goberador de Cumaná, 15 de octubre de 1622; Escribanía, leg. 122-A, Residencia de Juan de Haro, gobernador de Puerto Rico, por Enrique de Sotomayor, iniciada en 1631 y concluida el 4 de febrero de 1633; Escribanía, leg. 1188, Sentencia de la residencia de D. Juan de Haro, gobernador de Puerto Rico, 1635; Archivo Histórico Nacional, Santiago, exp. n.º 3821, Órdenes Militares, Expediente de pruebas para el título de caballero en la Orden de Santiago de Juan de Haro y Sanvítores, natural de Medina del Campo, Madrid, 1 de julio de 1627; Real Academia de la Historia, Misceláneas, Relación de la entrada y cerco del enemigo Boudoyno Henrico, general de la armada del príncipe de Orange en la ciudad de Puerto Rico de las Indias; por el licenciado Diego de Larrasa, teniente auditor general que fue de ella, 1625 (imp. en Abbad, 1866, págs. 167- 170); Biblioteca Nacional de Venezuela (Caracas), Sig. BL C. 62. I. 18, Memorial de la Ciudad de Cumana, y Nueva Andaluzia, y las ciudades de Cumanagoto y S. Felipe de Austria al Rey.

J. Kok, Vaderlandsch woordenboek. Vijf-en-dertigste deel (Zuil-Zyp), Amsterdam, Johannes Allart, 1796, pág. 115; A. Caulin, Historia corográfica, natural y evangélica de la Nueva Andalucía, provincias de Cumaná, Nueva Barcelona, Guayana y caudalosas vertientes del famoso rio Orinoc, Caracas, George Corser, 1841, págs. 155-160; L. Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas, principalmente en la Corte, desde 1599 hasta 1614, Madrid, J. Martín, 1857, pág. 62; I. Abbad y Lasierra, Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, ed. de J. J. Acosta, Puerto Rico, Librería de Acosta, 1866, págs. 80- 92; A. de Almansa y Mendoza, Cartas de Andrés de Almansa y Mendoza, novedades de esta corte y avisos recibidos de otras partes, 1621-1626, Madrid, M. Ginesta, 1886, pág. 171; A. Tapia y Rivera, Biblioteca histórica de Puerto-Rico, que contiene varios documentos de los siglos xv, xvii y xvii, San Juan de Puerto Rico, Instituto de Literatura Puertorriquena, 1945, págs. 171, 458 y 484; S. González García, “Notas sobre el gobierno y los gobernadores de Puerto Rico en el siglo xvii”, en Historia, t. I, n.º 2 (1952) (reimp. por A. R. Caro Costas, Antología de lecturas de historia de Puerto Rico, siglos xv-xviii, San Juan, 1977, cap. XXIX, págs. 307-323); J. Martínez- Mendoza, Venezuela Colonial: Investigaciones y noticias para el conocimiento de su de su historia, Caracas, 1965, pág. 89; P. Ojer, La formación del Oriente venezolano, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1966, págs. 84, 411 y 436; C. Iturriza Guillén, Algunas Familias de Cumaná, Caracas, Instituto Venezolano de Genealogía, 1973, pág. 283; E. Vila Vilar, Historia de Puerto Rico (1600-1650), Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1974; P. San Pío y C. Zamarrón, Catálogo de la colección de documentos de Vargas Ponce que posee el Museo Naval, vol. I, Madrid, Instituto Histórico de la Marina, 1979, pág. 189, docs. 42 y 43; J. M. Zapatero, “El ataque del general holandés Bowdoin Hendrik, 25 de septiembre a 2 de noviembre de 1625”, en La guerra del Caribe en el siglo xviii, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1990, págs. 320-326; J. A. Caballero Juárez, El régimen jurídico de las armadas de la carrera de Indias, siglos xvi y xvii, México, Universidad Nacional Autónoma, 2001, pág. 350 (col. Doctina Jurídica, n.º 22); J. Morales Dorta, El Morro, testigo inconquistable, San Juan, Isla Negra Editores, 2006, págs. 69, 71-72 y 75 (col. Espada de Papel).

 

Juan Luis Sánchez Martín