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José Rafael Campoy

Biografía

Campoy, José Rafael. Álamos (Sonora, México), 15.VIII.1723 – Bolonia (Italia), 20.XII.1777. Jesuita (SI) expulso, predicador, científico, humanista y maestro.

La principal fuente biográfica de Campoy continúa siendo la de Juan Luis Maneiro (1791), quien elogió sus cualidades y describió su semblanza: “Tuvo un rostro singularmente grave y digno de la majestad oratoria; adaptaba exactamente al asunto sus ojos, manos, gestos y movimientos del cuerpo todo; su voz, que dijimos había sido sonora y vigorosa en las disputas, en el púlpito la profería sumamente suave, limpia, flexible al género del asunto, fácil en las descripciones, eficaz en la persuasión; en las cosas tristes llorosa, en las alegres exultante [...] Mas respecto a la elocuencia que adquirió por medio del arte, auxiliar de la naturaleza, era amplia, fluida, poderosa, erudita y cuando era necesario brillaba prodigiosamente; además siempre estaba adornada con las continuas luces de las sentencias que buscaba en las fuentes, ya de los Sagrados Libros, ya de los doctores de la Iglesia, para ilustrar su argumento”.

Hijo de Francisco Javier Campoy y de Andrea Gastelúa, acomodada y distinguida familia; estudió las primeras letras con los betlemitas y terminó el curso de Artes y Filosofía con los jesuitas en San Ildefonso de México (del que se fugó temporalmente en 1737 por la dureza de su maestro, el jesuita Miguel Quijano), antes de entrar en la Compañía de Jesús el 26 de noviembre de 1741, en el noviciado de Tepotzotlán (México). Maestros de su profunda formación humanística fueron el padre José Avilés y, al fallecer éste, el padre Pedro Reales, con quien concluyó el curso de Filosofía en 1741. Tras el noviciado y los estudios de Humanidades, enseñó Filosofía en Puebla y Gramática en San Luis de Potosí, donde dijo su oración fúnebre en las honras funerarias del rey Felipe V. Estudió Teología (1748-1751) en el Colegio Máximo San Pedro y San Pablo de México, donde fue ordenado sacerdote en 1751 y profundizó en el estudio de los clásicos, los Santos Padres y las Sagradas Escrituras. Emitió los últimos votos el 12 de diciembre de 1757 en Puebla.

Con la excepción de unos meses en la Casa Profesa de México, Campoy residió siempre en Veracruz (unos quince años), “donde, por muchos años fue prefecto de la Congregación de María Santísima Dolorosa, con gran fruto de aquella ciudad y con grande honor de la Religión” (F. de Sebastián). Por sus profundos conocimientos de física, astronomía, geografía y mecánica, acudían a su celda muchos de los marinos españoles que pasaban por Veracruz.

Señalaba Maneiro que el nombre de Campoy fue proscrito por algunos padres que le veían muy inclinado a peligrosas novedades, partidario de vanas fantasías científicas y estudioso de infantiles naderías. Tal vez por esto se convirtió en portaestandarte de Francisco Javier Clavigero, Francisco Javier Alegre, José Julián Parreño, Raimundo Cerdán, Diego José Abad y otros que presumieron de la influencia de un hombre que pasaba por restaurador de las ciencias y las letras en la Compañía. Estaba convencido de que la razón, la experiencia y la observación eran las fuentes del conocimiento científico. Por eso mismo resultaba persona poco recomendable para aquellos jesuitas que, anclados en el pasado, evitaban las novedades, le miraban con cierta prevención y le impidieron enseñar Teología en Puebla a pesar de su valía.

Cuando los jesuitas fueron expulsados (1767) por orden de Carlos III, enseñaba Filosofía y Teología en el colegio de la citada Veracruz, de donde salió el 26 de julio en la fragata La Flora. Tras un largo viaje, llegó a Ferrara (Italia) y, por fin, a Bolonia, donde pasó el resto de su vida, “ocupado en estudiar y en escribir de la geografía de la América, en que estaba muy instruido, y en encomendarse a Dios, sin cuidar nada de las cosas creadas. Acaecida la extinción [de la Compañía en 1773], golpe fatal para su amante corazón, mudó de traje pero no de vida, siguiendo constante en su retiro y aplicación. Vivía muy enfermo y jamás lo demostraba [...]. Su cadáver fue sepultado en la iglesia parroquial de Santa María de la Caridad, convento de religiosos terceros de San Francisco de Bolonia” (F. Sebastián).

Brillante predicador, escribió varias obras, la mayor parte inéditas. Los contemporáneos alaban sus méritos de consumado latinista, y erudito devorador y asimilador de libros; pero, sin duda, su valor radica en haber sido el inspirador de toda una generación de jóvenes jesuitas de extraordinaria calidad, entre ellos Francisco Javier Clavigero (Veracruz, 1731-Bolonia, 1787), Diego José Abad (1727-1779), Francisco Javier Alegre (1729-1788), Rafael de Landívar (1731- 1793) y Juan Luis Maneiro (1744-1802), apoyados por la autoridad del provincial Ceballos. A todos ellos, Campoy les impulsó por caminos nuevos en las humanidades, así como en filosofía y ciencias de su tiempo. Esta importantísima labor de magisterio, iniciada durante sus años de estudio y docencia, la prosiguió en el exilio italiano, que convirtió su monotonía y tristeza en una vida fructuosa y constructiva, tanto que la obra de estos desterrados les valió el honroso título de “constructores de la mexicanidad”.

De indudable interés es su correspondencia con Gregorio Mayans y con el también jesuita José Francisco Isla (1703-1781). Según Maneirom la amistad creció entre Campoy y el padre Isla hasta el punto de que Campoy consiguió de su protector, el gobernador Crespo, 2.000 pesos para que Isla imprimiese el Año Sacro de Jean Croisset, traducido por el propio Isla.

El día 13 de junio de 1754 Campoy escribía a Gregorio Mayans desde el Puerto de la Vera Cruz, Nueva España. La carta venía cargada de admiración, de crítica y de reconocimiento hacia el hecho cultural novohispano. La carta parecía sincera en todo su contenido, subrayando el conocimiento que Campoy tenía de la obra de Mayans, la devoción hacia su persona, el deseo de mantenerse en contacto con él, de servirle de puente con Nueva España y, finalmente, de visitarle, intercambiar ideas y comprar sus obras. No era poca cosa. La labor de Mayans a favor de las buenas letras le parecía encomiable, al tiempo que manifestaba su afán por saber y estar al corriente de las publicaciones y noticias de la metrópoli. Campoy esperaba la ayuda de Mayans que, parece que no llegó, puesto que no se ha conservado ninguna otra carta entre ambos.

Según indica Maneiro, Campoy trabajó varios años en un comentario del De Natura Rerum, de Plinio, y en una carta geográfica de América septentrional, en especial de la hispánica: Magna tabula Septentrionalis totius Americae hispano regi subiectae, pero, al parecer, estos manuscritos se perdieron durante su viaje al exilio.

Su contemporáneo F. de Sebastián nos lo retrató como “inocentísimo de costumbres y conservó su inocencia por el resto de su vida. De grande capacidad y de un constante estudio, se aventajó mucho en todas las ciencias. La latinidad y la elocuencia cristiana fueron todas sus delicias. Sabía de memoria gran parte de los mejores autores latinos de la Antigüedad y pasaba los días y las noches en leer y releer a San Juan Chrisóstomo, en cuya pura fuente bebía la grande elocuencia con que declamaba en los púlpitos [...].

Sujeto muy humilde y despreciador del mundo, sin tener apego a nada de lo creado”.

En resumen, Campoy, aficionado a los autores clásicos de la antigüedad grecolatina y a los grandes doctores y teólogos de la Iglesia, fue uno de los mejores latinistas de su tiempo, un orador clasicista y un científico neoclásico que ilustró y anotó a Plinio a la luz de la ciencia moderna. Pero todo ello y tres tomos de sermones se han perdido. Jesuita íntegro y consecuente, llegó a defender la autoridad de la bula de extinción del papa Clemente XIV, tan funesta para la Compañía de Jesús.

 

Obras de ~: Oratio funebris pro Philippo V, Hispaniarum et Indiarum Rege, México, 1749; Defensa de la Santa Sede (ms.).

 

Bibl.: A. Castro, Vida del P. José Campoi, jesuita megicano, Ferrara, 1782; J. L. Maneiro, De vitis aliquot mexicanorum aliorumque qui sive virtute, sive litteris Mexici imprimis floruerunt, vol. III, Bologna, Ex typographia Laelii a Vulpe, 1791-1792 (Vidas de mexicanos ilustres, México, 1956, págs. 276-295); F. de Sebastián, Memorias de los padres y hermanos de la Compañía de Jesús de la Provincia de Nueva España, difuntos, después del arresto acaecido en la capital de México el día 25 de junio de 1767, vol. I, Bologna, Biblioteca Communale del Archiginnasio, págs. 306-308 (mss. A. 531-532); J. M. Dávila y Arrillaga, Continuación de la Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España del P. Francisco Javier Alegre, vol. II, Puebla, Imprenta del Colegio Pío de Artes y Oficios, 1888-1889, págs. 90-92; C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jésus, vol. II, Bruxelles-Paris, 1890, col. 600; J. E. Uriarte y L. M. Lecina, Biblioteca de Escritores de la Compañía de Jesús pertenecientes a la antigua Asistencia de España, vol. II, Madrid, Imprenta de la Viuda de López del Horno, 1925, vol. II, pág. 77; G. Decorme, La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial 1572-1767, vol. II, México, 1941, págs. 103-105; B. Navarro, La introducción de la filosofía moderna en México, México, El Colegio de México, 1948, págs. 127-130; H. Sonarzo, Crónicas biográficas, Hermosillo (México), Impulsora de Artes Gráficas, 1949; A. Chávez Camacho, “Una carta desconocida del P. Campoy, ilustre filósofo mexicano del siglo XVIII”, en Humanitas, I (San Luis Potosí, 1959), págs. 13-19; VV. AA., Enciclopedia de México, vol. II, México, Fondo de Cultura Económica, 1977, pág. 312; A. L. Kerson, “J. R. Campoy and D. J. Abad, two enlightened figures of XVIII-Century Mexico”, en Dieciocho, 7 (Universidad de Virginia) (1984), págs. 130-145; J. T. Medina, La imprenta en México (1539-1821), México, Universidad Nacional Autónoma, 1989; J. Gómez y C. E. Rohan, “Campoy, José Rafael”, en VV. AA., Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, Madrid, Universidad Pontificia Comillas, 2001, pág. 620; V. León Navarro, “La frustrada correspondencia de Gregorio Mayans y el jesuita José Rafael Campoy de Nueva España”, en Estudis: Revista de historia moderna, 36 (2010), págs. 213-237.

 

Antonio Astorgano Abajo

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