Manrique de Lara, Sabiniano. Málaga, c. 1603 – 1683. Gobernador y capitán general de Filipinas, caballero de la Orden de Calatrava.
Pertenecía a la ilustre casa de los Lara y fueron sus padres Rodrigo Manrique de Lara y Aguayo, IV conde de Frigiliana y de Nerja, y Francisca Fernández Manrique de Lara, IV señora de las Torres de Alozaina. Sabiniano fue el tercero de los diez hijos de este matrimonio. Siguió la carrera de las armas hasta alcanzar el grado de maestre de campo, y su primer destino en América fue el de castellano del puerto de Acapulco, destino poco apetecible por el clima malsano y por la escasa actividad de un puerto que sólo tenía vida cuando llegaba el galeón procedente de Manila. No es de extrañar, por tanto, que el 22 de noviembre de 1645 solicitara el gobierno de La Habana o el de Cartagena. Dos años más tarde pedía el de Cajamarca, pero no obtuvo ninguno de ellos, sino el de gobernador y capitán general de Filipinas, para el que fue nombrado el 20 de junio de 1651. Al conocer su nuevo destino, se trasladó a México y desde la capital de la Nueva España escribió al Rey el 18 de noviembre del mismo año, agradeciendo el nombramiento.
Viajó a Filipinas en el galeón San Francisco Javier, que zarpó de Acapulco el 3 de marzo de 1653 y tras una feliz travesía llegó a su destino el 22 de julio siguiente. Con él viajaron el nuevo arzobispo de Manila, Miguel de Poblete, el oidor Salvador Gómez de Espinosa y el fiscal de la Audiencia de Manila Juan de Bolívar y Cruz, junto con una misión de jesuitas y otra de agustinos recoletos.
Su toma de posesión se verificó el 25 de julio, un día después que la del arzobispo, con el que tuvo esta deferencia. Después de las difíciles relaciones entre arzobispo y gobernador en el tiempo de Hurtado de Corcuera y Diego Fajardo, el gobierno de Manrique de Lara se caracterizó por sus excelentes relaciones con el prelado.
La situación de las cajas reales de Manila era crítica, porque las sucesivas pérdidas y arribadas de galeones en los años anteriores a su llegada y la guerra del sur contra los malayo-mahometanos habían producido enormes gastos al real erario.
Quiso ante todo Manrique de Lara hacer la paz con el sultán de Mindanao Corralat, y para ello le envió como embajador al padre Alejandro López, jesuita, hombre inteligente y conciliador, que no pudo lograr ningún resultado positivo y fue condenado a muerte por el sultán, así como el capitán Claudio de Rivera, que mandaba la escolta que le acompañaba. Después de esto, Corralat escribió al gobernador inculpando de todo a su sobrino Balatamay. Manrique de Lara aceptó sus explicaciones, porque carecía de fuerza para castigarlo y quiso esperar refuerzos de Nueva España.
Entre tanto, confió el gobierno de todas las provincias meridionales de Filipinas al gobernador de Molucas Francisco de Esteybar, que se trasladó al presidio de Zamboanga. En 1626 los españoles habían ocupado la parte norte de la isla Hermosa (hoy Taiwán), de la que fueron expulsados por los holandeses en 1642 y éstos, a su vez, por los chinos en 1661. Envalentonados por el éxito, pretendieron que “el pequeño reino de Filipinas” les rindiera vasallaje y pagara tributo. Su jefe, Kuesing, al que los españoles llamaron Coseng, envió como su embajador a Manila al dominico padre Victorio Ricci, el 18 de mayo de 1662. Esto provocó una insurrección de los chinos residentes en la capital de Filipinas y sus alrededores. Manrique de Lara respondió a Coseng con una rotunda negativa y expulsó de las islas a todos los sangleyes, como los españoles llamaban a estos chinos.
Ante la gravedad de la situación, el gobernador adoptó la decisión de evacuar y desmantelar los presidios de Zamboanga, La Sabanilla e Iligan en Mindanao, y los de Calamianes, que mantenían a raya a los mahometanos del sur. Su objetivo era reforzar la guarnición de Manila, pero dejó indefenso este flanco, por lo que fue muy criticado y se le hicieron cargos en su juicio de residencia. Como en aquellos años no existía aún el cuerpo de ingenieros militares y no había en Manila ningún técnico en fortificación, los gobernadores eran quienes dirigían las obras. Manrique de Lara mandó realizar muchas. Una de ellas fue la reconstrucción completa de la puerta del frente de tierra, a la que llamó Real; hizo otras reformas en las obras exteriores y mandó demoler iglesias, conventos y hospitales y otros edificios que rodeaban la ciudad y constituían un peligro en caso de ataque. Por todo esto se le hicieron cargos en su juicio de residencia, de los que se defendió alegando que las hizo por la amenaza del pirata chino Coseng que, por suerte para los españoles, falleció de repente el 2 de julio de 1662, quedando disipado este peligro. El tiempo vino a darle la razón; un siglo más tarde, en la Guerra de los Siete Años, Manila fue asaltada y ocupada por los ingleses, sirviéndoles de punto de apoyo estos edificios cercanos a las murallas que, al decir de un ingeniero militar, tenían la ciudad “en doméstico asedio”.
En 1660 se habían sublevado los nativos de la provincia de Pampanga, sobre los que recaían los trabajos de cortar maderas para la construcción naval en el astillero de Cavite y transportarlas hasta aquel puerto.
Esta tarea, trabajo muy penoso y mal remunerado, produjo la sublevación indígena, a cuya represión acudió personalmente el gobernador, consiguiéndola sin derramamiento de sangre, pero no sucedió lo mismo en las provincias de Pangasinan, Ilocos y Bulacán, en las que fue inevitable el empleo de la fuerza.
En el dilatado gobierno de Manrique de Lara las Filipinas sufrieron graves desastres por causas naturales: el naufragio del galeón San Francisco Javier a su regreso de un viaje a Acapulco, con pérdida de toda su carga; la arribada de los galeones Victoria y Santiago, una plaga de langostas que destruyó las sementeras y llevó el hambre a todas las islas, una epidemia de viruelas y el devastador terremoto del día de san Bernardo (20 de agosto) de 1658, que vino a arruinar lo que había dejado en pie el seísmo del día de san Andrés de 1645.
El 15 de julio de 1656 renunció por primera vez al cargo de gobernador y capitán general de Filipinas alegando motivos de salud; al año siguiente insistió en su petición de relevo, solicitando plaza de consejero de Guerra, pero hasta 1662 no fue designado el sucesor, Diego Salcedo, que llegó Manila el año siguiente.
Abierto el juicio de residencia se presentaron contra él graves cargos y fue multado en la cantidad de 70.000 pesos, pero su apelación al Consejo de Indias se resolvió a su favor y, nombrado gobernador de Málaga, su ciudad natal, renunció al cargo para seguir estudios eclesiásticos y ser ordenado sacerdote. No quiso aceptar una canonjía en Toledo y siguió ejerciendo el ministerio como presbítero hasta su muerte, cuya fecha exacta se desconoce.
El padre Murillo Velarde lo califica de “hombre muy prudente, muy cristiano y muy piadoso”, juicio que comparte el cronista agustino Casimiro Díaz, continuador de la obra de Gaspar de San Agustín.
Bibl.: P. Murillo Velarde, Historia de la Provincia de Filipinas de la Compañia de Jesús [...] que comprende [...] desde el año de 1616 hasta el de 1716, Manila, Imprenta de la Compañía de Iesus, 1749, lib. III, cap. IX; J. Montero y Vidal, Historia General de Filipinas, t. I, Madrid, Manuel Tello-Viuda e Hijos de Tello, 1887, cap. XXV; C. Díaz, Conquistas de las islas Filipinas. Parte segunda, Valladolid, 1890, lib. III, cap. X; L. Díaz- Trechuelo, Arquitectura Española en Filipinas (1565-1800), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1959; A. M. Molina, Historia de Filipinas. t. I, Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional-Ediciones de Cultura Hispánica, 1984; A. M.ª Prieto Lucena, Filipinas durante el gobierno de Manrique de Lara (1653-1663), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1984.
Lourdes Díaz-Trechuelo López-Spínola, Marquesa de Spínola