Ayuda

Diego de Salcedo

Biografía

Salcedo, Diego de. Bélgica, s. xvii – Océano Pacífico, 1669. Maestre de campo, gobernador de Filipinas.

Fue nombrado gobernador y capitán general de Filipinas y presidente de la Real Audiencia de Manila, despachándosele sus títulos por Reales Cédulas fechadas en Madrid (2 de diciembre de 1661), concediéndosele la licencia para embarcar en el año siguiente (20 de junio de 1662) en compañía de sus criados Francisco de Tejada, Juan Manuel Quirós y Antonio Quirós, lo que hizo en el puerto de Cádiz (7 de julio de 1662) en la flota a cargo de Nicolás de Córdoba, para tocar puerto en Veracruz dos meses más tarde (13 de septiembre de 1662), deteniéndose en México para reunir el socorro de la gente de guerra de su gobernación, con el auxilio del virrey, logrando reunir algo más de quinientos hombres, con los que embarcó en el puerto de Acapulco a bordo del galeón San José (25 de marzo de 1663) rumbo a su destino, viaje que también hizo en compañía de los oidores Francisco Coloma y Francisco de Montemayor y Mansilla, tocando tierra en el cabo de Engaño en la provincia de Cagayán (8 de julio de 1663) debido a una tempestad, para, finalmente, entrar en la ciudad de Manila y tomar posesión de sus empleos (8 de septiembre de 1663), que recibió de su antecesor Sabiniano Manrique de Lara.

Nada más asumir el mando, tomó una serie de providencias para restablecer el comercio con las naciones vecinas, pues el trato con China se hallaba cortado debido a la guerra con los tártaros, por lo que pretendía emprender negociaciones con el Japón, y dio principio a la construcción de un galeón en la provincia de Camarines, y nombró al oidor Coloma como su asesor de gobierno y auditor de guerra.

Como la mayoría de sus antecesores, debió desplegar una incesante actividad en el mantenimiento de las defensas de las islas, y así reparó las fortificaciones de la ciudad y del puerto de Cavite, sobre todo, debido a la amenaza de corsarios chinos, y entendió en las diligencias necesarias para cumplir la orden real (30 de diciembre de 1666) de volver a fortificar y establecer el presidio de Zamboanga. Del mismo modo, los alzamientos de los naturales fueron otra de sus incesantes preocupaciones, debiendo sofocar los alzamientos de los habitantes de las provincias de Pampanga, Pangasinan e Ylocos (1664), y formó una armada (1666) para frenar las hostilidades que mantenían los borneyes, joloes y mindanaos y emprendió la conquista de los naturales que habitaban el centro de la isla, para evitar sus continuas entradas y ataques a los naturales de los llanos.

Su llegada a Manila significó introducir unos nuevos usos y costumbres, pues la naturaleza del gobernador Salcedo parecía muy inclinada a las formas de vida flamencas y halló en los holandeses de Batavia un especial punto de contacto y comunicación, pues, so pretexto de la ruina del comercio filipino con los chinos y demás naciones vecinas, mantuvo comercio con tales holandeses, haciéndose frecuentes las recaladas de navíos y de dicha procedencia y el zarpe hacia sus puertos. Este trato con los holandeses produjo un creciente malestar en la población, no sólo porque los holandeses que llegaban eran protestantes, sino también porque el gobernador parecía favorecerles en el comercio e, incluso, en algunas actividades oficiales. Buena prueba de este descontento lo reflejaba el Cabildo de la ciudad de Manila cuando representaba al Monarca que el gobernador Salcedo desde Batavia trajo “holandeses que les pidió y enviaron para servirle, como le servían en su palacio, al uso de Flandes, despidiendo los criados católicos que tenía”, y en la misma línea se le acusaba de que “en breve se reduxo el Tercio a no tener escuela y ejercicio de regla militar y las nueve Compañías de Infantería Española que guarnece esta ciudad a estado que apenas marchavan para meter la guardia con veinte hombres cada una, tocando las caxas a la flamenca, como si fuese gente pagada por los estados de Olanda”, y así concluían que el gobernador “todo lo que obrava lo hacía sin Dios, Ley ni Rey, en tanto grado que se recelava y prorrumpía por el común, tenía intención de entregar estas yslas a los holandeses”.

Pero, además, de las quejas por sus relaciones con los holandeses, durante todo su gobierno fueron constantes las denuncias sobre sus ilícitas actividades comerciales y así se le acusaba de interferir en el comercio de los navíos para obtener provechos y ventajas personales obligándoles a venderle a él las mercaderías, para luego revenderlas por su cuenta; de hacer que los alcaldes mayores actuaran como sus personales factores en las provincias; de haber mantenido tablajes de juegos en el Parián, merced esta que había solicitado (1664), pero que se le había denegado; de haber arruinado el comercio de los chinos al obligarles a que le vendieran a él sus mercaderías a bajos precios, para luego revenderlas a otros muy crecidos; de haber comprado un huerta a extramuros de la ciudad de Manila “y en ella asistía lo más del año en compañía de una mujer casada, con quien tenía trato ilícito, quitándola a su marido, que andava clamando sus agravios con gravísimos escándalos”; de haber intervenido en las elecciones y capítulos de las Órdenes Religiosas para favorecer a sus protegidos, y se le acusaba también de encargar los puestos de las milicias a personas sin experiencia a cambio de dinero u otros intereses, de conceder encomiendas merced a precio y de armar jornadas y expediciones con pretextos militares para encubrir sus negocios.

En medio de estas acusaciones, muchas de las cuales procedían del clero y de los religiosos, se enfrentó permanentemente con el arzobispo Miguel Poblete y fueron frecuentes sus roces con el Cabildo de la ciudad, y así por una cuestión de etiqueta en la procesión del Corpus, hizo prender al alcalde ordinario general Sebastián Rayo Doria y le tuvo preso en Cavite por más de dos meses. Sería este alcalde ordinario quien le denunciaría (4 de septiembre de 1668) ante el comisario del Santo Oficio de la Inquisición de Manila, el agustino fray José de Paternita Samaniego, haciendo presente que era “común opinión” que el gobernador Diego de Salcedo “es hereje y que lo comprueba su modo de obrar”, sobre todo por su trato y comunicación continua con los holandeses, y una vez recibida esta y otras declaraciones, el citado comisario ordenó poner el prisión al gobernador Salcedo (10 de octubre de 1668), lo que se cumplió de inmediato, continuándosele el proceso y remitiéndosele a México a disposición del Tribunal del Santo Oficio, pero Salcedo murió durante la navegación.

Una vez puesto en prisión el gobernador Salcedo, la Real Audiencia dispuso que se pusiera en práctica la Real Cédula del 2 de abril de 1664 que mandaba que en caso de ausencia del gobernador asumiese el gobierno político la Audiencia y el mando militar el oidor más antiguo, y sobre este último punto se trabó disputa entre los oidores Francisco de Montemayor y Mansilla y Francisco de Coloma, quienes, finalmente, con acuerdo del fiscal cedieron el gobierno político y militar al oidor de la Peña Bonifaz y dejaron en él la solución de su disputa de la antigüedad quien, con acuerdo de dos oidores, remitió la cuestión al Monarca y retuvo el gobierno militar dejando en manos de la Audiencia el de lo político, decisión que Coloma aceptó bajo ciertas protestas y Montemayor pidió los autos, pero, en definitiva, de la Peña Bonifaz fue recibido al gobierno militar y prestó el juramento de estilo, como informaba al Monarca en carta fechada el 16 de enero de 1669.

El juicio de residencia del gobernador Salcedo fue confiado al oidor Montemayor y Mansilla y se ordenó que se abriera proceso para averiguar las causas de su prisión y remisión a México, y después de una larga tramitación se concluiría que ella había sido urdida por algunos vecinos, entre ellos el propio Rayo Doria quien, junto a sus cómplices, fue muchos años más tarde condenado (1685).

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Contratación, 5.433, n. 2, r. 19; Contratación, 5.789, l. 2, fols. 280v.-283r.; Escribanía, 410B; Filipinas, 9, r. 2, n. 38; Filipinas, 9, r. 3, n. 40, 45, 48, 49, 50, 51; Filipinas, 11, r. 1, n. 36; Filipinas, 12, r. 1, n. 1, 28; Filipinas, 23, r. 2, n. 4; Filipinas, 23, r. 8, n. 26; Filipinas, 23, r. 9, n. 28; Filipinas, 23, r. 10, n. 33; Filipinas, 25, r. 1, n. 51; Filipinas, 28, n. 77, 83; Filipinas, 201, n. 1; Filipinas, 330, l. 6, fols. 145v.-147r., 150v.-152v.; Filipinas, 331, l. 7, fols. 297v.-298r.; Filipinas, 348, l. 4, fols. 300r.-301v.; Méjico, 40, n. 8; Méjico, 41, n. 48; Méjico, 45, n. 1; Archivo Histórico Nacional, Inquisición, 1.729, exp. 11.

G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, t. III, Madrid, Alianza Editorial, 1979, pág. 552.

 

Javier Barrientos Grandon