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Sebastián Hurtado de Corcuera y Gaviria

Biografía

Hurtado de Corcuera y Gaviria, Sebastián. Bergüenda (Álava), 25.III.1587 – Santa Cruz de Tenerife, 12.VIII.1660. Militar, gobernador, caballero de la Orden de Alcántara.

Hijo de Pedro Hurtado de Corcuera Montoya, capitán de Infantería Española, y de Maria Ruiz de Corcuera, de familia noble y antigua, se crió en Gran Canaria, adonde lo llevó consigo de corta edad su tío Pedro Hurtado, inquisidor en aquel lugar. Siguió la carrera de las armas y sirvió muchos años en Flandes, de cuyo Consejo de Guerra formaba parte. Estuvo en el sitio de Breda. Pasó luego a América con el grado de maestre de campo del puerto de Callao de Lima, y fue después capitán general de la Caballería de Perú. Luego fue nombrado gobernador de Panamá y en 1635 pasó, con el mismo cargo, a Filipinas, tomando posesión el 25 de junio del citado año. Uno de los principales problemas que debió afrontar en su gobierno fue el de los mahometanos del sur del archipiélago, con los que hubo de enfrentarse, así como con el alzamiento de los sangleyes, chinos asentados en Filipinas. También fueron difíciles sus relaciones con el arzobispo Fernando Guerrero, hombre celoso de sus prerrogativas que intentó someter a los jesuitas al pedirles licencias para confesar y predicar, cosa que hacían libremente. En este roce, el gobernador, que era muy afecto a la Compañía de Jesús, estuvo siempre de su parte. El primer choque entre gobernador y arzobispo fue motivado por el siguiente hecho: el artillero Francisco Nava vivía amancebado con una esclava y el prelado le mandó que la vendiera. Un día que ella iba en la carroza de su nueva dueña, el artillero la mató a puñaladas y se acogió a sagrado en la iglesia de San Agustín. El gobernador mandó al sargento mayor de Manila que lo sacara del templo y éste cercó iglesia y convento con su tropa y entregó al asesino al general de la artillería. Fue condenado a muerte y el provisor del Arzobispado lo reclamó, pero no le fue entregado, sino ahorcado frente a la iglesia de San Agustín, aunque era otro el lugar usado habitualmente para las ejecuciones. Esto fue considerado un menosprecio de la autoridad eclesiástica y la ciudad fue puesta en entredicho, lo que impedía celebrar actos de culto e incluso abrir las iglesias, exceptuando las de los jesuitas. Siguió un largo pleito que acabó enfrentando al arzobispo con el gobernador y con la Compañía de Jesús. Hurtado de Corcuera desterró al prelado a la isla de Mariveles (hoy del Corregidor) a la entrada de la bahía de Manila. El viernes 9 de mayo de 1636 le fue comunicada la orden, que el arzobispo trató de resistir, recibiendo a los soldados que fueron a llevárselo vestido de pontifical y teniendo en sus manos una custodia con el Santísimo Sacramento. Así permaneció hasta el amanecer del 10 de mayo y agotado por el esfuerzo, dejó la custodia y se despojó de los ornamentos. Inmediatamente fue aprehendido y obligado a caminar a pie por las calles hasta la puerta de Santo Domingo, ante el horrorizado asombro de los vecinos. En el río Pásig le esperaba una embarcación que lo llevó a Mariveles, donde estuvo menos de un mes, y pudo regresar a Manila después de aceptar las condiciones humillantes que le puso el gobernador, lo que hizo el prelado en aras de la paz y tranquilidad de sus diocesanos. Pero, a pesar de todo, no cesaron sus choques con el gobernador hasta que falleció fray Fernando Guerrero el 1 de julio de 1641.

Hurtado de Corcuera se enfrentó con decisión a los mahometanos del sur del archipiélago y se propuso conquistar Mindanao y Joló. Con este fin organizó una expedición que zarpó de Manila el 2 de febrero de 1637, con cuatro compañías de soldados y tres de marinos, llevando además indios pampangos y visayas. El día 22 del mismo mes llegó a Zamboanga, donde se le unieron otras tres compañías de españoles y tomó cuatro piezas de artillería de montaña. El sultán de Mindanao era entonces Kudarat, al que los españoles llaman Corralat, que tenía su capital en Lamitan, bien fortificada y guarnecida por dos mil hombres. Corcuera logró tomar la ciudad por sorpresa y puso en libertad a muchos cautivos españoles. También sometió el territorio de Buhayen, al suroeste de la isla, a orillas de la Gran Laguna, cuyo Rey se sometió por temor y permitió que los españoles levantaran un fuerte en su territorio y que se predicara el Evangelio a sus súbditos. También se firmaron paces con los régulos de la isla de Basilan, tributarios de Joló. En los últimos días de octubre de 1637 regresó Corcuera a Zamboanga a fin de preparar una expedición a Joló, que comenzó en enero de 1638, con seiscientos españoles y un millar de nativos que, divididos en dos columnas, desembarcaron al este y oeste de la isla. Después de tres meses de asedio, no habían logrado vencer la tenaz resistencia indígena, aunque al fin lo lograron. Corcuera mandó reparar el fuerte que dominaba el cerro y levantó otros dos, uno en la barra y otro en el río. Después de dejar bien guarnecida la isla, regresó a Manila en mayo de 1638 y fue recibido en triunfo por los vecinos, que celebraron grandes festejos en su honor. Este éxito no logró acabar con las piraterías de mindanaos y joloanos, y desde Zamboanga se organizó una nueva campaña, dirigida por el gobernador de este presidio, y se levantaron fuertes en diversos lugares de la isla, sin que se consiguiera resolver el que siguió siendo un grave problema para las Filipinas.

Corcuera hubo de hacer frente también a un alzamiento de los sangleyes, chinos establecidos en el pueblo de Calamba (Laguna de Bay) y en los de San Pedro de Makati, Taytay, Antipolo y Biñán. La causa de esta sublevación fue los abusos de los cobradores de impuestos y los problemas de la prestación personal que se les exigía cada año. La rebelión se extendió también a los chinos que vivían en el Parían de Manila y en el barrio de Santa Cruz, extramuros de la capital. El gobernador actuó con energía y el movimiento quedó dominado en 1640.

En 1642, Hurtado de Corcuera promulgó unas Ordenanzas de Buen Gobierno, que estuvieron vigentes hasta que el entonces gobernador, Fausto Cruzat y Góngora, publicó otras, fechadas a 1 de octubre de 1696.

El 24 de agosto de 1642 los holandeses atacaron la isla de Formosa (actual Taiwán), donde se habían establecido los españoles en 1626. Esta isla era punto de escala para los barcos del comercio entre Filipinas y China y para los que, procedentes de América y Japón, se dirigían a las islas. Ante la amenaza holandesa, Corcuera prestó atención preferente a la fortificación de Manila y, entre otras cosas, hizo demoler el convento que tenían los agustinos recoletos en San Juan de Bagumbayan, extramuros de la capital, y algunas residencias de españoles levantadas en aquel lugar. Como no había entonces en Filipinas técnicos competentes, las fortificaciones se hacían según el criterio de cada gobernador y generalmente el sucesor criticaba lo hecho anteriormente. Así ocurrió en este caso: Diego Fajardo afirmaba que dañaban a la ciudad, en lugar de defenderla.

El 11 de agosto de 1644 Hurtado de Corcuera fue relevado del gobierno de Filipinas y se le abrió el juicio de residencia, según las leyes vigentes. Se presentaron muchos cargos contra el exgobernador, que se había granjeado, con su actuación, muchos enemigos, y son numerosas las acusaciones de fraudes contra la Real Hacienda. El sucesor, Diego Fajardo, lo puso preso en el castillo de Santiago de Manila, donde permaneció varios años; en 1646 suplicó al Rey que ordenara a Fajardo enviarle preso a España para que se le tomara nueva residencia y volvió a insistir en su petición el 3 de marzo del año siguiente. Al fin fue atendido y por Real Cédula de 27 de mayo de 1647 se ordenó al gobernador de Filipinas que lo pusiera en libertad y le facilitara el regreso a España. Dos años después seguía en la misma situación y el Rey reiteró la orden anterior el 20 de mayo de 1649. Al fin salió de las islas en enero de 1650 y volvió a España. La sentencia absolutoria del Consejo de Indias le reintegró todos sus derechos y fue nombrado corregidor de Córdoba y luego gobernador de Canarias, cargo que sólo pudo ejercer ocho meses y ocho días, porque falleció el 12 de agosto de 1660. Según José Viera y Clavijo, su gobierno fue aquí “tan pacífico como había sido turbulento en Filipinas”.

 

Bibl.: P. Murillo Velarde, Historia de la Provincia de Filipinas de la Compañía de Jesús. Segunda Parte (1616-1716), Manila, 1749, lib. II, caps. II, IV, VIII, XIII y XVII; J. Viera y Clavijo, Noticias de la Historia General de las islas de Canarias, t. II, Madrid, 1776, págs. 279-282; J. Montero y Vidal, Historia General de Filipinas, t. I, Madrid, Manuel Tello-Viuda e Hijos de Tello, 1887; C. Díaz, Conquistas de las islas Filipinas, Valladolid, 1890, caps. VII, XV, XVI, XVIII, XXXI y XXXV; A. M. Molina, Historia de Filipinas, t. I, Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional-Ediciones Cultura Hispánica, 1984; L. Díaz-Trechuelo, “Relaciones Iglesia Estado en Filipinas. Gobernadores, audiencia y arzobispos”, en VV. AA., Iglesia y Poder Público. Actas del VII Simposio de Historia de la Iglesia en España y América. Córdoba, Publicaciones Obra Social y Cultural Caja Sur, 1997, págs. 89-99.

 

Lourdes Díaz-Trechuelo López-Spínola, Marquesa de Spínola