Díaz, Francisco. ¿Rioseras (Burgos)?, ¿Alcalá de Henares (Madrid)?, 1525 – Madrid, 1590. Médico y cirujano.
La localidad de su nacimiento se cuestiona; mientras en los libros de grados de la Universidad de Alcalá aparece como nacido en esa población, un documento del archivo del monasterio de las Huelgas de Burgos le hace natural de Rioseras, cerca de Burgos, donde no existen libros de bautismo en esas fechas que permitan su confirmación. Bachiller en Medicina en Alcalá en 1551 y doctor en 1556, ejerció en Alcalá hasta que se desplazó a Burgos, donde su actividad profesional se centró en la cirugía entre 1559 y 1566. En 1570 obtuvo el puesto de cirujano real y como tal acompañó a Felipe II en algunos de sus viajes; en la Corte asistió también a algunos de los más caracterizados representantes de la nobleza, cuyas dolencias describe en sus libros. Díaz adquirió su formación médica al lado de los más destacados representantes del galenismo hipocratista, Fernando Mena y Francisco Vallés, y su pensamiento se mantuvo siempre afín a estas enseñanzas.
La relación con Mena, uno de los asistentes a su doctoramiento y padrino de uno de sus hijos, fue muy cercana y no debió de ser ajena a su promoción en la Corte. Díaz le asistió profesionalmente en su enfermedad y se ocupó a su fallecimiento de realizarle una anatomía (autopsia) para conocer la causa última de su padecimiento. Hacia Vallés, las manifestaciones de estima intelectual están dispersas por su obra, pero la más definitiva, no exenta de consideración a su condición social como protomédico, la constituye la dedicatoria que le hizo de su Tratado de urología. Díaz tuvo asimismo una buena formación anatómica que adquirió al lado de Luis Collado y Jerónimo Jimeno. Collado estaba desde 1549 en Alcalá, pero el mismo Díaz asegura que fue en la ciudad de Valencia donde pudo disfrutar de las enseñanzas prácticas de quienes representaban en la España de su tiempo la nueva anatomía vesaliana. A través fundamentalmente de su testamento se conocen distintos aspectos, tanto de la inquietud intelectual como del entorno social y familiar de Díaz. Poseedor de una biblioteca médica excepcionalmente rica, estaba al tanto de buena parte de las novedades médicas aparecidas en Europa; la comparación de esos fondos con las referencias directas en sus escritos demuestra su conocimiento directo de la anatomía moderna (poseía un ejemplar de la Fabrica de Vesalio y cita a Colombo y Valverde), de los autores clásicos comentados por los humanistas (Hipócrates, Galeno, Dioscórides, Alejandro de Tralles) o de autores coetáneos (Fracastoro, Manardo, Paracelso, Vallés, Mena, Vega, Porcell). El inventario de sus bienes recoge también una muy minuciosa descripción de utillaje quirúrgico (los “yerros”, según la rotunda expresión del escribano) empleado por Díaz en el ejercicio de la profesión.
El Compendio de chirurgia, estructurado en cuatro libros dedicados a la anatomía, los apostemas, las heridas frescas y las llagas o úlceras, apareció en 1575 y fue la primera publicación de Díaz. El Compendio se concluía con cuatro breves capítulos dedicados a otras tantas enfermedades que su autor dice haber tratado frecuentemente entre sus pacientes de la Corte (ninfeas o prolapso uterino, hernia inguinal, almorranas o hemorroides y flema salada, denominación que engloba a diversas afecciones dermatológicas). Escrito en castellano y dirigido a cuantos sentían interés por la cirugía, el Compendio pretendía superar las limitaciones de los cirujanos romancistas que, atareados en los hospitales, dice, no pueden visitar a los enfermos con el cuidado que requieren. Redactado con una clara intención didáctica, es una obra carente de originalidad, que sigue fielmente los principios de la doctrina humoral y donde el empleo de citas clásicas y contemporáneas muestra la buena preparación doctrinal del autor. Se trata de un manual que cumplía su propósito de proveer a los cirujanos de unos conocimientos teóricos que les hiciesen superar sus limitaciones y dotarse de una doctrina y lenguaje similares a los de los médicos formados en las aulas universitarias.
Díaz anunciaba la publicación próxima de un tratado de peste que lamentablemente no vio la luz y donde recogería sus experiencias en algunas de las epidemias que habían asolado el interior peninsular. No hay duda de que, dada su vocación disectora y la frecuencia con que en otras ocasiones recurría a la realización de anatomías para esclarecer el origen último de las enfermedades, este tratado habría aportado experiencias no menos ilustrativas que las recogidas por las mismas fechas por Juan Tomás Porcell (1565) en la epidemia de Zaragoza.
Más fortuna tuvo el también anunciado Tratado sobre el mal de piedra que apareció en 1588 y que fue repetidamente editado en el siglo siguiente en compañía de la Cirugía Universal de Juan Fragoso. Unánimemente reconocida como su mejor obra y publicación
fundamental en la historia y desarrollo de la urología, el Tratado es una monografía dedicada a la patología del riñón y las vías urinarias con un criterio dominantemente quirúrgico, pues es sabido que estos padecimientos fueron también objeto de estudio en textos médicos, aunque de manera más superficial. Díaz justificaba la publicación del libro en la lengua vulgar en la conveniencia de “todos puedan aprovecharse de cosas que tanto importa y tanta dificultad tiene su cura”, pero no puede desconocerse que en la singular patocenosis de la Europa del Quinientos, las calculosis y los estrechamientos uretrales eran dolencias habituales estrechamente dependientes tanto de la alimentación dominantemente cárnica de los grupos acomodados, como de la amplia difusión de las enfermedades venéreas (asociación sífilis-gonococia). Las disputas entre médicos y cirujanos a la hora de establecer un diagnóstico y prescribir un tratamiento, la interferencia constante de empíricos de habilidad no siempre contrastada y la elevada condición social de muchos de sus pacientes son escenas que de forma recurrente se topa el lector en la lectura del Tratado, que trasciende por ello los estrictos límites de un escrito patológico. En este sentido cabe preguntarse, como ya advirtiera J. Riera, hasta dónde Díaz describió intervenciones —especialmente en el caso de la talla en calculosis vesicales— sobre las que tenía experiencia directa, o por el contrario se limitó a una mera descripción fundamentada en lecturas o experiencias conocidas de su trato con algunos de los profesionales no universitarios que las llevaban a cabo. Describió Díaz con bastante pormenor las dos intervenciones empleadas para extraer los cálculos vesicales, en la más conocida la talla “a la castellana”, denominada también “operación de Celso” o de apparatus parvus, pues aparece ya descrita por este autor, se accedía al cuello de la vejiga a través de una incisión perineal al tiempo que se sostenía el cálculo con los dedos introducidos en el recto. En la talla del apparatus magnus o “a la italiana” se introducía en la vejiga un espéculo y con diversas pinzas y tenazas se extraían los cálculos. Diversos conductores insertados por vía uretral evitaban tanto la incisión directa de la vejiga, que se consideraba mortal, como el traumatismo de la uretra. De los instrumentos que Díaz conservaba entre sus bienes y de la descripción que hace en el Tratado se deduce que no llegó a realizar personalmente esta intervención prefiriendo la talla tradicional, menos traumática y compleja. La mención que hace de Mariano Sancto, el difusor de la operación inventada por Battista da Rapallo, cuyos escritos de cirugía reproduciendo el instrumental empleado circulaban por España, atestigua la procedencia de su información doctrinal. En cuanto a la práctica de la intervención recomienda expresamente a un empírico, Izquierdo, que residía en Valladolid y, sobre todo, a un discípulo de éste, Castellanos, que ejercía su labor en la Corte.
Las carnosidades de la uretra fueron una patología muy frecuente en el siglo XVI descritas por diversos autores (Andrés Laguna entre los antecedentes y Amato Lusitano, Alfonso Ferri, Ambroise Paré entre los posteriores), que coincidieron en su identificación como una de las enfermedades “nuevas” características del Renacimiento. Fue, sin embargo, Díaz quien con más detalle se ocupó tanto de analizar su origen como de detallar el tratamiento más adecuado para su curación en los quince capítulos que dedicó al estudio de la afección. Como otras afecciones urológicas, su cuidado estaba en manos de empíricos dedicados casi exclusivamente a su tratamiento, un hecho que atestiguan tanto la literatura profesional como los acuerdos que las Cortes recogen durante la segunda mitad del siglo XVI. Frente a esta situación, Díaz defendía la intervención del cirujano y para ello se preocupó por informar en su libro tanto de los orígenes de la enfermedad (que como otros coetáneos relaciona con la extensión de la sífilis) como de su curso y tratamiento. En cuanto a este último, proponía el empleo del “instrumento cisorio” de su invención que extirpaba las excrecencias uretrales y que era muy semejante a otros similares descritos en textos quirúrgicos del Quinientos. Sin embargo, el tratamiento más apreciado y del que fue propagandista entusiasta fueron las candelillas. Se trataba de sustancias cáusticas mezcladas con un emoliente graso que se preparaban en forma de filamento flexible en una disposición que recordaba a las candelas de cera y que se introducían por la uretra, el calor corporal fundía el preparado y ponía en contacto directo los cáusticos con las excrecencias hasta conseguir su destrucción. Díaz atribuía su invención a un cirujano llamado maese Felipe, al servicio de Carlos V, de quien lo habrían copiado algunos empíricos hasta llegar al famoso doctor Romano, un boticario portugués que habría aprendido el procedimiento en Roma y que se había hecho muy popular en España en la década de 1550. Díaz rechazaba la atribución del descubrimiento de las candelillas cáusticas al catedrático salmantino Lorenzo Alderete como mantenía Amato Lusitano, una tesis que parece confirmar la ausencia de menciones a este asunto en los textos inéditos de Alderete que ha editado G. Albi. El tratamiento quirúrgico, una uretrotomía anteroposterior frente al procedimiento de Paré, en que el corte era posteroanterior, lo reservaba para casos rebeldes al tratamiento médico, pues reconocía la frecuente aparición tras la intervención de complicaciones de muy difícil solución.
La obra de Díaz constituye la más importante aportación de la medicina española a la urología de su tiempo, tanto por la voluntad del autor de ofrecer una visión completa de la patología del riñón y las vías urinarias como por la diversidad de abordamientos médicos y quirúrgicos con que se enfrentó a estas dolencias. Es destacable igualmente su capacidad para integrar en un discurso teórico esencialmente galénico los hallazgos anatomopatológicos obtenidos en la disección de los cadáveres de algunos de sus pacientes. Este intento por conocer las causas últimas explicativas de sus fracasos diagnósticos y terapéuticos se desenvuelve en la línea de la actividad disectora mantenida por Vallés en Alcalá, y es una consecuencia de los efectos que tuvo en la medicina más innovadora del Quinientos la llegada de la nueva anatomía. El reconocimiento de su obra como texto fundamental en los orígenes de la especialidad ha dado lugar, en las últimas décadas, a distintas reediciones del libro.
Obras de ~: Compendio de Chirurgia, Madrid, Pedro Cosin, 1575; Tratado nuevamente impreso de todas las enfermedades de los riñones, vexiga y carnosidades de la verga y urina, Madrid, por Francisco Sánchez, 1588 (conjuntamente con la Cirugía universal de Juan Fragoso, Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1627; Madrid, Carlos Sánchez, 1643; Madrid, Pablo del Val, 1666; eds. contemporáneas del Tratado únicamente, Madrid, Real Academia Nacional de Medicina, 1922-1923, 2 vols.; ed. facs., Barcelona, Eco, 1968; ed. facs., Madrid, Garsi, 1983).
Bibl.: R. Mollá y Rodrigo, “El Dr. Francisco Díaz y sus obras”, F. Díaz, Tratado I (...), Madrid, 1922-1923, págs. 9-64; V. Escribano García, El Dr. Francisco Díaz, Granada, H. Paulino V. Traveset, 1938; F. Sánchez Capelot, La obra quirúrgica de Francisco Díaz, Salamanca, Seminario de Historia de la Medicina, 1956; J. Riera, “La obra urológica de Francisco Díaz”, en Cuadernos de Historia de la Medicina Española, 6 (1967), págs. 13-59; L. S. Granjel, Retablo histórico de la urología española, Salamanca, Instituto de Historia de la Medicina Española, 1986.
Antonio Carreras Panchón