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Cristóbal Pérez de Herrera

Biografía

Pérez de Herrera, Cristóbal. Salamanca, c. 1556 – Madrid, 9.VI.1620. Médico del Rey, tratadista político- social y literato.

Este protomédico de las galeras de España, promotor de un proyecto preilustrado de Albergues para luchar contra los falsos pobres, nació en Salamanca hacia 1556 como se desprende de la leyenda Salmanticensis, aetatis suae 42 que, en mayo de 1598, acompaña su retrato al frente del Amparo de Pobres.

Descendiente —según confesión propia— de una familia hidalga oriunda de “Miengo, cerca de la villa de Santander, en las Asturias y Montañas de Santillana”, Cristóbal Pérez de Herrera, “nieto de Gonzalo de Herrera y de Violante de Villafañe, su mujer”, era hijo de Miguel de Herrera y de Isabel Pérez con quien casara “en la ciudad de Salamanca” adonde “se fue a vivir y residió casi toda su vida”. El texto de la Probanza (1612) de la cual proceden estos datos, amén de suscitar sospechas sobre la calidad de los antepasados, no especifica el linaje de Isabel Pérez ni la naturaleza de las actividades salmantinas del padre cuyos hermanos —se dice en cambio— se distinguieron en las armas al servicio del emperador Carlos V. Esta discreción respecto a los padres oculta probablemente algún motivo de deshonor (quizá antecedentes hebraicos) difícil de esclarecer.

Sea lo que fuere, el matrimonio tuvo tres hijos: los mayores, Alonso y Francisco, emigraron pronto a las Indias donde, al parecer, se dedicaron a la mercadería; en cuanto a Cristóbal, optó por abrazar la carrera de Medicina en “la Universidad de Salamanca, su patria, donde —refiere él en una Relación dirigida al Rey en 1605— [dio] feliz principio a pretender cátedras, ya graduado”. Si bien no figura como licenciado ni como doctor en el fichero de grados de la Universidad, consta, eso sí, que se graduó de bachiller en Artes en 1574, y de bachiller en Medicina el 14 de marzo de 1577. En ese mismo año —tal vez por indicación del célebre Francisco Vallés “primer magister meus et vere mecenas”—, el doctor Diego de Olivares, médico de cámara de Felipe II, le llamó a Madrid para que desempeñase una de las tres plazas de examinador del Protomedicato. Allí se casó en 1579 con Juana de Temiño, antes de marchar a Lisboa para participar en la expedición a las islas Azores (1582). Herido por un arcabuzazo “en la jornada del Fayal “, regresó a Cádiz con la escuadra en septiembre de 1583, y a los pocos meses se vio nombrado protomédico de las galeras de España. Hasta 1592 alternó su cometido, curando a los galeotes y a los soldados de Su Majestad en los puertos andaluces, con campañas militares por el Mediterráneo a las órdenes de Martín de Padilla. En varias ocasiones, se distinguió por su valentía en el combate (por ejemplo, ante la fortaleza de Melilla), o por su sagacidad que le permitió evitar que “unos moros de galera” volasen un polvorín en Gibraltar. A intervalos, viajó por lugares de Andalucía: a comienzos de 1587, estaba en Écija conversando sobre los inconvenientes de la “mendiguez fingida” con el licenciado Mosquera de Figueroa, corregidor de la ciudad. En el verano de 1588, estando las galeras en Barcelona, logró apaciguar, en unión con el Apostólico predicador Diego Pérez, una revuelta de “la gente plebeya irritada” contra el virrey.

Entre 1590 y 1591, una pesquisa contra los oficiales de la armada a raíz de cierto escándalo financiero, le sorprendió en Cartagena y “sólo él —señala su Relación de 1605— fue dado por libre entre los dichos oficiales”, mientras que “cinco personas fueron degolladas y otros muchos castigados”. Dado que Mateo Alemán, interino de la Contaduría Mayor, se hallaba a la sazón en Cartagena para averiguar las cuentas del tesorero de la ciudad, cabe suponer que Herrera y el futuro autor del Guzmán de Alfarache, en adelante íntimos amigos, se conocieran con ocasión de tales acontecimientos.

En junio de 1592, el protomédico estaba en El Puerto de Santa María, cuando se le notificó su nombramiento como médico de la Casa Real, designación en la que el doctor Francisco Vallés —muerto en mayo— había tomado parte decisiva. Ya avecindado en Madrid, vivió en la calle de Preciados con su mujer y sus dos hijos, Juan Antonio (nacido en 1580) y Estefanía. Por esos años (1593-1594), habitaba en el mismo barrio Mateo Alemán, recién depurado de su empleo en la Contaduría, con quien el biografiado iba a estrechar relaciones a la par que reafirmó su amistad con el prior Francisco Vallés, hijo del insigne catedrático de Alcalá. Otro de sus íntimos era por entonces Alonso de Barros, aposentador real y conocido poeta. Los cuatro hombres, unidos por idénticas preocupaciones sociales, militaban en la parroquia de San Martín en favor del “amparo de los legítimos pobres, y reducción de los fingidos”. En esta última década del siglo XVI dominada por una grave crisis que volcó hacia las ciudades oleadas de vagabundos y pícaros expertos en explotar la caridad pública, el pauperismo mendicante clamaba por soluciones nacionales. Para el doctor Herrera el período 1592-1598 fue sinónimo de una intensa labor publicística —al margen de sus obligaciones médicas— encaminada a movilizar al poder político en pro de un proyecto capaz de regenerar por el trabajo a “los fingidos vagamundos”. Renovando el viejo debate asistencial instaurado en Flandes por Vives (1526) y prolongado en España por Juan de Robles (1545) y Miguel Giginta (1579), Herrera imaginaba crear una red de albergues en los que “los pobres verdaderos” recibirían un distintivo autorizándoles a pedir limosna, en tanto que los impostores —la inmensa mayoría— deberían ocuparse allí “en oficios mecánicos [...] de manera que estos reinos abunden de las mercaderías que se traen de fuera dellos”. Esta ambiciosa “reformación de los ociosos”, de claro cuño mercantilista en aras de “la verdadera razón de Estado”, la sintetizó el doctor en un primer Discurso editado en 1595. Aprobado por las Cortes de Castilla, y refrendado por fray Diego de Yepes (confesor del Rey) y Rodrigo Vázquez de Arce (presidente del Consejo Real), el proyecto que interesó al propio Felipe II, no tardó en llevarse a la práctica: desde septiembre de 1596, fecha de la fundación del Albergue de Madrid, hasta el verano de 1598, las inspecciones de mendigos (en Madrid, Sevilla, Toledo y Valladolid) marcaron el apogeo de la reforma. En este contexto publicó Herrera su obra magna: los Discursos del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos (1598). El libro salió en edición cuidada, precedido cada discurso por un emblema y poemas laudatorios (entre ellos, dos sonetos de Lope de Vega), mientras una Carta de Alonso de Barros avalaba su contenido innovador. Poco antes, en sendas cartas, Alemán y Vallés habían expresado también su conformidad con las tesis de su amigo.

La muerte de Felipe II iba a dar al traste con una reforma “de esperanzas tan grandes para los futuros siglos”, en opinión del doctor, quien soñaba con transformar Castilla en un país tan manufacturero como la Flandes mercantil de Vives. Ya desde finales de 1598, los detractores de esas teorías modernizantes volvieron a la carga para recalcar, con Bartolomé de Villalba, que tales ideas no eran católicas, y que no procedía “introducir en España una ley inventada por ingleses y gentes que hoy están ajenos de Dios”. De hecho, aunque Herrera siguió abogando (hasta 1618) por la promulgación de una Ley de Pobres que estaba en preparación cuando falleció el Rey Prudente, nunca consiguió que los gobernantes volvieran a hacerle caso. Tan sólo recibiría de las Cortes el título de protector y procurador general de los pobres.

Tras consumir sus ahorros en la impresión de los Discursos y otros opúsculos, tuvo que solicitar del Rey, en abril de 1599, una ayuda de costa para publicar un escrito sobre la epidemia de peste que venía asolando el país. En 1600, continuaban sus apuros económicos. De esa época (1597-1600) datan igualmente dos relevantes memoriales suyos en defensa de Madrid como capital del Reino dinamizada por audaces mejoras urbanísticas y la reactivación de las ferias de Castilla.

Desde mayo de 1601, residía con la Corte en Valladolid, donde dio a la imprenta un tratado pediátrico (en latín y en castellano) titulado Clypeus puerorum o Defensa de las criaturas de tierna edad (1604), y poco después un sustancioso Elogio a las virtudes de Felipe II (1604) en homenaje a la protección que le había tributado el Monarca en el asunto de los pobres.

Paralelamente, sus escasos recursos le llevaron a reclamar sueldos atrasados y a pedir varias ayudas económicas a las Cortes. Con el mismo objetivo dirigió a Felipe III, en enero de 1605, una Relación de sus servicios desde 1577, memoria de méritos que le valió 200 ducados de renta anual, más 2000 en oficios vendibles en las Indias, y 2800 librados en extraordinarios del Reino de Nápoles.

A partir de junio de 1606, Pérez de Herrera regresó a Madrid. En mayo de 1607 solicitó de las Cortes “la plaza de Médico del Reino, ahora vacante por la próxima jubilación del doctor Ramírez”.

A falta de los 80.000 maravedís pertenecientes al cargo, los procuradores le asignaron un sueldo anual de 40.000 maravedís, “en espera de que haya alguna vacante”. Entre tanto, a principios de 1608, las Cortes decidieron sufragar una reedición abreviada del Amparo de Pobres, que preludia una nueva y breve tentativa para controlar a los mendigos en 1609. Relacionada con la expulsión de los moriscos, esa represión da pie al doctor para reactualizar sus planes de conversión de los vagabundos en trabajadores ahora que “estos reinos —subraya— han quedado limpios de humores depravados”. Así, en la Curación del cuerpo de la República (1610) no vacila en contraponer el ocio de “los Grandes, Títulos, Caballeros y gente noble y rica”, con la utilidad de aquellos que se dediquen al “comercio y trato de las mercaderías y manufaturas”.

El de 1611 es un año que empezó bajo malos auspicios para el autor, ya que andaba metido, por deudas al librero Alonso Pérez, en pleitos que casi dieron con él en la cárcel. En 1612, estaba enfrascado en reunir a los testigos —entre otros, a Fernando de Herrera, “Señor de la casa solariega de Herrera de Honor de Miengo, deudo mío”— que habían de mediar en la ya mencionada probanza, o “Información ad perpetuam rei memoriam”, realizada con miras a obtener una plaza de médico de la casa de Borgoña, pretensión nunca satisfecha pese al apoyo del conde de Gondomar, su “mecenas y amparo”. Es de presumir, sin embargo, que ocuparía el resto de su tiempo en la redacción de dos obras, de tema médico y literario, el Compendium y los Proverbios morales, ya concluidas a fines de 1612, si bien sólo salieron a luz en 1614 y 1618 respectivamente. En mayo de 1615, siguió debatiéndose entre dificultades económicas, ocasionadas por la edición de su último tratado médico sobre la curación del garrotillo que causaba estragos en Madrid. Hasta 1617, el único dato que se posee es su petición al Rey (en agosto de 1616) de que se pasase en cabeza de su hijo Juan Antonio, “abogado en esta Corte”, la escribanía mayor de las rentas de Toro que él ocupaba desde 1596 por favor de Felipe II, “la cual tiene de salarios cada año 22.000 mrs.”.

Entre 1617 y 1618, aprovechando los debates preliminares a la Junta de Reformación, Herrera dirigió a los procuradores en Cortes un informe “muy importante para el bien y riqueza destos reinos”, que recopilaba a modo de testamento político lo esencial de sus proposiciones en materia social y económica.

La idea clave del texto (dedicado al duque de Lerma) era que, para atajar la creciente vagancia debida a la improductividad, había que dignificar los oficios manuales y fomentar la mercadería mandando, en particular, que “no se pierda por ello la nobleza [...], como lo hazen muchas naciones que con la industria sola de tratar viven ricos, honrados y descansados”. En un folleto adjunto iba su Relación de 1605 actualizada en 1618. También en 1618 salían por fin de las prensas de Luis Sánchez los Proverbios morales, original contribución a la corriente emblemática, con numerosas poesías de ingenios matritenses que acreditaban la fama literaria del polifacético doctor.

Después, se pierde de vista al biografiado hasta que, el 9 de junio de 1620, le sorprendió la muerte en la madrileña calle de la Espada. Según su deseo, fue enterrado en el (hoy desaparecido) Convento de la Merced, convertido más tarde en plaza del Progreso: todo un símbolo para quien dedicara su existencia —hartas veces en vano— a intentar modernizar la rancia mentalidad señorial de la España de su tiempo.

 

Obras de ~: A la Católica y Real Majestad del Rey Don Felipe S. N., suplicándole se sirva de que los pobres de Dios mendigantes verdaderos destos sus reinos, se amparen y socorran, y los fingidos se reduzgan y reformen, Madrid, 1595; Discurso en que se suplica a la Majestad del Rey D. Felipe N. S. se sirva mandar ver si convendrá dar de nuevo orden en el correr de toros para evitar los muchos peligros y daños que se ven con el que hoy se usa en estos reinos, Madrid, 1597; Discurso al Rey Felipe N. S., en que se le suplica que, considerando las muchas calidades y grandezas de la villa de Madrid, se sirva de ver si convendría honrarla y adornarla de muralla, y otras cosas que se proponen, con que mereciese ser Corte perpetua y asistencia de su gran monarquía, Madrid, 1597; Discursos del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos, y de la fundación y principio de los albergues destos reinos, y amparo de la Milicia dellos, Madrid, 1598; Dubitationes ad maligni popularisque morbi qui nunc in tota fere Hispania grassatur, exactam medellam, Madrid, 1599; A la C. R. M. del Rey D. Felipe III N. S., cerca de la forma y traza como parece podrían remediarse algunos pecados, excesos y desórdenes en los tratos, bastimentos y otras cosas de que esta villa de Madrid al presente tiene falta; y de qué suerte se podrían restaurar y reparar las necesidades de Castilla la Vieja, en caso de que Su Majestad fuese servido de no hacer mudanza con su Corte a la ciudad de Valladolid, Madrid, 1600; Elogio a las esclarecidas virtudes de la C. R. M. del Rey N. S. Don Felipe II que está en el cielo, y de su ejemplar y cristianísima muerte, Valladolid, 1604; Clypeus puerorum, Valladolid, 1604; Defensa de las criaturas de tierna edad, y algunas advertencias cerca de la curación y conservación de su salud, Valladolid, 1604; Epílogo y Suma de los discursos que escribió del amparo y reducción de los pobres mendigantes y los demás destos reinos, y de la fundación de los albergues y casas de reclusión y galera para las mujeres vagabundas, Madrid, 1608; Curación del cuerpo de la República, Madrid, 1610; Carta apologética al doctor Luis de Valle, Médico de Cámara del Rey N. S., en respuesta a una carta suya, de unas objeciones opuestas por ciertas personas a un discurso que escribió [...] de la Curación del cuerpo de la República, 1610 (ed. en CODOIN, Madrid, 1851, t. XVIII, págs. 564-574); Compendium totius Medicinae ad tyrones, Madrid, 1614; Brevis et compendiosus tractatus de essentia, causis, notis, praesagio, curatione et praecautione faucium et gutturis anginosorum ulcerum morbi suffocantis, ‘Garrotillo’ Hispane appellati, Madrid, 1615; A los Caballeros Procuradores de Cortes del Reino que por mandado del Rey N. S. se juntaron en 9 de febrero deste año de 1617 en esta villa de Madrid, en razón de muchas cosas tocantes al buen gobierno, estado, riqueza y descanso destos reinos, Madrid, 1617; Relación de los muchos y particulares servicios que por espacio de 41 años el Doctor [...] ha hecho a la Majestad del Rey Don Felipe II que está en el cielo, y a la de D. Felipe III N. S. que Dios nos guarde muchos y felicísimos años, Madrid, 1618; Proverbios morales y Consejos cristianos muy provechosos para concierto y espejo de la vida, adornados de lugares y textos de las divinas y humanas letras; y Enigmas filosóficas, naturales y morales, con sus comentos, Madrid, 1618.

 

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Michel Cavillac

 

 

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