Porcell, Juan Tomás. Cagliari (Cerdeña, Italia), 1528 – ¿Zaragoza?, c. 1580. Médico, especialista en Anatomía Patológica y Epidemiología Clínica.
Nació en Cáller o Cagliari, la capital de la provincia aragonesa de Cerdeña. Estudió en varias universidades españolas, cursando Medicina en la Universidad de Salamanca, donde fue discípulo del catedrático de Prima Lorenzo de Alderete, y de Cosme de Medina, catedrático de Anatomía desde 1551, con quien tuvo oportunidad de asimilar la nueva Anatomía Vesaliana, adquirida junto al valenciano Luis Collado.
Porcell vivió y ejerció su profesión médica en Zaragoza, una ciudad que eligió entre otras “por su buena fama y ser la mejor”, como diría más tarde, llegando a ser catedrático de su Estudio General y donde debió de morir antes de 1583, sin que se tenga constancia documental de su pertenencia al colegio profesional ni otros acontecimientos de su trayectoria vital.
Con motivo de la epidemia de peste que sufrió Zaragoza en 1564, Porcell se hizo cargo, a petición de Jurados de la ciudad y ayudado por cuatro cirujanos, de los dos mil apestados que desde mayo a noviembre fueron atendidos en el Hospital General de Nuestra Señora de Gracia, utilizando esa experiencia para investigar o crear de un modo inaudito nuevo conocimiento sobre esa enfermedad. El informe científico de esa experiencia práctica clínica y anatómica fue publicado en un libro en 1565: Información y curación de la peste en Zaragoza, y presevación de la peste en general. Por este libro Porcell ha sido considerado el padre o creador de la Anatomía Patológica, figurando en antologías o genealogías de esta especialidad médica.
Pero el libro tiene el valor añadido de mostrar un procedimiento metodológico inédito, que anuncia lo que será la revolución científica de las siguientes generaciones, en el campo de la epidemiología clínica.
Durante la vida de Juan Tomás Porcell se sucedieron varias epidemias de peste de mortalidad considerable.
Destacan las de 1506-1507, la de 1519, 1523 y la de 1529-1530, hasta llegar a la de 1564-1565 que alcanzó la mayor mortalidad. Se ha calculado que fallecieron diez mil personas en Zaragoza. Sin embargo, no fue el azote peor recordado en su ciudad. La primera epidemia de peste de 1348 se cobró unas dieciocho mil vidas en Zaragoza, a razón de unos trescientos fallecimientos al día durante unos dos meses, afectando sobre todo a los hombres de más de cincuenta años. Ninguna otra oleada tuvo tal impacto demográfico, afectando las siguientes a otros grupos de población (sin distinción de sexo, o especialmente a los jóvenes) o según zonas geográficas determinadas, como la última gran epidemia, la de 1648-1654, que desvastó la población aragonesa con cifras de mortalidad de 6.000 en Zaragoza, 1.400 en Huesca o 1.092 en Jaca. En general, para atajar la enfermedad solían disponerse medidas de higiene colectiva como la quema de la ropa de los apestados, la declaración obligatoria de la enfermedad, el aislamiento de los enfermos en sus casas o en hospitales de apestados y las famosas cuarentenas, de acuerdo con la tradicional doctrina miasmática o ambiental. Pero estas medidas resultaron ineficaces al desconocerse la causa y el mecanismo completo de transmisión de la peste.
La doctrina tradicional galénica había sistematizado el mecanismo de producción de la peste distinguiendo los tres niveles clásicos: una causa externa miasmática, una causa interna o predisposición constitucional, y una causa inmediata, que sería la corrupción humoral específica, predominando siempre el componente miasmático. En el siglo XV ya se habían delimitado los tres modos de adquirir la infección: por el aire viciado o miasmas, por contacto directo y por los fómites.
En la época de Porcell, la principal novedad fue la teoría del contagio de G. Fracastoro (1474-1553), sistematizada en De contagioni et contagiosis et eorum curationes, publicada en 1546, que afirmaba que el origen de la enfermedad estaba en los “seminaria” o semillas de la enfermedad, corpúsculos procedentes de los humores corruptos y transmisibles por fómites o materiales inertes, y cuya influencia, como afirma María José Báguena, se aprecia en la obra de Porcell.
Se trataba de una doctrina que contribuyó a cambiar el foco de la atención médica del medio ambiente físico a la transmisión de una persona a otra.
En medio de polémicas científicas más o menos sonoras, se fueron proponiendo medidas contrarias a la medicina convencional en la medida en que se cuestionaban parcialmente algunos supuestos etiopatogénicos de raíz humoral galénica, o se descubrían nuevos remedios. El caso de Porcell es paradigmático de una actitud moderna por basar sus propuestas preventivas y terapéuticas en la experiencia, en la observación clínica y anatomopatológica de un número muy alto de casos (n = 2000), analizando variables con un procedimiento que se halla en la base de la moderna epidemiología clínica. Las variables sistemáticamente correlacionadas por Porcell fueron: sexo, tipo y localización del tumor o buba, apertura o no del tumor, síntomas predominantes, momento y tipo de terapéutica proporcionada: evacuación del humor corrupto (sudoración, sangrías, purgantes o eméticos), y remedios de acción local sobre llagas y tumores (maduración). Respecto al sexo, aunque todos los pacientes estuvieron separados por sexos, como era costumbre social y, por ende, obtuviera los datos desagregados por sexos, no puede decirse que la diferencia sexual constituyera para Porcell una variable significativa como las demás.
Porcell no era médico titular del Hospital General de Zaragoza. Fue contratado circunstancialmente para ocuparse de los apestados ante la muerte de los cirujanos que los habían atendido previamente, y la enfermedad contraída por el médico o físico de la ciudad.
Asumiendo (cristianamente) el riesgo que entrañaba para su vida, aceptó la contratación propuesta no por la Sitiada del Hospital sino por los Jurados de la ciudad, de los que en aquel momento se hallaban presentes tres de los cinco habituales: Juan López de Tolosa, Pedro Inxausti y Joan Baptista Sala. Asimismo Porcell se consideró bajo la autoridad de los responsables eclesiásticos u oficiales del arzobispo de Zaragoza Hernando de Aragón, el licenciado Joan Navarro y el doctor Diego Despes Sola. Como él mismo afirmaba en la presentación del libro, el contexto de su elección fue crítico, pues a los tres meses de la epidemia “y no hallar médico ni cirujano alguno que, por dinero, o por caridad juntamente con dinero, los quisiera visitar ni curar, tanto era el miedo que en ellos reinaba, por la muchedumbre de enfermos que al hospital acudía, y haber estado los pobres enfermos sin ser curados ni visitados tres o cuatro días, me enviaron llamar y me encargaron y rogaron tuviese a bien de visitar dichos dolientes de peste en dicho hospital”.
La labor de Porcell fue la gestión de un gran centro asistencial en situación de emergencia y alarma social (un gran hospital general que atendía habitualmente a aragoneses, navarros, riojanos, vascos, catalanes o franceses), dispensando en este caso mejor atención médica a los pobres en el hospital que a los ricos en sus casas, dada la doble función investigadora y asistencial que tuvo el proyecto del Hospital General de Zaragoza.
Durante siete meses y con la ayuda de cuatro cirujanos, Porcell dirigió la asistencia de los más de dos mil enfermos hospitalizados, con buena salud y sin faltar ni un solo día a la visita médica: “los curaba y visitaba dos veces al día, tres o cuatro horas por la mañana y otras tantas por la tarde, viendo algunas orinas, tocando los pulsos y tumores, siquiera apostemas, y hallándose siempre presente al tiempo de curar y nunca consentir que curen los cirujanos sin que el médico esté presente”. Para lograr ese objetivo y verificar las teorías etiopatogénicas y terapéuticas, Porcell diseñó una organización fabril de trabajo en cadena.
Organizó en estancias separadas a los enfermos con tumores abiertos y cerrados, dentro de cada uno de los pabellones separados por sexos, destinando dos cirujanos a las cuadras o estancias de hombres y dos a las de mujeres, ocupando en total cinco estancias, además de los convalecientes que fueron alojados en las afueras de la ciudad revisados también por Porcell.
Por la mañana curaba a los abiertos, que eran sacados a los corredores de diez en diez, sentados en un banco para que los atendieran los cirujanos. Al paso, iban dejando los apósitos utilizados en unas tinajas con vinagre a la entrada de la sala. Los cirujanos ponían ungüentos y apósitos nuevos, mientras los enfermeros tenían el encargo de cubrirles y vendarles las úlceras y llagas, una vez hubieran terminado los cirujanos. Por la tarde se hacía lo mismo con los que tenían los tumores cerrados, atendiendo siempre en primer lugar a los recién llegados y distribuyéndolos según estos criterios. Mientras, el investigador médico, “con la finalidad de alcanzar un método y seguridad en curar”, se sentaba delante de ellos y anotaba todos los detalles de las curas: “con mi cartapacio, hecho por el orden de abecedario, escribiendo y notando los que se habían muerto; y a cuantos días de su dolencia y abertura se habían muerto; y si se habían muerto por haberles abierto antes de tiempo [...]”. Observar, ordenar y clasificar, parecía su lema, como el método baconiano de Sydenham programado para los médicos modernos un siglo después. Porcell recopiló los datos recogidos en una incipiente estadística mensual y global de afectados, desde mayo hasta noviembre, con cifras aproximadas nunca exactas (expresiones: más de, y tantas, pasadas de, cerca de), de acuerdo con el escaso valor epistemológico que tenía la cuantificación en su época.
Con este método de trabajo, Porcell realizó observaciones y correlaciones causa-efecto que le llevaron a cambiar no sólo su plan de tratamiento, sino también su teoría etipatogénica y su plan preventivo, elaborando el informe final en un estilo retórico moderno, con graves derivas a lo antiguo, para presentar sus descubrimientos y justificar sus tesis. Información y curación de la peste de Zaragoza, es la única obra que se conoce de Porcell y fue publicada sólo tres meses después de dejar el Hospital (acabó de imprimirse el 22 de marzo de 1565). Se halla dividida en tres partes.
En la primera se describe el método de trabajo, informando de las cinco autopsias efectuadas, y se fundamentan las pautas terapéuticas seguidas; en la segunda se cuestionan las tesis causales a la luz de las observaciones clínicas, constituyendo un auténtico tratado de semiología, reservándose la tercera parte a la formulación de un plan preventivo integral, que incluye aspectos como el aire, vestido, alimentación y vida moral, además de los vomitivos, purgantes, sudoríferos y demás remedios habituales y modernos, para sanos y enfermos de peste.
Aunque planteado dentro del paradigma humoral clásico, sus presupuestos epistémicos suponen la plena aceptación del saber por experiencia, del empirismo como fundamento científico, sin que ello implicara contradicción alguna con las tesis tradicionales galénicas y el peso que la contrastación filológica tiene. Nada en la obra denota tensión entre paradigmas que hoy consideramos inconmensurables. Porcell se propuso conocer cuál era el humor corrupto, y aclaró mediante autopsias que el causante era el humor cólera biliar o amarilla, y no la sangre como se creía, que halló inalterada en sus cualidades sensoriales, siendo normal el bazo y masas sanguíneas, por lo que cambió su pauta profesional: “[...] después de hechas, he curado todo lo contrario de cómo curaba antes de haberlas hecho, que no sangrando, ni sajando, ni me nos purgando por cámara” (8v.). Además, correlacionó estos datos anatomopatológicos con la historia clínica: “porque los que han tenido cámaras [...] antes de que se les abriera el tumor o apostema, se han muerto” (19v.), amén de probar la eficacia de los remedios inventados por él mismo.
La obra de Porcell tiene, por otra parte, un valor lingüístico al estar sus informes autópsicos escritos en castellano. Se trataba de una novedad científica que implicaba un ejercicio de creación literaria, puesto que el lenguaje científico no estaba ni creado ni fijado.
Imágenes y objetos populares comenzaron así a engrosar el rico vocabulario de tecnicismos médicos en esta especialidad, Anatomía Patológica, que sigue siendo una de las más literarias o cualitativas en la actualidad; por ejemplo: “en las tripas y en el bazo no hallé cosa de notar [...]. Lo tercero que hallé de notar fue que dentro de la túnica que cobija y envuelve todos los miembros nutricios y tripas, que se llama en latín perytoneos tunica, y en Arabigo ziphac, en la parte interior junto al peyne, hacia la ingle izquierda, que era en donde tenía la hinchazon o tumor, había porción o cantidad como de dos huevos grandes de una cólera que tenía color como de un buen azafran, llamanla Galeno bilis vitelina; no estaba nada cuajada sino muy líquida y difería de las otras, y no había salido casi nada hacia la hinchazón o landre. La cual abrí y era, como dicho tengo, pequeña en magnitud y figura como de una avellana, y por alrededor había un licorcico amarillo, aunque poca cantidad, y un poco sangre cuajada [...]” (fol. 6v.).
A pesar de que Información y curación de la peste no fue reeditada ni traducida, tuvo un notable influjo en España e Italia. Entre los autores que recogieron sus aportaciones anatomopatológicas figura el gran anatomista Giovani Filippo Ingrassia (1576) y el sevillano Juan Carmona (1588). Según Carreras Panchón, en un informe de los médicos de Génova sobre la peste de 1631 se citaba todavía como autoridad a Porcell.
Durante el siglo XVI se hicieron autopsias de apestados de forma esporádica, pero la prioridad de su realización con carácter sistemático corresponde a Porcell.
Su importancia y originalidad estriba en la intención clínico-terapéutica que lo animaba y en la estrategia o método experimental seguido. Aunque el libro esté entretejido de extensos y prolijos discursos eruditos y librescos que, en conjunto, sofocan los datos de experiencia, conforma el estilo magistral tradicional que, sin duda, correspondía a un profesor de Medicina.
Obras de ~: Información y curación de la peste de Zaragoza y preservación contra la peste en general, Zaragoza, 1565.
Bibl.: N. Mariscal García, El doctor Juan Tomás Porcell y la peste de Zaragoza de 1564, Madrid, Imprenta Ricardo F. de Rojas, 1914; A. Carreras Panchón, La peste y los médicos en la España del Renacimiento, Salamanca, Instituto de Historia de la Medicina Española, 1976; J. M. López Piñero, F. Bujosa y M. L. Terrada Ferrándiz, Clásicos españoles de la Anatomía Patológica anteriores a Cajal. Spanish clasics on Pathology before Cajal, Valencia, Cátedra e Instituto de Historia de la Medicina, 1979; M. J. Báguena Cervellera, La naturaleza de la peste a través de las obras de Juan Tomás Porcell y Luis Mercado, Valencia, Universidad y Fundación Marcelino Botín, 2002 (CD).
Consuelo Miqueo