Cerdá y Suñer, Ildefonso. Centellas (Barcelona), 23.XII.1815 – Las Caldas de Besaya (Cantabria), 23.VIII.1876. Ingeniero, urbanista y político.
Ildefonso Cerdá nació en el manso El Serdà el día 23 de diciembre de 1815, en el término municipal de Centellas (provincia de Barcelona). Cerdá, frente a los errores reiterados al respecto, fue el cuarto hijo de la familia Cerdá Suñer, después de José, Ramón y María. En quinto y sexto lugar, nacieron Miguel y Félix. La genealogía de los Cerdá se remonta al año 1470, y existe sin solución de continuidad esta sucesión que se detalla en la biografía Vida y obra de Ildefonso Cerdá (2001).
El joven Ildefonso Cerdá cursó estudios en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, en circunstancias precarias que le llevaron a solicitar de su madre alivios pecuniarios dada su condición de “desertor de la agricultura”; circunstancia dura la atravesada por Ildefonso Cerdá en Barcelona, comparada con la holganza de que disfrutaban sus hermanos Ramón y José.
Inmediatamente el Cerdá de la Escuela de Bellas Artes tiene ante sí una posibilidad de desarrollo y de adquisición de conocimientos precisos para su “idea urbanizadora” y ésta es, como no podía ser otra, la Escuela de Ingenieros de Caminos, de Canales y Puertos, creada en Madrid después de diversos virajes relacionados con la evolución política. En 1839 terminó sus estudios la primera promoción y en 1841 terminaba la tercera promoción de siete ingenieros: Ildefonso Cerdá, con el número seis. El expediente como funcionario de Ildefonso Cerdá en el cuerpo es forzosamente breve: habían transcurrido poco más de ocho años desde su nombramiento cuando se le acepta la solicitud de excedencia voluntaria.
Por la muerte de sus hermanos Ramón, en 1836, y el heredero José, en 1848, Ildefonso Cerdá se convirtió en el hereu del mas Serdà y de sus otros bienes cuando, como se verá más adelante —alejado inicialmente de la herencia— disfrutaba de la condición privilegiada de funcionario gubernamental, ingeniero de caminos, canales y puertos. Ildefonso Cerdá tuvo que hacerse cargo de la liquidación de deudas adquiridas por su padre con algunos comerciantes amigos de la vecina localidad de Aiguafreda. Lo que aquí importa es señalar que Ildefonso Cerdá convertido por las razones antedichas en hereu del mas Serdà, consagra todos sus recursos y todo su tiempo después de presentar la excedencia del cuerpo de ingenieros de caminos, a su idea fija: la “idea urbanizadora”. Emplea todo su tiempo documentándose en una materia hasta entonces ignorada, pivotando sus ideas sobre el factor tecnológico que suponía la máquina de vapor como fuerza motriz en las fábricas, como mecanismo para propulsar la navegación y finalmente en el ferrocarril transportando miles de personas de una ciudad a otra Solicita a S. M. la Reina, no sólo el retiro por razones de índole familiar (fallecimiento de su hermano mayor y su propio casamiento), sino por su esposa, Magdalena Clotilde Bosch y Calmell, con la que se le autorizaba a casarse por Real Orden de 20 de junio de 1848. La edad de él era de treinta y dos años y la de ella, hija de José Bosch y Rosa Calmell, diecinueve años.
A partir de ese momento, cuando Cerdá dispone de recursos para proyectarse sobre la “idea urbanizadora”, se abrirá una brecha que no es original en España entre los ingenieros y los arquitectos. Cerdá tendrá a su favor las doctrinas propugnadas en la Escuela y la práctica de los ingenieros de caminos, mientras que los arquitectos, como había ocurrido en Francia, reclamarán ante lo que opinan una usurpación de funciones y de competencias.
Una vez obtenida la licencia para pasar a la reserva del cuerpo, Ildefonso Cerdá dio rienda suelta a unas inclinaciones políticas, seguramente al comprender que, sin un marco político adecuado, sus ideas urbanizadoras no encontrarían la posibilidad de llegar a término. Y aquí ha de tenerse en cuenta que para Ildefonso Cerdá existía un precedente singular que sólo exigía el recuerdo. Y éste se daba en sus participaciones en Barcelona y en Madrid en este singularísimo cuerpo de hombres civiles que ante la amenaza totalitaria contra la Constitución de 1837 y más tarde de 1845, se congregaban recibiendo las armas necesarias en batallones de voluntarios denominados la Milicia Nacional, los cuales democráticamente elegían a sus mandos; cosa que se dio a favor de Ildefonso Cerdá en Madrid durante sus estudios en la Escuela de Ingenieros y en Barcelona durante el alzamiento y pronunciamiento de 1854, donde siempre se encuentra a nuestro urbanista defendiendo la libertad y la Constitución. Es obvio que las participaciones activas de Ildefonso Cerdá como miembro electo de los batallones de la Milicia nacional, alguno de los cuales en la iglesia de Santa María del Mar fueron bendecidos por el obispo de la diócesis, le dieron contactos y confianza para redactar la increíble “Monografía Estadística” de la clase obrera de Barcelona. En estos casos, más que el ingeniero, los obreros que facilitaron una estadística que hoy sigue siendo una obra cumbre de mediados del xix, vieron al compañero capaz de interpretar las razones fundamentales de la primera huelga general en España. La “Monografía Estadística” forma parte del segundo volumen de la Teoría General de la Urbanización, 1871, pero evidentemente Ildefonso Cerdá convencido sinceramente de la justicia, de las reivindicaciones sociales de la clase obrera de Barcelona en 1854, editó por su cuenta una separata de la Monografía Estadística.
Jaime Balmes ejerció una notable influencia sobre la familia Cerdá. Se trata de una cuestión prácticamente ignorada que en su día la excelente y documentada biografía que el padre Ignasi Casanovas, jesuita, consagró a la vida y a la obra de Jaime Balmes. (Balmes. La seva vida, el seu temps, las seves obres, Barcelona, Biblioteca Balmes, 1932, 3 vols.). Dentro del inmenso campo de la investigación llevada a cabo por el padre Casanovas, se encuentran una serie de datos y documentos que poseen un valor cognoscitivo extraordinario.
Jaime Balmes fue algo más que un amigo íntimo de la familia Cerdá y en esa magna obra, se nos dan pruebas directas e indirectas de que el llamado “filósofo de Vic” proyectó su enérgica y vigorosa personalidad sobre toda la familia, especialmente sobre el heredero José Cerdá, sobre el padre Ildefonso y sobre la única hermana, Carmen, casada con José Prat, propietario del Prat de Dalt de San Feliu de Codines, donde por cierto se refugió Jaime Balmes en una de las “bullangas” de Barcelona. El padre Casanovas relata el origen de la conexión de los hermanos Cerdá con Jaime Balmes y su hermano Miguel Balmes; sobre todo José Cerdá había caído, por así decirlo, bajo la influencia de Jaime Balmes que le había enseñado Matemáticas en el curso 1837-1838. En realidad, la influencia de Jaime Balmes se prolongó durante años, al extremo de orientar los estudios de José primero en Vic y luego en Barcelona; Ramón se dedicó a la Historia natural y a la Farmacia; finalmente, Miguel hizo los estudios suficientes para poder ser ayudante en las obras del Ensanche de su hermano Ildefonso Cerdá.
En el prolijo epistolario de Jaime Balmes a José Cerdá se advierte la intensidad creciente del dominio que Jaime Balmes ejercía sobre el heredero del mas Serdà.
Podría decirse que tal influencia llega al extremo de “orientar” la aportación de capital realizada por José Cerdá en el negocio de curtidos, nada floreciente por cierto, que tenía Miguel Balmes. El filósofo de Vic encuentra una fórmula ideal que durará hasta su muerte: asociar a José Cerdá como capitalista principalmente a un negocio que arrastraba una marcha larga y renqueante; todavía vivo Ildefonso, el padre de todos y con él, el heredero José, estableció tratos con Balmes para que formaran compañía para ampliar el negocio de su hermano. Cerdá tenía dinero; Balmes aportaría sobre todo el trabajo y la experiencia. Como dice el padre Casanovas, en 1838 había encontrado el socio capitalista idóneo y no estaba dispuesto a soltarlo. Es preciso tener en cuenta que el eximio “filósofo” siguió ocupándose de los distintos quehaceres de la fábrica de curtidos y toda la serie del epistolario mercantil de Jaime Balmes, se proyecta dirigiendo la empresa hasta extremos de intimidad de lo que da muestras el 19 de noviembre de 1841 en Barcelona cuando Jaime Balmes redacta un testamento ológrafo, siendo testigo José Cerdá. Poco después, otorga poderes a favor de su hermano Miguel Balmes y del propio José Cerdá, lo que suena a irrisión. Quede bien claro que mientras duró el negocio de bonetería y sombrerería, el verdadero empresario fue el autor de El Criterio. Hay que tener en cuenta que acerca del interés de Jaime Balmes por los problemas de la empresa, merece recordarse las cartas enviadas desde París el 16 de agosto de 1842, donde se le informa de las máquinas más modernas para cortar pelo, donde se llega a dibujar la máquina más moderna exhibida en París.
Cuando Ildefonso Cerdá convertido en heredero del patrimonio del mas Serdà y recién contraído matrimonio con Clotilde Bosch, decidido ya a pedir la excedencia del cuerpo de ingenieros de caminos, no pudo consentir la perduración del célebre negocio de sombrerería y bonetería. En realidad, todos sus recursos los quería emplear en la financiación a la postre utópica de la “idea urbanizadora” centrada en el Ensanche de Barcelona.
La Barcelona actual guarda escaso parecido con la que contemplara Ildefonso Cerdá a la hora de concebir y diseñar el plano del Ensanche. Fue durante muchos siglos plaza fuerte; urbe sitiada y núcleo urbano deseoso de alcanzar nuevos horizontes. Fue hasta mediados del siglo xix, una ciudad amurallada con fuertes destacados en la actual plaza del Ángel y en la calle de Tallers. Uniones transitorias en lo que después han sido las rondas de San Pere, Universidad y San Antonio.
En 1841, el Ayuntamiento publicó como mejor memoria sobre los perjuicios de las murallas el trabajo de Pedro Felipe Monlau, cuyo lema era “¡Abajo las murallas!”. La iconografía de la época recuerda cómo a través de un movimiento popular, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento seguidos de un gentío inmenso se dirigieron procesionalmente a La Ciudadela donde al grito sacramental “Comencem” (Empecemos) el síndico del Ayuntamiento arrancó una piedra de uno de los baluartes de La Ciudadela. A pesar de todo y de esa expresión de la voluntad popular, el Gobierno central puso fin a ese primer ensayo de derribo de las murallas. Es preciso tener en cuenta que en este período, desde 1835, se exponen y solicitan licencias oficiales para el derribo de las murallas, pero esto tardaría bastantes años en lograrse. Los análisis de la época, con consideración de los factores demográfico e industrial, se deben principalmente a Jaime Balmes. En la década de los cincuenta fue madurando la tesis que hacía ineluctable el derribo de las murallas de Barcelona. Comienza una etapa decisiva con la unión liberal, sobre todo con la llamada revolución de julio de 1854, es decir, el célebre levantamiento de O’Donnell. Hay que señalar aquí que la interrupción sería la última; el capitán general Domingo Dulce trasladaba el 15 de agosto de 1854 la Real Orden de 9 del mismo mes autorizando el derribo de las murallas.
Ya entonces las autoridades civiles de la provincia de Barcelona, Pascual Madoz y Cirilo Franquet demostraban por su patente ideología que, bajo el nuevo Gobierno, el derribo de las murallas no quedaría en papel mojado. Pero hay algo más significativo todavía: Cirilo Franquet encargaba a Ildefonso Cerdá el levantamiento del plano topográfico de la ciudad.
Téngase en cuenta que en este momento se inicia la irrupción de Ildefonso Cerdá en el largo proceso del Ensanche de Barcelona. No hay que olvidar aquí que en el volumen primero de su Tratado, se define la obra como un medio para conseguir “la aplicación de sus principios y doctrinas a la Reforma y Ensanche de Barcelona”. Conviene recordar con una relectura atenta el análisis pormenorizado que hace Ildefonso Cerdá de las pérdidas económicas y sociales que habían producido las murallas, diciendo que: “con el producto de esas pérdidas, podrían hacerse de plata los muros que hoy son de mampostería”. Desde el punto de vista del pensamiento económico, hay que decir que el análisis de Ildefonso Cerdá se empareja con el de Albert Hirschman y el de Pierre Vilar.
En un planteamiento prolijo, cabría aludir a unas mejoras urbanas lejos de cualquier análisis general y entre ellas cabe recordar el Jardín del General o la alameda que unía Barcelona con Gracia. La Revolución de julio y el Bienio Liberal suponen como queda dicho, una de las fases favorables para la realización de la “idea urbanizadora” de Ildefonso Cerdá; un hombre que, al igual que había hecho durante su estancia en Madrid en la Escuela de ingenieros, donde se había alistado en la Milicia nacional, vuelve a repetirlo Ildefonso Cerdá autor en el bienio liberal. Cerdá que, auxiliado por su hermano Miguel, realiza el plano por el encargo ya mencionado de Cirilo Franquet; éste ostenta la condición impuesta por Ildefonso Cerdá de que fuese gratuito; este plano de los alrededores de Barcelona, actualmente conservado en el Museo histórico de la ciudad, había sido realizado con tanto rigor que, cuando en su día el Ayuntamiento convocó en concurso de planos del Ensanche de la ciudad, tuvieron que utilizar el trabajo del único que no se presentaba al concurso, Ildefonso Cerdá.
La “Monografía Estadística” de la clase obrera de Barcelona en 1856 constituye una investigación previa que más tarde se proyecta en la elaboración del plano del Ensanche de Barcelona y que figura como apéndice al tomo III de la Teoría General de la Urbanización.
La citada Monografía Estadística es una pieza absolutamente singular a mediados del siglo xix por su enfoque cuantitativo y el propósito de relacionar ni más ni menos la vivienda, el desarrollo industrial y los niveles salariales en una década en la que se producen en España, sobre todo en Barcelona grandes innovaciones tecnológicas. Y hay que tener en cuenta la afirmación tan reiterada de Pedro Laín Entralgo en su “Prólogo” al libro de José M.ª López Piñeiro, Medicina y sociedad en la España del siglo xix, cuando dice: “sin tener en cuenta lo que los médicos Monlau y Salarich nos dicen sobre la vida real de los españoles durante el reinado de Isabel II ¿podremos nunca entender acabadamente el suceso político de la Gloriosa?”. Lo que se dice de la realidad revelada por Monlau y Salarich ha de aplicarlo igualmente a la “Monografía Estadística” de Ildefonso Cerdá; en lo que a Barcelona se refiere son las observaciones del médico Joaquín Salarich las que en mayor medida se aproximan a la “Monografía Estadística” de Cerdá, pero conviene decir ahora que su lectura detenida es obligada para conocer ni más ni menos uno de los decisivos pilares de la Reforma del Ensanche de Barcelona.
También en una fusión admirable de la Sociología cuantitativa que se encuentra en la “Monografía” tantas veces citada con la reflexión teórica vertida en los dos primeros tomos de la Teoría General de la Urbanización y junto a todos los problemas derivados de la higiene con la consignación de las viviendas y sus habitantes se consignan la nutrición y todos los elementos que integraban el salario real.
Resulta decisiva la publicación de la Real Orden de 9 de diciembre de 1858 que suponía la cesión del ejército en todos los temas del Ensanche hasta entonces competencia del Ministerio de la Guerra. La competencia se confiaba al Ministerio de Fomento y quedaban en un lugar muy secundario la cuestión de las fortificaciones y la construcción de nuevos cuarteles.
Inmediatamente, el Ayuntamiento de Barcelona estima que se ha recuperado para la corporación municipal las facultades contenidas en la ley de Ayuntamientos; de ahí que se nombrase una Junta consultiva, similar a la de 1855, que daba lugar a pedir al gobernador civil una copia del plano topográfico de los alrededores; la solicitud de concesión gratuita de terrenos necesarios para paseos, calles y plazas. La demanda en pro del inmediato derribo de las murallas que unían la Ciudadela y el mar. A la vez, se encargó a tres diputados a Cortes por Barcelona, Laureano Figuerola, Pascual Madoz y Jaime Badía, para realizar las gestiones necesarias cerca del Gobierno central en todo cuanto afectaba al Ensanche; pero, a comienzos de febrero de 1859, se produce la primera divergencia de criterios entre el Ministerio de Fomento y el Ayuntamiento de Barcelona. En efecto, una Real Orden de 2 de febrero de 1859 decía: “S. M. la reina (QDG), accediendo a lo solicitado por D. Ildefonso Cerdá, ha tenido a bien autorizarle para que sin perjuicio de los derechos de propiedad, verifique en el término de 12 meses los estudios de ensanche y reforma de la ciudad de Barcelona, debiendo considerarse esta gracia sin derecho a la concesión definitiva de la empresa, si no se estima conveniente, ni a indemnización alguna por los trabajos que al efecto practique”.
Mientras tanto, el Ayuntamiento puso en marcha la Comisión Consultiva de Ensanche; pero la discrepancia entre el Ayuntamiento y el Ministerio de Fomento se fue ampliando a lo largo de 1859, y se fue consolidando un frente de batalla entre Ayuntamiento y Corporación Municipal. Para más detalles, véase el trabajo de Francisco Puig y Alfonso, Génesis del Ensanche de Barcelona. La lucha adquirió perfiles desagradables que durarían varias décadas. La Junta llamada a calificar los planos de los concursantes se constituyó el 12 de septiembre de 1859 y la integraban Víctor Arnau, rector de la Universidad y presidente; Elías Rogent, arquitecto que acabaría construyendo el edificio de la Universidad literaria, y otros.
Los trabajos de la Junta calificadora comenzaban en medio de las peores circunstancias, dado el claro enfrentamiento entre los miembros de la Comisión consultiva y la Corporación Municipal; pero en realidad, sobre la Junta calificadora pesaba una amenaza de mayor entidad: la Real Orden de 7 de junio de 1859 del Ministerio de Fomento que decía: “Visto el proyecto de ensanche de la ciudad de Barcelona, estudiado por el ingeniero D. Ildefonso Cerdá, en virtud de la autorización que le fue concedida por Real Orden de 2 de febrero último: visto el Real Decreto de 23 de enero de 1856: considerando: primero, que los estudios de Cerdá se hallan en armonía con las bases adoptadas por la comisión de representantes de todas las corporaciones de Barcelona en su memoria de 28 de junio de 1855 y discutidas por la comisión nombrada en virtud del Real Decreto de 23 de enero de 1856: segundo, que la Real Orden de 9 de diciembre de 1858 dictada por el Ministerio de la Guerra, prejuzga el ensanche del caserío en el sentido de su libre desarrollo, reservándose únicamente fijar los puntos donde considere conveniente establecer edificios militares: tercero, que la Junta consultiva de caminos, canales y puertos, encontrando el proyecto bien estudiado consulta su aprobación en dictamen de 6 de mayo de 1859; S. M. la reina (Q.D.G.) se ha dignado resolver: ”Primero, ‘se aprueba el proyecto facultativo de ensanche de la ciudad de Barcelona estudiado por el ingeniero D. Ildefonso Cerdá, con las alteraciones propuestas por la Junta consultiva de caminos, canales y puertos’, para que la altura de los edificios de la zona de ensanche no exceda en ningún caso los dieciséis metros, y se aumente el número de manzanas mayores que las del tipo general admitido en el proyecto, así como también el de parques, especialmente en la zona en que se representa más condensada la edificación.
”Segundo, el sistema de cerramiento consistirá en el canal de circunvalación proyectado para recoger las aguas torrenciales.
”Tercero, antes de proponer a Las Cortes el oportuno proyecto de ley para la ejecución del Ensanche, deberá presentar el autor al Ministerio de Fomento el proyecto económico que tiene meditado.
”Cuarto, deberá asimismo presentar el proyecto de ordenanzas de construcción y de policía urbana para que sobre las primeras recaiga la aprobación del Ministerio de Fomento, y sobre las segundas el de la Gobernación del reino, previa la instrucción que juzgue conveniente darles”.
El Ayuntamiento y un buen número de terratenientes y arquitectos junto a políticos especializados en pleitos municipales, emprendieron una tarea larga pero finalmente infructuosa, solicitando del Gobierno central la revocación pura y simple de la Real Orden de 7 de junio de 1859. La ya citada obra de Francisco Puig y Alfonso presenta una exposición sucinta pero llena de filibusterismo, ya que todo gira en torno a la peregrina idea de que la Real Orden de 9 de diciembre de 1858, establecía sólo “Principios generales” dejando a la competencia municipal que la Ley Orgánica de Ayuntamientos confería a los municipios. A la vez, se argumenta reiteradamente la indignación ciudadana y se dice a S. M. la Reina que la Real Orden cuya revocación se pide, vulnera hondamente y mina por su base las atribuciones argumentando los serios compromisos sobre el Ensanche atendiendo a indicaciones del mismo Gobierno. Como argumento adicional en el escrito a S. M. se dice: “persuadidos además de que le infiere notable agravio el hecho de no haber sido consultado para la ejecución de los estudios del ingeniero D. Ildefonso Cerdá”, indicando y denunciando que se ha facultado “a un simple particular para tomar la iniciativa en un proyecto de ordenanzas y de policía urbana que la ley confiere inmediata y especialmente al Ayuntamiento”.
Parece útil reproducir el juicio de un especialista en la historia de Barcelona como fue Agustín Durán y Sampere: “A decir verdad, la polémica no giraba tanto alrededor de los supuestos defectos del Plan Cerdá, si no contra el procedimiento seguido para que el Plan Cerdá quedase impuesto por encima de comisiones y concursos. D. Ildefonso Cerdá debía estar confiado en la bondad de su obra, pero más aún en el apoyo gubernamental que obtuvo siempre hasta el punto de haber dado lugar a la publicación de gran número de Reales Órdenes, Reales Decretos, y disposiciones gubernativas siempre a su favor. Con tales auxiliares, el triunfo definitivo del Sr. Cerdá no podía hacerse esperar, aunque fuese contrariando al público, menospreciando reglamentos, dejando acuerdos incumplidos y llegando a provocar renuncias de cargos concejiles con público rasgamiento de vestiduras”.
En los tramos finales de la tramitación del expediente del Ensanche, se materializa en la Real Orden de 31 de julio de 1859, aceptando los expedientes presentados al concurso del Ayuntamiento, a los catorce proyectos presentados, aceptando el Ministerio de Fomento el citado concurso y recomendando la exposición junto a los catorce concursantes del proyecto junto al que llevaba la firma de Ildefonso Cerdá.
La Junta Calificadora acordó por unanimidad conceder el primer premio al proyecto presentado por el arquitecto municipal Antonio Rovira y Trías. El fallo que lleva por fecha 20 de octubre de 1859 dio origen a una pugna todavía no dilucidada entre el Plano Rovira y Trías y el Plano de Ildefonso Cerdá. Pero la Real Orden de Fomento de 31 de julio de 1859 no podía ser más explícita en los argumentos que hacían otorgar la realización del Ensanche al Plano de Ildefonso Cerdá. La batalla duró aproximadamente un año y fue por el Real Decreto de 31 de mayo de 1860 que se puso punto final a la polémica, por lo menos en su vertiente legal. Durante el año transcurrido hasta 1860, fue el Diario de Barcelona y en la pluma de su director Juan Mañé y Flaquer, el que elevó el diapasón del ataque que no se resolvió. En su Acta final, el Ayuntamiento, sobre la base del fallo de la Junta calificadora, premió el plano de Rovira y Trías y otorgó accésits a los planos de Soler y Gloria, Francisco Daniel Molina y Eduardo Fonseré.
El hecho es que bajo este clima tan agrio, el inicio mismo de las obras del Ensanche sufrió retrasos más allá de lo que querían unos y otros; junto al ya comentado derribo de las murallas, el Estado dispuso la construcción de obras civiles importantes fuera de las mismas, entre las que destacan, por acuerdo entre Ildefonso Cerdá, el rector Víctor Arnau y el arquitecto Elías Rogent la construcción de la Universidad Literaria a cargo del Estado. Poco después, al final de la década, la inversión privada en lo que antaño había sido suelo con utilización militar fue creciendo con el impulso de una Barcelona libre de los cinturones de las murallas. Cuando hoy se trata de comparar lo que ha sido el Plano Cerdá con el de Rovira y Trías, resulta imprescindible comparar el cuadro de condiciones establecido por el Ayuntamiento de Barcelona con el ideado por Ildefonso Cerdá, libre al fin de realizar su “idea urbanizadora”. Recuérdese el peso de las consideraciones higiénicas de abundancia de parques y jardines, de espacios entre manzanas (del latín, mansio-mansionis); donde el Ayuntamiento fijaba seis metros como anchura de las calles, Cerdá dibujó siempre doce metros. Anticipaciones de Cerdá hoy sorprendentes se dan en sus dibujos de los chaflanes, que justifica diciendo que: “no han de tardar vehículos más veloces que los actuales y que para doblar una manzana necesitarán el alivio que supone un chaflán”.
El plano de Cerdá contempla que a menos de 1.500 metros haya un parque público que cumple también las funciones de salubridad y esparcimiento.
Importante parece la mención del gran Parque del Besós que tenía tres kilómetros y medio de longitud por un kilómetro y medio de anchura; como decía Cerdá, el citado Parque sería más extenso que el Bois de Boulogne. Un recuerdo estremecedor de las mutilaciones del Plan Cerdá lo ofrece lo acaecido durante más de un siglo a dicho gran Parque del Besós: en el año 2004, una buena parte de la superficie del parque ha sido urbanizada por el Fórum. La fiebre especuladora a lo largo de un siglo ha ido royendo con constancia entomológica todos los espacios libres del Plano de Ildefonso Cerdá, con la miríada de disposiciones municipales autorizando edificar prácticamente en las aceras; no se olvide que el que pasó por gran financiero, Girona, acuciado por un déficit municipal sugirió que la solución era autorizar la edificación de la franja central de la Gran Avenida de Las Cortes Catalanas. En otros casos, el disparate se convirtió en realidad. Por lo que respecta a alturas, terminada la última Guerra Civil, se autorizó subir un piso más, diciendo que los nuevos pisos tenían un sabor parisino porque recordaban las mansardas.
El final de la vida de Ildefonso Cerdá transcurrió en medio de dificultades que sólo pudo superar la fe en sí mismo que caracterizó su vida. Tuvo tres hijas: Pepita, Sol y Rosita; la primera casada con el inglés Richardson, murió en Harrogate. Sol contrajo matrimonio con un marino de guerra norteamericano, y Rosita, soltera, acompañó a su padre en 1876 a Caldas de Besaya, Santander, donde falleció el 23 de agosto del mismo año.
Cerdá había sufrido lo que él llamó en su diario autógrafo “un gran rebomborio en casa”, derivado de la infidelidad de su esposa Clotilde Bosch que tuvo una niña, Clotilde, a la que Cerdá dio sus apellidos.
Esta hija adulterina de Cerdá ha tenido una gran nombradía internacional, como especialista en arpa, pasando a llamarse artísticamente Esmeralda Cervantes en Perú y Bogotá. Finalmente, pasó a Uruguay, donde la fama suya fue tan grande que el puente entre Argentina, Uruguay y Brasil se denomina Esmeralda Cervantes. Volvió a España y se casó en Santa Cruz de Tenerife con un fabricante de cerámica alemán.
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Fabián Estapé Rodríguez