Ayuda

Manuel Gutiérrez Mellado

Imagen
Biografía

Gutiérrez Mellado, Manuel. Marqués de Gutiérrez-Mellado (I). Madrid, 30.IV.1912 – Alcolea del Pinar (Guadalajara), 15.XII.1995. Capitán general del Ejército.

Hijo de Manuel Gutiérrez Jiménez y de Carmen Mellado Núñez de Arenas. El padre, cuñado de Saturnino Calleja, propietario de una de las principales editoriales de la Restauración, murió en 1917. La madre, vinculada a dos notables familias de la burguesía madrileña, falleció poco después, en 1921.

Ante la situación sobrevenida, Saturnino Calleja se hizo cargo de los dos hijos del matrimonio y costeó sus estudios en el internado del Real Colegio de las Escuelas Pías de San Antonio Abad, probablemente el centro escolar más elitista de la época. Aunque el futuro general culminó con suma brillantez el bachillerato en 1926, Calleja se resistió a subvencionarle la carrera de ingeniero industrial y le indujo a ingresar en la Academia de Artillería, cuyos graduados eran equiparados a ingenieros civiles.

La reforma de la enseñanza militar, decretada por Primo de Rivera en 1927, desbarató los planes previstos y determinó su dedicación exclusiva a la milicia.

En 1929, ingresó en la recién fundada Academia General Militar de Zaragoza, dirigida por el general Francisco Franco, donde compartió pupitre con la futura cúpula militar de la Transición: Álvarez-Arenas, Cabeza Calahorra, Coloma Gallegos, Cuadra Medina, de Santiago, Franco Iribarnegaray, Galarza, Gómez de Salazar, Ibáñez Freire, Liniers Pidal, Suances, Valenzuela y Villaescusa, por citar sólo los nombres más conocidos.

Todavía en Zaragoza, asistió a la proclamación de la República y escuchó de viva voz el famoso discurso pronunciado por el general Franco con ocasión del cierre del centro, decretado por Azaña en julio de 1931. Incorporado a la Academia de Artillería e Ingenieros de Segovia, fue promovido a alférez alumno de Artillería en julio de 1932 y a teniente de la misma Arma al año siguiente, en ambos casos con el número uno de su promoción.

Su primer destino fue el Regimiento de Artillería a Caballo, acuartelado en el campamento de Carabanchel, unos kilómetros al oeste de Madrid. La Revolución de Asturias le obligó a interrumpir el curso de Electrónica que venía realizando en el Taller de Precisión de Artillería, y el temor de que la inestabilidad política le hiciese perder la carrera le indujo a cursar estudios universitarios, que no llegó a completar.

Afiliado a Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) tras el triunfo del Frente Popular, se alzó en armas contra la República a medianoche del 19 de julio de 1936, compartiendo la decisión tomada por el coronel del Regimiento a Caballo, y luchó activamente contra los aviones y unidades de milicias que atacaron Campamento en la madrugada del 20.

Hacia el mediodía, el intenso fuego de la artillería republicana forzó la capitulación de los cuarteles sublevados. Unos cuantos oficiales del Regimiento a Caballo lograron abandonar el suyo y el teniente Gutiérrez Mellado los condujo campo a través hasta la cercana localidad de Villaviciosa de Odón, pueblo donde había veraneado desde niño en casa de sus parientes Núñez de Arenas, con el propósito de despojarse de sus uniformes y aprovechar la noche para cruzar la sierra y unirse a las columnas de Mola.

Gutiérrez Mellado fue acogido en el domicilio de una antigua niñera, pero el resto de sus compañeros fueron localizados, trasladados a Madrid, internados en la Cárcel Modelo y posteriormente fusilados.

La estancia de Gutiérrez Mellado en Villaviciosa fue haciéndose cada vez más problemática, ante la posibilidad de ser descubierto por alguno de los numerosos grupos extremistas que, procedentes de Madrid, rastreaban aquel elegante enclave veraniego. Trascurridos veinte días, el 7 de agosto, el alcalde, que estaba al tanto de su presencia, le persuadió para que abandonara el lugar, se presentara en el Ministerio de la Guerra y alegara haber estado enfermo y al margen de la rebelión de Campamento.

Como medida precautoria, la autoridad militar ordenó su internamiento en la llamada cárcel de la calle Farmacia o de San Antón, prisión de circunstancias establecida en su antiguo colegio. Allí permaneció detenido hasta que su familia materna pulsó los resortes necesarios para que fuera encausado por los recién creados Jurados de Urgencia de Madrid.

El 2 de febrero de 1937, el juez del Juzgado de Instrucción n.° 4 le tomó declaración en la cárcel, y el 13 el mismo mes su caso fue visto ante el Jurado de Urgencia n.° 1. Con la complicidad de dos testigos, empleados de la Editorial Calleja, el magistrado y el jurado popular dieron por cierta su pretendida enfermedad y decretaron su libertad sin cargos.

El 7 de marzo salió de prisión y, alertado de que la Junta de Defensa de Madrid conocía su filiación falangista y su implicación en la rebelión de Campamento, buscó refugio en la Embajada de Panamá.

Allí estuvo asilado once meses, hasta el 11 de febrero de 1938, fecha en la que se incorporó al Servicio de Información y Policía Militar (SIMP) del bando nacional, en calidad de agente clandestino de la Sección Destacada del 1.er Cuerpo de Ejército.

Su responsabilidad concreta fue gestionar desde Madrid la llamada “ruta del Tajo”, que, por Alcalá de Henares, Perales de Tajuña, Aranjuez y Tembleque, conducía a un vado cercano a La Puebla de Montalbán, donde se establecía contacto con los agentes del SIMP. Por esta ruta fueron evacuados de la capital más de cien oficiales de Artillería e Ingenieros, la mayor parte de ellos diplomados en Aviación. También por la misma vía se puso en manos del Estado Mayor de Franco documentación de extraordinaria importancia relativa al despliegue, capacidad combativa, armamento y logística del Ejército Popular de la República.

El 26 de junio de 1938, el propio Gutiérrez Mellado utilizó la ruta para cruzar el Tajo e informar de viva voz a sus superiores sobre la situación madrileña.

Dos semanas después, el 8 de julio, volvió a cruzar el río para reincorporarse a su ingrato y arriesgado destino en Madrid, siendo el único oficial nacional que aceptó regresar a la zona republicana tras encontrarse a salvo al otro lado del frente.

El 8 de octubre, localizado por el Servicio de Investigación Militar republicano (SIM) y ante el riesgo cierto de ser detenido, decidió abandonar definitivamente Madrid. Puesto al frente del Sector del SIMP de Torrijos, dependiente del 1.er Cuerpo de Ejército, el 7 de diciembre la Auditoría de Guerra le exoneró de responsabilidad en el preceptivo expediente de depuración, y el 27 del mismo mes fue ascendido a capitán, con antigüedad y efectos económicos de 20 de marzo de 1937.

Unos días antes de finalizar la Guerra Civil, el 17 de febrero de 1939, contrajo matrimonio con Carmen Blasco Sancho, natural y vecina de Segovia, a quien había conocido y con la que mantenía relaciones desde su paso por la Academia de Artillería e Ingenieros.

De este matrimonio nacieron cuatro hijos: Carmen, Ana, Luis y Manuel.

Franco no mostró mucha generosidad a la hora de reconocer y recompensar los servicios prestados por la red de agentes del SIMP, más peligrosos y menos gratificantes que los desarrollados en entornos bélicos tradicionales. El Ministerio del Ejército desestimó la propuesta del general jefe del 1.er Cuerpo de Ejército para conceder la Medalla Militar individual al capitán Gutiérrez Mellado, y su contribución al triunfo nacional se saldó con una Cruz de Guerra, otra del Mérito Militar con distintivo rojo y la Medalla conmemorativa de la campaña.

Cuando el 28 de marzo de 1939, las tropas franquistas entraron en Madrid, el SIMP fue el encargado de detener a cuantos hubieran colaborado con el Gobierno republicano. La ciudad se compartimentó en doce distritos y el capitán Gutiérrez Mellado fue puesto al frente del de Buenavista, correspondiente al barrio de Salamanca y sus aledaños.

A raíz del desfile de la Victoria, celebrado el 18 de mayo, la Administración Central se trasladó a la capital y el Ministerio de la Gobernación relevó al SIMPde sus funciones policiales. Éste fue reorganizado y dividido en dos secciones, una para perseguir a los miembros del SIM republicano y otra, denominada Sección Contraguerrillas, que fue encomendada a Gutiérrez Mellado, para localizar y detener a los mandos y soldados del Ejército Popular que, individualmente o en pequeños grupos, continuaban combatiendo dispersos por distintas zonas rurales.

Los celos, incidentes y conflictos de competencias surgidos entre los diversos servicios policiales aconsejaron la disolución del SIMP y Gutiérrez Mellado, en diciembre de 1939, fue destinado a la Secretaría General del recién creado Ministerio del Ejército, donde sólo permaneció tres meses, hasta el 1 de marzo de 1940, fecha en la que se incorporó a la Escuela de Estado Mayor.

La necesidad de disponer con urgencia de oficiales diplomados en esta especialidad aconsejó realizar la selección por concurso de méritos, en lugar de a través de la tradicional oposición de ingreso, ajustar el programa de estudios y reducir el calendario lectivo.

La circunstancia de que el coronel Ungría, antiguo jefe del SIMP, hubiese sido nombrado director de la Escuela fue determinante en la designación de Gutiérrez Mellado como alumno de la 38 promoción.

A los dos meses de iniciar el curso, el capitán Gutiérrez Mellado fue acusado de connivencia con la masonería, lo que provocó su fulminante expulsión de la Escuela. Demostrado lo infundado de la acusación, relacionada con las rencillas entre los distintos servicios policiales a las que se ha hecho referencia, se ordenó su inmediata reincorporación al centro docente.

Culminado el plan de estudios previsto, obtuvo el diploma de Estado Mayor el 17 de diciembre de 1941.

El 1 de enero de 1942 fue agregado a la Capitanía General de Canarias para realizar el período de prácticas reglamentario. Superado este requisito, en el mes de mayo ocupó destino de plantilla en Santa Cruz de Tenerife y en noviembre fue trasladado a Madrid, para cubrir una vacante de comandante en la Segunda Sección del Estado Mayor Central, donde volvió a tomar contacto con los servicios de inteligencia militar.

Permaneció en este destino tres años, durante los cuales se produjo su ascenso a comandante, en abril de 1944. Su principal dedicación fue controlar los movimientos y actividades de los extranjeros que residían o entraban en territorio español. Al amparo del puesto desempeñado, colaboró muy estrechamente con el llamado Comité de Argel, tolerada agencia de la Francia Libre en España, y facilitó la incorporación de muchos franceses a las fuerzas de De Gaulle, autorizándoles a cruzar la Península para entrar en Portugal, desde donde embarcaban hacia Inglaterra.

El cambio de orientación del servicio de inteligencia adscrito al Estado Mayor Central, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, que pasó a centrarse en la lucha contra el maquis, determinó su destino al Alto Estado Mayor (AEM), organismo creado el 30 de agosto de 1939, bajo la dependencia directa del jefe del Estado, con la misión de ordenar y coordinar la totalidad de las energías nacionales en caso de guerra.

La Tercera Sección, a la que se incorporó el comandante Gutiérrez Mellado en el verano de 1945, cumplía con el cometido de adquirir y canalizar información sobre el potencial militar y económico de los países de nuestro entorno, y conocer y neutralizar la labor de los servicios de inteligencia extranjeros en España. Su perfecto dominio del francés, adquirido a lo largo de tres años de contactos cotidianos con los responsables del Comité de Argel, condicionó su adscripción a la eufemísticamente llamada Comisión de Estadística, dedicada en realidad a realizar labores de contraespionaje. De él pasó a depender la red de agentes establecidos en Bélgica, Francia y Suiza, países a los que se desplazó en numerosas ocasiones entre 1946 y 1951.

Una vez iniciadas, en el verano de este último año, las negociaciones entre el Departamento de Defensa de Estados Unidos y el Alto Estado Mayor, con miras a la firma de un acuerdo militar bilateral, el jefe de este organismo, el teniente general Juan Vigón Suerodíaz, decidió nombrar un oficial que le hiciera de enlace con el Ministerio de Asuntos Exteriores, y designó para cubrir el puesto al comandante Gutiérrez Mellado, cuyos conocimientos de inglés y su experiencia en ambientes diplomáticos le hacían la persona más idónea para desempeñarlo.

La permanencia durante tres años en aquel privilegiado observatorio le sirvió para tomar conciencia de la precariedad de nuestro sistema militar y, por primera vez, se planteó la necesidad de reformarlo en profundidad. Ultimado el acuerdo en septiembre de 1953, hubo de continuar varios meses haciendo de correa de transmisión entre el Alto Estado Mayor y el Ministerio de Asuntos Exteriores, al objeto de informar e intentar resolver la infinidad de problemas surgidos durante la construcción e instalación de las bases americanas. Definitivamente instalados los norteamericanos en España, el puesto de enlace quedó vacío de contenido y, en septiembre de 1955, premiados sus servicios con la Orden de Isabel la Católica, optó por reincorporarse a su Arma de origen, en la que no había vuelto a estar destinado desde julio de 1936, y obtuvo una vacante de profesor en la Escuela de Aplicación y Tiro de Artillería, centro de gran prestigio profesional en aquellos años y establecimiento encargado de experimentar e implantar el armamento recibido en virtud de los acuerdos.

Su familiaridad con el nuevo material americano le permitió hacerse cargo de un curso dirigido a informar a los tenientes coroneles del Arma sobre las características y empleo de las piezas de artillería y material de transmisiones que estaban a punto de recibir los regimientos. Cumplida esta tarea, que le valió una mención laudatoria en su Hoja de Servicios, se hizo cargo de la asignatura de Táctica en el Curso de Aptitud para el Ascenso a Comandante de la Escala Activa hasta que solicitó el pase a la situación de supernumerario, unos meses antes de producirse su ascenso a teniente coronel.

Muchos fueron los oficiales del ejército franquista obligados a equilibrar su presupuesto doméstico con un trabajo por las tardes, pero muy pocos los que decidieron abandonar temporalmente la carrera militar.

Gutiérrez Mellado tomó esta drástica solución por mera coherencia profesional y, durante siete años, desde septiembre de 1956 a noviembre de 1963, trabajó como gerente de una pequeña empresa que comercializaba semillas y abonos. Este largo paréntesis en su vida militar le permitió conocer de primera mano la verdadera situación socio-económica del país y las profundas transformaciones derivadas de los Planes de Desarrollo.

Al reincorporarse a la milicia ocupó una vacante de profesor en el cuadro permanente de la Primera Unidad Especial de la Instrucción Premilitar Superior (IPS), encargada de la formación de alféreces y sargentos de complemento, procedentes del distrito universitario de Madrid, en el campamento de La Granja de San Ildefonso. Inicialmente desempeñó el cargo de mayor de la Unidad, es decir, su responsable administrativo, y durante las fases de campamento, en los veranos de 1964 y 1965, el de inspector de las asignaturas de Régimen Interior y Contabilidad.

Tras superar el curso de ascenso a general en la Escuela Superior del Ejército, ascendió a coronel en agosto de 1965 y fue nombrado jefe de la Tercera Sección del Estado Mayor Central. Sus exhaustivos análisis sobre la capacidad operativa del Ejército le valieron una segunda mención laudatoria en su Hoja de Servicios y, en junio de 1968, el ministro del Ejército, Juan Castañón de Mena, le concedió el mando del Regimiento de Artillería de Campaña n.° 13, acuartelado en Getafe y perteneciente a la Brigada de Defensa Operativa del Territorio (DOT) n.° 1.

Nombrado por enfermedad del general de la Brigada, jefe del “bando rojo” en las maniobras que realizó la División Acorazada Brunete en el otoño de 1968 y 1969, se las ingenió para “derrotar” al “bando azul”, mucho más potente y numeroso, y el equipo arbitral rubricó su “victoria” en ambos ejercicios. Recompensado con sendas notas en la Hoja de Servicios, la fama de Gutiérrez Mellado se extendió por toda la guarnición madrileña.

El 20 de marzo de 1970, al punto de cumplir cincuenta y ocho años, el Gobierno acordó su ascenso a general de brigada y el teniente general Manuel Díez-Alegría, entonces director del Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN), logró atraérselo a sus inmediaciones como profesor principal de la Escuela de Altos Estudios Militares (ALEMI). Recién incorporado al CESEDEN, Díez-Alegría le envió a la Escuela Naval de Posgraduados de Monterrey, en California, para asistir a un seminario de dirección de la guerra, y a su regreso le encomendó la dirección de un curso monográfico de cooperación cívico-militar sobre Defensa Nacional y Telecomunicaciones.

En febrero de 1971, Díez-Alegría fue nombrado jefe del Alto Estado Mayor (AEM) y arrastró consigo al general Gutiérrez Mellado. En calidad de jefe de la Sección de Operaciones del AEM, elaboró junto a su equipo el decisivo proyecto de Ley de Dotaciones Extraordinarias para las Fuerzas Armadas, aprobado en 1971, y también, bajo la inmediata supervisión de Díez-Alegría, el de la Ley Orgánica de la Defensa Nacional, proyecto que fue retirado de las Cortes por el Gobierno de Arias Navarro tras el asesinato del almirante Carrero Blanco, pero que ha sido reconocido por todos los analistas como inspirador y antecedente cierto de la trascendental reforma militar realizada durante la Transición.

En 1973, su ascenso a general de división le acercó aún más a Díez-Alegría, quien le nombró secretario general del AEM. Sin embargo, las tensiones políticas a que se vio sometida la vida nacional en 1974 supondrían un serio revés para ambos militares. DíezAlegría fue traumáticamente cesado y Gutiérrez Mellado, que hizo una ardorosa defensa de su jefe ante el presidente Arias Navarro, empezó a ser tachado de aperturista, calificativo muy peligroso en aquellos momentos.

Tal vez esta circunstancia le aconsejó aceptar la oferta que, con ocasión de la Pascua Militar de 1975, le hizo el ministro del Ejército, su compañero de estudios el teniente general Francisco Coloma Gallegos, de hacerse cargo de la Comandancia General de Ceuta, puesto que llevaba aparejado el de delegado del Gobierno de la plaza norteafricana.

Debido a que el nombramiento no tendría lugar hasta el mes de mayo, momento en que se produciría la vacante, y a que desde noviembre del año anterior Gutiérrez Mellado encabezaba el grupo militar que negociaba la renovación de los acuerdos defensivos con Estados Unidos, se acordó no apartarlo de la comisión negociadora. Por ello, aunque el Decreto de nombramiento apareció en el Boletín Oficial del Estado del 13 de junio, no tomó posesión del cargo hasta el 7 de julio, al término de la séptima ronda de conversaciones.

Ya en Ceuta, todavía hubo de desplazarse a Washington en el mes de septiembre, momento en que su machacona insistencia en que los norteamericanos retiraran su arsenal de misiles con cabeza nuclear de la Base de Rota, y en prohibir sobrevolar Madrid a los aviones cisterna procedentes de la de Torrejón de Ardoz obligó a interrumpir las conversaciones. De nuevo se trasladó a Madrid, en enero de 1976, para perfilar los aspectos militares del flamante Tratado de Amistad y Cooperación, negociado entre José María de Areilza y Henry Kissinger después de desaparecido Franco, que aparte de dignificar la relación bilateral respaldaba las tesis mantenidas por Gutiérrez Mellado a lo largo del proceso.

La permanencia al frente del grupo negociador le brindó la oportunidad de pulsar el ambiente madrileño durante el convulso segundo trimestre de 1975, e incluso influir directamente en alguno de los acontecimientos que rodearon la muerte de Franco. En uno de ellos, la detención de los oficiales pertenecientes a la Unión Militar Democrática (UMD), el presidente Arias desestimó su petición de cordura. Pero en otro, la crisis del Sáhara, tras exponer con crudeza al jefe del AEM, el teniente general Carlos Fernández Vallespín, las carencias operativas de las tropas españolas, le convenció de la temeridad de enfrentarse por las armas con Marruecos.

Las fuertes presiones procedentes de sectores reaccionarios del franquismo impidieron que fuera nombrado vicepresidente para Asuntos de la Defensa en el primer Gobierno de la Monarquía, cargo que finalmente recayó en el teniente general Fernando de Santiago Díaz de Mendívil.

En el proceso de constitución del primer Gobierno de la Monarquía, el presidente Arias le ofreció la cartera de Gobernación, puesto que llevaba aparejada la Vicepresidencia Segunda del Gobierno para Asuntos del Interior, pero declinó el ofrecimiento y decidió mantenerse ligado al Ejército, con la vista puesta en ocupar algún día la Jefatura del Alto Estado Mayor, puesto que consideraba la meta de su carrera. Las fuertes presiones procedentes de sectores reaccionarios del franquismo colaboraron también a que Arias desistiera de nombrarle ministro y el cargo recayó finalmente en Manuel Fraga Iribarne.

La prematura muerte del capitán general de Barcelona, Salvador Bañuls Navarro, permitió su ascenso a teniente general, decretado el 18 de marzo de 1976, poco antes de cumplir la edad reglamentaria para pasar a la situación de reserva. Tras pasar un par de meses al frente de la Capitanía General de Valladolid, el ministro del Ejército, Félix Álvarez-Arenas, otro de sus compañeros de promoción, le nombró jefe del Estado Mayor Central (EMC). El nombramiento se publicó el 1 de julio, sólo dos días antes del cese de Arias y la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno.

Sólo permanecería otros dos meses en este destino, dedicados a elaborar y difundir el Informe General 1/76 del Ejército de Tierra, instrumento dirigido a pulsar la opinión de los cuadros de mando sobre las reformas que consideraba imprescindible abordar. El documento constaba de tres partes. La primera enumeraba los problemas que afectaban a la organización y operatividad de la institución castrense. La segunda fijaba la postura oficial sobre las cuestiones más controvertidas del momento: UMD, intervencionismo político y objeción de conciencia. Y en la tercera, esbozaba sus planes de reforma.

El 8 de septiembre de 1976, dos semanas antes de incorporarse al Gobierno, asistió a la reunión donde el presidente Suárez dio a conocer las líneas generales de la reforma de las Leyes Fundamentales del franquismo ante la cúpula de los tres Ejércitos. La acertada iniciativa determinó el respaldo de la inmensa mayoría de los militares al inminente proceso de transición política, pero también minaría su credibilidad entre los sectores más reaccionarios, quienes le echarían en cara haberse comprometido a no legalizar el Partido Comunista.

Quince días después, al producirse la dimisión del general de Santiago, Suárez le instó a asumir la vicepresidencia del Gobierno para Asuntos de la Defensa. El nombramiento, publicado el 23 de septiembre, dio pie a una notable controversia. La opinión pública en bloque y prácticamente todos los medios de comunicación recibieron con alborozo la presencia en el Gobierno de un militar calificado de aperturista. Sin embargo, la prensa de ultraderecha inició una campaña difamatoria contra el recién nombrado vicepresidente, liderada por algunos generales en reserva, que llegó a calar profundamente entre la oficialidad.

En este conflictivo ambiente y con la misma dosis de indefinición que caracterizó al conjunto de la transición política, el general Gutiérrez Mellado abordó la decisiva reforma de las Fuerzas Armadas que lleva su nombre. Los grandes campos en los que se actuó fueron cuatro: organización superior de la Defensa; dotaciones presupuestarias; política de personal, y competencias de la jurisdicción castrense. Y los sucesivos objetivos a alcanzar, siete: regulación de la participación de los militares en política; creación de un Ministerio de Defensa y una Junta de Jefes de Estado Mayor (JUJEM); reforma de los Consejos Superiores de los Ejércitos; modificación del Título VI de la Ley Orgánica del Estado (LOE); proyecto de Ley de Bases de la Defensa; definición de la política de defensa, y puesta en marcha de los organismos combinados previstos en el Tratado con Estados Unidos.

La mayor parte de los objetivos enunciados se hicieron realidad a lo largo del primer semestre de 1977 (asociacionismo político, JUJEM, Ministerio de Defensa, Consejos Superiores y organismos combinados).

La reforma de la LOE se materializó al hilo del proceso constituyente, y la Ley de Bases de la Defensa, trasformada en Ley Orgánica por imperativo del artículo 8.º de la Constitución de 1978, fue promulgada en julio de 1980.

El punto fundamental del programa fue la organización del Ministerio de Defensa, creado el 4 de julio de 1977 y estructurado el 4 de noviembre del mismo año. Pero no debe minusvalorarse la actuación en materia de personal, donde se consiguió equilibrar y rejuvenecer las escalas, equiparar los sueldos militares a los de los funcionarios civiles de similar categoría e implantar un sistema de previsión social para militares y guardias civiles homologado al del resto de los españoles.

También y paralelamente a lo anterior, se abordó la reforma de las bicentenarias Ordenanzas de Carlos III. El nuevo texto, redactado por una comisión de militares de los tres Ejércitos, fue elevado a proyecto de ley por el Gobierno y aprobado por las Cortes Constituyentes, el 28 de diciembre de 1978, con el nombre de Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas.

Verdadero código ético del militar español, adaptado a los tiempos presentes, nació con vocación de perdurar tanto tiempo como el anterior.

En la primavera de 1979, después de las segundas elecciones generales, Adolfo Suárez decidió interponer entre los militares y Gutiérrez Mellado a un ministro de Defensa civil, Agustín Rodríguez Sahagún, debido al deterioro sufrido por la violenta campaña de prensa desatada en su contra por la prensa ultraderechista.

Desde ese momento, el vicepresidente se retiró del primer plano político y comenzó a rumorearse sobre su inminente cese.

Afortunadamente, el presidente le mantuvo en su puesto en las crisis de mayo y septiembre de 1980, haciendo caso omiso a cuantos insistían sobre la improcedencia de mantener una Vicepresidencia militar.

Gracias a ello, el pueblo español pudo contemplar, en la tarde del 23 de febrero de 1981, que el único militar profesional, presente en el hemiciclo del Congreso de los Diputados al iniciarse el frustrado golpe de Estado, no tuvo dudas sobre cuál era el papel que la Constitución asignaba a las Fuerzas Armadas. Fiel intérprete del sentir de la inmensa mayoría de los militares, que en modo alguno estaban dispuestos a imponerse sobre sus conciudadanos, saltó a defender la legalidad a pecho descubierto, y demostró el valor de las actitudes individuales para mantener viva la llama de la libertad.

Al día siguiente, tras comunicar al presidente Calvo Sotelo su decisión de retirarse de la vida política, inició una reposada vida de jubilado. Sólo algún viaje y unas cuantas conferencias en centros universitarios, donde era recibido en olor de multitud, interrumpieron su monótona existencia hasta que, en junio de 1984, el Gobierno de Felipe González le nombró consejero permanente del Consejo de Estado, cuya Primera Sección presidió hasta el día de su fallecimiento.

Dos años después, por propia iniciativa, fundó la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, cuyo propósito no era luchar contra la droga ni paliar sus efectos sobre la juventud, sino concienciar a la sociedad sobre la necesidad de prestar apoyo moral a los adolescentes para rechazarla y superar su atracción.

En 1992, las Cortes concedieron al último militar que se había sentado en sus bancos la Orden del Mérito Constitucional. En 1994, el Consejo Superior del Ejército propuso al Gobierno su ascenso a capitángeneral, con carácter honorífico, y la Corona le honró con el título de marqués de Gutiérrez-Mellado.

Un año después, cuando se dirigía a Barcelona para pronunciar una conferencia ante los estudiantes de la Universitat Ramón Llull, sufrió un accidente de tráfico que le costó la vida. La capilla ardiente se instaló en el Cuartel General del Ejército, las honras fúnebres se celebraron con toda solemnidad en el Patio de Armas, con la asistencia de toda la guarnición madrileña, y fue enterrado en el pequeño cementerio de Villaviciosa de Odón.

 

Obras de ~: A. Maurois, Diálogos sobre el mando, trad. de ~, Madrid, EPESA, 1947; Al servicio de la Corona. Palabras de un militar, Madrid, Ibérico Europea, 1981; Un soldado de España. Conversaciones con Jesús Picatoste, Barcelona, Argos Vergara, 1983; con Otros, La defensa de Europa. OTAN sí, OTAN no, Barcelona, Argos Vergara, 1984; “Nuevo código ético-moral”, en Revista Española de Defensa, 10 (1988), pág. 22; “Las Fuerzas Armadas”: Congreso sobre la Transición española, Córdoba, Diputación Provincial, 1992.

 

Bibl.: M. Díez-Alegría, Ejército y sociedad, Madrid, Alianza, 1972; M. Mérida, Mis conversaciones con los generales. Veinte entrevistas con altos mandos del Ejército y la Armada, Barcelona, Plaza y Janés, 1979; A. Osorio, Trayectoria política de un ministro de la Corona, Barcelona, Planeta, 1980; R. Fernández Santander, Los militares en la transición política, Barcelona, Argos Vergara, 1982; A. Armada, Al servicio de la Corona, Barcelona, Planeta, 1983; C. Iniesta Cano, Memorias y recuerdos, Barcelona, Planeta, 1984; R. Martín Villa, Al servicio del Estado, Barcelona, Planeta, 1984; A. Marquina Barrio, España en la política de seguridad occidental (1939-1986), Madrid, Estado Mayor del Ejército, 1986; J. A. Olmeda Gómez, Las Fuerzas Armadas en el Estado franquista: Participación política, influencia presupuestaria y profesionalización, Madrid, El Arquero, 1988; L. Calvo-Sotelo, Memoria viva de la transición, Barcelona, Plaza y Janés, 1990; J. C. Losada Malvarez, Ideología del ejército franquista (1939-1959), Madrid, Istmo, 1990; A. Piris Laespada, Militar y demócrata, Barcelona, Grijalbo, 1993; A. Martínez Inglés, La transición vigilada. Del Sábado Santo “rojo” al 23-F, Madrid, Temas de Hoy, 1994; F. Agüero, Militares, civiles y democracia: la España posfranquista en perspectiva comparada, Madrid, Alianza, 1995; J. M. García Escudero, Mis siete vidas. De las Brigadas Anarquistas a juez del 23-F, Barcelona, Planeta, 1995; L. F. Villamea, Gutiérrez Mellado: Así se entrega una victoria, Madrid, Fuerza Nueva, 1996; R. Díez, “El general de la democracia”, en Revista Española de Defensa, 95 (1996), págs. 12-19; VV. AA., Manuel Gutiérrez Mellado. Presidente, Madrid, Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, 1996; F. Puell de la Villa, Gutiérrez Mellado: Un militar del siglo XX (1912-1995), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997; J. Fernández López, El Rey y otros militares: los militares en el cambio de régimen político en España (1969-1982), Madrid, Trotta, 1998; R. Pardo Zancada, 23-F: la pieza que falta. Testimonio de un protagonista, Barcelona, Plaza y Janés, 1998; M. Aguilar Olivencia, El ejército español durante el franquismo (Un juicio desde dentro), Madrid, Akal, 1999; J. Busquets Bragulat, Militares y demócratas, Barcelona, Plaza y Janés, 1999; F. Puell de la Villa, Historia del ejército en España, Madrid, Alianza, 2000; G. Cardona, Franco y sus generales, Madrid, Temas de Hoy, 2001; J. M. Cuenca Toribio, Conversaciones con Alfonso Armada: el 23-F, Madrid, Actas, 2001; M. Platón, Hablan los militares. Testimonios para la historia (1939-1996), Barcelona, Planeta, 2001; J. L. Rodríguez Jiménez, La extrema derecha en España. Del tardofranquismo a a la consolidación de la democracia (1967-1982), Madrid, Universidad Complutense, 2001; F. Reinlein, Capitanes rebeldes. Los militares españoles durante la Transición: de la UMD al 23-F, Madrid, La Esfera de los Libros, 2002; G. Cardona, El gigante descalzo. El Ejército de Franco, Madrid, Aguilar, 2003; R. Fajardo Terribas, El ejército en la transición a la democracia (1975-1982). Acercamiento a la política reformista de Gutiérrez Mellado, Almería, Universidad de Almería, 2003; F. Puell de la Villa, “Cadetes de la 2.ª Época, Generales de la Transición”, en La Enseñanza Militar en España: 75 años de la Academia General Militar en Zaragoza. V Congreso de Historia Militar, Madrid, Ministerio de Defensa, 2003, págs. 219-274; F. Medina, Memoria oculta del ejército. Los militares se confiesan, Madrid, Espasa, 2004; F. Puell de la Villa, Historia del Ejército en España, 2.ª ed., Madrid, Alianza, 2005; M. de Ramón Carrión, Los generales que salvaron la democracia. Un ejército a las órdenes del Rey, Madrid, Espejo de Tinta, 2007; N. Serra, La transición militar. Reflexiones en torno a la reforma democrática de las Fuerzas Armadas, Barcelona, Debate, 2008; F. Gómez Rosa, Unión Militar Democrática. Los militares olvidados por la democracia, Madrid, ViveLibro, 2013; J. Ortega Martín, La transformación de los ejércitos españoles (1975-2008), Madrid, Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado-UNED, 2009; F. Puell de la Villa, “El devenir del Ejército de Tierra (1945-1975)”, en F. Puell de la Villa y S. Alda Mejías (eds.), Los ejércitos del franquismo (1939-1975), Madrid, Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado-UNED, 2010, págs. 63-96; F. Puell de la Villa, La transición militar, Madrid, Fundación Transición Española, 2012; F. Puell de la Villa y S. Ángel Santano (eds.), El legado del general Gutiérrez Mellado, Madrid, Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado-UNED, 2013: R. Muñoz Bolaños, 23-F. Los golpes de Estado, Madrid, Última Línea, 2015; M. Redero San Román (ed.), Adolfo Suárez y la transición política, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2017; P. González-Pola de la Granja, Preparando la transición: el general Manuel Díez-Alegría, Madrid, Dykinson, 2018; C. Navajas Zubeldia, Democratización, profesionalización y crisis. Las Fuerzas Armadas y la sociedad en la España democrática (1975-2015), Madrid, Biblioteca Nueva, 2018; M. Aguilar Olivencia, El ejército español durante la transición a la democracia, Madrid, Letrame, 2019; F. Puell de la Villa, Gutiérrez Mellado y su tiempo (1912-1995), Madrid, Alianza, 2019.

 

Fernando Puell de la Villa

Personajes similares