Berenguela de Castilla. ?, 1180 – Burgos, 8.XI.1246. Reina de León (1197-1204) y reina de Castilla (1217-1246), esposa de Alfonso IX de León y madre de Fernando III.
Se desconocen el lugar y la fecha exacta de su nacimiento, aunque parece que debió de ser en los primeros meses del año 1180, probablemente en Burgos, siendo la primogénita de los reyes de Castilla Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra y como tal reconocida como heredera del reino paterno, hasta el día que vino al mundo el segundogénito y hermano varón de nombre Sancho, nacido el 5 de abril de 1181, que adquirió por razón de varonía la condición de infante heredero. Sin embargo, el repentino fallecimiento de éste, aquel mismo verano de 1181, entre el 13 de julio y el 11 de agosto, hizo recobrar a la infanta Berenguela su rango de heredera, y como tal fue reconocida y jurada hasta el día en que volviera a nacer otro hermano varón. La lactancia de la infanta Berenguela había corrido a cargo de una dama llamada Estefanía, esposa de Pedro Sánchez, que en 1181 recibía como recompensa ciertas heredades en Itero de la Vega (Palencia).
La infanta Berenguela, cuando apenas contaba ocho años de edad, fue prometida en matrimonio al príncipe alemán Conrado, duque de Rotenburch, por el tratado suscrito el 23 de abril de 1188 en Seligenstadt por los padres de los esposos, Alfonso VIII de Castilla y Federico I de Alemania; según este tratado, Berenguela es la heredera del reino de Castilla, siempre subordinada a la posibilidad del nacimiento de un hermano varón, que la precedería en sus derechos al trono. Conrado y Berenguela fueron jurados en la curia de Carrión en junio de ese mismo año como tales herederos, si los reyes al morir careciesen de descendencia masculina.
Con este acuerdo matrimonial, el emperador Federico I sólo había tratado de buscar un trono para su tercer hijo, Conrado; por eso, cuando el 29 de noviembre de 1189 les nacía a los reyes de Castilla ese heredero varón en el infante Fernando, el príncipe alemán, que había regresado a Alemania, no volvió a acordarse para nada del compromiso contraído. El derecho sucesorio de Berenguela quedaba postergado al del infante Fernando. Este compromiso, ante el incumplimiento por parte del príncipe Conrado, fue anulado por el legado pontificio, el cardenal Gregorio de Sant Angelo, que ejerció su legación entre los años 1192 y 1194, con lo que Berenguela recobró su libertad.
Libre ya Berenguela de todo compromiso, su padre, Alfonso VIII, acordaba su matrimonio con el rey de León, Alfonso IX; con este matrimonio se pretendía poner fin a la guerra que venía enfrentando a ambos monarcas cristianos. El enlace como prenda de paz parece que fue favorecido por la reina Leonor, tropezando con las reticencias de Alfonso VIII, que preveía ya las dificultades que iba a encontrar por razón del parentesco entre ambos contrayentes: Alfonso VIII y Alfonso IX eran primos carnales, como nietos los dos de Alfonso VII. Pero no habrá otro medio para instaurar una sólida paz entre Castilla y León, entonces en lucha, que este enlace.
El matrimonio se celebró en la iglesia de Santa María de Valladolid en el otoño de 1197 con el apoyo de los prelados de los reinos de Castilla y de León, que recordaban con horror los desastres de las recientes guerras, y con la esperanza de la futura dispensa pontificia del impedimento de consanguinidad, dada la importancia que revestía la unión para asentar la paz entre príncipes cristianos. De momento, el papa Celestino III si no autorizó el enlace, no mostró ninguna oposición al mismo, pero falleció muy pronto, el 8 de enero de 1198, antes de haberse pronunciado sobre la viabilidad del mismo, sucediéndolo Inocencio III, muy opuesto a los matrimonios entre consanguíneos.
Muy pronto el nuevo pontífice mostró su decidida oposición al matrimonio y una negativa resuelta a la concesión de cualquier dispensa, ordenando el 16 de abril de 1198 a su legado el cardenal Rainerio que moviera a los reyes de Castilla y de León a deshacer esa unión ilícita y, si se negaren, que procediera a la excomunión de ambos monarcas y a decretar el interdicto sobre ambos reinos, hasta que los mandatos pontificios fueran obedecidos. Cinco días más tarde, el 21 de abril de 1198, otras letras del Papa concedían al legado facultades para proceder según su discreción a levantar las penas anteriores si los interesados prestaban garantías suficientes de acatar la decisión pontificia.
Las órdenes de Inocencio III fueron ejecutadas por el legado pontificio, que decretó la excomunión e impuso el interdicto sobre el reino leonés, no en el reino castellano, ya que Alfonso VIII se declaró dispuesto a recibir a su hija, si le fuere devuelta; pero tanto el rey de León como el de Castilla trataron de ablandar el rigor de Inocencio III con generosas dádivas en favor de la Iglesia, al mismo tiempo que enviaban a Roma una comisión para informar al Papa y tratar de alcanzar la dispensa del impedimento; esa comisión estuvo compuesta por los obispos de Toledo, Zamora y Palencia, señal de la concordia con que procedían ambos monarcas.
Inocencio III no cedió, y el 25 de mayo de 1199 ordenaba al arzobispo de Compostela y a los obispos del reino de León observar en términos mitigados la sentencia de entredicho impuesta sobre dicho reino, esto es, autorizaba la celebración de los sacramentos y oficios eclesiásticos, pero mantenía la prohibición de sepultura para todos los fieles, excepto los clérigos, la excomunión del rey, de la reina y de sus principales consejeros y fautores, así como el más riguroso interdicto en los lugares donde moraren. A los reyes de Castilla les exigía que prestasen juramento de que contribuirían con todas sus fuerzas a la disolución del matrimonio; si no lo hicieren, también incurrirían en la pena de excomunión y en interdicto los lugares donde moraren. En cuanto a los lugares dados a Berenguela como dote, que según el pacto matrimonial debían seguir suyos, aun en el caso de disolverse el matrimonio, el Papa declaró la nulidad de tal donación.
A pesar de estas enérgicas medidas, la situación siguió inalterada durante el resto del año 1199 y los siguientes 1200, 1201 y 1202, hasta que el 5 de mayo de 1203 Inocencio III decidió dirigirse directamente al rey de Castilla, Alfonso VIII. En su misiva, el Papa recuerda las medidas adoptadas por el cardenal Rainerio y acusa al rey castellano de haber eludido tales medidas con palabras amables, asintiendo a todo verbalmente, pero sin hacer nada para que el matrimonio se rompiera y echando la culpa de la situación a los demás. El Papa le dice que ha engañado y ha atrapado de tal forma al rey de León que éste, aunque quisiera, no podía romper el matrimonio con Berenguela, pues en ese caso perdería la mayor parte y las mejores fortalezas de su reino, que seguirían perteneciendo a dicha Berenguela, gobernadas y retenidas en manos de hombres de Alfonso VIII; además, mientras el Papa había declarado a la prole de esa unión incestuosa, y por lo mismo privada de cualquier derecho de sucesión en los bienes paternos, el rey de Castilla había logrado hábilmente que a esa prole se le adscribiera y jurara como propio casi todo el reino leonés. En consecuencia, considera Inocencio III que es Alfonso VIII el que tiene aprisionado al reino leonés, disponiendo de él como del suyo propio, y le ordena que ponga fin a esos lazos y llame de una vez a su hija, so pena de proceder contra él.
Con esta carta Inocencio III, tras cuatro años de vanos esfuerzos por imponer la separación de Alfonso IX y Berenguela, había dado con la clave, donde se encontraba la verdadera solución, la voluntad de Alfonso VIII, que de hecho tenía maniatado al rey leonés con los pactos firmados y los castillos dados como dote a Berenguela. Tras esta carta del Papa, dirigida al que verdaderamente tenía la solución en sus manos, ésta no se hizo esperar y reunidos los obispos de Castilla en Valladolid durante los meses de abril y mayo de 1204 se dirigieron por medio del obispo de Burgos al Papa solicitando levantase la pena de excomunión a Berenguela, previa promesa de abandonar la corte leonesa. El Papa, deseoso de acabar este problema que se arrastraba desde hacía seis años y medio, comisionaba el 22 de mayo de 1204 a los obispos de Toledo, Burgos y Zamora para que absolviesen a Berenguela, previo alejamiento del esposo, promesa de no volver a vivir con él y de cumplir los mandatos apostólicos.
Cinco fueron los hijos nacidos durante los seis años y medio que duró la accidentada unión de Alfonso IX y Berenguela: la primogénita Leonor, llamada como su abuela, murió de niña el 12 de noviembre de 1201 y fue enterrada en San Isidoro de León; la segunda, de nombre Constanza, profesaría como religiosa cisterciense en el monasterio de las Huelgas Reales de Burgos, donde murió en 1242; Fernando, el primer varón, nació en Peleas de Arriba (Zamora), el 24 de junio de 1201 probablemente; el cuarto vástago del matrimonio, también varón, bautizado con el nombre de Alfonso, sería el futuro Alfonso de Molina; el quinto fruto del matrimonio, llamado como su madre, Berenguela, sería futura reina de Jerusalén, por su matrimonio celebrado en Toledo en 1224 con Juan de Brienne, rey de Jerusalén.
Con sus cuatro hijos, cuando la mayor, Constanza, apenas había cumplido los cuatro años, regresó Berenguela a Burgos junto a sus padres, consagrada a la crianza y educación de su prole.
Cuando llegaba Berenguela a Burgos, acababa de nacer, quizás, tan sólo pocos días antes, el 14 de abril de 1204, el último de los hijos de Alfonso VIII y Leonor, el infante Enrique; con este nacimiento, Berenguela pasaba a ocupar el tercer lugar en el orden sucesorio, tras sus dos hermanos varones, Fernando y Enrique. El 14 de octubre de 1211 fallecía en Madrid el infante primer heredero Fernando en la flor de la edad, cuando estaba a punto cumplir veintidós años; su cadáver fue llevado a las Huelgas Reales de Burgos, donde fue sepultado entre las muestras de dolor de sus padres y de Berenguela. Sólo separaba a doña Berenguela del trono de Castilla su hermano Enrique, de siete años por esas fechas.
La noche del 5 al 6 de octubre de 1214 moría en el camino de Burgos a Plasencia, en Gutierre Muñoz, aldea de Arévalo, el vencedor de las Navas, el rey Alfonso VIII de Castilla; lo rodeaban su esposa, la reina Leonor, su hija Berenguela, sus hijos Enrique y Leonor, y los hijos de Berenguela, Fernando y Alfonso; sus restos mortales fueron trasladados a Burgos, donde recibieron sepultura en el panteón de las Huelgas Reales de Burgos. La reina Leonor, seriamente enferma, ya que falleció el 31 de ese mismo mes, dejó en manos de su hija mayor, Berenguela, la dirección de las exequias; pocos días después Berenguela tuvo que dirigir otras segundas exequias, las de su madre Leonor de Inglaterra.
Acabadas las exequias de Alfonso VIII, fue proclamado rey de Castilla su hijo Enrique, de once años de edad; con la muerte de sus padres, casi al mismo tiempo, Berenguela se convirtió en tutora del pequeño rey y en la regente y gobernadora del reino, pero, aunque en el ejercicio de estos oficios hizo patente su prudencia, las insidias y las intrigas de algunos nobles, especialmente de los tres hermanos, los condes Fernando, Álvaro y Gonzalo, hijos del conde Nuño Pérez de Lara, el que fuera el último tutor de Alfonso VIII, obtuvieron que el ayo designado por Berenguela para la guarda del nuevo rey hiciera entrega del joven monarca a Álvaro Núñez de Lara. Con el rey en su poder, Álvaro logró que Berenguela le entregase también la regencia del reino con algunas limitaciones, pues recelosa le hizo jurar que sin su consejo no daría ni arrebataría ninguna tierra o gobierno a nadie, ni haría la guerra a los reinos vecinos, ni impondría ningún tributo en ninguna parte del reino. Este traspaso de poderes tuvo lugar en la primavera de 1215.
Muy pronto Álvaro, a pesar de estas salvedades, comenzó a atropellar a aquellos nobles que no eran partidarios suyos; éstos acudieron con las quejas a Berenguela, lo que provocó represalias de Álvaro contra la reina, que buscó refugió en el castillo de Autillo, que era del mayordomo real Gonzalo Rodríguez, mientras enviaba a su hijo Fernando junto a su padre a León. El choque entre ambos partidos estaba servido; en abril de 1217 Álvaro inició con grandes fuerzas el ataque armado contra los partidarios de Berenguela en Tierra de Campos, llegando incluso a sitiarla en su residencia de Autillo de Campos, mientras dejaba al rey Enrique en Palencia en el palacio episcopal. Aquí, durante un juego infantil, una teja o un tejo alcanzó al niño rey en la cabeza, que gravemente herido falleció a los pocos días.
Aunque Álvaro quiso mantener secreta la muerte del rey, la noticia llegó a Berenguela que hizo venir a su hijo desde Toro, donde se encontraba; desde Autillo con sus partidarios se dirigió a Palencia, abandonada por Álvaro; luego por Dueñas fue a instalarse en Valladolid, desde donde dirigió todas las negociaciones que conducirían a que los concejos de la Extremadura castellana la reconocieran a ella como legítima heredera y reina de Castilla con el ruego de que entregase el reino a su hijo. Esta proclamación de Berenguela y de su hijo Fernando como reina y rey de Castilla tuvo lugar en la plaza del mercado de Valladolid el 2 o el 3 de julio de 1217.
Casi treinta años duró esta entente admirable entre madre e hijo; Fernando I será el rey propietario del reino castellano y como tal gobernará con plenos poderes, pero el consejo prudente y desinteresado de su madre estará presente en todas las decisiones de Fernando III; los diplomas se expiden siempre a nombre de Fernando, pero éste consignará en todos ellos que lo hace “con el asenso y beneplácito de la reina doña Berenguela”. Nunca, que se sepa, hubo una disensión entre madre e hijo, por eso resulta prácticamente imposible distinguir qué decisiones corresponden al hijo y cuáles a la madre. Cuando Fernando inicia el año 1224, sus expediciones de conquista por Andalucía, prácticamente anuales, es su madre la que queda en Castilla, casi siempre en Burgos, gobernando el reino con su sagacidad y prudencia y apoyando con toda clase de pertrechos las campañas del hijo.
Algunas fuentes indican ciertas ocasiones en que intervino con su consejo en importantes determinaciones de su hijo, como fue la elección de sus dos esposas, o en limar asperezas entre su hijo y los nobles, a veces rebeldes, consiguiendo el perdón y reconciliación de los ricos hombres alzados. Destacan, entre todas, las intervenciones de Berenguela en el gobierno del reino, la prudencia y el tino con que dirigió los pasos que llevaron a Fernando III a lograr la sucesión pacífica de su padre en el reino de León, y singularmente la entrevista y el acuerdo alcanzado en Benavente en 1230 entre las dos reinas: Teresa de Portugal y Berenguela de Castilla.
Especialmente emotivo resulta el último encuentro entre madre e hijo, que tuvo lugar en Pozuelo de don Gil, la actual Ciudad Real, en la primavera de 1245; fue la reina la que se trasladó de Burgos a Toledo, desde donde envió aviso a su hijo, que se encontraba en Córdoba, manifestando sus deseos de encontrarse con él. En el encuentro trataron las discrepancias surgidas entre el infante heredero Alfonso y la reina Juana de Ponthieu. Fue la última vez que se vieron madre e hijo, pues Berenguela murió el 8 de noviembre de 1246, dejando tras de sí una bien merecida fama de mujer y de gobernante siempre prudente y discreta; sus restos mortales fueron depositados en las Huelgas de Burgos junto a sus padres.
Bibl.: R. Jiménez de Rada, “De rebus Hispaniae”, y L. de Tuy, “Chronicon mundi”, en A. Schott (ed.), Hispania Illustrata, Frankfurt, 1608, t. II, págs. 25-194 y t. III, págs. 1-116, respect.; A. Lupián Zapata, Epítome de la vida y muerte de la reina doña Berenguela [...], Madrid, Nogués, 1665; M. de Manuel Rodríguez, Memorias para la vida del Santo Rey don Fernando III, Madrid, 1800; Crónica latina de los reyes de Castilla, ed. de L. Charlo Brea, Cádiz, Universidad, 1984; J. González, Reinado y diplomas de Fernando III, Córdoba, Caja de Ahorros de Córdoba, 1980-1983-1985, 3 vols.; Crónica de Veinte Reyes, ed. de Ruiz Asencio, Burgos, Ayuntamiento, 1991; G. Martínez Díez, Fernando III (1217-1252), Burgos, La Olmeda, 1993 (col. Reyes de España).
Gonzalo Martínez Díez, SI