Alfonso, Dulce. ?, 1192 – VII.1248. Infanta y coheredera de León.
El destino de esta infanta leonesa se halla íntimamente unido al de su hermana mayor doña Sancha Alfonso, con la que compartió casi todos los avatares de su vida y también sus pretendidos derechos sucesorios al reino leonés. Era hija de Alfonso IX de León y de Teresa de Portugal, que aunque más inclinada a la vida religiosa que a la matrimonial, cedió a los ruegos de su padre el rey Sancho I de Portugal, que había concertado el enlace de su hija con el rey de León Alfonso IX como medio para establecer y robustecer la paz entre ambos reinos, en un momento en que los portugueses habían invadido Galicia y alcanzado el río Lérez, en la ría de Pontevedra.
El desposorio se celebró en Guimaraes el 15 de febrero de 1191, a pesar del próximo parentesco que unía ambos cónyuges como primos carnales que eran; por ello, tropezó desde el primer momento con la resistencia de algunos prelados y sobre todo con la condena del nuevo Pontífice, Celestino III, consagrado el 14 de abril de 1191. Este Papa conocía bien los problemas y dificultades de los reinos cristianos de España, que había visitado, siendo todavía cardenal, como legado pontificio, pero, antes de tomar una decisión, envió al reino leonés como legado suyo al cardenal Gregorio; éste, una vez examinada la situación, pronunció el año 993 en nombre de Celestino III una sentencia que declaraba la nulidad del matrimonio.
La sentencia fue acatada y el año 1194, Alfonso IX y doña Teresa se separaban. Como fruto de los casi cuatro años de convivencia conyugal habían nacido tres hijos: Sancha, Fernando y Dulce. Anulado el matrimonio, doña Teresa —acompañada de Fernando y de doña Dulce— se retiró a Portugal, de donde regresó con sus dos hijos al reino leonés a la muerte del rey Sancho de Portugal en 1211, a causa de las desavenencias surgidas entre ella y su hermano el nuevo rey Alfonso II.
Los derechos sucesorios de doña Dulce al trono leonés parecían muy remotos, porque la precedían sus dos hermanos varones, los dos Fernando: el hijo de doña Teresa y el hijo de doña Berenguela. Pero en julio de 1214, moría el primero de estos dos Fernando, y en 1217, al ser proclamado su otro hermano Fernando rey de Castilla, se produjo una ruptura entre padre e hijo, por lo que las preferencias de Alfonso IX para su sucesión en el trono leonés comenzaron a fijarse en sus dos hijas, las infantas Sancha y Dulce, y de una manera más clara y decidida, a partir de 1220.
El 24 de septiembre de 1230, fallecía Alfonso IX; su hijo Fernando, como varón, creía tener derecho preferente a la corona; las infantas tenían a su favor la voluntad de su padre; ambas partes contaban con partidarios entre la nobleza y las ciudades. Había que evitar el enfrentamiento armado y el derramamiento de sangre en el reino; de ello se encargaron doña Teresa y doña Berenguela. Las dos reinas se reunieron en Valencia de Don Juan; la primera acompañada de sus dos hijas, la segunda llevando la representación de su hijo. Pronto llegaron a un total acuerdo, por el que las infantas renunciaban a sus derechos sucesorios a cambio de la dote que Fernando les otorgase.
El acuerdo de Valencia de Don Juan se formalizó en un tratado suscrito en Benavente el 11 de diciembre de 1230 por el rey, las dos reinas madres, las dos infantas, los arzobispos de Toledo y Compostela, y otros muchos prelados y magnates, por el que las infantas ratificaban su renuncia al trono y Fernando les asignaba como dote una renta de 30.000 maravedíes de oro anuales, que cobraron puntualmente todos los días de su vida.
Bibl.: J. González, Alfonso IX, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1944, págs. 60-66; Reinado y diplomas de Fernando III, vol. I, Córdoba, Caja de Ahorros de Córdoba, 1980, págs. 81-94 y 247-263; G. Martínez Díez, Fernando III (1217-1252), Burgos, La Olmeda, 1993, págs. 13-22 y 103-115.
Gonzalo Martínez Díez, SI