Alfonso IX. Zamora, 15.VIII.1171 – Villanueva de Sarria (Lugo), 24.IX.1230. Rey de León (1188-1230).
Hijo de Fernando II (1157-1188), rey de León, y de su mujer Urraca Alfonso, llamada “La Portuguesa”, por su procedencia. Fue bautizado en la catedral de Zamora. Dada la anticanónica consanguinidad de sus padres, el matrimonio hubo de disolverse poco tiempo después del nacimiento de Alfonso, en 1175, por lo que su madre desapareció de la Corte leonesa refugiándose en un monasterio portugués; la ilegitimidad del matrimonio de sus padres, y su anulación posterior, no fue obstáculo para que fuese reconocido como legítimo heredero. De su crianza sería responsable la salmantina María Ibáñez y el matrimonio leonés formado por Adán Martínez y María Díez. Pasada la niñez, su formación estuvo en manos de Armengol, conde de Urgel, y de Juan Arias y su mujer, Urraca Fernández.
Es la pluma de Lucas de Tuy, canónigo isidoriano anteriormente a su condición de obispo tudense, quien, a través de su Cronicon mundi, nos revela las características físicas del joven príncipe, a quien conoció personalmente: “Es de rostro noble, elocuente, generoso, de gran fortaleza física, diestro en el manejo de las armas y muy firme en su fe católica [...] Cuando se enojaba se asemejaba al rugido de un león. Al revestirse con las armas de guerra y montar a caballo, su gesto manifestaba más fortaleza de ánimo que ferocidad [...] Nunca fue vencido en el campo de batalla, permaneciendo siempre victorioso en las guerras que sostuvo frente a cristianos y sarracenos”. Da a entender el tudense, poco después, que era clemente, misericordioso, pero también aficionado a las mujeres, colérico y de oídos atentos a la calumnia. Añade, además, para grandeza y loor de san Isidoro y de su colegiata leonesa, un milagro del santo en favor del propio Alfonso, a quien curó de ceguera, tras ser lavados sus ojos con agua milagrosa.
A la muerte de Fernando II, en enero de 1188, el acceso del príncipe Alfonso al Trono era disputado por el infante Sancho Fernández, hijo legítimo de la legítima unión de Fernando II con Urraca López, de la dinastía riojano-vizcaína de los López de Haro, en esos momentos encabezada por Diego López de Haro, hermano de la reina Urraca. Los apoyos de la Casa real castellana, encabezados por Alfonso VIII (1158-1214), a los López de Haro, suponían un peligro real para que Alfonso IX consolidara su Trono leonés, por proceder de un matrimonio nunca legitimado.
De hecho, a la muerte de Fernando II los castellanos invadieron tierras leonesas, tomaron Coyanza (Valencia de Don Juan) y algunos enclaves de Tierra de Campos, rompiendo el sistema defensivo leonés en la línea fronteriza con Castilla, disputada a lo largo de los siguientes veinte años. Al fin, el enfrentamiento oponía a los nietos de Alfonso VII el Emperador, aunque se resolvería favorablemente para el Monarca leonés, que consolidó su corona manteniéndola nada menos que durante cuarenta y dos años.
La reafirmación del Trono sería definitiva cuando, en la primavera de 1188, el joven Monarca convocó una Curia Extraordinaria en la iglesia de San Isidoro de León. En ella se iniciaba la tarea legislativa alfonsina que se consolidará en los distintos ordenamientos y decreta promulgados durante su prolongado reinado. Esta Curia de 1188 contó con la presencia de procuradores de las ciudades y villas del reino, lo que ha llevado a identificarla con las primeras Cortes. En la Curia de 1188 se revocaron algunas de las donaciones que Fernando II había otorgado en sus últimos años de reinado y que habían cercenado el realengo, fundamentalmente las relativas a los cellarios regios; finalmente, se confirmaron y renovaron otros decretos.
El análisis pormenorizado del conjunto legislativo de 1188 ha llevado a señalar que verdaderamente en dicha fecha sólo se realizaron parte de los decreta en que se confirmaban usos y derechos anteriores; mientras que otra parte, los de temática judicial, por ejemplo, serían de formulación posterior. En todo caso, la emblemática Curia Extraordinaria (Cortes Leonesas) de 1188 ha sido identificada tradicionalmente como el inicio de garantías jurídicas que dieron seguridad a los súbditos.
Para evitar la guerra, los monarcas de Castilla y de León llegaron a un compromiso que apartaba definitivamente a Sancho Fernández del trono leonés: en Carrión, en el mes de junio, convocada una Curia, Alfonso IX sería armado caballero por Alfonso VIII de Castilla, que así reafirmaba su posición, puesto que el leonés le besaría la mano siguiendo el uso caballeresco. Los acuerdos matrimoniales fijados en este compromiso pretendían la unión de Alfonso IX con una princesa castellana, pero realmente el compromiso nunca se llevó a efecto. En Carrión, se dice (C. de Ayala), nació el profundo leonesismo de Alfonso IX, nunca favorable a compartir el Trono con Castilla, al tiempo que Alfonso VIII no devolvía las plazas ocupadas. Y, de Carrión, el joven Monarca pasaría a Compostela, sin duda su refugio preferido a lo largo de todo su reinado, donde hizo que reposaran los restos mortales de su padre. Aclarada la situación con Castilla, Alfonso IX debió imponerse también respecto al reino vecino occidental, donde Sancho I de Portugal (1185-1211) de la misma manera pretendía aprovecharse del cambio dinástico. Y, por el sur, la subida al trono del monarca leonés coincidió con la gran ofensiva almohade localizada al sur de Coria. Es en estos primeros meses de su reinado cuando Alfonso IX se vio obligado también a tomar medidas económicas ante la mala situación de la Corona, que le incapacitaba para emprender cualquier empresa bélica. La alternativa fue única: recurrir a nuevos impuestos, el petitum y la moneda forera.
A lo largo de 1188 se consolidó la Corona sobre Alfonso IX, que controlaba perfectamente la situación y que ahora aparecía acompañado por su madre, Urraca Alfonso. Un acercamiento a la Corte portuguesa a lo largo de 1190 hizo que Alfonso se olvidase del compromiso matrimonial castellano y solicitase de Sancho I de Portugal el casamiento con su hija Teresa; ello, a sabiendas de la proximidad familiar y la consanguinidad correspondiente: eran primos carnales. La boda se celebró en Guimarães el 15 de febrero de 1191. La unión no fue nunca aceptada por Roma, cuyo pontífice, Celestino III (1191-1198), ante la resistencia de los monarcas a la separación, envió un legado pontificio para llevar a efecto la anulación y, a continuación, aunar las fuerzas de los reinos cristianos contra el peligro almohade. Roma pretendía unir las voluntades de Alfonso VIII de Castilla, Alfonso IX de León y Alfonso I de Portugal.
En 1193, tanto los castellanos como los leoneses estaban interesados en la paz con los musulmanes y para ello desarrollaron, en el norte de África, tareas diplomáticas encargadas de prolongar las treguas. Por su parte, el peligro llevó al Monarca leonés a tratar de fortalecer las Órdenes militares, sobre todo a la poderosa Orden leonesa de Santiago, con el fin de defender la Transierra y reforzar Ciudad Rodrigo y las tierras meridionales. Se intuía una gran ofensiva almohade, que sería una realidad en 1195 y que acabaría con el desastre castellano de Alarcos.
En 1194 se celebró el tratado castellano-leonés de Tordehumos, en el que se estipuló la devolución de las plazas ocupadas por Alfonso VIII al acceder al Trono leonés Alfonso IX; estipulación que no se resolvió hasta dos años después. Es también 1194 el año en que Celestino III se vio obligado a excomulgar a Alfonso IX y Teresa de Portugal, por su anticanónica unión, lanzando entredicho sobre sus reinos. Era el final del matrimonio; para entonces, Teresa había dado al leonés tres hijos: Sancha, Fernando y Dulce. Éste es el primer matrimonio de Alfonso IX; matrimonio que nunca fue legitimado y cuya descendencia tampoco lo fue. El acuerdo leonés-portugués fijó la dotación de Teresa, que volvió a su tierra, donde se convertiría en la gran benefactora del Císter (monasterio femenino de Lorvão), si bien sus propiedades leonesas le permitieron mantenerse en ambos reinos.
Reunida la Curia en Compostela, este año de 1194, Alfonso IX continuó su tarea legislativa y siguió afianzando su poder monárquico. Las constituciones aprobadas en este momento tienen como líneas prioritarias la justicia y el orden público: el interés específico del Monarca era el establecimiento de una recta justicia. La falta de entendimiento entre Alfonso VIII y Alfonso IX rompió las expectativas de una lucha antiislámica conjunta de los reinos cristianos hispánicos; la negativa del primero a compensar al segundo por su ayuda, y a replantear el espinoso tema del infantado de Campos y liberar algunos castillos usurpados por el linaje de los Haro, produjo el acercamiento de Alfonso IX a los almohades, contra Castilla, en 1196. Y, como consecuencia inmediata, al leonés le cayó la excomunión de Celestino III, junto con el entredicho sobre su reino. Castilla y León, sus monarcas y sus nobles, se tomaron sus venganzas con expediciones y saqueos de un lado y otro de sus mal definidas y disputadas tierras fronterizas.
El califa Ya‘qūb al-Manîūr no aceptó la petición de tregua solicitada por Alfonso VIII, lo que se tradujo, en 1197, en una reanudación de las campañas islámicas, con algaradas devastadoras que pretendían recuperar espacio, aunque fueron realmente poco provechosas para el Califa. Más tarde, éste y el Monarca castellano firmaron una tregua de diez años. Ello rompía las expectativas de Alfonso IX, cuya alianza con los almohades quedaba ahora minimizada y sin resultados. Era el decepcionante momento del Monarca leonés, que veía, además, unirse a Castilla y Portugal, que volvieron a ocupar las tierras de aquél. Cuando el Califa, retirado al norte de África, permitía la paz con los reinos cristianos, éstos volvían a enfrentarse entre sí, en parte alentados por Roma, que pretendía castigar la alianza de Alfonso IX con los infieles. La solución procedió de la reina Leonor de Castilla. Su hija Berenguela, en otro tiempo propuesta en matrimonio al alemán Conrado de Hohenstaufen, era propuesta ahora para el segundo matrimonio de Alfonso IX de León. La princesa Berenguela, en su unión con Alfonso IX, recibiría de sus padres los disputados castillos y villas de Tierra de Campos y otra serie de fortalezas: todo ello formaría un extenso infantado. Si naciese un heredero de esta unión, sería titular de un poderoso imperio. Leonor de Castilla obviaba intencionadamente dos problemas: en primer lugar, el hecho de que Alfonso IX había casado anteriormente con Teresa de Portugal, unión de la que procedían dos infantas y un príncipe, Fernando, heredero del trono de su padre. Ciertamente, el matrimonio había sido disuelto por consanguinidad y era el mismo problema que ahora presentaría el nuevo que se proyectaba: nulo aquél, nulo éste. Si eran ilegítimos los vástagos de Teresa de Portugal, ilegítimos serían también los vástagos que Berenguela le diera a Alfonso. Se esperaba la legitimación por Roma, dado que el parentesco no era tan próximo como en el primer matrimonio; pero nunca llegó, aunque Celestino III (muerto el 8 de enero de 1198) parecía favorable; su sucesor, Inocencio III (1198-1216), fue inflexible.
Alfonso IX, casado, por fin, con Berenguela, convocó Cortes en Benavente. Era el año de 1202. En ellas se recogió el pacto entre el Rey y los miembros de las oligarquías locales, los ciudadanos, para impedir o atajar la devaluación de la moneda. El Rey se comprometía a no alterar su valor y establecía, a cambio, el tributo —moneda— que percibiría de siete en siete años. Para algunos autores este pacto es la base de la representación ciudadana en las Cortes.
Mientras Roma amenazaba con la excomunión, Alfonso IX y Berenguela tuvieron cuatro hijos: dos infantes, Fernando y Alfonso, y dos infantas, Berenguela y Constanza. Disuelto el matrimonio, al igual que había sucedido anteriormente, Berenguela de Castilla volvió a su reino. Había dos matrimonios anulados, siete hijos ilegítimos y dos posibles herederos de idéntico nombre: Fernando. Por otro lado, estaba la viuda de Fernando II, Urraca López, madre del infante Sancho Fernández, cuyas aspiraciones al Trono leonés no cejaban, al ser su hijo legítimo de legítimo matrimonio, frente al caos de los matrimonios e hijos de Alfonso IX. Los intereses de Urraca López de Haro habían sido apoyados, como se ha señalado, por Alfonso VIII de Castilla en otro tiempo, mas ahora, con Berenguela y su descendencia, eran insostenibles para la Corte castellana. Era el momento de cortar sus reivindicaciones y Alfonso IX ocupó las fortalezas de Aguilar y Monteagudo, en manos de la viuda de Fernando II, y defendidas por los Haro; el leonés aprovechaba también las malas relaciones entre Alfonso VIII y los Haro, que habían protagonizado ya la huida de Diego López de Haro, refugiado en la Corte navarra de Sancho VI. Mientras tanto, se mantenían las treguas con los musulmanes, y Alfonso IX, en su tarea legislativa, ordenaba los decretos de Lugo de 1204, y se separaba definitivamente de Berenguela, que ya no figura en los documentos leoneses desde fines de dicho año; la ex Reina regresa a Castilla con sus hijos poco tiempo antes del nacimiento del infante Enrique, hijo de Alfonso VIII y Leonor de Castilla y futuro heredero al Trono castellano.
Fracasados ambos matrimonios, una embajada a Dinamarca en 1205, pretendía concertar un nuevo matrimonio para el Monarca leonés, que no fue posible. Por otra parte, la ruptura del matrimonio volvió a enfrentar a Castilla y León, ante la oscura situación del infante Fernando, futuro Fernando III, ahora que el matrimonio estaba disuelto. Nuevamente a punto de la guerra, los Alfonsos no tendrían más remedio que negociar. Alfonso VIII, en su testamento, dejaría a su nieto los castillos objeto de disputa entre ambos reinos: Valderas, Melgar, Bolaños, Villafrechós, Almanza, Castroponce, El Carpio, Monreal, Castrotierra, Siero de Asturias y Siero de Riaño; en conjunto formarían un sólido señorío, enclave divisorio entre León y Castilla, que menoscavaba ciertamente a León. El acuerdo entre Alfonso VIII y Alfonso IX llegó en Cabreros del Monte el 26 de marzo de 1206. En él, sin clarificar aún las expectativas del futuro Fernando III al Trono leonés, se declaraba que los siete hijos de Alfonso IX procedentes de ambos matrimonios, a pesar de ser ilegítimos, eran herederos al Trono de su padre. Además, Berenguela entregaba al infante Fernando, su hijo, los castillos de Luna, Argüello, Gordón y Ferrera más aquellos que constituían las arras que le había entregado Alfonso IX. Así la Paz de Cabreros fijaba definitivamente el patrimonio del infante, primogénito de la unión de Alfonso con Berenguela, y se entregaba la correspondiente indemnización a ésta por la nulidad del matrimonio. La paz con Castilla quedaba resuelta.
Sin la materialización de una alianza anglo-leonesa, cuyos contactos había iniciado en el verano de 1207, Alfonso IX se dedicó a la organización interna del reino y convocó nuevamente Cortes en la ciudad de León, en 1208, cuyo ordenamiento es de contenido fundamentalmente eclesiástico. Dedica también sus esfuerzos a favorecer el comercio, orientar la ampliación del espacio en la zona de Extremadura y, sobre todo, hacia las tareas repobladoras; entre 1208 y 1230 la repoblación constituye, sin duda, el punto más importante de su política interna, orientada a reforzar la ocupación del espacio, pero, ante todo, sentando las bases para aumentar sus maltrechas rentas. La colonización de sus territorios comenzó, en el mismo año de 1208, por tierras gallegas con la fundación del puerto de La Coruña en el burgo de la Torre del Faro, seguida, hacia el interior, por tierras de la orensana Limia y la lucense tierra de Lemos y Sarria. Pero su dinamismo repoblador se extendió a todas las regiones de su reino: Asturias, con las polas, bien estudiadas por Ruiz de la Peña (Tineo, Llanes); en la comarca berciana, las buenas villas situadas en el Camino de Santiago y las tierras del interior de Friera y Aguiar; las tierras diocesanas asturicenses que siguen la Ruta de la Plata por La Bañeza (San Martín de Torres) y hacia la zamorana Tierra de Sanabria (Puebla de Sanabria); la extremadura, al sur del Duero (Castelo Rodrigo), consolidando la zona fronteriza con el reino portugués; y, posteriormente, tras la actividad reconquistadora de la etapa final alfonsina, la Transierra, donde las órdenes militares (Alcántara, Santiago) colaboraron activamente en su colonización. Esta obra colonizadora alfonsina se completó con la concesión de fueros, a partir de auténticos modelos forales que constituyen las “familias de fueros”.
Alfonso IX utilizó dos grandes modelos, el del Fuero de Benavente y el de Ciudad Rodrigo-Coria, más importante el primero y más difundido por tierras del interior, mientras el segundo se corresponde con un modelo fronterizo. En versión original o refundida, el Fuero de Benavente fue otorgado a La Coruña, Betanzos, Milmanda, Parga y Burgo, en tierras gallegas; a Llanes, en la zona asturiana; a Sanabria, en territorio zamorano; a Villafranca del Bierzo y Laguna de Negrillos, en el corazón del reino de León. Con su otorgamiento, el Monarca buscaba la reactivación económica y comercial en los viejos territorios de su reino. Por lo que se refiere al Fuero de Ciudad Rodrigo, fue otorgado a la comarca portuguesa, entonces leonesa, de Çima-Coa (Castelo Rodrigo, Castelo Melhor, Castelo Bom, Alfaiates) y Coria-Cáceres; de la redacción de Coria pasó a Salvaleón. Dicha política colonizadora y foral creó tensiones y desató conflictos. Alfonso IX, desde su frecuente refugio compostelano, buscaba el incremento del realengo y también un cierto equilibrio con los grandes dominios jurisdiccionales tanto de la nobleza laica como eclesiástica. Hizo donaciones, permitió compensaciones, pero mantuvo una férrea política de control. Estableció concordias con la iglesia y los obispos de su reino, a la vez que, vigilante de sus límites fronterizos, fue perfilando la política de expansión meridional favoreciendo a las órdenes militares, sobre todo a Alcántara y Santiago. Nuevamente se reunieron los monarcas de Castilla y León (27 de junio de 1209), ahora en Valladolid. El primero renunció a sus derechos sobre Villalpando, Ardón y Rueda; al tiempo que el segundo cedía el señorío de dichas villas a su ex esposa Berenguela y, en su defecto, a sus hijos, primero Fernando y después Sancho. Ambos monarcas convenían en que anualmente se reuniesen cuatro prelados, dos por cada uno de los reinos, para dirimir las cuestiones y querellas de sus ámbitos. Alfonso VIII quería que, al acuerdo, se incorporase el reino de Portugal, regido por Sancho I. Sin embargo, la pronta muerte de este último monarca puso a la Corte portuguesa en conflictos que requirieron la atención de Alfonso IX, defensor de los derechos de su ex mujer Teresa, que el hermano de ésta, Alfonso II, nuevo monarca portugués, pretendía recortar.
En la primavera de 1211 el Monarca leonés acudía nuevamente a su refugio de Compostela para la consagración de la catedral de Santiago. La intervención del leonés en los asuntos portugueses, al lado de su hijo el infante Fernando, explica la ausencia de Alfonso IX en las Navas de Tolosa, al lado de las tropas leonesas. El 11 de noviembre de 1212 Alfonso VIII de Castilla, Alfonso IX de León y Alfonso II de Portugal establecían las Treguas de Coimbra, un acuerdo conjunto de mantener la paz entre ellos y emprender la guerra contra los almohades, bajo los auspicios del pontificado, regentado por Inocencio III. El acuerdo establecía un respeto de fronteras y reconocía el derecho de cada reino a emprender la reconquista por su sector fronterizo islámico. La proyección del acuerdo está en la recuperación, en 1213, de Alcaraz, por parte de Castilla, que asedia Baeza. Al tiempo, León llega a Alcántara y comienza a planear la ocupación de Cáceres y Mérida.
Entre 1213 y 1214 se produjeron cambios dinásticos preocupantes: falleció el infante Fernando de Castilla, con lo que el infante Enrique, niño, dejaba entrever la debilidad que se cernía sobre el frágil heredero al Trono castellano. Falleció también el infante Fernando de León, hijo de Alfonso IX y Teresa de Portugal, que había sido declarado heredero, dejando una difícil situación en la herencia de las dos infantas sus hermanas, Sancha y Dulce. Murió MuÊammad al-Nāşir, dejando un niño como heredero, lo que desencadenó la definitiva fragilidad almohade. Finalmente acabó sus días Alfonso VIII de Castilla. La personalidad de Berenguela, ex mujer de Alfonso IX, regente de Castilla por su hermano menor Enrique I, madre de los futuros Fernando III y Alfonso de Molina, marcó una impronta decisiva en esta coyuntura.
La muerte de Enrique I, en 1217, dio lugar a nuevas discrepancias: Berenguela, respaldada por los concejos de Extremadura y un sector nobiliario significativo, cedió sus derechos a su hijo Fernando. Por contra, el padre de éste, Alfonso IX de León, respaldado por Álvaro Fernández de Lara, reivindicaba sus derechos al trono castellano en virtud del tratado de Sahagún de 1158 entre los hijos de Alfonso VII: Sancho III de Castilla y Fernando II de León habían establecido el acuerdo por el que, si uno de ellos o sus descendientes murieran sin herederos, el superviviente ocuparía el trono vacante. En el verano de 1217 Fernando III accedía al Trono de Castilla, cuyo respaldo concejil y nobiliar era superior. Alfonso IX, contrariado, invadió tierras castellanas y logró de Berenguela y su hijo la devolución de algunos castillos, y, para contrarrestar la influencia castellana, decidió que sus hijas, las infantas Sancha y Dulce, serían sus sucesoras en el Reino de León.
Es el momento en que Alfonso IX se replantea nuevamente el avance reconquistador, mientras Berenguela, como regente, solicitaba la tregua al califa Yūsuf II. Firmada la definitiva paz de Toro, entre Castilla y León, en el verano de 1218, el Monarca leonés comenzó a diseñar el corredor expansivo hacia Andalucía, hacia Sevilla: Cáceres, Trujillo, Montánchez, Medellín, Badajoz, que le permitiría afianzar su frontera meridional, siguiendo la Ruta de la Plata, para acabar con el reino de Badajoz. Para ello, estructuró la colaboración con las órdenes militares, sin las cuales sus proyectos no podían ser llevados a cabo. En una asamblea celebrada en Ciudad Rodrigo (16 de julio de 1218), Alfonso IX reunió a las órdenes de Calatrava, Temple, Pereiro-Alcántara y los Hospitalarios de San Juan; ausente estuvo la Orden de Santiago, cuyas relaciones con el Monarca pasaron por frecuentes altibajos a lo largo de todo el reinado.
También en 1218 se crea el Estudio General de Salamanca, futura Universidad de Salamanca, gracias al decidido apoyo de Alfonso IX.
Como monarca cristiano hispánico más fuerte, capaz de enfrentarse a los musulmanes, el Monarca leonés recibió también el apoyo de la Santa Sede: castellanos, cruzados gascones y caballeros de la órdenes militares eran el soporte fundamental de la línea fronteriza, cuando el Monarca leonés iniciaba una fallida conquista de Cáceres, comienzo del largo asedio a que sería sometida la plaza hasta su conquista definitiva.
El avance extremeño leonés y el manchego de los castellanos acercaban la línea fronteriza cristianoislámica hacia el Guadiana-Guadalquivir, dejando ya totalmente consolidada la del Duero-Tajo. Por la paz de Boronal (13 de julio de 1219) León y Portugal interrumpían sus enfrentamientos, al finalizar los excesos de Alfonso II de Portugal contra los estamentos eclesiásticos de su reino. La tregua se firmaba por veinte años y suponía la no alteración fronteriza de la línea del Coa por parte leonesa. El portugués se comprometía a apoyar los derechos sucesorios de las infantas Sancha y Dulce al Trono de León, en un momento en que Berenguela de Castilla acordaba el matrimonio de Fernando III con una princesa de la dinastía Staufen, Beatriz de Suabia.
La intensificación de la lucha antiislámica comenzó a darle triunfos a Alfonso IX, que, en 1221, conquistaba Valencia de Alcántara y se decidía a asediar Cáceres en 1222. Se iniciaba la gran etapa ofensiva del Monarca leonés, a la vez que se debilitaba el imperio almohade a la muerte de Yūsuf II (6 de enero de 1224). El momento era aprovechado igualmente desde Castilla, que buscaba su propia expansión con el cerco de Jaén.
La política belicista de León no impidió a su Monarca convocar nuevamente Cortes: en Benavente (1228). Poco tiempo después, entre 1227 y 1229, Alfonso IX incorporó definitivamente Cáceres. En 1230 seguirían Badajoz, Montánchez, Mérida y Elvas, y, como había proyectado, dejaba expedito el camino hacia Sevilla. Era el final de un reinado. El papel desempeñado por las Órdenes militares, ejemplar en el caso de los caballeros de Alcántara, había sido decisivo. Durante su vuelta a Compostela, el Monarca leonés moría en Villanueva de Sarria en el otoño de 1230.
La sucesión al Trono de León no estaba clara: correspondía a los hijos de Teresa de Portugal y Berenguela de Castilla clarificarla y a ambas ex reinas colaborar en el entendimiento de sus respectivos vástagos. Las ciudades, la Iglesia y la nobleza leonesas también tuvieron un peso específico en ello: de hecho, el apoyo a las infantas Sancha y Dulce pronto se cifró en mucho más débil que el otorgado al Rey castellano, que contó desde el principio con el apoyo de la propia capital del reino, León. Ello explica que finalmente Fernando III, rey de Castilla, hijo de Berenguela, se ciñese también la Corona leonesa un mes después de la muerte de Alfonso IX, a pesar de no haber sido designado como heredero por su padre, que siempre se había inclinado por las infantas hijas de Teresa de Portugal. León y Castilla quedaban unidos definitivamente: había desaparecido el último monarca del Reino de León. Sus restos reposarían en su refugio compostelano. La figura yacente de Alfonso IX de León en su sepulcro del Panteón de la Catedral de Santiago de Compostela nos ofrece la serenidad en el rostro de un monarca que murió cuando tenía cerca de sesenta años.
Bibl.: J. González, Alfonso IX, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1944, 2 vols.; J. L. Martín, “La afirmación de los Reinos (Siglos XI-XIII)”, en Historia de Castilla y León, t. IV, Valladolid, Ámbito Ediciones, 1985; L. Suárez Fernández y F. Suárez Bilbao, “Historia política del Reino de León (1157-1230)”, en El Reino de León en la Alta Edad Media (1109-1230), León, 1993 (Colección de Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, vol. 51), págs. 215-350; C. de Ayala, “Alfonso IX, último monarca del Reino de León”, en C. Álvarez Álvarez (coord.), Reyes de León: Monarcas leoneses del 850 a 1230, León, Universidad de León, 1996, págs. 193-215.
Gregoria Cavero Domínguez