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Godofredo Nouvilas Aldaz

Biografía

Nouvilas Aldaz, Godofredo. Madrid, 2.X.1869 – Ferrol (La Coruña), 20.X.1929. General de división del Ejército.

Era hijo del teniente general Ramón Nouvilas Rafols, destacado general de la Revolución de 1868.

En 1885 ingresó en la Academia General Militar, perteneciendo a la promoción de Infantería del citado centro de 1889. En 1896 ascendió a capitán de Infantería por méritos de guerra; trece años después a comandante por antigüedad; en 1914 a teniente coronel también por méritos de guerra; dos años después a coronel por antigüedad; en diciembre de 1923 a general de brigada por “servicios y circunstancias”, con lo que se igualaba su rango con el del resto de vocales del directorio militar; y cinco años después a general de división por el mismo procedimiento. Es decir, a pesar de que su imagen es la del típico oficial juntero o burócrata, su trayectoria profesional combinó los ascensos por méritos y por antigüedad.

Nouvilas fue el último presidente de la Comisión Informativa del Arma de Infantería —la antigua Junta de Defensa de la misma Arma—, antes de su supuesta disolución de noviembre de 1922. Un mes después fue destinado a Barcelona, al mando del regimiento Vergara, siendo ya Primo de Rivera capitán general de la IV Región Militar (Cataluña).

Precisamente, una de las preguntas que carecen de una respuesta satisfactoria en todo lo relacionado con el golpe de Estado de Primo de Rivera es la siguiente: ¿qué papel desempeñaron los junteros, y en especial Nouvilas, en las conspiraciones que desembocaron en el 13 de septiembre?

Las opiniones de los historiadores no son coincidentes: así, según Tusell, “Nouvilas estuvo claramente sometido a la iniciativa absolutamente personal de Primo de Rivera y éste no usó organizaciones militares más o menos clandestinas”. Por su parte, González Calbet habla de un “primer sector golpista, estrechamente vinculado a las Juntas Militares de Defensa de Barcelona”, en el que estaría integrado Primo de Rivera como capitán general de Cataluña.

Por lo que se refiere a las fuentes coetáneas, Queipo de Llano sostenía que Primo de Rivera “fué [sic] obligado a dar el golpe de Estado poniéndose al frente del movimiento que aquella guarnición estaba dispuesta a producir, según le notificó el general [sic] Nouvilas”. Queipo de Llano se refería, como es obvio, a la guarnición de la IV Región Militar. Sobre Nouvilas decía García Venero: “La Secretaría del Directorio se adjudicó a personaje de grandísima influencia y de fuerza representativa indudable: el coronel don Godofredo Nouvilas, presidente de la Junta de Infantería. Mientras duró la estructura primitiva de la Dictadura, el general Primo de Rivera debió contar con el voto de Nouvilas, y las negativas de este [sic] obligaron más de una vez al marqués de Estella a rectificar sus propósitos. El cambio de frente ante las peticiones del catalanismo político, manifestado apenas transcurrieron unos días de alzamiento, obedeció al veto de la Junta de Infantería, expuesto enérgicamente por Nouvilas. Comprendió Primo de Rivera la peligrosidad de las concesiones autonómicas a la Lliga y compensó con medidas favorables a la economía particular catalana la forzosa negativa dictada por los infantes”. Otro autor de la misma época que Queipo de Llano, José Félix Huerta, escribía al respecto: “Recuerdo haber oído —la única vez que le pregunté: ¿cómo pusieron ustedes al frente de este movimiento a un general que no les era simpático?— al coronel Nouvilas, con pesar indudable: ‘Tiene usted razón, pero no hubo otro remedio. Muchos hubiéramos preferido al general Martínez Anido de quien la opinión tiene una idea muy equivocada. Sin embargo, tuvimos que acudir a un capitán general, por razón de jerarquía, y el más inmediato era el de la cuarta región, por eso fuí [sic] a ofrecerme a él’”. Según Huerta, Nouvilas no sentía “simpatía” por Primo de Rivera y tampoco lo estimaba: “Muchas veces le oí al coronel Nouvilas hablar del general Primo de Rivera con desdén. Habían sido compañeros de Academia y se tuteaban, pero no lo tomaba en serio: ‘¿Con qué botaratada terminará su mando en Barcelona?’, le oí decir en alguna ocasión. ‘Es hombre tan ligero —añadía— que en Cádiz, y en Madrid y en todas partes ha acabado siempre con una salida de tono. Ya verá usted como, de capitán general de Cataluña, termina con otra cadetada’”. Aunque ésta fuese ni más ni menos que todo un golpe de Estado. Huerta decía de Nouvilas, entre otras cosas, que era un “hombre franco y decidido, de ideas liberales, no muy afecto a la Monarquía y nada, desde luego, a la personal del Rey” y que fue “una de las víctimas de la Dictadura, a la que quiso dar, inútilmente, un contenido liberal y justo”. No obstante, que el propio Nouvilas tuviera una buena opinión de Martínez Anido no es precisamente una muestra de liberalismo. En todo caso, con arreglo a las versiones de Queipo y Huerta, quienes se sirvieron de Primo de Rivera fueron los junteros. Por el contrario, según el general Bermúdez de Castro, con quien Primo de Rivera había entrado en contacto entre finales de mayo y principios de junio de 1923, “[e]l general Primo de Rivera se valió como instrumento para conseguir sus fines de las Juntas Militares, de las que era Presidente, o Papa Negro, como le llamaban los oficiales, el General Nouvilas, Secretario del Directorio”. Según esta versión, quien se sirvió de los junteros fue Primo de Rivera. Probablemente, los unos, es decir, los junteros, creían servirse de los otros, Primo de Rivera y por extensión los generales del “cuadrilátero”, y los otros de los unos. Los junteros habían sido partidarios del general Aguilera hasta que éste cayó en desgracia; desde entonces estaban necesitados de un nuevo teniente general que ejerciera de “caudillo”. Primo de Rivera y el “cuadrilátero” tenían que tener en cuenta el poder del número y, por ello, querían atraerse a los junteros. En pocas palabras, los unos y los otros se necesitaban mutuamente.

Otros testimonios confirman que el golpe de Estado tenía un soporte juntero. Franco Salgado-Araujo, refiriéndose a la reacción que suscitó el golpe entre las fuerzas coloniales, decía: “En el ambiente legionario en que yo vivía el levantamiento fue acogido con la mayor frialdad y falta de fe en la gestión del nuevo dictador. A Franco le pasaba lo mismo. La oficialidad del ejército de choque de África, fuerzas indígenas y la Legión estaban convencidos de que el general sublevado no contaba nada más que con las dos guarniciones citadas [Cataluña y Aragón], en las que existían muchos defensores de las disueltas Juntas Militares y partidarios de la suspensión del ascenso por méritos de guerra”. Asimismo, es conocida la carta que Antonio Maura dirigió a César Silió y otros partidarios suyos el 20 de junio de 1924: “Al desmoronarse con total ruina las dominaciones que turnaban en el desgobierno, quedó el poder público, de manera declarada ya y franca, en manos de las juntas militares, de quienes el Directorio fué [sic] hechura y es servidor”. Aunque Carr se manifiesta en contra de esta opinión. Para este historiador, Maura estaba equivocado cuando calificó al Directorio de “hechura” y “servidor” de las Juntas militares. En efecto, es posible que el Directorio Militar no fuera “servidor” de las Juntas, pero sí que era “hechura” de ellas. Al menos así lo llegó a reconocer el mismísimo Primo de Rivera: “No juzgué torpe idea la del Directorio militar, porque además de encontrarse con facilidad entre castrenses personas cultas, honorables y laboriosas, así extinguía, con la formación de una especie de gran Junta legal, desde el momento que la aprobaba el Rey y aparecía nombrada en la ‘Gaceta’, los residuos y sedimentos que aún quedaban de las pequeñas diversas Juntas militares que tanto habían dado que hacer y frente a las cuales la conducta de la mayoría de los políticos no puedo ser más deplorable”. Es decir, aparte de dar a entender que la idea de crear un directorio militar no era suya, el nuevo órgano de gobierno era la institucionalización de las oficialmente disueltas Juntas militares; algo que éstas no habían conseguido alcanzar ni en los momentos de mayor poder. Entonces, cabe preguntarse: ¿es lógico suponer que las Juntas no habían tenido nada que ver en los preparativos del golpe militar? Obviamente, no.

Por otro lado, no se puede ignorar el sabor juntero de la reunión mantenida por Primo de Rivera con los coroneles de Infantería de la guarnición barcelonesa —entre ellos Nouvilas— el 29 de agosto de 1923, dos semanas antes del golpe de Estado.

Además, hay un documento de singular importancia que prueba que las Comisiones Informativas o Juntas de Defensa no estaban tan disueltas como pudiera creerse tras su supresión oficial en noviembre de 1922. Se trata de un telegrama oficial del gobernador civil de Barcelona al ministro de la Gobernación, fechado el 31 de agosto de 1923, en el que se observa cómo la agitación o el malestar de los militares todavía se instrumentalizaba en forma de protestas colectivas en contra de la política gubernamental —indulto del cabo Barroso, acción en Marruecos— y de la “torpeza de los políticos”; aunque es muy significativo que los junteros del Arma de Infantería de Barcelona no quisieran incorporarse a la protesta propuesta por Martínez Anido en nombre del Ejército de Melilla, puesto que no querían “enajenar su libertad” de acción de cara al futuro y a pesar de que Nouvilas tenía una opinión positiva de Martínez Anido, como ya se ha visto. ¿Para qué iban a molestarse en hacer una protesta colectiva, cuando estaban en condiciones de actuar con mayor rotundidad y eficacia? La existencia de las Comisiones o Juntas en forma organizada es la aportación más relevante de este documento. Los junteros mantenían sus antiguas organizaciones, que lógicamente tenían que ser clandestinas, y su capacidad de movilización de parte de la opinión militar. La afirmación de García Venero, en el sentido de que las “Juntas de Defensa, disueltas oficialmente, en cualquiera de sus formas, subsistían en el Arma de Infantería y en la de Artillería”, queda plenamente confirmada. Justamente, en una conversación que mantuvieron Huerta —promotor de un “partido nacional”— y Nouvilas —interesado en dicha idea— entre febrero y finales de junio de 1923, el Papa Negro le dijo al primero: “Le advierto a usted [...] que recibimos infinidad de promesas y solicitaciones de toda clase de hombres, lo que indica que todos están conformes en reconocer la fuerza que hoy tenemos... Yo personalmente, hubiera deseado apoyar al reformismo, partido sano y nuevo, pero su jefe no tiene simpatías. Hay que buscar por otra parte. Lo de ustedes nos ha parecido cosa oportuna y de mucho sentido político; creo que haremos algo”. Ambos coincidieron en que la “era de los pronunciamientos había pasado ya”. Finalmente, Huerta creía que Nouvilas le facilitó el programa del nuevo partido a Primo de Rivera. En el documento se pone de manifiesto, igualmente, la total debilidad del poder civil que, conociendo la existencia ilegal de las Juntas, no se decidía a disolverlas definitivamente, tal vez por la fuerza representativa que todavía poseían estas organizaciones dentro de la institución militar. Así, García Venero habla de la “existencia de un compromiso previo entre el marqués de Estella [Primo de Rivera] y las Juntas, que representaban la parte mayoritaria del Ejército”. Unas Juntas que políticamente eran reformistas, antidinásticas y antioligárquicas, según González Calbet.

Tras el triunfo del golpe, el 15 de septiembre de 1923 Alfonso XIII nombró jefe del Gobierno a Primo de Rivera, además de presidente del Directorio Militar que sustituía al interino formado el día anterior por los generales Muñoz Cobo, Cavalcanti, Federico Berenguer, Saro y Dabán —los cuatro últimos integrantes del “cuadrilátero”—. El Directorio Militar estaba integrado por el presidente y, como vocales, por un general de brigada o asimilado en representación de cada región militar y de los distintos Cuerpos y Armas del Ejército, así como por un contraalmirante de la Armada. El coronel Nouvilas, o Papa Negro fue nombrado secretario de la Presidencia del directorio o “gran Junta legal”, cargo por el que pasó prácticamente toda la documentación generada y recibida por este nuevo órgano de naturaleza claramente militarista. El diario político-militar Ejército y Armada escribía el mismo 15 de septiembre que Nouvilas era “tan modesto como inteligente y honrado”, a lo que añadía: “Su nombramiento emana de los coroneles de la guarnición de Barcelona”, lo que es una prueba más del carácter juntero del Directorio Militar primorriverista. El 24 de febrero de 1924, Nouvilas fue uno de los 150 comensales que asistieron a un banquete con el que se conmemoraba la creación de la desaparecida Academia General Militar. El 17 de diciembre de 1925, Nouvilas cesó en el cargo de secretario del presidente del Directorio Militar, aunque siguió ejerciendo el mando de la segunda brigada de Infantería de la primera división —Madrid— que le había sido conferido en agosto de 1924. Diez días antes de su cese fue nombrado gentilhombre de cámara del rey Alfonso XIII, lo que es sin duda llamativo.

A lo largo de 1926, Primo de Rivera y Nouvilas se entrevistaron periódicamente, tal y como reflejaba la prensa político-militar. En 1927 estuvo comprometido al parecer en una conspiración antidictatorial, con arreglo al relato de Antonio Bartolomé y Mas, única fuente que alude a la supuesta participación de Nouvilas en ese complot. No obstante, el 10 de julio de 1928 se le concedió la Medalla de la Paz de Marruecos y el 5 de diciembre del mismo año fue promovido por antigüedad al empleo de general de división —disponible en Madrid— y, ya en 1929 —concretamente el 22 de enero—, nombrado gobernador militar de Ferrol. Nuevo destino que pudo estar ligado a la antedicha conspiración, al tratarse de un cargo claramente periférico dentro de la Península. En mayo del mismo año, el volumen IX de la Colección Bibliográfica Militar publicó un artículo suyo titulado “Importancia del saber en la carrera militar. De la teoría y de la práctica”. El 20 de octubre de 1929 falleció en Ferrol a los sesenta años de edad. Dos días después, el diario político-militar La Correspondencia Militar informó de su muerte en un artículo titulado “Fallecimiento del general Nouvilas”. De él decía que “[s]u actuación militar fué [sic] brillantísima. Fué [sic] presidente de las Juntas de Defensa, y cuando el Directorio Militar ocupó el Poder en 1923 fué [sic] nombrado secretario del mismo, en cuyo cargo se destacó grandemente”. Por el contrario, el día 23 del mismo mes, el Diario Oficial del Ministerio del Ejército publicó una escueta Real Orden en la que el ministro del Ejército comunicaba oficialmente su fallecimiento.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Expediente personal de Godofredo Nouvilas Aldaz, legajo N-579.

Folletín de El Sol, España bajo la dictadura. Siete años sin ley, s. l., s. f.; J. F. Huerta, Sobre la dictadura. La “pequeña” historia: Idea de un partido político. Restauración del Parlamento. La ley y sus intérpretes. Por la justicia, Madrid, Editorial Mundo Latino, 1930; G. maura Gamazo, Al servicio de la historia. Bosquejo histórico de la Dictadura, Madrid, Ediciones Morata, 1930, 2 vols.; M. Primo de Rivera, La obra de la dictadura. Sus cuatro últimos artículos, Madrid, Imprenta Sáez Hermanos, 1930; G. Queipo de Llano, El general Queipo de Llano perseguido por la Dictadura, Madrid, Ediciones Morata, 1930; M. García Venero, Santiago Alba, monárquico de razón, Madrid, Aguilar, 1963; R. Carr, España. 1808-1939, Barcelona, Ediciones Ariel, 1970; F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida junto a Franco, Barcelona, Editorial Planeta, 1977; C. P. Boyd, Praetorian Politics in Liberal Spain, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 1979; Sh. Ben-Ami, La dictadura de Primo de Rivera. 1923-1930, Barcelona, Planeta, 1983; J. Aróstegui, “El insurreccionalismo en la crisis de la Restauración”, en J. L. García Delgado (ed.), La crisis de la Restauración: España, entre la primera guerra mundial y la II República, Madrid, Siglo XXI, 1986, págs. 75-99; M. T. González Calbet, La Dictadura de Primo de Rivera. El Directorio Militar, Madrid, Ediciones el Arquero, 1987; J. Tusell, Radiografía de un golpe de Estado. El ascenso al poder del general Primo de Rivera, Madrid, Alianza Editorial, 1987; C. P. Boyd, La política pretoriana en el reinado de Alfonso XIII, Madrid, Alianza Editorial, 1990; C. Navajas Zubeldia, Ejército, Estado y Sociedad en España (1923-1930), Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 1991; E. González Calleja, La España de Primo de Rivera. La modernización autoritaria. 1923-1930, Madrid, Alianza Editorial, 2005.

 

Carlos Navajas Zubeldia

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