Venegas, Francisco de. Sevilla, s. m. s. XVI – La Habana (Cuba), 18.IV.1624. General de galeones, gobernador y capitán general de la isla de Cuba.
Se sabe que Francisco de Venegas llevaba trece años como general de las galeras con base en el puerto de Cartagena de Indias (hoy Colombia) que tenían por misión combatir la plaga de corsarios en los mares de la América central. Llegó a La Habana para tomar posesión seis días antes que las galeras de Cartagena.
Para iniciar la residencia de Sancho de Alquiza y otros funcionarios tuvo que esperar la llegada de su teniente general y auditor, el doctor Damián Velázquez de Contreras, que era el portador de los despachos reales. Tomó posesión del mando en La Habana el 14 de agosto de 1620.
Desde el mes de junio anterior diezmaba a La Habana una epidemia “de fiebres perniciosas” contra la que entonces no había remedio, solamente esperar con paciencia que cesara. Ocasionó la muerte de muchos habaneros e, incluso, de tripulantes de las galeras. Venegas, nombrado por su experiencia en el mando de galeones que luchaban contra las naves piratas, llevaba instrucciones para establecer en Cuba un astillero, ordenar cortes de madera y construir bajeles para formar lo que se llamó una “armadilla”, una pequeña armada o flotilla para luchar contra los bucaneros que aparecieran por el mar de barlovento en torno de la isla. Tropezó con la falta de recursos; a duras penas consiguió reunir tres navíos (el que le llevó desde Cartagena, y dos enviados desde Campeche y Santo Domingo). No pudo establecer el astillero. La “armadilla” fue puesta bajo el mando de Martín Vázquez de Montiel, quien, en el primer encuentro con tres urcas piratas, las apresó y, además de recuperar los cuantiosos géneros y tesoros que habían robado, degolló sin compasión a cerca de trescientos filibusteros, terrible castigo que se propagó por todo el mar de las Antillas e hizo que durante algún tiempo no apareciera ninguna nave pirata. Después de diecisiete años de espera Venegas consiguió la aprobación de un impuesto llamado “derecho de armadilla”; así pudo ampliar el número de galeras. Y decía al Rey; “cinco navíos por la costa del Sur y Norte de la isla, en cuatro meses, no han encontrado enemigo ni tenido noticia de él” (carta del 6 de agosto de 1623).
Venegas resolvió, al cabo de doce años, un litigio sobre la jurisdicción de Trinidad y dos villas anejas, que se habían olvidado en la Real Cédula de subdivisión de la isla en las jurisdicciones occidental y oriental, por lo que grotescamente, aprovechándose de la acefalia, Trinidad actuaba como “independiente”. La Real Cédula de 1 de julio de 1621 resolvió la cuestión y Trinidad y sus dos villas pasaron a la jurisdicción de La Habana.
Venegas consiguió, de verdad, que no se sometiera a servidumbre a los indios. Hay que recordar que una fórmula de todos los nombramientos reales de gobernadores decía siempre: “Habeis de estar advertido que en ninguna manera [...] ni servicios de los indios, ni ocuparlos en vuestro servicio, con apercibimiento de que os hará cargos de ello en vuestra ressidencia”. Pero no se cumplía. Y Venegas lo cumplió firmemente.
Llegada la noticia de la muerte de Felipe III, en 1621, se le hicieron solemnes funerales, como también festejos públicos en honor a su sucesor, Felipe IV.
El viernes 22 de abril de 1622, a las ocho y media de la mañana, se prendió fuego a una casa. Las llamas, avivadas por recias brisas, devoraron en menos de dos horas, cinco manzanas del centro de La Habana. Dio Venegas un detallado informe y anunciaba las medidas a tomar: quitar techumbres de paja, que todas las casas tuvieran una tina de agua y patrullas de infantería vigilando constantemente la ciudad. Otro desastre, esta vez natural, fue la horrible tormenta tropical que hundió una flota al Norte de La Habana, con valioso cargamento de “plata, oro, perlas, grana, añil, tabaco, corambre y otras mercancías”. El capitán Juan de Vargas, localizado el pecio, consiguió extraer, durante meses, piezas de artillería y barras de plata. Las fuertes lluvias también destrozaron las compuertas de la zanja de abastecimiento de agua a La Habana.
Venegas, abatido por “una enfermedad consuntiva”, encargó el 16 de marzo de 1624 a su lugarteniente, el doctor Damián Velázquez de Contreras, que ejerciese sus funciones. Días después, el 8 de abril de 1624, fallecía en La Habana, durante el ejercicio de su cargo. La Historia de la Nación Cubana (1952) lo define como “excelente ejemplo de administrador de la cosa pública”. Lacónicamente, el historiador cubano C. Márquez Sterling (1969) dice de él que fue “valiente y activo”.
En el juicio que se le siguió, severo como todos, se le encontró una culpa: había gastado 84.000 reales en la rápida reparación de la zanja de abastecimiento de agua a La Habana, obtenidos de la plata recuperada en el naufragio. Como solamente se le halló esa falta, motivada por la urgencia del caso, el Rey mandó que los bienes de la fianza se entregasen a su viuda, Ana Maldonado, no sin antes pagar una multa, más bien simbólica, de 100 ducados. Y es que “en aquellos juicios no se perdonaba nada a veces; en otras ocasiones se perdonaba todo” (Pezuela, Historia..., pág. 31).
Bibl.: A. de Alcedo, Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias Occidentales, ó América [...], vol. I, Madrid, Benito Cano, 1786, pág. 703; J. de la Pezuela, Diccionario Geográfico, Estadístico, Histórico, de la Isla de Cuba, vol. I, Madrid, Imprenta del Est. de Mellado, 1863-1866; F. Calcagno, Diccionario Biográfico Cubano, New York, Imp. y Lib. de N. Ponce de León, 1878, pág. 677; Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo- Americana [...], vol. XVI, Madrid, Espasa Calpe, 1913, pág. 829; P. J. Guiteras, Historia de la Isla de Cuba, vol. II, La Habana, Cultural, 1928 (2.ª ed.), pág. 94: Historia de la Nación Cubana, vol. I, La Habana, Historia de la Nación Cubana, 1952, pág. 104; C. Márquez Sterling, Historia de Cuba [...], Madrid, Las Américas Publishing Company, 1969, pág. 48; R. Guerra, Manual de historia de Cuba [...], La Habana, Ediciones de Ciencias Sociales, 1971, págs. 103 y 122; N. Silverio-Sáinz, Cuba y la Casa de Austria, Miami, Editorial Universal, 1971, págs. 259, 287, 300 y 323.
Fernando Rodríguez de la Torre