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Simón de Anda y Salazar

Biografía

Anda y Salazar, Simón de. Subijana (Álava), 28.X.1709 – Cavite (Filipinas), 30.X.1776. Gobernador de Filipinas y consejero de Castilla.

Fueron sus padres Juan de Anda y Francisca López de Armentia. El apellido Salazar era el de su abuela materna, pero él siempre lo usó como segundo. Al principio quiso seguir la carrera eclesiástica y recibió la tonsura en 1728, pero luego se orientó a la de Leyes y obtuvo el grado de bachiller en Derecho por la Universidad de Sigüenza en 1732. Al año siguiente, se trasladó a la de Alcalá de Henares, gracias a una ayuda anual de 300 ducados que le proporcionó su tío paterno Martín Pérez de Anda, gobernador de la isla de Trinidad; en esta universidad se licenció en Derecho Canónico el año 1738, y alcanzó poco después el grado de doctor. Abrió bufete en Madrid y pronto adquirió fama de jurista competente. Colaboró con el marqués de la Regalía en la Redacción de la Nueva Recopilación de Leyes de Indias. Desde 1735, estaba casado con María Cruz Díaz Montoya, también alavesa, nacida en Mijanca; de este matrimonio nacieron un varón y una hembra, religiosa de las Bernardas Recoletas, que llegó a ser abadesa del monasterio de Casasrrubios del Monte (Toledo). Él hizo carrera en la Secretaría del Despacho de Indias y luego en la de Gracia y Justicia, llegando a alcanzar el grado de oficial mayor. Fue condecorado con la Cruz pensionada de Carlos III. Simón de Anda fue nombrado oidor supernumerario de la Audiencia de Manila el 18 de octubre de 1755, pero no llegó a su destino hasta 2l de noviembre de 1761. Como oidor más moderno de aquella audiencia, se le comisionó para visitar las provincias y esto hizo que estuviera fuera de Manila cuando la capital de Filipinas fue ocupada por tropas inglesas en 1762. A consecuencia del Tercer Pacto de Familia, España se había visto obligada a entrar en la Guerra de los Siete Años, al lado de Francia, y episodios de esta lucha fueron la pérdida temporal de La Habana y de Manila con su puerto de Cavite, pero en Filipinas se desconocía la declaración de guerra cuando una escuadra inglesa se presentó en la bahía; tras un corto asedio, la capital y Cavite se rindieron y los ingleses desfilaron por sus calles y saquearon iglesias y casas, apoderándose de cuanto de valor había en ellas. Su dominio no pudo extenderse al interior de Luzón ni a las demás islas del archipiélago gracias a la decisión de Simón de Anda y Salazar que organizó la resistencia y dominó la sublevación de los chinos que tramaron un plan para asesinarlo a él y a todos los españoles la noche de Navidad de 1762. Hubo también sublevaciones indígenas en las provincias de Pangasinán, Ilocos y Cagayán, mientras las de Bulacán y Pampanga mantuvieron su fidelidad a España.

Estas sublevaciones fueron motivadas por el deseo de liberarse del tributo y sobre todo de las prestaciones personales llamadas “polos”. Los ilocanos, dirigidos por Diego Silan, natural de Vigan, se levantaron contra los abusos de su alcalde mayor, y su caudillo juró fidelidad al rey de Inglaterra, pero fue asesinado por uno de sus secuaces y los ilocanos del norte que se mantuvieron fieles a España fueron ocupando los pueblos del sur. De este modo, los españoles recuperaron pronto su autoridad, y la provincia de Cagayán abortó pronto el primer chispazo de rebelión.

Logrado esto, Anda pudo dedicarse a organizar un ataque a los ingleses que ocupaban Manila, con un millar de soldados indígenas, que los vencieron en Maysilo.

Las hostilidades prosiguieron con diversas alternativas hasta que llegó a Filipinas la noticia de haberse firmado los preliminares de la paz. El gobernador interino, Antonio Rojo Vieyra, arzobispo de Manila, que tan desacertada actuación tuvo en estas circunstancias, falleció el 30 de enero de 1764, y los ingleses aceptaron como gobernador a Simón de Anda y le enviaron emisarios para tratar el cese de hostilidades; él respondió exigiendo la inmediata evacuación de Manila, a lo que se negaron. Al fin llegó la noticia de que se había firmado la Paz de París (10 de febrero de 1763) y se ordenaba la evacuación de las plazas ocupadas. El 14 de marzo de 1764 llegó a Manila el nuevo gobernador interino Francisco de la Torre, a quien Anda entregó el mando. El día 31 del mismo mes, las tropas españolas entraban en Manila y se celebró un solemne Te Deum en la catedral.

Simón de Anda fue premiado por el Rey con una plaza en el Consejo de Castilla y en el nombramiento se alude a su conducta en la guerra, reconociendo que a él se debió la conservación del dominio español en Filipinas. El 12 de febrero de 1767 zarpaba de Manila a bordo del navío Buen Consejo que había realizado el primer viaje directo desde Cádiz por el cabo de Buena Esperanza y regresaba por el mismo derrotero, inaugurando así esta nueva vía, mucho más corta que la de Acapulco. El 14 de mayo de 1765 se posesionó Simón de Anda y Salazar de su plaza de Consejero de Castilla y permaneció en España hasta que fue nombrado gobernador propietario de Filipinas, en 1770.

Como buen conocedor de los asuntos de aquel archipiélago fue consultado varias veces y redactó un extenso informe sobre si era conveniente o no establecer en aquellos momentos el comercio directo entre España y las islas. También se pasó a su estudio la célebre Demostración del mísero, deplorable estado de las islas Filipinas [...] escrita por el fiscal de la audiencia de Manila Francisco Leandro de Viana. Su dictamen sobre este proyecto fue favorable, y resume su opinión diciendo que podía “ser muy útil a S. M. y al bien de las Islas”.

Poco después de su regreso, Anda había entregado al ministro de Marina e Indias un escrito titulado Abusos y desórdenes que se han criado en Filipinas [...], que enumera hasta diecinueve, con los que, según él, serían sus remedios. A éstos añade otros temas que no van numerados, y entre ellos figura la elección “de un celoso gobernador”. En todo el texto se muestra muy crítico con las órdenes religiosas que desde los tiempos de la conquista adquirieron gran autoridad en las islas. Toca también el que será poco después el principal problema de su gobierno: la visita pastoral a las parroquias regidas por religiosos y la secularización de los curatos. Para esto último habría que enviar cada año a Filipinas un número de clérigos españoles puesto que el clero nativo era aún prácticamente inexistente. La crítica de Anda contra las órdenes religiosas es tan dura que él mismo, en el oficio de remisión de este escrito, se creyó obligado a decir que aunque “parece ser contrario al estado religioso no es así ni tengo tal espíritu”, y añade que si llega a ejecutarse su proyecto se alegrarán de ello las comunidades porque podrán volver a vivir reunidos en sus conventos, conforme a la regla de cada orden y se verán libres de ejercer el oficio de párrocos “al que no los llama su vocación”. Probablemente este largo escrito debió influir en su nombramiento como gobernador del archipiélago que lleva fecha 17 de abril de 1769, pero no salió de Cádiz hasta el 11 de enero de 1770, a bordo de la fragata Astrea que siguió el derrotero del cabo de Buena Esperanza y llegó a Manila el 15 de julio. Simón de Anda tomó posesión el 19 del mismo mes y el 13 de diciembre puso preso a su antecesor José Raón, bajo la imputación de haber revelado antes de tiempo el decreto de expulsión de los jesuitas.

Durante el proceso falleció el reo.

Buen conocedor de los asuntos filipinos, al salir de España llevó consigo dos maestros herreros con los útiles necesarios para reanudar los trabajos de fundición interrumpidos por la guerra, pero los dos técnicos fallecieron pronto y su plan se frustró. El gobernador Anda y Salazar tomó muchas medidas encaminadas a mejorar la situación económica del país: dio fuerte impulso a la explotación de minas de hierro y mandó hacer varios estudios para establecer ferrerías en las mejores condiciones. Francisco Xavier Salgado descubrió yacimientos en los montes de San Isidro, provincia de Tondo, y solicitó licencia para explotarlos por su proximidad a Manila y por estar a orillas del río de Tanay, cuyo caudal era suficiente todo el año para suministrar la fuerza motriz necesaria. El mineral era rico, pues contenía un 75 por ciento de hierro y su transporte sería fácil y cómodo por vía fluvial. El gobernador intentó que el Consulado de Manila se hiciera cargo de la explotación, pero éste se negó y Anda murió sin que se hubiera puesto en marcha el beneficio de estos yacimientos. Apoyó también la iniciativa de Francisco Xavier Salgado para el cultivo de la canela que se daba silvestre en Mindanao y que él pretendía sembrar en su hacienda de Calavang, próxima a Manila, pero el ensayo no prosperó porque nunca se logró suprimir la “babilla” que daba la canela filipina un sabor poco agradable. Fue también Anda quien trajo a España la primera muestra de bonga, planta tintórea que los chinos usaban hábilmente, pero los españoles no lograron descubrir su secreto.

Prohibió a los alcaldes mayores exigir a los indios el pago del tributo en especie o en efectivo, a su capricho, puesto que las leyes disponían que podían hacerlo a su elección. También les prohibió incrementar su cuantía bajo ningún pretexto.

Restableció la costumbre de recibir a todos los habitantes de las islas sin distinción de raza o posición social, para oír sus quejas y procurar atenderlas. Insistió también en que se guardara a los “gobernadorcillos” el respeto debido a su condición de ministros de Justicia. Como los “moros” del sur seguían siendo una amenaza y llegaban en ocasiones hasta la bahía de Manila, organizó una armadilla de vintas que obtuvo buenos resultados.

Deseoso de facilitar la comunicación de Filipinas con Nueva España impulsó el viaje de reconocimiento de la fragatilla Buen Fin que cruzó el Pacífico por el hemisferio austral, avistó tierra americana a la altura de la isla de Cerros y entró en el puerto de San Blas en julio de 1773. Esta nueva derrota permitía efectuar dos viajes anuales desde Filipinas a México en distinta época del año, pero nunca fue utilizada por el comercio de Manila, siempre reacio a toda innovación. El Consulado, erigido en 1769, empezó a funcionar en 1771 y siempre asumió la defensa del comercio tradicional, oponiéndose a toda novedad.

Era arzobispo de Manila por estos años el escolapio Basilio Sancho de Santa Justa y Rufina, decidido defensor del regalismo borbónico y muy celoso de su autoridad Desde el primer momento luchó por imponerla a los religiosos párrocos y contó siempre con el apoyo del gobernador. Cuando éste no llevaba todavía un año en Filipinas, remitió un oficio al obispo de Nueva Cáceres instándole a respetar en todo lo que establecía el Real Patronato; el obispo había nombrado por su cuenta dos capellanes para que le asistieran en los actos litúrgicos de la catedral, y a posteriori los presentó al gobernador para su confirmación; al carácter autoritario de Simón de Anda debió saberle muy mal y se propuso regularizar la situación de aquella diócesis donde no se respetaban las prerrogativas que tenía el Rey en su calidad de Patrono de todas las iglesias de sus dominios. Ciertamente, la ley respaldaba la actuación del gobernador, pero la costumbre secular de Filipinas avalaba una situación creada por la escasez de clero y por la enorme distancia que separaba muchas veces a los párrocos de sus prelados ordinarios. En esta circunstancia, se apoyaban los religiosos para mantener su actitud. Simón de Anda se enfrentó con las órdenes y chocó especialmente con los agustinos calzados a quienes correspondió la provincia de la Pampanga en el reparto general de misiones que se hizo en 1594, entre las cuatro religiones que por entonces había en las islas: agustinos calzados, franciscanos, dominicos y jesuitas.

Las enérgicas medidas del gobernador en relación con el problema de la visita pastoral y la secularización de curatos fueron reprobadas y desautorizadas por el Rey, sobre todo la expulsión de los agustinos de la provincia de la Pampanga, en la Real Cédula de 28 de diciembre de 1773, Real Decreto de 25 de agosto de 1774, y sobre todo, Real Cédula de 9 de noviembre de 1774, cuya recepción causó grave disgusto a Simón de Anda especialmente esta última a la que muchos autores atribuyen la “melancolía” que afectó al gobernador y según algunos fue la causa de su muerte. Simón de Anda y Salazar se retiró a la residencia que los agustinos recoletos tenían en el pueblo de Imus y allí sufrió un ataque de disentería, enfermedad entonces endémica en Filipinas. Internado en el hospital de San Felipe de Cavite, falleció el 30 de octubre de 1776. Su sobrino Juan Francisco de Anda, oidor de la audiencia de Manila, hizo trasladar el año siguiente sus restos a la catedral donde fueron inhumados en el suelo, detrás del altar mayor. El terremoto de 1863, que destruyó el templo, obligó a trasladar los restos de Anda y Salazar en 1870 a la iglesia de la Orden Tercera de San Francisco mientras duraron las obras y el 17 de octubre de 1885 fueron restituidos a su lugar.

Este gobernador ha sido objeto de juicios contradictorios: tiene panegiristas y detractores igualmente apasionados pero queda siempre de manifiesto su intachable honradez, su fidelidad al Rey y su carácter inflexible incapaz de contemporizar con lo que a su entender fuera digno de castigo.

 

Obras de ~: Abusos o desórdenes que se han criado en las Islas Filipinas bajo la capa de religión y a costa del real erario [...], Madrid, 12 de abril de 1768 (1.ª ed. por T. H. Pardo de Tavera, Manila, 1889; 2.ª ed. por L. Cabrero, “El gobierno de D. Simón de Anda y Salazar en Filipinas”, en Hispanoamérica hacia 1776, Madrid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1980, págs. 190-207).

 

Bibl.: M. Buzeta y F. Bravo, Diccionario Geográfico-Estadístico- Histórico de las Islas Filipinas, Madrid, Imprenta de José C. de la Peña, 1851; J. Montero y Vidal, Historia General de Filipinas, t. II, Madrid, Manuel Tello-Viuda e Hijos de Tello, 1894, caps. I-III y VIII-X; M.ª L. Díaz-Trechuelo Spínola, “Dos nuevos derroteros del Galeón de Manila (1730 y 1773)”, en Anuario de Estudios Americanos (AEA), (Sevilla) t. XIII (1956), págs. 53-72; Arquitectura Española en Filipinas (1565- 1800), pról. de D. Angulo Íñiguez, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1959; S. P. Escoto, The administration of Simón de Anda y Salazar, governor general of the Philippines, 1770-1776, Manila, 1973; A. de la Hera, “Notas para el Estudio del regalismo español en el siglo xviii”, en AEA, t. XXI (1974), págs. 409-440; A. Abad Pérez, “Españoles e ingleses ante la ocupación de Manila en 1762-1764”, en V. Sánchez y C. S. Fuertes (dirs.), España en Extremo Oriente. Filipinas, China, Japón. Presencia Franciscana, 1578-1978, Madrid, Cisneros, 1979, págs. 467-485; M. K. Burkholder y D. S. Chandler, Biographical Dictionary of Audiencia Ministers in the Americas, 1687-1821, Westport, Connecticut-London, Greenwood Press, 1982; A. Molina, Historia de Filipinas, t. I, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1984, caps. VI y VII; Á. Martínez Salazar, Presencia alavesa en América y Filipinas (1700-1825), Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1988, págs. 58-67; M. M. Manchado López, Conflictos Iglesia- Estado en el Extremo Oriente Ibérico. Filipinas (1767-1787), Murcia, Universidad, 1994; La política religiosa del alavés Simón de Anda en Filipinas, Madrid, Fundación BBVA, 1997; “El arzobispo Basilio Sancho de Santa Justa y Rufina, y el problema del clero secular indígena en Filipinas”, en J. A. Arnillas Vicente (ed.), Actas del VII Congreso Internacional de Historia de América. Asociación Española de Americanistas, Zaragoza, Diputación General de Aragón, 1998, págs. 443-456.

 

Lourdes Díaz-Trechuelo y López-Spínola, Marquesa de Spínola

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