Pérez Hernández, Juan José. Palma de Mallorca (Islas Baleares), c. 1735 – Mar Caribe, 2.XI.1775. Navegante, descubridor, teniente de fragata de la Real Armada a título póstumo.
Las noticias sobre la infancia y la juventud de este navegante del Pacífico y descubridor del Noroeste de América son muy escasas. Sólo se conoce su nombre completo: Juan José Pérez Hernández, y que era natural de Palma de Mallorca, pues fray Junípero de Serra, presidente de las misiones de California, nacido en Petra (Mallorca), lo nombró “paisano de la rivera de Palma” en varias cartas.
Inició sus servicios a la Corona española en 1750, como piloto, bajo el reinado de Fernando VI, y lo continuó con Carlos III, a las órdenes de gobernadores, presidentes de audiencias y virreyes de varios territorios ultramarinos. Tampoco se conocen los lugares en que vivió o por los que navegó hasta 1757, año en que se trasladó a las Islas Filipinas, allí fue varias veces a la ciudad china de Cantón y realizó al menos, tres travesías en el galeón de Manila. En la última de ellas, a bordo de la fragata Santa Rosa, al mando de Ignacio de Barzola, llegó a Acapulco con Juan Pérez como piloto, quien fue contratado para servir en el apostadero de San Blas, un nuevo departamento marítimo fundado por José de Gálvez en la costa pacífica de México, concretamente en Nayarit, en 1767, como base para organizar expediciones descubridoras al Noroeste de América y apoyar la colonización de Sonora y California.
Juan Pérez llegó a San Blas de Nayarit, junto con los marinos Vicente Doz y Salvador Medina, destinados, con el abate Chappe d’Anterouche, a San José de California para observar el paso de Venus por el disco solar. En aquel momento, se ultimaba una expedición marítima, compuesta por los paquebotes San Carlos y San Antonio, destinada a reconocer y ocupar los puertos de San Diego (frontera con México) y Monterrey (próximo y al sur de San Francisco).
Juan Pérez fue nombrado capitán y primer piloto de este último barco, también conocido como El Príncipe. El 26 de octubre de 1768 se hizo a la mar y puso rumbo a la península de la Baja California, en cuyo extremo meridional (La Paz) fondeó el 25 de enero del año siguiente para entrevistarse con José de Gálvez, visitador general del virreinato de Nueva España y organizador de la expedición, quien le entregó las instrucciones del viaje. Carenado el paquebote y dotado de nuevos aparejos, el San Antonio se hizo de nuevo a la mar el 15 de febrero de 1769, y describió una amplia curva en el Pacífico hasta avistar las islas del canal de Santa Bárbara, frente a las costas californianas (próximo y al norte de la ciudad de Los Ángeles). En busca de agua, los exploradores fondearon en las islas de San Cristóbal y Santa Catalina (hoy día Santa Cruz y Santa Rosa), luego recorrieron el canal que forman estas islas y la costa californiana, y, finalmente, pusieron rumbo al sureste y avistaron el puerto de San Diego el 11 de abril de 1769. Durante el viaje, conocido como “la sacra expedición”, que duró cincuenta y nueve días, el paquebote sufrió fuertes temporales, nieblas y bajas temperaturas que hicieron enfermar a Juan Pérez. Ya en San Diego, el capitán mallorquín tuvo que esperar al otro barco de la expedición, el San Carlos, y después la llegada de las partidas terrestres, comandadas por el gobernador Gaspar de Portolá y fray Junípero de Serra. Reunidos todos los grupos, la situación en San Diego se hizo insostenible por la falta de alimentos y por los numerosos enfermos que había entre los marineros y soldados, todo lo cual impedía cumplir con las labores de vigilancia e iniciar la construcción de las primeras edificaciones misionales. Por estas razones el gobernador Portolá envió a Juan Pérez de regreso a San Blas en busca de hombres sanos y víveres de refresco, viaje que realizó con éxito entre el 9 de junio y el 30 de julio de 1769, con la ayuda de tan sólo ocho hombres.
La segunda expedición a California se realizó entre el 20 de diciembre de 1769 y el 23 de marzo de 1770.
La llegada de Juan Pérez a San Diego fue fundamental para la consolidación de la presencia española en lo que se conocería como Alta California (de San Diego a San Francisco), pues los expedicionarios estaban a punto de iniciar el regreso a México. La llegada del paquebote fue aprovechada por el gobernador Portolá para explorar la costa norte de California y encontrar el puerto de Monterrey, avistado por el navegante Sebastián Vizcaíno en el siglo XVI, que se convertiría pocos años después en la capital de California y en la sede de una misión franciscana (San Carlos) y un presidio.
En el paquebote se embarcaron fray Junípero de Serra y el ingeniero Miguel Constanzó, quienes dieron buena cuenta al virrey marqués de la Croix (1766-1771) de la expedición: el ingeniero con varios mapas de la costa y el misionero con otras tantas cartas y relaciones en las que alababa las labores de su paisano y su gran religiosidad. Tras la toma de posesión de Monterey y el desembarco de las provisiones, Juan Pérez emprendió el regreso a San Blas, avistando el puerto nayarita el 1 de agosto de 1770. A pesar de la rapidez del viaje (tan sólo veinte días), nueve marineros fallecieron durante la travesía, lo que da muestra de la dureza de estos viajes a California. Por los servicios prestados, Carlos III nombró a Juan Pérez alférez de fragata (graduado) el 1 de enero de 1771, y el virrey le otorgó 300 pesos de gratificación.
El tercer viaje de Juan Pérez a la Alta California se inició el 20 de enero de 1771, tras un largo período de preparativos, durante el cual se pusieron de manifiesto las dificultades que ofrecía el departamento de San Blas para abastecer y carenar con rapidez las naves. Finalmente, el San Antonio pudo hacerse a la mar, en demanda del puerto de San Diego, hasta el cual llevó diez franciscanos. Después seguiría en demanda de Monterrey, donde Pérez fue recibido por el padre Serra y Pedro Fages, comandante del presidio.
Este tercer viaje ayudó a consolidar los nuevos establecimientos californianos y condujo hasta México a dos indígenas: Buenaventura, de ocho años, y Fernando, de diez, quienes se habían aficionado tanto al barco, que fueron encomendados a Juan Pérez y al contramaestre Juan Millán Pérez. Con el fin de abastecer a las misiones y presidios de la Alta California, el capitán mallorquín realizó un nuevo viaje en 1772, en el que visitó San Diego y Monterrey con notable éxito; sin embargo un año después, esta vez como capitán del paquebote San Carlos, alias El Toisón, tuvo peor fortuna debido a la rotura del timón y otros problemas técnicos que le obligaron a buscar refugio en Puerto Escondido, ensenada próxima a la misión de Loreto, capital de la antigua California.
El 25 de agosto de 1773, Juan Pérez fondeó en San Blas tras su frustrado viaje; allí pronto recibió una carta del virrey Antonio María de Bucarelli (1771- 1779), en la que le ordenaba elaborar un plan para adelantar los descubrimientos de las costas situadas al norte del puerto de Monterrey, pues esta zona del litoral estaba siendo visitada por los rusos desde la península de Kamchatka (Siberia), con la consiguiente alarma por parte del rey Carlos III y de sus ministros por tener noticias desde 1761, por su embajador el duque de Almodóvar, de la existencia de establecimientos rusos. Así lo hizo el piloto mallorquín, quien se encargó de reunir los víveres, pertrechos y dotación que debería afrontar este viaje de descubrimiento, así como elaborar la derrota por el Pacífico septentrional.
Las instrucciones elaboradas por el virrey le ordenaban navegar hasta Monterrey, en donde desembarcaría algunos víveres, y después seguiría navegando al Norte por alta mar en demanda del paralelo de 60 grados para, desde ese punto, reconocer el litoral y comprobar si los rusos se habían establecido en aquellos remotos parajes. Se prepara la fragata Santiago con víveres para un año y se destina a dos buenos pilotos para que acompañen a Juan Pérez, designado comandante; uno de ellos era José Esteban Martínez, quien ha dejado un interesante diario de ese viaje, y actuó de segundo. Completaban la dotación el cirujano Pedro Castán y el capellán Mugártegui; asimismo, fray Junípero de Serra también se embarcó junto a varios pobladores. El 25 de enero de 1774 salió de San Blas, pero no pudo alcanzar Monterrey a causa de la rotura de un palo, y tras navegar por el canal de Santa Bárbara, el 13 de marzo fondeó en San Diego.
Una nueva singladura —más afortunada que la anterior— condujo el buque a Monterrey el 9 de mayo, donde embarcaron fray Juan Crespí y Tomás de la Peña como capellanes de la expedición, quienes “deberán fomentar la evangelización y escribirán un diario sobre las costumbres de los naturales”. El 11 de junio se pusieron a la vela, pero hasta el día 18 no consiguieron colocarse en la derrota prevista. La fragata recorrió un gran arco en el Pacífico; el 14 de julio estaban en el paralelo 50.º 24’, el 19 a la altura de las islas de la Reina Carlota (Columbia Británica- Canadá), que ellos llamaron Santa Margarita, cuyo extremo norte (Dixon Entrance) confundieron con la desembocadura de algún gran río; eran los 54.º de latitud. Reconocieron el estrecho situado entre estas islas y el archipiélago del Príncipe de Gales, que hoy día es la frontera entre Alaska y la Columbia Británica canadiense. Juan Pérez puso rumbo sudeste y exploró la isla de Vancouver-Cuadra (Canadá), el estrecho de Juan de Fuca, el litoral estadounidense perteneciente a los estados de Washington y Oregón y el cabo Mendocino, tras lo cual alcanzó Monterrey de vuelta el 28 de agosto. Los descubrimientos geográficos no fueron acompañados, desgraciadamente, por informaciones significativas sobre los pueblos de la costa. Sólo se habían producido dos breves encuentros, uno con los indios haidas de la isla Graham (una de las dos que componen el archipiélago Reina Carlota, la otra es Moresby) y el otro con los wakasha de Nutka (Vancouver- Cuadra), puerto que Juan Pérez denominó San Lorenzo, recomendando las buenas condiciones y disposición comercial de los naturales, con los que entabló amistosas relaciones, y que se haría famoso tras recalar en él el capitán James Cook años después.
Martínez describe el encuentro con los indios: “Entre las veintiuna canoas venían dos llenas de mujeres con alguna criaturas de pecho y mayores; todas eran de buen parecer, blancas y rubias; muchas de ellas tenían sus manillas de hierro y cobre y algunos cintillos de lo mismo; visten Europa de cueros ajustados al cuerpo; el labio inferior por el medio, lo tienen taladrado y en él se ponen un labio de concha pintado que les da en las narices cuando hablan”.
Después de veinte semanas, la fragata Santiago luchó contra los vientos, corrientes y aguaceros. El 22 de agosto, Juan Pérez anotó en su diario el paso por el cabo Mendocino, el 26 se encontraba delante de los farallones de San Francisco; el escorbuto hizo presa en la dotación y sólo pensaban en regresar; el 27 desembarcaron en Monterrey, y a San Blas llegaron en noviembre.
Dice Humboldt (1822) que ni Cook ni Barrington ni Fleurieu tuvieron noticia de este viaje que él pudo conocer gracias a los diarios de Peña y Crespí.
Para Humboldt, este viaje fue el más importante después del de Vizcaíno y Juan Pérez y su dotación fue la primera de europeos en fondear en la rada de Nutka, que cuatro años más tarde, en 1779, Cook llamaría King George’s Sound. Los resultados del viaje fueron vistos de diferente forma: el virrey de México, Bucarelli, alabó los resultados y resaltó el hecho de no haber encontrado rastro de los rusos; fray Junípero de Serra, más crítico con su paisano, calificó el viaje de costoso y baldío.
Con todo, las autoridades apreciaron suficientemente los resultados, como quedó demostrado con el nombramiento de Juan Pérez para viajar de piloto a las órdenes de Bruno de Heceta, bilbaíno llagado a San Blas el 12 de enero de 1775 junto a otros oficiales de la Armada para potenciar los descubrimientos del Noroeste, que fue elegido comandante de la fragata Santiago. La nueva expedición, que se hizo a la mar el 17 de marzo, estaba integrada por la Santiago y por la pequeña goleta Sonora, mandada por el criollo limeño Juan Francisco Bodega-Cuadra Mollinedo.
Ambos buques, que hicieron juntos una parte del viaje, exploraron el puerto de Trinidad (California, al norte de cabo Mendocino) en los 41º 03’N, y la rada de Bucarelli (Grenville Bay, Washington) por los 47º 24’N. La goleta se separó el 30 de julio y sondeó una bahía en solitario; mientras, la fragata descendió por la costa del Noroeste y alcanzó Monterrey el 29 de agosto, al tiempo que cartografiaba buena parte de la costa de Washington, Oregón y California.
El descubrimiento más importante del viaje fue la desembocadura del río Columbia, que separa los estados norteamericanos de Washington y Oregón.
Cuando llegó a Monterrey, Juan Pérez se encontraba muy enfermo y tuvo que ser atendido en la misión.
Una vez restablecido, el 1 de noviembre de 1775 se embarcó hacia San Blas, pero murió al día siguiente, y su cuerpo fue arrojado al mar. Por los servicios prestados, el rey Carlos III lo ascendió a teniente de fragata el 28 de febrero de 1776, nombramiento que desgraciadamente nunca pudo disfrutar.
Bibl.: C. Fernández Duro, Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, t. VIII, Madrid, Est. tipográfico “sucesores de Rivadeneyra”, 1902, págs. 8-17; M. Palau et al., Nutka 1792, Torrejón de Ardoz, Ministerio de Asuntos Exteriores de España, Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas, Impresión Marín Álvarez Hnos., 1998, pág. 126.
José María Madueño Galán