Ayuda

José Rodríguez de Arias y Álvarez Campana

Biografía

Rodríguez de Arias y Álvarez Campana, José. Palma de Mallorca (Islas Baleares), 26.IX.1761 – San Fernando (Cádiz), 26.I.1852. Marino y XXI capitán general de la Armada.

Era de familia hidalga por ambas ramas. Su padre, Sebastián Rodríguez de Arias y Mariño, que había nacido en Pontevedra, fue comisario de guerra de Marina en Mallorca, y su madre, Josefa Álvarez Campana y de la Vega, era originaria de la Isla de León (Cádiz).

Sentó plaza de guardia marina en el departamento de Cádiz el 13 de abril de 1776 y concluidos sus estudios embarcó el 12 de noviembre de 1776 en el navío San Dámaso, de la escuadra de Francisco Javier Everardo de Tilly y Paredes, marqués de Casa-Tilly, con el que llevó a las costas de Brasil la expedición del general Ceballos; asistió a la toma de la isla de Santa Catalina, de la Colonia de Sacramento, y a todas las demás operaciones hasta la firma de la paz con los portugueses. Ascendió a alférez de fragata en plena expedición (28 de febrero de 1777) y regresó a Cádiz en noviembre de 1778. En las fragatas Gertrudis y Bárbara, realizó dos largos cruceros contra Argel y transbordó al navío Vencedor en mayo de 1779, donde hizo con la escuadra combinada hispano-francesa, al mando de los generales Luis de Córdova y Louis Guillouet d'Orvilliers, conde d’Orvilliers, las dos campañas al canal de la Mancha, con motivo de la guerra contra Gran Bretaña, logrando en la primera encerrar en sus puertos a las escuadras inglesas y apresar al navío inglés Ardiente, de setenta y cuatro cañones; y en la segunda prestar también otros servicios y librarse de un furioso huracán que los sorprendió en aquel estrecho paso, continuando en la misma escuadra, aunque transbordó al también navío San Pascual, hasta la paz general, que fue desembarcado y destinado al servicio de batallones en el departamento de Cádiz en 1783.

Había ascendido a alférez de navío el 16 de septiembre de 1781 y embarcó en la fragata Bibiana en enero de 1784, con la que salió para América septentrional, en cuyos mares prestó diferentes servicios en ese buque y en las también fragatas Matilde y Rosalía, hasta fines de 1785, que regresó a Cádiz y quedó desembarcado y fue designado 2.º jefe de la 11.ª brigada de Artillería.

Había sido promovido a teniente de fragata el 15 de noviembre de 1784. En febrero de 1787 embarcó en la fragata Santa Cecilia, una de las de la escuadra del general Lángara, con la que navegó en el Mediterráneo y océano hasta principios de 1788, que se desarmó esta escuadrilla de instrucción, embarcando en mayo de este año en el navío San Ildefonso, de la escuadra del general José de Córdova, con la que efectuó las pruebas de comparación con los navíos recién construidos. Embarcó en el navío San Agustín, al ser designado ayudante personal del jefe de la escuadra. En 1789 desembarcó y fue nombrado ayudante mayor de artillería. Fue ascendido a teniente de navío en 12 de julio de 1790 y embarcado en el navío Miño. Navegó a América Septentrional, donde realizó comisiones y cruceros, tanto en este barco como en la fragata Minerva hasta marzo de 1791 que obtuvo su primer mando en la mar, la goleta Magdalena, destinada a la patrulla de la parte oriental de la isla de Cuba, en cuya época practicó una comisión importante sobre la designación de montes más a propósito para la construcción naval, señalamiento de puntos para dársenas de depósitos de madera y fondeadero de las embarcaciones para su carga.

A fines de 1792, una vez concluida su comisión, regresó a la Península, a petición propia, en la urca Florentina, siendo embarcado a su llegada en la fragata Nuestra Señora de la O, de la escuadra del general Aristizabal, que salió de Cádiz para América Septentrional en 1793, al declararse la guerra con la República francesa. En enero del año siguiente fue nombrado segundo comandante del navío San Juan, perteneciente a la misma escuadra, con la que se halló en las diferentes operaciones contra la costa francesa de la isla de Santo Domingo y destacadamente en las acciones de la toma de Bahiajá y del fuerte Delfín. Su distinguido comportamiento en estas operaciones y el buen concepto profesional que había sabido granjearse, Arias, le valieron para que el general de la escuadra le confiase en noviembre de 1975 el mando del bergantín Habanero, con el que practicó varios servicios de importancia y sostuvo una acción contra doce lanchas y botes de un navío y fragata ingleses, que le atacaron y a los que rechazó. En abril de 1797 pasó a mandar el bergantín Ezequiel, después Galgo, con el que siguió desempeñando comisiones todas difíciles y peligrosas por la infinidad de buques y escuadras inglesas que plagaban los mares de las Antillas. Sostuvo un combate victorioso contra el bergantín inglés Héroe, de superior porte al Galgo, a quien hizo desistir de su empeño en abordarlo; y también otro, desgraciado, por cuanto, a pesar de su resistencia, fue batido y apresado por la fragata inglesa Crecent, de cuarenta y cuatro cañones en noviembre de 1799 y devuelto a La Habana como prisionero; allí fue examinada su actuación en Consejo de Guerra de generales, que le declaró libre de todo cargo.

De La Habana regresó a la Península en diciembre de 1801 y a su llegada a Cádiz embarcó en la fragata Rufina, que se desplazó hasta Lima (20 de febrero de 1802) para dar la noticia de la paz con los ingleses. Ascendió a capitán de fragata el 5 de octubre de 1802 durante la comisión, regresando a Cádiz el 30 de mayo de 1803 y desembarcó al haber sido nombrado sargento mayor de brigadas de Marina. Rotas de nuevo las hostilidades con los ingleses como consecuencia del incidente de cabo Santa María, Arias solicitó y obtuvo su embarco en el navío Santa Ana, en donde fue designado primer ayudante del general Álava, 2.º jefe de la Escuadra del Océano, que izaba su insignia en el citado buque. Formó parte de la escuadra combinada hispano-francesa, a las órdenes del almirante Villeneuve y del teniente general Gravina, que salió de Cádiz el 20 de octubre de 1805 y se enfrentó al día siguiente, frente a Trafalgar, a la británica del almirante Nelson. Arias se distinguió en la batalla por su valor y serenidad. Su navío fue uno de los que pudo regresar a Cádiz el 23, aunque enteramente desmantelado; quedó desembarcado y fue promovido, por sus méritos durante la batalla, a capitán de navío el 9 de noviembre de 1805.

Embarcó de segundo comandante del navío Príncipe de Asturias el 7 de junio de 1806, de la insignia del mismo general Álava y, más tarde, de la de Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza, conde de Venadito, con el que se halló en el combate y rendición de la escuadra francesa del almirante Rosily, ocurrido en la bahía de Cádiz en los días 9, 10 y 14 de junio de 1808. Inmediatamente (16 de junio de 1808), tomó el mando del navío Héroe (uno de los apresados), donde se mantuvo hasta el 19 de julio de 1809 que fue nombrado encargado de negocios y cónsul general de España en Marruecos con residencia en Tánger hasta el 16 de enero de 1809. Al regresar a Cádiz, se le confirió el mando de la fragata Cornelia (13 de febrero de 1809), con la que condujo prisioneros franceses a las Baleares y realizó una comisión llevando al ministro plenipotenciario de España ante los Estados Unidos, Luis Onis, a Nueva York, Filadelfia y otros puertos.

Después de otras comisiones, salió nuevamente de Cádiz para Costa-Firme el 13 de noviembre de 1810, en cuyos mares mandó una división naval de nueve buques, con la que bloqueó las costas de Venezuela.

Prestó servicios muy importantes a la pacificación de aquella parte de los dominios españoles hasta 1812, que se trasladó a La Habana, en donde hubo de desarmarse su fragata a consecuencia de su mal estado.

Había obtenido su ascenso a brigadier el 24 de mayo de 1811 y tuvo que trasladarse a Cádiz. Fue nombrado vocal del Consejo de Guerra de generales el 22 de agosto de 1814, establecido en su departamento para efectuar las purificaciones de los jefes y oficiales que habían residido en zonas ocupadas por los franceses durante la invasión. Fue nombrado comandante general de una división naval compuesta del navío Asia, fragatas Prueba y Esmeralda y bergantín Cazador, con la que en diferentes navegaciones en el Mediterráneo, desempeñó comisiones de Estado cerca de las regencias de Argel, Túnez y Trípoli, visitando además otros puertos de la costa de España y efectuando vigilancias en las propias costas de Berbería y entre los cabos de San Vicente y Santa María, para proteger la recalada de los convoyes procedentes de América. Durante su estancia en Túnez, se presentó al Rey con su uniforme y espada, cosa inusual en el protocolo de esta corte, e interpelado por ello contestó: “Siempre la llevo para usarla contra los enemigos de mi Rey y de mi patria, y contra cualquiera que directa o indirectamente me faltase”. Sorprendido el Monarca por la enérgica contestación, no sólo toleró que Arias permaneciese armado a su lado, sino que quitándose el yatagán de su propio uso se lo regaló como muestra de aprecio. Este yatagán pasó al Museo Naval, donado por los hijos, a su muerte. Por desarme de su navío insignia Asia en enero de 1819, se transbordó al Fernando VII, con el que siguió su comisión hasta mayo siguiente que cesó en Mahón y regresó a Cádiz. Por los servicios prestados durante la comisión le fue concedida la Cruz pensionada de la Real Orden de Carlos III.

Enseguida, fue designado comandante de las brigadas del departamento e, interinamente, comisario general de brigadas; cesó en tales cometidos cuando fue designado comisionado regio a las provincias de Ultramar (4 de julio de 1821), aunque volvió a ocuparlo a su regreso de Costa-Firme y permaneció hasta ser nombrado comandante general del arsenal de Ferrol el 14 de enero de 1823, donde no estuvo mucho tiempo, pues cesó el 1 de agosto siguiente, retornando a Cádiz, de nuevo. En la promoción con motivo de la boda del Rey con la princesa de Nápoles María Cristina de Borbón (6 de diciembre de 1829), ascendió al empleo de jefe de escuadra, después de dieciocho años de brigadier. Se le encargó la redacción de un reglamento de pertrechos para los diferentes portes de los buques de guerra y otras comisiones facultativas. Recibió la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo (1829) por cumplir los requisitos reglamentarios.

El 3 de noviembre de 1836 se encargó interinamente del cargo de comandante general del departamento de Cádiz, que obtuvo en propiedad al poco tiempo, y desempeñó hasta el 7 de febrero de 1839, que presentó su renuncia por razones de salud, y habiendo ascendido a teniente general el 23 de julio de 1837. En el período de tiempo que ejerció el mando, tuvo que hacer frente a circunstancias muy complicadas, tanto por las convulsiones políticas de aquella época, cuanto por la escasez de recursos que tenía sumidos en la más espantosa miseria a todos los estamentos del departamento.

El general Arias participó de estos infortunios, tratando de solventar con exquisita prudencia y tino las no pocas cuestiones graves que se originaban en tan difícil situación. Retirado a su hogar gaditano, procuró recuperar su salud muy deteriorada a consecuencia de los sinsabores y sufrimientos. En esta situación, le sorprendió el fallecimiento del general Luis de Coig, que mandaba el departamento, y tuvo, como más antiguo, que asumir su mando el 20 de abril de 1840 hasta el 25 de junio siguiente. A consecuencia de los acontecimientos políticos de 1843 (alzamientos contra Espartero), tuvo que volver a encargarse interinamente del mando del departamento, que ejerció por espacio de algunos meses con gran acierto, en circunstancias muy difíciles, y reuniendo ante su autoridad todos los elementos de desorganización, que habían producido las anteriores discordias. En esta época, más que en ninguna otra, se hizo merecedor el veterano general a la consideración y respeto de todos los componentes de la Marina. Cuando tuvo lugar la declaración de mayoría de edad de Isabel II, fue condecorado con la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica el 9 de noviembre de 1843, premiando así sus distinguidos méritos y servicios. No todo quedó aquí, también obtuvo la Gran Cruz de la Real Orden de Carlos III, y fue elevado a la más alta dignidad en la Armada, capitán general el 15 de septiembre de 1847. En el mismo mes fue elegido presidente de la Junta Directiva y Consultiva de la Armada, organismo que por aquel entonces se instituyó, y que reasumía las facultades que las ordenanzas de la Armada concedían al director general de ella. Imposibilitado el general Arias de trasladarse a la Corte por su antiguo mal de gota, se le permitió permanecer en el departamento con la facultad de poner el cúmplase a las patentes, nombramientos y despachos, quedando lo demás a cargo del vicepresidente de la Junta. Suprimida esta corporación en febrero de 1848, quedó el general Arias sin destino en el departamento, pero continuó siendo el centro de la consideración y respeto de todos los marinos que frecuentaban el departamento o tenían destino en él; a pesar de su avanzada edad conservaba en el mejor estado sus facultades intelectuales, recordando los hechos ocurridos en su brillante y larga carrera, amenizándolos con los consejos de la experiencia y con los que proporcionaba una poco común formación. Falleció repentinamente al acostarse en la noche del 26 de enero de 1852, a los noventa años de edad. Dieciocho años más tarde, el Panteón de Marinos Ilustres le abriría de par en par sus puertas el 2 de mayo de 1870. Fue el último de los ilustres marinos a los que hace referencia la Real Orden de 11 de junio de 1851 (primeros traslados al Panteón al inaugurarse). Sin embargo, las dilaciones y retrasos de las obras y el silencio que rodeó a las fechas en que serían trasladadas las cenizas de aquellos que ya tenían sus sepulcros en la nueva morada, movió a su hijo mayor el teniente de navío Rafael Rodríguez de Arias y Villavicencio (futuro ministro del ramo) a solicitar, en instancia cursada en 1857, que, al estar instalado el mausoleo, se hiciera la traslación. Accedió a ello Su Majestad, pero con la cláusula de que fueran “trasladados y nuevamente depositados sin ceremonia alguna, hasta que no tuviera lugar la inauguración, por ser su deseo que dicho acto fuese digno de su objeto”. De este modo, Arias cerró el capítulo de los primeros acogidos en el Panteón, en el acto de su inauguración solemne.

 

Fuentes y bibl.: Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), Exp. personal, leg. 620/580, 1870.

F. P. Pavía, Galería biográfica de los generales de Marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, t. III, Madrid, Imprenta de F. García, 1873, págs. 341-348; D. de la Valgoma y El barón de Finestrat, Real Compañía de guardiamarinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes, Madrid, Instituto Histórico de Marina, 1955, pág. 487, asiento 1987; C. Martínez- Valverde, “Biografía de José Rodríguez de Arias”, en J. M.ª Martínez-Hidaldo y Terán (dir.), Enciclopedia general del mar, t. VII, Barcelona, Ediciones Garriga, 1957, págs. 928- 929; F. González de Canales, “Biografía de José Rodríguez de Arias”, en Catálogo de pinturas del Museo Naval, t. II, Madrid, Ministerio de Defensa, 2000, pág. 108; J. Cervera Pery, El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica, Madrid, Servicio de Publicaciones del Cuartel General de la Armada, 2004, págs. 82-84.

 

José María Madueño Galán

Personajes similares