Alvarnáez, Clara. Señora de Casarrubios del Monte. ?, p. t. s. XV – 1494-1497. Dama y camarera mayor de la reina Isabel I la Católica.
Clara Alvarnáez —otros autores dicen Hernández o Fernández— llegó a Castilla en el séquito de la reina Isabel de Avís, segunda esposa de Juan II. Esta portuguesa llamada a jugar un importante papel en el séquito femenino de la reina católica, era, según la tradición, pariente de san Antonio de Padua. Su padre, Juan Alvarnáez, había sido alcaide de Arévalo, y su madre, Inés Alvarnáez, era una de las damas que habían criado —aya— a la infanta Isabel en Arévalo.
Clara perteneció a ese restringido grupo de mujeres que, desde su niñez, habían formado parte del entorno de Isabel la Católica y cuya influencia —caso de Beatriz de Bobadilla entre otras— fue tal que introdujeron a sus maridos en el círculo más íntimo de la Reina. Clara compartió la infancia de la pequeña Isabel que, junto con su hermano Alfonso, vivía casi desterrada en Arévalo —señorío de su madre, la Reina viuda—, mientras su medio hermano, el rey Enrique IV, incumplía las cláusulas del testamento de Juan II con respecto a sus hijos menores. Aun así, Alfonso e Isabel recibieron una educación esmerada por parte de sus tutores y de hombres que, con el tiempo, llegarían a jugar un destacado papel político en el reino. Uno de esos hombres era Gonzalo Chacón, inseparable —hasta el punto de permanecer con él la víspera de su ajusticiamiento— del condestable Álvaro de Luna. Chacón, probablemente odiado por el Rey, que a su vez se había mostrado enemigo acérrimo, desde príncipe, del favorito de su padre, se refugió cerca de los hijos de Juan II. No tardó Chacón en aquella Corte de Arévalo en encontrar a la mujer de su vida: Clara Alvarnáez. El matrimonio fue inseparable del destino de aquella infanta que, con el tiempo, se convertiría en la más importante reina de España.
Los infantes fueron trasladados a la Corte en 1462 y, unos años después, fue alzado Rey el pequeño Alfonso en Ávila (1465). Poco se sabe del matrimonio Chacón durante aquellos difíciles años. El comendador de Montiel, de la Orden de Santiago, no recibió ni un privilegio de su antiguo pupilo, ahora rey de Castilla, seguramente por pura prudencia. Pero el rey Alfonso se ocupó de que la mujer del que había sido su tutor en la infancia recibiera lo que le correspondía. El 20 de febrero de 1466 el joven monarca escribía a Gonzalo de Villafuerte y al capitán de cierta gente en la provincia de Castilla, así como a su receptor de rentas de la Orden de Santiago, de la que él mismo era administrador, para que desembargaran la encomienda de Aranjuez, perteneciente “a la muger de Gonzalo Chacón”. Quizás de ahí venga la noticia de que Clara Alvarnáez fuera caballeresa de la Orden de Santiago.
En 1468, una vez fallecido su hermano, Isabel salta al primer plano como princesa heredera del reino reconocida por Enrique IV en Guisando. Sus hombres de confianza desarrollaron, entonces, una actividad frenética en la defensa de sus derechos, entre otros, el de no casarse contra su voluntad. La elección del heredero de Aragón, Fernando, hace que Enrique IV entienda por nulo el acto de Guisando y la princesa se vea obligada a luchar en todos los frentes posibles menos el armado. No estuvo sola. Entre aquel puñado de hombres fieles estaba Gonzalo Chacón. Pero también Clara. Por aquellos años, florines y joyas sirvieron para la causa y por manos del matrimonio pasaron muchos maravedís y documentos de gran valor.
Hasta Juan II tuvo que contar con ellos. Hubo hasta dudas sobre el paradero definitivo de todo aquel caudal que servía para sostener la causa de los príncipes.
Los Reyes Católicos, en 1485, confirmando una carta de Isabel, declaraban a Clara Alvarnáez libre de todas las joyas, oro, plata y alhajas de la cámara de la Reina, de las que, como camarera mayor, debía responder.
Durante el reinado de los Reyes Católicos, Clara Alvarnáez fue la camarera mayor encargada de los menesteres y funciones de un cargo —desde ocuparse del vestuario de la Reina hasta realizar obras de caridad— que en la Casa de la Reina era demostración de intimidad y confianza. La influencia de su dama se perpetuó hasta su muerte. Y, por ella, por su influencia, aunque sea Chacón el que juega un papel más aparente, la Reina católica no dejó de privilegiar al matrimonio. No es una coincidencia que Clara ostentara un escudo propio: cinco ortigas sobre unas peñas.
La primera muestra de apoyo hacia su leal camarera y su marido fue el matrimonio —en 1477— de su hijo Juan Alvarnáez con la rica heredera del adelantado Fajardo: Luisa. Un matrimonio desigual para el que los Reyes entregaron un millón de maravedís y un juro de 200.000 maravedís a fin de que los esposos vivieran holgadamente. Así, el hijo de su camarera entroncaba con un importante linaje del reino. Todavía se comprobó más claramente el afecto y agradecimiento que por sus servicios sentía Isabel hacia ella en la escritura del mayorazgo que su hijo Juan realizó el 6 de abril de 1491 en Sevilla. Se señalaba claramente cómo la Reina quería que el linaje de los Chacón- Fajardo se engrandeciera y perpetuara. Asimismo, se nombra de nuevo a la camarera mayor de la Reina en el matrimonio entre la nieta de Clara Alvarnáez —Isabel, hija de Juan— con el III conde de Paredes, Rodrigo Manrique. De nuevo se habla del matrimonio Chacón, y particularmente de Clara, como personajes de la Corte con una gran influencia sobre los monarcas.
Clara Alvarnáez falleció rozando el nuevo siglo y su heredera, en la dignidad de camarera mayor, fue su nuera, Inés Manrique, la segunda esposa de su hijo Juan. El destino privó a Clara de ver morir a su hijo en 1503: su marido Gonzalo Chacón les sobrevivió a ambos en varios años. El matrimonio está sepultado en la iglesia de San Juan en Ocaña. Sus herederos —su nieto como primer titular— fueron los primeros marqueses de Vélez, cumpliéndose así la voluntad de la Reina católica de que los sucesores de su camarera y su fiel Chacón se perpetuaran en el reino.
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Dolores Carmen Morales Muñiz