Palos, José de. Morella (Castellón), m. s. xvii – Asunción (Paraguay), 4.IV.1738. Misionero franciscano (OFM), ministro provincial en Perú, obispo de Asunción.
En su mismo pueblo de nacimiento vistió el hábito de San Francisco. Durante varios cursos “enseñó con agrado de todos la Filosofía y la Teología”. Ordenado sacerdote, solicitó ir de misionero a Perú a integrar la provincia de los Doce Apóstoles, lo que se le concedió. Ocupó los cargos de guardián del Convento Grande de Lima, custodio y ministro provincial de Perú. En 1692 era secretario del comisario general del Perú y más tarde visitador general de Chile. Puso gran celo en restablecer el orden y la disciplina entre los franciscanos. Llevado por su ideal misionero se retiró a la reducción franciscana de Cerro de la Sal. Con toda su humildad no pudo ocultar su valía al Rey, quien le nombró obispo de Tatilo de la Mauritania y coadjutor de la Asunción con derecho de sucesión. Se consagró en Lima el 24 de enero de 1723 por el arzobispo fray Diego Morcillo y en el trayecto a Asunción confirió la confirmación a más de 44.000 personas. A su llegada pasó visita a las reducciones franciscanas de Yuty y Caazapá e hizo un informe el 11 de septiembre de 1724 sobre las reliquias del mártir fray Juan Bernardo.
Durante casi veinte años gobernó la diócesis afrontando numerosas dificultades, entre las que sobresale la rebelión comunera, oponiéndose a José de Antequera y Castro con el que sostuvo verdaderos enfrentamientos y una polémica de cartas interesante. Sus cartas han sido consideradas partidistas y que favorecían a los jesuitas. Antequera, desde la cárcel de Lima, le refutó muchos puntos de esas cartas.
Con la intención de apaciguar las dos posturas en litigio, invitó al franciscano fray Juan de Arregui, quien solicitaba ser consagrado, a que viniera a hacerlo en Paraguay. Se realizó la consagración una vez calmados los ánimos de los comuneros en febrero de 1733, pero la presencia de monseñor Arregui no contribuyó a la paz. Arregui se manifestó desde el púlpito a favor de los comuneros y éstos le eligieron gobernador del Paraguay, hecho por el que fue desaprobado y acusado de intromisión, con orden de presentarse en la Corte de España. Palos se vio forzado a buscar refugio en Buenos Aires entre los años 1734 y 1735. Pudo regresar a su sede en mayo de 1735, logrando la paz con la llegada y la derrota de los comuneros con la intervención de Bruno Mauricio Zabala.
Trabajó con interés en restituir a los jesuitas a Asunción y hasta lo procuró con amenazas de excomunión, por lo que era acusado de ser “más parte que Pastor de sus miserables ovejas”.
A pesar de los tiempos tan difíciles que le tocó vivir, supo conservar su compostura religiosa, su austeridad franciscana y su celo apostólico. En su tiempo (1729), por instancias del Rey y concesión de Benedicto XIII, se añadió al calendario paraguayo la fiesta de san Isidro Labrador.
Profesó una pobreza singular, de suerte que “con ser príncipe de la Iglesia, no parecía en el traje sino un religioso de los más pobres”. Murió “pobrísimo y penitente” en Asunción, el viernes santo 4 de abril de 1738, y fue sepultado en la Catedral.
Bibl.: A. S. C. de Córdoba, Los Franciscanos en el Paraguay (1537-1937), Buenos Aires, 1937, págs. 169-174; A. Viola, Real Patronato y Obispos del Paraguay Colonial, Asunción, Centro Interdisciplinario de Derecho Social y Economía Política, 2002, págs. 159-184.
José Luis Salas