Aragón, Juan de. ?, 1301 – El Pobo (Teruel), 18.VIII.1334. Arzobispo de Toledo, infante de Aragón, patriarca de Alejandría y administrador de Tarragona.
Hijo del rey Jaime II de Aragón y de su esposa Blanca de Anjou, fue educado cuidadosamente para la Iglesia por sus padres. En vista de sus claras manifestaciones de vocación eclesiástica, recibió la tonsura de las manos del papa Clemente V en 1311, y en 1313 el mismo Papa le confirió el arcedianato de Guadalajara en la iglesia de Toledo. Siendo todavía niño recibió una gran cantidad de prebendas en iglesias de Castilla y de Aragón. Con dieciséis años el cabildo de Tarragona lo postuló para arzobispo, pero su candidatura fue rechazada por defecto de edad. Dos años después, sin embargo, mientras era deán de Burgos y capellán pontificio, fue presentado para la iglesia primada de Toledo a solicitud del rey aragonés y fue nombrado arzobispo de Toledo el 14 de noviembre de 1319 por el papa Juan XXII a la edad de veinte años con dispensa pontificia porque no alcanzaba la edad canónica.
Su nombramiento, conocido en la primavera del año siguiente, no agradó en la Corte castellana. Desplazó de la sede al candidato maestro Domingo, que había sido postulado por el cabildo.
A pesar de su juventud, era un hombre que sobresalía por su sólida formación eclesiástica, razón por la cual se le adjudica la autoría de ciertos comentarios bíblicos. De complexión delicada y poco comunicativo, a la afición por los estudios unía una sincera vida de piedad, que lo llevó en ocasiones a pensar en ingresar en una cartuja. Sentía una especial repugnancia por las intrigas y los manejos políticos. Pese a todo, no pudo evitar entrar en conflicto con el infante Juan Manuel, que ambicionaba la dignidad de canciller mayor del reino de Castilla, título que el infante arzobispo ostentaba por razón de su calidad de primado de Toledo. La Corte de la reina María de Molina era un hervidero de pasiones políticas durante su regencia en la minoría de su nieto Alfonso XI, y este ambiente le causaba profunda desazón por su espíritu carente de combatividad política. Por sugerencia del infante Juan Manuel, Alfonso XI despojó al arzobispo de la chancillería mayor de Castilla y lo acusó de cobros indebidos a costa de los intereses de la Corona, lo que provocó un gran malestar entre las cortes de Castilla y Aragón. El arzobispo creía un deber suyo defender el título que iba anejo a su dignidad arzobispal, título que no se le reconoció de manera oficial hasta el último año de su pontificado de Toledo.
También sufrió contratiempos por la defensa de sus privilegios como primado por el hecho de viajar con la cruz alzada, símbolo de jurisdicción, por tierras de los metropolitanos del reino de Aragón de donde él procedía, los cuales no sólo utilizaron el arma de la excomunión contra él, sino que llegaron a entablar apelaciones y litigios que fueron llevados a los tribunales de la sede apostólica.
Su pontificado toledano de nueve años (1319- 1328) está marcado por el signo de un profundo reformismo eclesiástico impulsado desde la Corte pontificia de Aviñón. El movimiento de reforma tuvo su punto de partida en el llamado Concilio Nacional de Valladolid de 1322, celebrado bajo la presidencia de Guillermo Godín, cardenal de Santa Sabina, concilio que los modernos historiadores consideran compuesto por dos sesiones, la primera desarrollada en diciembre de 1321 en Palencia y la segunda iniciada en Palencia en junio de 1322, interrumpida por la muerte de la reina (del 30 de junio al 8 de julio), y terminada el 2 de agosto del mismo año en Valladolid, donde se firmaron las actas y de ahí que tomase el nombre de esta ciudad castellana. Aunque celebrado en territorio de la archidiócesis de Toledo, el arzobispo Juan de Aragón no asistió, pero recogió mejor que la mayor parte de los obispos españoles la llamada del apremiante mensaje por la reforma eclesiástica: ésta debía llevarse a cabo por medio de discusiones aceptadas por todos en asambleas conciliares y sinodales.
Fiel a estos principios, el infante Juan de Aragón tuvo el acierto de ser el iniciador de la época de oro de la magnífica serie de los concilios y sínodos toledanos del siglo XIV. A partir de 1323 y hasta 1326, Juan de Aragón convocó nada menos que cinco asambleas, a saber, dos concilios provinciales y tres sínodos, uno en cada uno de esos años. En ellas se abordaron multitud de cuestiones pastorales. Quizás el mejor fruto de estas asambleas se obtuvo ya en el sínodo de 1323, donde se promulgó el texto breve de una Instrucción, primer catecismo redactado en el reino de Castilla, muy bien articulado, con el que los párrocos debían instruir al pueblo los domingos en lengua castellana.
Su éxito como obra de pedagogía religiosa se demuestra en el hecho de que el precepto de proclamar la fe cristiana de acuerdo con su texto se fue repitiendo por más de siglo y medio hasta la promulgación del catecismo de Cisneros en 1498. La Instrucción del sínodo de Toledo es el punto de partida de una larga familia de catecismos.
Las contrariedades que surgieron por razón de la profunda enemistad que le profesaba su oponente, el infante Juan Manuel, le hicieron caer en una especie de depresión que le condujo a pensar en su regreso a su tierra natal. En efecto, en 1327 se retiró a Tarragona con el ánimo tan decaído que renunció a volver a tomar las riendas de la diócesis toledana.
Su situación personal se acordó canónicamente mediante un ajuste aceptado por el papa Juan XXII en 1328. Según este acuerdo, el arzobispo de Toledo sería promovido al patriarcado titular de Alejandría y a la administración plena de la diócesis de Tarragona, mientras que Jimeno de Luna, arzobispo de Tarragona, pasaría a la sede de Toledo, como así se ejecutó. Fue una especie de permuta desigual, gestionada por su padre el rey de Aragón, compensada con el título patriarcal.
Juan de Aragón falleció en 1334 y está enterrado en la catedral de Tarragona en un magnífico sepulcro.
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Ramón Gonzálvez Ruiz