Gómez, García. Cit. Gómez, Ibn Mama duna al-Qumis. ?, 955-960 – 1017. Conde de Saldaña, Carrión, Liébana, San Román de Entrepeñas, Cea, tenente de Grajal, Ceión y León.
Hijo del conde Gómez Díaz y de Muniadomna Fernández de Castilla, pertenecía, a la estirpe conocida en las fuentes como Beni Gómez, y por parte de su madre descendía del conde Fernán González de Castilla y su primera esposa la infanta Sancha de Navarra. De la unión entre estas dos casas nacieron, además de García Gómez, los también condes Sancho y Munio, Velasco Gómez, Urraca, esposa del conde Sancho García de Castilla, y, probablemente, la esposa del propio Ramiro III.
Desposado el mismo con Muniadomna, con toda probabilidad una dama de la familia condal de Cea, su nombre aparece por vez primera acompañado de la dignidad condal en el año 971 en un diploma del fondo del monasterio de Sahagún en el que se especifica que gobierna sobre las tierras vinculadas al castillo de Cea con estas palabras: “Comite Garsea Gomiz in Ceia castello”. Durante los años de la guerra civil que enfrentó al legítimo Monarca, Ramiro III, con el usurpador Vermudo, hijo del rey Ordoño III (982-985), la estirpe Beni Gómez sirvió a los intereses del primero, cayendo en desgracia apenas falleció Ramiro y se apoderó del trono leonés Vermudo II. Tal circunstancia no debió de resultar grata a los condes Gómez Díaz y García Gómez, pues, como recuerda en noviembre del 985 el obispo Sabarico de León, aprovechando esta situación de inestabilidad, se apoderaron por la fuerza de diversas villas que pertenecían a la sede episcopal y que ahora reclaman al nuevo Monarca.
Huérfano de padre, García Gómez pasó a convertirse en el jefe de su estirpe, contando con el apoyo de su madre, la condesa viuda Muniadomna, y, durante los siguientes años, se destacó como el más firme antagonista del nuevo Monarca contando para ello con la alianza de Ibn Abū Āmir. Conde de Saldaña, Carrión, San Román de Entrepeñas, Liébana, además de Grajal y Cea, sus tierras se extendían desde el Pisuerga al espacio entre el Cea y el Esla, desde las montañas de Cantabria al Duero, convirtiéndole, junto al conde de Castilla, en el noble más poderoso del reino de León.
Algunas crónicas, como la Najerense, recuerdan la presencia de las huestes de varios condes partidarios del difunto Ramiro III entre las tropas auxiliares de Almanzor, űāųib del califa de Córdoba Hišām II. De hecho, su posición antagónica a la causa de Vermudo II se mantendrá durante casi todo el reinado de este Monarca.
Rodrigo Jiménez de Rada, por su parte, considera que esta amistad se basaba, por una parte, en los deseos de venganza de los vencidos en la guerra civil y, por otra, nacía de la inteligencia del hayib que no dudaba en alentar las rencillas que enfrentaban a los cristianos.
En el año 986 León fue atacado por Ibn Abū Āmir. Una campaña que primero se dirigió a Salamanca y Alba de Tormes y, desde allí, a través de los territorios, Beni Gómez, probablemente desde Carrión o Cea, partió hacia la capital. García Gómez, en calidad de jefe de su estirpe, contó con el apoyo de sus hermanos y parientes. Especialmente relevante fue la participación del conde Osorio Díaz de Saldaña, tío del caballero, vinculado por matrimonio con las tierras de Galicia, clave para comprender algunos de los sucesos de los años venideros. Los Beni Gómez se mostraban, bajo el caudillaje de García Gómez, como un clan sólidamente unido y jerarquizado. Es más, en la documentación inmediatamente posterior a esta rebelión primera, el conde García Gómez aparecía calificado en los diplomas leoneses como “proconsul dux eminentior”, una dignidad que se arrogó para distinguir su situación preeminente.
Dos años más tarde, aprovechando una ausencia de Vermudo II, entonces en Galicia, un caballero llamado Conancio Ibn Zaleme, al servicio de los Beni Gómez, expandió el rumor de un próximo avance de los andalusíes aprovechando el desamparo en el que se hallaba la capital. Incluso llegó a propagar la noticia de la muerte del Rey. Buscaba facilitar el apoyo y obediencia de los leoneses al conde de Saldaña.
Hasta los primeros meses del 989 no volvieron a datarse con cierta regularidad los diplomas con el nombre de Vermudo II en el colofón de los mismos. Una circunstancia que permite considerar la inestabilidad por la que atravesaba el reino.
No se dio por vencido el magnate y, transcurridas unas semanas, volvió a rebelarse contra el Soberano, aprovechando una nueva aceifa de Almanzor. En pago a su apoyo a la campaña amirí recibió por segunda vez el gobierno de la capital.
Su preeminencia quedó firmemente remarcada por las fórmulas que aparecían en los escatocolos documentales de estos meses del 989: año del imperio de nuestro señor García Gómez en León. En junio del 989 Vermudo II recuperó el control de la capital y poco después, en julio, el conde García aparecía en su mandación de Liébana, lo que lleva a valorar que, a raíz de su derrota, el magnate buscó seguro refugio en este territorio. No por ello se debe entender que abandonara sus pretensiones sobre León, pues, en el año 990, tuvo lugar una nueva rebelión nobiliaria contra Vermudo II en la que participaron Gonzalo Vermúdez y los condes Munio Fernández y Pelayo Rodríguez, estos dos últimos cercanos por parentesco con García Gómez.
La mecha que hizo prender la revuelta fue el repudio de la reina Velasquita y el subsiguiente matrimonio del Monarca con Elvira, hija del conde de Castilla. Esta unión posiblemente obedecía a un deseo por parte del Soberano de frenar, con el apoyo de los castellanos, al cada vez más poderoso bando nobiliario que aglutinaba a los descontentos e incluía a ciertos notables gallegos, hasta entonces sus aliados, como los condes Gonzalo Menéndez y Froila González. La rebelión comenzó en el castillo de Luna, encomendado a Gonzalo Vermúdez. Desde allí los rebeldes trataron de apoderarse de la capital del reino con el apoyo de un ejército amirí que penetró en el reino. Una hueste en la que participaron dos personajes significativos para este discurso: García Gómez y Abū-l-Hawz Man b. ‘Abd al-Azīz at-Tuųībī, un noble andalusí que desempeñaba las funciones de Sabih al-surta y pertenecía a la familia de los señores de Zaragoza.
Los sublevados consiguieron expulsar del reino a Vermudo, que buscó refugio en Galicia, y se apoderaron del tesoro real así como de otros bienes del príncipe. El reparto subsiguiente no sólo incluía estas riquezas, sino, también, la propia regia potestas de la que, de nuevo, se apropió el jefe de los Beni Gómez, que volvió a reaparecer en los escatocolos documentales con la fórmula ya conocida de: “año del imperio de nuestro señor García Gómez”, conde, aunque, en esta oportunidad, acompañado de Abū-l-Hawz, sedente en Toro, base de operaciones de los amiríes en la frontera.
La rebelión fue sofocada antes de septiembre del 993, fecha en la que Vermudo II se permitió confiscar las propiedades de Gonzalo Vermúdez y consiguió la vuelta a la obediencia del magnate Gonzalo Menéndez, estabilizando la situación en el espacio galaicoportugués.
García Gómez, implicado en los asuntos andalusíes merced a su alianza personal y de estirpe con Almanzor, se vio inmerso en un turbulento asunto que desencadenó una de las campañas más feroces del amirí contra los territorios del noroeste peninsular. Parece que, después de la rebelión relatada, Ibn Abu Amir descubrió la existencia de una sutil conspiración cuyas redes eran tejidas por su propio hijo primogénito, ‘Abd Allāh, y otros notables musulmanes como ‘Abd al-Raűmān, un Beni Hachim, señor de la frontera superior, y el omeya ‘Abd Allāh b. ‘Abd al-Azīz, gobernador de Toledo, apodado “Piedra Seca” por su escasa generosidad. Desarticulada la trama, muerto ‘Abd al- Raűmān, decapitado su hijo ‘Abd Allāh, que se había refugiado con el conde de Castilla, Almanzor buscó cobrarse la vida del tercero de los implicados: Ibn ‘Abd al-Azīz, que había huido a las tierras leonesas. En mayo del 995 Almanzor, tras incitar a la rebelión a Sancho de Castilla contra su padre, el conde García Fernández, acabó con la vida de este magnate. Luego, desde la frontera oriental de León avanzó por las tierras Beni Gómez buscando al último de los cómplices vivo: “Piedra Seca”. Ibn Abū Āmir utilizó la fuerza para exigir la entrega de Ibn ‘Abd al-Azīz, alojado bajo la protección de García Gómez, que soportó un durísimo asedio tanto en Carrión como en Saldaña, aunque, cuando se produjo la conquista de la primera de estas plazas, el príncipe omeya ya había escapado en dirección a Astorga, donde gobernaba como conde Munio Fernández, otro Beni Gómez. En noviembre de 995 Almanzor consiguió ciertos valiosos trofeos después de doblegar la resistencia cristiana en Astorga: el traidor ‘Abd Allāh b. ‘Abd al-Azīz y la promesa de un tributo anual. De regreso a Córdoba, Almanzor festejó su victoria sin precedentes. Un poema de Ibn Darray recuerda la visita del conde García Gómez, en representación de su estirpe y en calidad de embajador de su antiguo enemigo, Vermudo II, de quien se convirtió en aliado circunstancial. Conseguida la paz, regresó a León.
A finales del verano de 996 su nombre apareció inmediatamente detrás del alférez real en las confirmaciones de documentos reales, lo que prueba la importancia que adquirió en la Corte de Vermudo este inesperado apoyo. Es más, el Monarca le ratificó en el gobierno de sus condados. Durante los restantes años del gobierno del monarca leonés (996-999), García Gómez se mantuvo en el peligroso equilibrio de una paz con Vermudo y con Almanzor. Una bonanza que se quebró en el año 1000.
A la muerte de Vermudo II ascendió al trono su heredero Alfonso, un niño de corta edad. Los dos condes más poderosos del momento, Sancho García de Castilla y García Gómez no dudaron en defender el reino contra Ibn Abū Āmir y, en la denominada arrancada de Cervera (1000), tuvo lugar una de las batallas más célebres de este período. Cervera parecía destinada a poner punto y final a la carrera de Almanzor, pues allí se congregó un numeroso ejército cristiano acaudillado por ambos magnates y que contaba con la presencia de caballeros navarros. Las primeras maniobras sorprendieron al Êāÿib, que consiguió invertir el curso de la batalla que culminó con la derrota de los aliados y la decapitación de un conde Beni Gómez, sin duda un hermano de García o un hijo varón.
La desaparición de Almanzor (1002) y las excelentes relaciones con el trono permitieron al magnate seguir gobernando sus tierras en paz, así como firmar una nueva alianza con al-Mużaffar, un tratado al que se asociaron varios condes y el propio monarca leonés. Consecuencia del mismo fue la participación de tropas leonesas en el saqueo de Cataluña por parte del sucesor de Ibn Abū mir en el año 1003. De la documentación coetánea se deduce que la posición de García Gómez era cada vez más fuerte en el reino, pues en el año 1005 consta en los diplomas como conde de León.
A la muerte de al-Muýaffar, el califa confió el gobierno a ‘Abd al-RaÊmān Sanchuelo, hijo de Almanzor y de una princesa navarra. Los escasos apoyos con los que contaba este personaje le llevaron a buscar un reforzamiento de los lazos de amistad con los Beni Gómez. De hecho, en marzo de 1009, cuando fue capturado por los rebeldes y decapitado, a su lado murió el conde Sancho Gómez, hermano del propio García.
Los sucesos acaecidos entre 1009 y 1017 se encuentran intensamente relacionados con este acontecimiento. Las peleas y discordias entre los diversos aspirantes al trono califal conllevaron un alejamiento del centro de poder de las tropas beréberes, cuya muerte o deshonor se premiaba. Tantas humillaciones llevaron a éstos a pactar con ciertos notables cristianos, entre ellos con García Gómez, cuya ayuda y alianza reclamaban. El conde de Saldaña, deseoso de vengar la muerte de su hermano, se puso en marcha a la cabeza de su ejército. En noviembre de 1009 sus tropas llegaron a Córdoba y el Beni Gómez se convirtió en el árbitro de la situación, pues, consolidada su posición en la capital de al-Andalus, fue despedido con honores y escoltado hasta la frontera, después de ver sus servicios recompensados con la promesa de entregarle algunas plazas fuertes.
La inestabilidad en el sur desencadenó una nueva petición de ayuda entre los últimos meses de 1011 y primeros de 1012 a García, a quien se califica en las fuentes musulmanas de Ibn Mama Duna al-Qumis, el conde hijo de Muniadomna, en referencia a su filiación materna. Esta participación es recordada en la documentación leonesa estrictamente coetánea a estos acontecimientos (1012) de esta elocuente manera: “Don García Gómez, el que estaba con los ismaelitas”. Pero no es la única relevante por parte de los magnates cristianos, pues en el espacio cordobés se hallaba el conde de Castilla, Otón, obispo de Gerona, Arnulfo de Vich o el conde Armengol de Urgell, entre otros barones que participaron del saqueo y despojo de la capital de al-Andalus, desgarrada en el proceso de crisis conocido como la fitna.
De regreso a sus tierras, entre 1013 y 1016 se le hallaba habitualmente en la Corte o en la cabecera de alguno de sus condados y mandaciones hasta su muerte, ocurrida en 1017, momento en el que desaparece de la documentación, al igual que el conde de Castilla y otros personajes significados. Parece que en sus últimos años de vida volvió a distinguirse como un peligroso personaje, pues, en palabras de Alfonso V (1023), el magnate se había sublevado contra él al igual que el conde de Castilla.
Su fallecimiento provocó una situación de inestabilidad en el espacio gobernado hasta entonces por su mano, tal y como recuerda un diploma de tiempos de la reina Urraca de León y Castilla. Quizás la misma se debía a que de su matrimonio parece que no dejó descendencia masculina, aunque sí consta el nombre de dos caballeros, Munio y Mutarraf García, que realizaron una serie de trueques y cambios en su patrimonio con la viuda del conde y otros nobles Beni Gómez, que bien podrían ser hijos suyos aunque quizá no legítimos.
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Margarita Torres Sevilla-Quiñones