Vermudo II. El Gotoso. ?, 952-953 – Villabuena (León), 4.IX.999. Rey de León.
Aunque sobre la filiación de este monarca existió cierto debate genealógico, gracias a la documentación hoy podemos afirmar que se trata de un hijo legítimo del rey Ordoño III de León y de su esposa Urraca Fernández de Castilla, hija a su vez del conde Fernando González, y que se convirtió en moneda de cambio político de su ambicioso padre.
A partir de las fechas propuestas para el matrimonio de Ordoño III se deduce que el nacimiento de su hijo Vermudo debió producirse hacia el 952 ó 953. La muerte de su progenitor, en el verano del 956, cuando se disponía a emprender una algazúa contra los musulmanes desde la ciudad fronteriza de Zamora, le relegó de la sucesión, pues su escasa edad, apenas si tres o cuatro años, fue motivo más que suficiente para que su tío paterno, el infante Sancho Ramírez, se alzara con el trono leonés.
Algunos autores han querido ver en esta circunstancia un nacimiento ilegítimo que desvirtuaría sus derechos al cetro. Sin embargo, como demostró en su momento Sánchez Albornoz y se puede constatar a través de una sencilla revisión de los monarcas asturianos y leoneses de los siglos IX y X, la sucesión regia no se regulaba primando al hijo varón primogénito en detrimento de los restantes príncipes. A menudo, véanse los casos de Fruela II o de Alfonso IV, bastaba con disponer de mayores o mejores apoyos que los restantes pretendientes al solio. Estas circunstancias y no otras se configuraron como las razones del alejamiento del trono de un niño de tan corta edad en un momento especialmente difícil para León.
Por si fuera poco, su madre, la reina viuda Urraca Fernández de Castilla, contraerá nuevas nupcias con otro dinasta: Ordoño Alfonso, que ha pasado a la historia leonesa como Ordoño IV “El Malo”. De esta unión, favorecida por el conde castellano, nacerán varios hijos, de los que conocemos el nombre de uno de ellos: García Ordóñez.
Durante el reinado de Sancho I, tío del joven Vermudo, y el de su padrastro Ordoño IV, el príncipe niño apenas si aparece en un puñado de documentos, siempre en un discreto lugar y generalmente vinculado a la corte o a las tierras del Bierzo y Galicia-Portugal, donde debió transcurrir su infancia y adolescencia.
Los desafortunados años por los que atraviesa León durante el periodo 956-961, se plasman en una confrontación civil entre Ordoño IV y Sancho I que culmina con el triunfo de este último, que contaba con el apoyo andalusí y navarro. La oscura desaparición de Ordoño IV en Córdoba, en el 962, eliminó los obstáculos existentes facilitando una nueva boda de Urraca Fernández de Castilla, madre de Vermudo, en esta ocasión con el futuro rey de Navarra Sancho II Garcés. Establecida en Pamplona, allí transcurrirá el resto de su vida hasta su defunción en el 1005.
Desarraigado de su madre a partir del 962, con apenas diez años, y amparado en Galicia, probablemente junto a la estirpe de su abuela paterna, la reina Adosinda, su vida transcurre en un discretísimo alejamiento de los asuntos cortesanos leoneses.
En el 966 sucederá a Sancho I su hijo, Ramiro III, que contaba unos cinco años. Una minoría que, en esta ocasión, lejos de apartarle de la línea real, le permitirá avalar sus derechos a la sucesión, bajo la regencia y tutela de la infanta Elvira Ramírez y la protección de la reina madre Teresa Ansúrez.
Buena parte de la nobleza galaica se había enfrentado a Sancho I, incluso se acusó de su muerte a uno de sus condes, Gonzalo Muñoz. Esta circunstancia provocará cierta recelo tanto en el nuevo monarca como entre las filas de estos magnates, entre los que se criaba el príncipe Vermudo Ordóñez.
El recelo se tornará pronto en descontento y, sumado a este las exitosas campañas de Almanzor contra León, se transformara en el germen de una abierta rebelión. Fue entonces cuando llegó el momento del infante hijo de Ordoño III.
La denominada Campaña de las tres naciones (982), el intento frustrado de asedio de la capital del reino, la inseguridad de la frontera y, según las crónicas cristianas, el carácter poco inclinado a la negociación y a la tolerancia con la aristocracia de Ramiro III se transformaron en las razones que condujeron a la solemne coronación de Vermudo Ordóñez, el 15 de octubre de 982, en Compostela. Le acompañaron en esta ceremonia, y en sus primeros actos como soberano leonés, los principales magnates de Galicia y Portugal, así como los obispos de la sede del apóstol, de Viseo, Coimbra y otros eclesiásticos representativos.
A partir de ahora León se encuentra, de nuevo, inmerso en una guerra civil. Una delicada situación que será aprovechada por Ibn Abu Amir, que atacará plazas como Toro, Simancas o la frontera castellana. Este hostigamiento, que continúa en el 983, desequilibró la balanza de poder a favor de Vermudo II.
A comienzos del 983, cerca de Monterroso, en Portilla de Arenas, junto al camino que conduce desde Compostela a León, se enfrentaron las huestes de Ramiro y del usurpador. El resultado, indeciso, forzó a replegarse a Ramiro, que regresará a la capital seguido de cerca por Vermudo.
En el 984, mientras Zamora y su comarca eran atacadas por los andalusíes, ambos príncipes enviaron embajadores a Córdoba, buscando la ayuda militar de Almanzor uno, el hijo de Ordoño III, y una tregua en la frontera que le permitiera concentrar toda su atención en los asuntos civiles, el otro: Ramiro III.
Cuando Vermudo se apoderó de León y Ramiro hubo de refugiarse en Astorga, Almanzor decidió aceptar la oferta del rebelde y se avino, bajo estrictas condiciones, a enviarle tropas, reconociendo su poder sobre las tierras delimitadas por la línea Zamora-León y, desde allí, hasta el “mar del oeste”, tal y como nos informa Ibn Jaldun.
Pero los meleados asuntos terminarán por resolverse de manera imprevista cuando, el jueves 26 de mayo del 985, Ramiro III fallezca después de una enfermedad. Dejaba un hijo, el infante Ordoño Ramírez, a quien apoyarán tanto su abuela, la reina Teresa Ansúrez, como sus parientes Beni Gómez. Pero tales fuerzas no podrán impedir que Vermudo II sea reconocido como el único monarca legítimo a partir de la muerte de su enemigo.
Poco tiempo después de la desaparición de Ramiro, los condes Gómez Díaz de Saldaña y su hijo García Gómez, apoyados en el poder de su estirpe, que gobernaba sobre las tierras entre el Cea y el Pisuerga y desde la Liébana a la frontera del Duero, además de contar con algunos miembros de la misma asentados en Galicia, como el conde Osorio Díaz, alzaron su voz contra el ahora monarca. Se apoderaron, como recuerda un diploma de la Catedral de León, de más de treinta villas con sus términos, que pertenecían a la sede legionense y se situaban en torno a la comarca de Sahagún, entre los ríos Cea y Valderaduey, en la región de los Oteros y en otros emplazamientos que nos permiten afirmar que los Beni Gómez aprovecharon el cierto vacío legal de poder para redondear sus propios patrimonios condales, que terminarán, por orden de Vermudo II, en manos de sus legítimos primeros propietarios.
Recuerdan diversas fuentes, como la Crónica Najerense o la Silense, entre otras, que por entonces varios condes partidarios del difunto Ramiro III decidieron ofrecer su alianza a Ibn Abu Amir, cuyas tropas de apoyo a Vermudo acababan de ser expulsadas por el monarca, provocando el descontento del hayib. Esta nueva unión de fuerzas creará un peligrosísimo binomio: Beni Gómez-Almanzor, que se plasmará en la relación de rebeliones nobiliarias-ataques al reino de León que marcarán los últimos años de reinado de Vermudo II hasta su muerte en el 999.
Las razones de los condes de Saldaña y Carrión quedan perfectamente perfiladas a través de su cercano parentesco con el difunto Ramiro y su único heredero, Ordoño Ramírez, hijo de la reina Sancha, una Beni Gómez. Además, la represión de Vermudo II hacia quienes habían sostenido la causa de su antaño enemigo se plasma en los recortes patrimoniales que, justificados sobre excesos anteriores, realiza a los principales magnates vinculados a esta estirpe, tanto en León como en Galicia.
La oportuna desaparición del jefe de esta Casa condal, Gómez Díaz, lejos de eliminar el peligro lo estimula. García Gómez, conde de Cea, y ahora de Saldaña, Carrión, Liébana y los restantes territoria vinculados a su difunto padre, se convertirá en el más duro escollo que encontrará en su reinado Vermudo II.
El 19 de junio de 986, Almanzor parte de Córdoba con destino a León. Es la denominada “algazúa de las ciudades” en la que, siguiendo un peculiar y clarificador itinerario, ataca Salamanca, Alba de Tormes, y, después de atravesar pacíficamente las tierras Beni Gómez, desde Carrión se encamina a la capital leonesa. Después de un riguroso asedio, somete la plaza, cuyo gobierno deja encomendado al conde García Gómez quien, no mucho tiempo después, comenzará a aparecer en ciertos diplomas con los títulos de procónsul y “dux eminentior”.
Vermudo II se había refugiado en Zamora, pero cuando tuvo conocimiento de la proximidad del ejército amirí, abandonó la plaza de frontera y se recogió en Galicia. Su inestable posición, o el temor a Ibn Abu Amir y sus aliados, le mantuvieron allí hasta comienzos de la primavera del 987, cuando, de nuevo, los documentos leoneses recogen su vuelta.
A lo largo de 987 nuevas incursiones amiríes, con la ayuda de sus aliados, se registran en Portillo, Coimbra y otros territorios. Durante este año, se registra otro episodio de rebelión nobiliaria, en esta oportunidad protagonizado por el conde lucense Suero Gundemáriz, y que se localiza en las tierras del Miño, concretamente en la mandación de Búbal, y en el asedio y conquista de varias fortalezas y torres, como la de Aguilar.
El 988 comienza con similares acontecimientos adversos. Las huestes de Almanzor apuntan ahora hacia un nuevo objetivo: Astorga, y, en León, aprovechando la ausencia de Vermudo II, que se encontraba en Galicia, un oscuro caballero, Conancio Ibn Zaleme, extiende el rumor de la muerte del monarca y la cercanía de las tropas amiríes. Con ello consiguió que los leoneses solicitaran la presencia y protección del conde García Gómez. A comienzos del 990 este magnate aparece en los escatocolos documentales bajo la formula de “imperante in Legione” o se data los mismos bajo el “anno imperii domino nostro domno Garseani”.
A esta usurpación del poder real no era ajena la mano de Ibn Abu Amir. Según un pleito, resuelto en Villalpando, y en el que se encontraban implicados el monasterio de Sahagún y el noble Vela Vélaz, correspondía el juicio último de esta causa al conde García Gómez y el Sabih al-surta Ibn Abu-l-Hawz, cuya guarnición principal se encontraba en Toro (Zamora). Quizás lo más relevante de este diploma no sea tanto demostrar la complicidad entre el jefe de los Beni Gómez y el hayib de Córdoba sino la misma datación: “facta sub era M XXX, VI anno imperii domni nostri Garseani Gomiz comite et Zahbascorta ven Abolhauz sedente in Toro”, que ha de situarse, por tanto, en el año 992 (era 1030), sexto año del imperio del conde García Gómez, lo que induce a considerar que, desde el 986, este magnate y sus partidarios entendían como legítimo su gobierno y no el de Vermudo II, un elemento esencial para colocar convenientemente los sucesos que marcan el reinado de este monarca.
A estos episodios pronto habrá de sumarse otro que forzó una nueva huída del soberano a Galicia. La razón de éste se encuentra en el repudio de la reina Velasquita y la unión de Vermudo II con Elvira García de Castilla. Un enlace que disgustó a muchos y motivó una sublevación en el año 992, de la que fueron responsables Gonzalo Vermúdez, tenente del castillo de Luna, donde se custodiaba el tesoro real, el conde Munio Fernández, de la estirpe condal de Saldaña y conde el mismo de Astorga, y el conde Pelayo Rodríguez, un notable gallego pariente de García Gómez fidelísimo de Ramiro III. Narra un documento ligeramente posterior que estos caballeros expulsaron al monarca y se apoderaron de las riquezas y poder que correspondían al soberano, y se las repartieron contando con la ayuda de los musulmanes y quien con ellos estaba. Este último no es otro sino el propio conde de Saldaña. Mientras estos sucesos ocurrían al sur de la Cordillera Cantábrica, al norte de la misma, en las tierras de Asturias, un magnate de nombre Analso Garvisio, vinculado familiarmente a la mandación de Boñar (León), igualmente se suma a la causa de los revoltosos. Y otro tanto hará otro caballero asentado en Asturias pero originario de Hispania, esto es: el sur de la Península, cuyo nombre es Abravel Godestéiz. Por su parte, algunos notables gallegos también participaron de estos acontecimientos, como el conde Osorio Díaz, un Beni Gómez.
Un afortunado golpe de mano culminó con la captura de Gonzalo Vermúdez por los partidarios del rey. Los graves crímenes cometidos por este personaje motivaron la confiscación de su patrimonio y su castigo, como nos relatan ciertos diplomas. Otros rebeldes fueron igualmente represaliados, como Analso Garvisio o Abravel Godestéiz. No así dos de los tres principales sediciosos: García Gómez y Munio Fernández.
Durante estos complicados años para el reino de León, se había fraguado una conspiración en Córdoba para alejar del poder a Almanzor. De ella formaban parte significada el propio hijo del amirí, Abd Allah, y varios notables de la frontera como el príncipe omeya Abd Allah Abd al-Aziz, apodado Piedra Seca. Ibn Abu Amir fue eliminando uno por uno a sus adversarios hasta restarle Abd Allah Abd al-Aziz. Éste huyó, buscando amparo entre los Beni Gómez primero y, después, junto al propio Vermudo II, que no dudó en entregarle cuando Almanzor asedió Astorga, donde se encontraba el monarca.
A lo largo de los años, 994-995, en los que podemos situar cronológicamente los coletazos finales de la rebelión andalusí, San Esteban de Gormaz y Clunia en las tierras de Castilla, Luna, Alba, Gordón, los Argüellos, Saldaña, Carrión y otros territorios leoneses vinculados a los Beni Gómez, además de la ciudad de Astorga, sede temporal de Vermudo II, sufren las acometidas del hayib de Córdoba.
Aliados de circunstancias García Gómez y Vermudo II, ambos unen sus fuerzas y asistiremos a un cierto retorno a la normalidad en el reino. El monarca, ante los peligros que se avecinan, envía como embajador plenipotenciario suyo al conde de Saldaña, tal y como recuerda el poeta Ibn Darray. Ambos, el jefe de los Beni Gómez y Almanzor, firman un tratado de paz. En él, además de un tributo anual, establece el andalusí que el monarca de León le entregue también a una de sus hijas, una práctica ciertamente común en la época.
Así, mientras Vermudo podía recomponer su maltrecha autoridad sobre el espacio leonés, Almanzor consiguió por su parte implicarse con mayor intensidad en los asuntos norteafricanos. Aprovechando esta ausencia de la frontera cristiana, el monarca leonés cometió un nuevo error y se negó a pagar el oneroso impuesto. Ese motivo fue uno de los que impulsaron la campaña del 997, la más dura, humillante y terrible de todas: la de Compostela.
Acompañado por algunos aliados cristianos, como Osorio Díaz y otros magnate gallegos, cruzó desde Coria a Viseo, atravesó Oporto, cruzó el Miño y arrasó Iria Flavia y Santiago, ciudad que ocupa el 10 de agosto del 997, saqueando la comarca a su placer y regresando a Córdoba por Ciudad Rodrigo no sin antes despedir con lujosos presentes a los condes leoneses. Cuentan Ibn Jaldun y Al-Makkari que de esta campaña retornó a Al-Andalus con las puertas de la basílica donde se custodiaban los restos del apóstol, que ordenó colocar en el techo de la mezquita aljama de Córdoba, al igual que las campanas, que sirvieron como lámparas en su nuevo destino.
Sampiro, la Crónica Silense, la Najerense y Rodrigo Jiménez de Rada están de acuerdo en recordar que Vermudo II pasó sus dos últimos años de vida preocupado en sanar las heridas abiertas en Compostela, reconstruyendo la sede de Santiago, restaurando León y otras plazas.
En Galicia, el rey tendrá noticia de otra campaña de Almanzor en la frontera. En esta oportunidad el objetivo fue Zamora y el momento el verano del 999. Volvía a la capital cuando se agravó su dolencia de gota, falleciendo en Villabuena (El Bierzo, León), el 4 de septiembre de 999. Contaba unos cuarenta y ocho años de edad. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de aquel lugar y pronto trasladado al cercano monasterio de Carracedo, fundado por Vermudo en el 990. Allí permaneció hasta su paso a San Juan Bautista de León, antes de ser recogidos sus restos por Fernando I y Sancha y depositados definitivamente en San Isidoro de León.
De sus dos matrimonios dejaba descendencia. Del primero, celebrado con Velasquita Ramírez, dama vinculada patrimonialmente a Galicia y Asturias, al menos una niña: Cristina Ramírez, que desposará con el infante Ordoño Ramírez, hijo del difunto Ramiro III, dejando numerosa prole de la que procederá buena parte de la nobleza asturiana y leonesa. De la segunda unión, con Elvira García de Castilla, hija del conde García Fernández, nacerán, al menos, Alfonso V y Teresa. De diversas damas, algunas de ellas de nombre conocido, tuvo el monarca gotoso a Ordoño Vermúdez, que llegará a ser mayordomo real con Alfonso V y Vermudo III, Elvira, Vermudo y Piniolo. Sus hijos y descendientes quedaron vinculados a Galicia formando parte de la primera nobleza de aquellas tierras.
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Margarita Torres Sevilla