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Rodrigo Jiménez de Rada

Biografía

Jiménez de Rada, Rodrigo. Rada (Navarra), c. 1170 – Río Ródano (Francia), 10.VI.1247. Arzobispo de Toledo, canciller, estadista, historiador, cronista, guerrero.

Nació en el castillo de Rada, hijo de una castellana, Eva de Finojosa, y de un navarro de ilustre estirpe, Jimeno Pérez de Rada. “Mater Navarra, Nutrix Castella”, como está escrito en el epitafio de su sepultura de Santa María de Huerta.

Murió en el Ródano, se cree que ahogado. Su enterramiento se encuentra en el monasterio de Santa María de Huerta.

Su abuelo paterno, Pedro Tizón, señor de Cadreita y Rada entre otros señoríos, luchó al lado de Alfonso el Batallador, rey de Navarra y Aragón. El padre, Jimeno Pérez de Rada, fue una figura principal en la Corte de Navarra entre los años 1200 y 1210. La madre era oriunda de Finojosa, un poblado cercano a Ágreda, y hermana de Martín de Finojosa, elevado a los altares, el cual fue el primer abad del monasterio de Santa María de Huerta (Soria).

Tuvo, que se sepa, por lo menos cinco hermanos: Guiomar, Pedro, Bartolomé, Miguel y María.

La familia tenía en el castillo de Rada el señorío, desde 1140 en que era señor Aznar Aznárez. En 1222 Bartolomé Ximénez de Rada, señor de Rada, lo puso en fidelidad al rey Sancho VII el Fuerte. Sito en la frontera con Aragón, es un montículo que domina el río Aragón y una amplia llanura, desde la que los señores de Rada ponían freno a los constantes ataques de los aragoneses, hasta que Martín de Peralta, jefe de los agramonteses, arrasó “las doce moradas de los hidalgos y las ocho de los pecheros, tras desmoronar los muros del castillo, y se dio la gozada de calcinar aquella tierra a fuego, salvándose solo el templo dedicado a San Nicolás”. Actualmente es un despoblado, donde tan sólo quedan unas pocas piedras y la iglesia de San Nicolás, recientemente restaurada.

Es de suponer que su tío le llevó a la Corte de Sancho VI el Sabio, donde conoció a Pedro de Artajona, que le formó y enseguida se le abrieron numerosas puertas, dado lo elevado de su carácter y juicio acertado, como escribe Juan Catalina García: “El insigne Don Rodrigo Jiménez de Rada, cuyo nombre como guerrero, como historiador, como legislador y como prelado es conocido, es el más insigne de cuantos constituyen la preclara serie de primados de España, hasta el gran Cardenal Jiménez de Cisneros”. Como era costumbre en la época, se fue a completar sus estudios a Bolonia y Francia alrededor de 1195.

Durante sus largos años de estudios aprendió numerosas lenguas; el vascuence, el romance o castellano, el francés, debido a sus estudios en Francia y a que también era la lengua que se utilizaba en la aristocracia y por supuesto el latín, lengua de estudio del derecho, tanto natural como el científico, el hebreo, para conocer y luchar en contra de la propaganda rabínica, el griego, que lo traducía y leía con facilidad.

Durante sus años de formación en Bolonia cursó estudios de Filosofía, Teología y Derecho de la Iglesia.

Una vez doctorado se trasladó a París, posiblemente influenciado por el obispo Pedro de Artajona, al que también se le llamaba de París, ampliando los estudios de Teología. No se sabe a ciencia cierta dónde se ordenó diácono, si en Bolonia, en París o si al volver a Navarra abrazó la vida religiosa (1205), aunque hay autores que opinan que ya se marchó de Navarra siendo diácono.

En 1201, el 24 de abril, escribió desde París una cédula testamentaria disponiendo que su cadáver se sepultara en Santa María de Huerta, al profesarle un cariño muy especial y que no revocó en sus cuarenta y seis años de vida que aún tuvo. Donó los señoríos de Bliecos, Boñices y Cántabos a Huerta, con la resistencia del obispo de Osma. El 3 de enero de 1235 donó su rica biblioteca, amplísima, de la que, a causa de la guerra y del robo, ha llegado muy mermada, tan sólo se conservan treinta y tres manuscritos, depositados en la Biblioteca de Soria. Apoyó y consolidó las obras iniciadas por su tío san Martín de Hinojosa.

El rey Sancho, debido al aprecio que tenía a su padre Jimeno Pérez de Rada, y, cómo no, a las amplias virtudes ya conocidas de sensatez y sabiduría, le encomendó negociar la paz con Alfonso VIII de Castilla, en 1207 los cuatro reyes cristianos de Castilla, León, Aragón y Navarra se reunieron y posteriormente en Guadalajara el 29 de octubre se firmó un tratado de paz entre Castilla y Navarra. A raíz de este suceso se ganó la simpatía del monarca de Castilla. El Rey pidió para él el Obispado de Osma, y posteriormente a finales de 1208 fue electo para el Arzobispado de Toledo. Desde entonces emprendió una actividad extraordinaria, intervino en litigios, batallas, asesoró a Reyes y Reinas, viajó a Roma en varias ocasiones, y tuvo tiempo para escribir la crónica más importante de su época.

En 1208 fundó en Palencia la primera Universidad española apoyado por Tello Téllez de Meneses, obispo de Palencia, bajo el directo auspicio de Rodrigo Jiménez de Rada, amante de la cultura y saber. Hicieron venir maestros desde la Galia e Italia, Bolonia y París, Universidades en las que Rodrigo había estudiado. Fue un gran impulso del saber y, a raíz de esta creación, Alfonso IX fundó la Universidad de Salamanca.

Fue elegido arzobispo de Toledo en 1208, según Gorosterrazu, aunque no es hasta el 27 de febrero de 1209 que el papa Inocencio III expidió y firmó una bula para confirmarlo como obispo de Toledo y no se consagró hasta la primavera de 1210, probablemente por Inocencio III. Desde ese momento y durante los cuarenta años que duró su mandato no cesó de engrandecer la ciudad de Toledo que denominaba como “urbs regia”, agregó a su Archidiócesis numerosas fincas, territorios y otras sedes, conforme las conquistaban de los infieles, llegando a duplicarla con la incorporación de Valencia.

Toledo daba cabida en aquella época a tres civilizaciones, la cristiana, la musulmana y la judía, con todas las mezclas posibles. La convivencia era pacífica y dotó a Toledo de una riqueza y prosperidad que se reflejaba en la población, ya que cuando llegaron las huestes para luchar en la batalla de las Navas de Tolosa, Toledo atendió y cubrió todas las necesidades de los más de cien mil guerreros que acudieron a la llamada de Inocencio III para la lucha por el cristianismo.

En el año de 1209 comenzó la construcción del palacio de los arzobispos de Toledo en Alcalá de Henares, que más adelante, en el siglo XIV lo embelleció el arzobispo Tenorio.

En 1210, el 10 de diciembre, Inocencio III despachó una bula a Jiménez de Rada y demás prelados de España, instándoles a que emprendieran la guerra contra los almohades, a no ser que tuvieran algún tipo de tregua.

En 1211 Inocencio III declaró a favor de Rodrigo la primacía de la Iglesia de Toledo. Erigió la colegiata en Talavera de la Reina y organizó su Cabildo, creando el Deanato, el Subdeanato, el Preceptorado y la Tesorería.

Puso la colegiata sujeta al arzobispo de Toledo y la obligó a que pagara un censo de 5 maravedís, un tributo pequeño pero dotado de gran solemnidad, que había de pagarlo en la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora.

Viajó a Roma para buscar ayuda para la cruzada. Hubo dos campañas, una en primavera y otra en verano. Tras recibir la bula, el rey Alfonso y su hijo Fernando formaron un ejército con los concejos de Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca y Uclés, y emprendieron un ataque junto con Pedro de Aragón. Atacaron Játiva. A raíz de estos ataques, el califa Abū ‘Abd Allāh Muűammad al-Nāşir pasó a Tarifa, dispuesto a emprender una gran campaña a los cristianos. Pasó por Sevilla, Córdoba y reunió grandes ejércitos, llegaron a la Península ciento veinte mil jinetes y trescientos mil peones. Llegando a la fortaleza de Salvatierra, centro neurálgico de actividad de los caballeros de Calatrava, desde la que los cristianos controlaban el reino del islam, impidiendo que subieran por Castilla. El asedio duró dos meses. Al-Nāşir cercó la fortaleza y la batió con cuarenta máquinas de asedio sin dar tregua a los quinientos caballeros que la defendían. Los defensores tuvieron que rendirse y refugiarse en Castilla. Era septiembre de 1211.

Tras la caída de Salvatierra, Rodrigo expresó claramente la necesidad de emprender una cruzada general, para lo que hizo un llamamiento a todos los prelados y gentes y, según el padre Mariana: “[...] Tan grande era el deseo de pelear con los enemigos de la religión cristiana, y en tan grado, que dicen se juntaron de las naciones extranjeras cien mil infantes y diez mil caballeros, gran número y que apenas se puede creer: la verdad ¿quién la podrá averiguar?”.

En octubre de 1211 murió en Madrid el hijo de Alfonso VIII, Fernando, y Rodrigo fue a enterrarlo, junto con su padre el Rey, al monasterio de Las Huelgas de Burgos. Jiménez de Rada emprendió camino hacia Roma para pedir el apoyo del Papa. Recorrió Italia, Francia y Alemania predicando la conveniencia de la cruzada contra el almohade. El papa Inocencio III exhortó a los obispos franceses a que fomentaran la lucha en la cruzada.

Alfonso VIII pidió la ayuda de los reyes de Aragón, León y Navarra y los ejércitos se reunieron en Toledo, capitaneados por el señor de Vizcaya, Diego López de Haro, Fernando, Álvaro y Gonzalo Núñez de Lara, y Rodrigo Díaz de los Cameros. Las órdenes militares también estaban presentes, con sus maestrantes; Rodrigo Díaz dirigía a Calatrava, Gómez Ramírez el Hospital y Pedro Arias a la cabeza de la Orden de Santiago.

Rodrigo Jiménez de Rada se encargó de aprovisionar al ejército, cien mil peones y diez mil caballeros, sin contar con los navarros. Llegaron muchos caballeros de Portugal, Francia con el arzobispo de Burdeos, Narbona y Nantes, Italia, bajo el mando del duque de Austria y, un poco más tarde, los alemanes. Los ultramontanos en total eran más de diez mil hombres a caballo y cien mil a pie, según escribe en la Crónica General.

El ejército cristiano estaba dividido en tres grupos: los cruzados de ultramonte capitaneados por Diego López de Haro, el ejército de Alfonso VIII, en retaguardia, acompañado por Jiménez de Rada con los Núñez de Lara, y el de los catalanes y aragoneses con Pedro II en el centro, con los obispos de Tarazona y Barcelona.

Alfonso VIII, sin esperar al consentimiento del Papa, fijó el ataque a los almohades para la segunda parte de la primavera. Para la octava de Pentecostés debían estar todos reunidos en Toledo. Rodrigo relata la recepción solemne al rey de Aragón el día de la Santísima Trinidad, y el 3 de junio se recibió al grueso de las tropas francesas, capitaneadas por el arzobispo de Narbona, Arnaldo.

La primera victoria se dio en Malagón, fortaleza musulmana tomada por los ultramontanos. En seguida los ultramontanos abandonaron la empresa, ya que estaban acostumbrados al saqueo de las fortalezas tomadas y esta empresa se quiso llevar según las ideas que había emprendido el Cid, de respetar a los moros que se rindiesen. Luego vino la conquista de Alarcos y otros fuertes de los moros, limpiando el terreno conquistado.

Al intentar cruzar el paso de Losa en Despeñaperros, el ejército cristiano se dio cuenta de que al-Nāşir había tomado todos los accesos y pasos para atravesar el desfiladero. En un Consejo de Guerra relatado por Rodrigo se planteó la retirada pero Alfonso el Noble hizo hincapié en el ataque y se encomendó a Dios. Rodrigo sigue con su crónica y cuenta cómo un pastor “enviado de Dios” les indicó un paso a escondidas del enemigo desde el que podían atacar a los musulmanes. Actualmente este paso se llama Puerto del Rey. Desde la llegada de los ejércitos hasta que el 16 de julio de 1212, la fecha que se da la batalla de las Navas de Tolosa (Jaén), Rodrigo está al lado de Alfonso VIII codo con codo como consta en una conversación que ha llegado: “‒Arzobispo, yo e vos aquí muramos.

‒No quiera Dios que vos aquí murieses, mas el día de hoy venceréis a nuestros enemigos”.

El ejército árabe era impresionante. Rodrigo cuenta que había ochenta mil caballeros y doscientos cincuenta mil peones. Durante tres días previos a la batalla, los árabes hicieron ostentación de su poderío, plantaron en medio de su campamento una gran tienda roja. Decían de Rodrigo que para elevar los ánimos alentaba a las tropas, y recorría el campamento, con su canónigo Domingo Pascual que portaba una cruz o cofalón, con una mano con el índice extendido, señalando quizá dónde es necesaria la ayuda, cuentan las crónicas que en un momento dado el caballo del canónigo se desbocó y cruzó las líneas enemigas a galope tendido, portando la cruz o pendón sin que nadie le hiciera ningún daño. El pendón se encuentra custodiado en la parroquia de Vilches y está descrito por Jimena en los Anales de Jaén. Desde entonces se le encomendaron otras cruzadas contra Cáceres y Requena.

En 1213 fortificó Milagros y la defendió contra los moros. En 1214 fue don Enrique I quien le confirmó la Puebla y el Castillo de Milagros para su defensa contra el moro, el 18 de diciembre lo tituló Hispanorum Primas.

Rodrigo firmó el 27 de septiembre en Arévalo una donación real a favor de los hospitalarios de San Juan.

En la muerte de Alfonso el Noble (Gutierremuñoz, 1214), el arzobispo estaba presente y el Rey murió en sus brazos. “¡Con él se enterró la gloria de Castilla!”, exclamó Rodrigo.

En 1215 asistió al Concilio de Letrán, bajo la presidencia de papa Inocencio III. Esta asistencia ha sido muy cuestionada y puesta en duda, hasta el descubrimiento de Luchaire, historiador del pontificado de Inocencio III, de un manuscrito de la Biblioteca Cantonal, con una lista de los padres que asistieron al Sínodo. En el apartado VII se encuentran agrupados todos los que pertenecían a la Península, no por sus nombres, sino por sus obispados. Defendió la primacía de la Iglesia de Toledo frente a los arzobispos Bracarense, Compostelano y Tarraconense y Narbonense, probando que el arzobispo de Toledo era el Primado de las Españas. Según lo publicado en 1547 por el docto Blas Ortiz, Rodrigo asistió y participó de forma activa pronunciando un discurso en diferentes lenguas.

En 1217 volvió a viajar a Roma para la cuestión de la Primacía. El 8 de febrero el papa Honorio III escribió un breve en el que se confirmaban todas las donaciones para el Arzobispado de Toledo, que adquirió a raíz de las Navas de Tolosa, como son Bilches, Baños, Tolosa, Alarcos, Caracuel, Benavente, etc., y el día 9 confirmó por medio de una bula una serie de fincas y posesiones en Alcaraz, y otras posesiones, lo que incrementó el patrimonio de su querida Toledo.

En 1218 Honorio III concedió a don Rodrigo que, cuando la Iglesia de Sevilla saliera del poder del infiel, dependiera de Toledo, y mandó a Rodrigo y los obispos de Palencia y Burgos para que expulsasen a los rebeldes a San Fernando o los excomulgaran.

Don Rodrigo medió en la boda de Jaime el Conquistador, que tenía doce años, con la hija pequeña de Alfonso VIII. Este enlace fue anulado ocho años después alegando el incesto, ya que ambos eran biznietos de Alfonso VII de Castilla. En esta anulación votó don Rodrigo Jiménez de Rada a favor.

Durante el año 1223 don Rodrigo concedió numerosos fueros a distintas poblaciones que le pertenecían, en especial cabe citar el 27 de enero el fuero remitido a Talamanca y sus aldeas, villa de especial afecto para don Rodrigo, eximiendo de contribuciones a los que no llegaban a cierta renta (veinte morabetinos) y a los que se enrolaran en el ejército del Rey.

En esta misma época tradujo al romance los fueros de Alcalá de Henares.

En 1224 colaboró con las expediciones del rey Fernando III el Santo. Don Rodrigo promovió una nueva cruzada contra los moros en Valencia, sitió Requena el 29 de septiembre de 1219, pero debido al frío y falta de hombres tuvo que levantar el sitio con una pérdida de dos mil hombres. Fue a recibir a Juan de Briena, el rey de Acre y futuro emperador de Constantinopla, a Burgos, se celebró el matrimonio con doña Berenguela, la hermana de san Fernando y peregrinaron juntos a Santiago de Compostela.

En 1226, y después de la toma del Castillo Capella en verano, junto con Fernando III, puso los cimientos de la catedral de Toledo, “debaxo de la cual echaron medallas de oro y plata conforme a la costumbre antigua de los Romanos”, que era una antigua mezquita, transformada en iglesia, la cual estaba muy vieja y amenazaba ruina. Desde 1220 Jiménez de Rada tenía en mente la demolición de la vieja mezquita y la creación de una gran catedral, el templo más grande y majestuoso de todo el orbe católico para ensalzar la gloria de Dios, con diferentes capillas, a la Trinidad, a la Aparición, la Pasión, la Resurrección, la Ascensión, el Espíritu Santo, la Bienaventurada Virgen, San Idelfonso, San Juan Bautista, todos los patriarcas y profetas, apóstoles y evangelistas, mártires, confesores, y todas las vírgenes. El papa Honorio III le escribió una carta, en 1222, en la que le alentaba, e instaba a las iglesias sometidas a su diócesis a que le ayudasen en sus necesidades y autorizó a don Rodrigo a invertir la tercera parte de los réditos de fábrica, durante cuatro años. La planta de grandes dimensiones, dividida en cinco naves, ciento doce metros de largo por cincuenta y seis de ancho y ochenta y ocho columnas.

Se cree que fue el mismo don Rodrigo el que trazó la planta y diseñó la esbeltez del templo, junto con el maestro Pedro Pérez. Para el año 1243, fecha en la que don Rodrigo terminó su Historia de España, escribía en la misma que se llenaba de admiración por la rapidez con que la fábrica se levantaba, aunque por problemas posteriores no se cerró la bóveda central hasta fines del siglo XV. Don Rodrigo costeaba directamente gran parte de los gastos y dispendias de sus propias arcas.

Aparte de esta catedral, don Rodrigo se embarcó en otros proyectos arquitectónicos, como las mejoras llevadas a cabo en su querida Santa María de Huerta, la construcción del palacio de Alcalá de Henares, el templo gótico de Fitero, la colegiata de Talavera de la Reina y muchas más iglesias en distintos pueblos reconquistados a los moros.

El 1228 doña Berenguela le restituyó Covarrubias.

A la muerte de Alonso IX de León, en 1230, el rey Fernando el Santo incorporó León a Castilla, en lo que don Rodrigo medió de una forma activa.

El papa Gregorio IX redactó un breve (1231) por la que concedía indulgencias a los que bajo las órdenes de san Fernando o de Rodrigo hicieran la guerra al moro.

En 1243 terminó su obra De Rebus Hispanae, sin incluir la conquista de Murcia.

En 1235 viajó a Roma para conferenciar con Gregorio IX, volviendo en 1240. Asistió al Concilio Lugdunense en 1245. En 1246 san Fernando lo nombró canciller mayor de León y Castilla.

En el año 1236 comenzó a tener problemas con los racioneros de la catedral de Toledo, que le acusaban de dilapidador y malversador de las rentas de la Iglesia.

Don Rodrigo emitió dos decretos por los cuales se dotaba a Toledo de veinte capellanes. Para pagar los sueldos a estos capellanes, Jiménez de Rada dio al Cabildo de Toledo, Villaumbrales, Yepes, Cabañas, Val de Salices con todos sus viñedos, etc. En otro decreto elevó el número de racioneros de treinta a cincuenta, para incrementar el crecimiento de la diócesis y les redujo el sueldo.

Durante los años 1237 y 1240 estuvo viajando a Portugal y Navarra. Gregorio IX le escribió a don Rodrigo el 29 de abril de 1237 la bula Lacrymabilem en la que le instaba a reprender y controlar al rey Sancho II de Portugal y a Fernando de Serpa, su hermano.

Estos hermanos habían emprendido un camino de persecución a todo tipo de enemigos, clero y obispos, despojándoles de los bienes, sobre todo al deán de Lisboa don Juan. La autoridad de don Rodrigo junto con la del obispo de Palencia, parece que apaciguaron la persecución de la Iglesia, el rey Sancho se desterró en Toledo, subió al trono el infante don Alfonso, conde de Bolonia, y Fernando de Serpa fue a Roma a pedir clemencia y le prometió vasallaje y fidelidad.

Asimismo tuvo que solucionar un problema en la elección del obispo de Navarra junto con el obispo de Tarragona.

Fue excomulgado por el Concilio de Tarragona en 1240, ya que al volver de Roma en donde el Papa le había concedido numerosas bulas y con la autoridad más incrementada si cabe, por el reino de Aragón “permitió llevar ante sí su guión, utilizar el palio y conceder indulgencias”. El arzobispo de Tarragona, Pedro Albalat, con los obispos de Barcelona, Lérida, Tortosa, Huesca y los electos de Zaragoza y Valencia. Don Rodrigo alzó su voz ante el Papa y éste emitió una bula el 16 de abril en la que reprobaba severamente la actuación de los participantes en este Concilio. Éste no fue el único litigio con el arzobispo de Tarragona, pues se planteó un pleito sobre si Valencia estaba bajo el poder de Toledo, ya que durante los godos era de Toledo y contaba con el privilegio del Papa para ordenar las diócesis reconquistadas. El Tribunal se constituyó en Tudela y se acordó que el 7 de enero de 1240 se juntarían las dos comisiones creadas, de Castilla y de Aragón con los documentos encontrados y los testigos oportunos. Se le dio la razón a don Rodrigo y Valencia pasó a ser parte del Arzobispado de Toledo.

Fue protector de las Órdenes de Santo Domingo y San Francisco, aunque de forma especial de los dominicos, ya que conoció y trató personalmente en numerosas ocasiones a santo Domingo, como, por ejemplo, en el Concilio de Letrán, y estuvo en la fundación del convento de Santo Domingo el Real en Madrid. El 15 de noviembre de 1219, recibió la bula de Honorio III, en la que incitaba a la aceptación de la Orden.

También tuvo muy buena relación con las órdenes militares; de la Orden de Santiago decía que era la espada de la justicia, los defensores de la fe. De la Orden de Calatrava opinaba que ejercitaban ardua disciplina, tenían parco alimento y vestían áspera lana, refiriéndose sin duda a la austeridad que les rodeaba.

El maestre de la Orden de Alcántara, García Sánchez, era primo de don Rodrigo, y también le unía un gran afecto con esta Orden. Don Rodrigo creó en Toledo una Orden de Caballeros de Nuestra Señora del Rosario, hacia el año 1221, bajo la regla de Santo Domingo, en la que los caballeros estaban obligados a rezar todos lo días el Rosario.

Don Rodrigo, como gran político que fue, organizó el Real Consejo de Castilla, con plena autoridad jurídica.

Cronista incansable de su época, entre sus obras destaca De Rebus Hispanae (La Historia Gothica), que es una crónica de la historia de España encargada por el rey Fernando el Santo, concluida en 1243, y abarca desde la ocupación romana hasta la batalla de las Navas de Tolosa, una de las mejores crónicas de la época.

En 1244 don Rodrigo pidió al obispo de Osma, Pedro Peñafiel, que volviera a ratificar al monasterio de Huerta la exención de los diezmos y el pago de tributos.

El obispo Peñafiel había entablado un pleito con el monasterio de Huerta para reestablecer los diezmos y los tributos de los que estaba exento por las negociaciones llevadas a cabo con anterioridad con los obispos anteriores, don Rodrigo con Ramírez de Piédrola, y ratificadas por don Juan Domínguez. Pedro Peñafiel afirmó que hacía esta concesión gracias a las súplicas de don Rodrigo.

Estando en Lyon en junio de 1247 conferenciando con el papa Inocencio IV, le informaron de que el rey Fernando se disponía a sitiar Sevilla y pese a lo avanzado de su edad (setenta y tantos años), no dudó un momento en embarcar en una nave y llegar a Nimes, y, como está escrito en su tumba, “in Rhodano moritur”, se ahogó en el Ródano el 10 de junio de 1247.

Santa María de Fitero reclamó su cuerpo, pero debido a la cédula testamentaria estipulada con anterioridad, los testamentarios, los arcedianos Bugo y Gil Sánchez trasladaron el cadáver a Santa María de Huerta. Don Rodrigo había favorecido también mucho al monasterio navarro donándole casi toda su herencia paterna y edificando “el templo e iglesia tan suntuosa [...] y nos impetró de Roma indulgencia a todos los que la visitasen [...]”. Hizo construir una sepultura en la cabecera de la iglesia, con seis leones de piedra sosteniendo una escultura de un obispo yacente, con cuatro ángeles y cuatro monjes orando. “[...] pero no se sepultó aquí porque como murió fuera de España [...] trajeronlo sus criados al Monasterio de Huerta la Real [...] como era de paso para ir a Fitero, nos lo cogieron [...]”.

En la década de 1950, se exigieron por parte de Toledo los restos de don Rodrigo. La tumba de este gran hombre ha sido abierta en varias ocasiones, siendo la última el 27 de marzo de 1968. A la apertura del enterramiento se halló la momia momificada e incorrupta. Tenía prendido de su pecho el testamento en pergamino. Vestida con sus ropas episcopales de una singular importancia, al ser ejemplares completos de las vestiduras del siglo XIII, que según el marqués de Cerralbo podrían ser regalo del emir de Granada o un regalo de san Fernando. La vestimenta consta de un sudario de sirgo blanco, un cíngulo de seda, dalmática, estola, alba, una casulla de inmensurable valor con dibujos y caracteres muslimes, sobrepelliz, una mitra, el palio, tunicela, los guantes de punto en seda azul, tibialia (medias) en los pies y sandalias, y un bolsón o alforja. Lo volvieron a vestir con una cogulla cisterciense. Después de una laboriosa y larga restauración acometida por el Centro de Restauración actualmente del Patrimonio Histórico, pero en aquella época denominado Instituto de Restauración y Conservación de Obras de Arte, se encuentran expuestas en el monasterio de Santa María de Huerta. Entre las pertenencias de don Rodrigo está el bolsón o alforja que utilizaba para sus viajes ricamente bordada con escudos familiares, la cruz flordelisada, que él adoptó como escudo y corona el pendón utilizado en las Navas, y el lema que figura como orla “Ave Maria Gracia Plena Dominus Tecum”.

 

Obras de ~: Exposición sobre el Antiguo y Nuevo Testamento, s. f. (estuvo conservada con cadenas de oro hasta el siglo xvi en Osma); Anales de Roncesvalles, s. f. (atribs. a don Rodrigo por el padre Enrique Flórez); De Rebus Hispanae (La Historia Gothica), 1243; Honnorum, Vandalorum, Suevorum, Alanorum et Siligorum Historia, s. f.; Ostrogothorum Historia, s. f.; Historia Romanorum, s. f.; Epistola Alfonsi octavi, s. f.; Historia Arabum, s. f.; Breviarium Eclesiae Catholicae (Universidad de Madrid, ms.); Códice de la Historia, s. f.; Los fueros de Alcalá, Brihuega y Cazorla, s. f.; Chronica del Santo Rey Fernando, s. f. (Biblioteca Nacional de España).

 

Bibl.: J. Amador de los Ríos y J. de D. de la Rada y Delgado, Historia de la Villa y Corte de Madrid, Madrid, Est. Tipográfico de J. Ferrá de Mena, 1860-1864, 4 vols., vol. IV por J. Amador de los Ríos y Cayetano Rossell (ed. facs., Sestao, Amigos del Libro, 2003); J. Catalina García (ed. y pról.), El Fuero de Brihuega, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1887; M. de Cerralbo, Del hogar castellano: estudios históricos y arqueológicos, Madrid, Biblioteca Patria, 1910-1920; J. Gorosterrazu, Don Rodrigo Jiménez de Rada, gran estadista, escritor y prelado: estudio documentado de su vida, de los cuarenta años de su Primacía en la Iglesia de España y de su Cancillería en Castilla, Pamplona, Imprenta y Librería de la Viuda de T. Bescansa, 1925; M. Ballesteros Gaibrois, Don Rodrigo Jiménez de Rada, Barcelona, Editorial Labor, 1936; A. Xavier, Rodrigo Jiménez de Rada: estadista y artífice, siglo xiii, Barcelona, Editorial Casals, 1989; I. G. Bango Torviso (dir.), Monjes y monasterios: el Cister en el medievo de Castilla y León (Monasterio de Santa María de Huerta, Soria, julio-octubre), Valladolid, Junta Castilla y León, 1998.

 

Francisco J. Pérez de Rada y Díaz Rubín

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