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Luis de Carvajal

Biografía

Carvajal, Luis de. ¿Baeza? (Jaén), c. 1500 – ¿Úbeda? (Jaén), IX.1552. Religioso franciscano (OFM), gran orador, predicador imperial de Carlos V, teólogo de Trento.

A pesar de la fama de que gozó en vida y su catego­ría social, los datos de su biografía, de los que se tiene noticia, son más bien escasos y fragmentarios. Pero se sabe que era andaluz, Baeticus, dice él, y posiblemente de la noble familia de Carvajal Osorio, como aparece en la Approbatio de la segunda edición de su obra De restituta Theologia. La villa señorial de esta familia era Jódar (Jaén), pero Luis de Carvajal no indica el lugar de su nacimiento, ni tampoco la fecha, que se calcula hacia el año 1500. El padre Estrada y otros cronistas franciscanos creen que nació en Jerez de la Frontera, de cuyo convento fue guardián.

Si se ha de creer a su compañero, el también fran­ciscano fray Alfonso de Castro, recibió el hábito de la Orden en el convento de San Francisco de Salamanca, en cuya universidad, al parecer, estaba cursando estu­dios. Siendo esto así, lo más probable es que ingresara en la provincia de Santiago, a la que pertenecía el so­bredicho convento, pero es el caso que, una vez emi­tida la profesión religiosa, acude a Alcalá de Henares, en cuyo Colegio de San Pedro y San Pablo ingresa como perteneciente a la provincia franciscana de An­dalucía, a la que estuvo incorporado todo el resto de su vida. Ángel Uribe dice que “fue Lector de Teolo­gía en San Diego de Alcalá” y “Colegial en 1536”, dato este último que probablemente sea un error de transcripción o de imprenta, pues resulta imposible de compaginar con otras fechas ciertas de su biogra­fía. Estudió también en las Universidades de París y Lovaina, como lo atestigua él mismo en su Apología, y terminó los estudios probablemente en 1528.

Regresado a su provincia franciscana de Andalucía, su residencia fue el convento de San Francisco Casa Grande de Sevilla, donde ejerció, según parece, el mi­nisterio de la enseñanza de Teología. Allí aparece fir­mando la dedicatoria de su obra Declamatio a Juan Alfonso Gothmano, el 13 de diciembre de 1533.

El papa Clemente VII, mediante un breve de 1 de agosto de 1527, dirigido al inquisidor general de las Españas, Alonso Manrique de Lara, obispo que había sido de Córdoba, y ahora arzobispo de Sevilla, había ordenado imponer silencio a quienes impugnaran las doctrinas de Erasmo, a menos que se tratara de errores coincidentes con las doctrinas luteranas, por lo que el dicho arzobispo prohibió cualquier escrito contra el de Róterdam. Sin embargo, fray Luis de Carvajal escribió su Apología, para rebatir las invectivas y ca­lumnias de Erasmo vertidas contra los religiosos y el monacato en general, y la dicha Apología apareció el año 1528 en Salamanca y en París, pero sin constar en el libro impreso el nombre del autor, ni el lugar de la impresión, ni tampoco el nombre del impresor, para no atraer sobre él las iras del inquisidor general. En 1529 se editó nuevamente en París y Amberes. En la Apología, Carvajal defiende ya no sólo a los re­ligiosos, sino la ortodoxia que en la Iglesia representa el monacato. Los amigos de Erasmo le remitieron el impreso, rogándole que respondiera al osado autor de la Apología. Así lo hizo el de Róterdam, no tanto por el ruego de sus amigos, cuanto por el impacto que en él hicieron los sólidos e irrebatibles argumentos del franciscano español, acusando el golpe el holandés en un escrito que lleva por título Erasmi responsio adversus febricitantis cuiusdam libellum, lleno de insultos gratuitos; ya en el mismo título del escrito se adivina lo que vendrá después en el texto, si bien el escrito del fraile español tampoco era suave con su oponente, lanzando sus andanadas contra su adversario con más o menos delicadeza, pues en aquel entonces era mo­neda bastante corriente en ese tipo de diatribas. No se amilanó el franciscano español por las andanadas del irritado y endiosado escritor holandés, sino que repi­tió el ataque más incisivo, si cabe, con más contun­dencia mediante otro nuevo libro, Dulcoratio (1530), impreso también sin nombre del tipógrafo ni del lu­gar de impresión, pero sí constaba el nombre del au­tor, que de nuevo llenó de furor, como era de esperar, a Erasmo de Róterdam. De igual modo, los incon­dicionales de éste le remitieron un ejemplar, acompañado del mismo ruego de que contraatacara. No hacía falta tal ruego, pues su lectura hizo salir de sus casillas al holandés, acerando, si cabe, esta vez más su pluma contra su oponente en un nuevo escrito (amén de lo mucho que dejaba traslucir por entonces so­bre el particular en algunas de sus cartas escritas a sus amigos e incondicionales admiradores) titulado Pan­talabus seu adversus febricitantem, lleno de rabia por no poder identificar al tipógrafo, contra el que dirige su artillería pesada y pide, una y otra vez, que se le castigue con la cárcel y azotes a él y al autor del es­crito, que, aunque aparece claramente en el impreso, Erasmo supone que es un seudónimo, un nombre falso, y que fictis nominibus rem geri nec franciscanum esse immo nec christianum quidem sed iudaeum. Tales anatemas y deseos de venganza del holandés contra el autor, vertidos en estos escritos, que tanto le habían irritado (por algo sería), no surtieron efecto durante la vida del franciscano, pero después de su muerte fue prohibida la Dulcoratio, y así aparece en los índices de libros prohibidos en el año 1554, editados en Venecia y Milán; también se condena la obra en el índice del inquisidor Quiroga, en el de Sixto V del año 1590 y en el de Clemente VIII.

En las Juntas de Valladolid, reunidas en 1527 a ins­tancia del emperador Carlos V para esclarecer las doc­trinas erasmianas, también se debatieron otras cues­tiones entonces candentes, tales como la licitud de la conquista del Nuevo Mundo por parte de España, especialmente contra los escritos del famoso cronista, y capellán de Carlos V, Juan Ginés de Sepúlveda. Éste invoca en varias ocasiones y se escuda en la autoridad científica y peso moral de fray Luis de Carvajal y de otros autores en apoyo de sus tesis.

Si tal fue la reacción amenazante del holandés a sus escritos, éstos también le concitaron a Luis de Car­vajal en la propia ciudad de su residencia, Sevilla, la enemiga del arzobispo, cardenal e inquisidor general de las Españas, Alonso Manrique de Lara, fervoroso erasmista, quien patentizó de diversos modos su ma­lestar por ello, y, si no llegó a lanzar abiertamente su condenación contra los escritos de fray Luis de Car­vajal, fue sin duda debido a la actitud de las referidas juntas celebradas por aquel entonces en Valladolid, para el examen de las obras de Erasmo, Juntas que se manifestaron enteramente contrarias a no pocas de las doctrinas del de Róterdam. Pero las relaciones en­tre el arzobispo y el convento o, más concretamente, fray Luis de Carvajal, y de rechazo con el convento, se iban haciendo tensas. Ésta pudo ser la razón por la que los superiores, para evitar posibles roces futuros de la comunidad con el arzobispo, lo eligieran guar­dián del convento de Jerez de la Frontera (ascendatur ut removeatur), aprovechando, además, la circuns­tancia del Capítulo Provincial celebrado en Baeza en 1532, y trasladaran al inteligente y bien preparado doctor fray Luis de Carvajal a una ciudad, como Je­rez, entonces de escasa entidad, en la que las dotes intelectuales y el prestigio de su inteligencia no po­dían brillar ni ser aprovechadas por los demás como lo eran en una ciudad cosmopolita, cual lo era por aquel entonces Sevilla. Sin embargo, lux in tenebris lucet, y esa valía y dotes personales de fray Luis de Carvajal no por ello se eclipsaron, ni fueron conde­nadas al ostracismo, sino que se manifestaron en todo su valer en las actuaciones en las que, como prelado del convento, tuvo que intervenir. Así, entre otras, participó como protagonista no mucho después (año 1534) en la creación de la cofradía de la Inmaculada Concepción por el cabildo, regimiento y justicia de la dicha ciudad de Jerez en una capilla que se edifi­caría posteriormente en la iglesia del convento fran­ciscano del que él era guardián; sorprendentemente recibió ahora por escrito los parabienes del sobredi­cho arzobispo, con el que no mucho antes estaba en cierto modo enfrentado. Un año antes había dado a la imprenta uno de sus hermosos opúsculos, Declamatio, de contenido doctrinal y al propio tiempo apologético sobre la Inmaculada Concepción, cuya composición había culminado en la tranquilidad del convento de Jerez.

En febrero de 1531, Enrique VIII de Inglaterra rompía con la Iglesia católica por no asentir ésta a sus de­seos de declarar nulo su matrimonio con Catalina de Aragón. Carvajal compuso entonces un escrito, que dejó inédito, en favor de la dicha validez, titulado De vero matrimonio, fechado el 12 de marzo de 1531, que se conserva en el Museo Británico. No se sabe si lo escribió por propia iniciativa o a petición ajena, pero el hecho de conservarse en el Museo Británico, sin ser un argumento apodíctico, hace más probable lo segundo.

En 1541 asistió al Capítulo General celebrado en Mantua el 5 de junio de ese año, pero se desconoce en calidad de qué; tal vez en atención a su prestigio y valía como asesor para algunos temas o asuntos que se tratarían en él, aunque más probablemente por ser ya entonces definidor general de la Orden, según dice el padre Moles. A la ida o a la vuelta pasó por París, donde se detuvo algún tiempo, poco ciertamente, lo cual consta por el Prefacio que Jaume Dumontier, ministro provincial franciscano de Francia, escribió para la nueva edición de la obra de fray Luis Declama­tio, que se imprimía en París (1541), pero añadiendo al final de la obra la Dilutio quindecim argumentorum quae adversus praefatam declamationem quidam eidem Ludovico Parisiis obiecit, escrita ésta probablemente por Bartolomé Spina, maestro del sacro palacio.

En dicho Capítulo fue elegido Carvajal visitador ge­neral para la Provincia de San Gabriel, y presidente del correspondiente Capítulo Provincial que tuvo lugar en el convento de Nuestra Señora de la Espe­ranza en Villanueva del Fresno (Badajoz) el 5 de oc­tubre de 1541, con asistencia del futuro san Pedro de Alcántara. Un nuevo viaje debió de iniciar Luis de Carvajal, esta vez a Alemania, y quizá como predica­dor imperial; así se desprende del prefacio, fechado en Colonia en el mes de junio de 1545, a su obra más importante, De restituta Theologia, y lo confirma, además, el nuncio apostólico, Verallo, en carta (1 de septiembre de 1546) a los legados del concilio, reco­mendando grandemente como teólogo y predicador de Su Majestad cesárea a Luis de Carvajal, portador de la carta. Carta que además viene a indicar en qué tiempo se dirigió su portador al referido Concilio de Trento, y que no partió directamente de España, sino desde Alemania, o al menos que pasó por ella antes de recalar en la ciudad del concilio. Más aún, esa carta viene a demostrar, según Oromí, que en contra de lo que se venía aseverando acerca de la importancia de Carvajal en las discusiones en el concilio sobre el tema de la Inmaculada Concepción, en realidad éste parece que no intervino ni poco ni mucho en ellas por la sen­cilla razón de que cuando llegó a Trento hacía ya va­rios meses que las tales discusiones habían concluido. Sin duda su obra Declamatio, calificada entre las me­jores, si no la mejor, de las producidas por entonces sobre el tema de la Inmaculada, creída o considerada por muchos como una síntesis de sus alocuciones o doctrina expuesta y mantenida en el referido concilio, es el origen de este error.

Carvajal llegó probablemente a Trento a finales de septiembre. Aparece por vez primera en las actas el 26 de octubre de 1546, y además participó por lo menos en la sexta sesión (13 de enero de 1547) so­bre la justificación y sobre los sacramentos en general (27 de enero de 1547), y asimismo, sobre la eucaris­tía (16 de febrero de 1547); intervino también en la séptima sesión (3 de marzo de1547), que versó igual­mente sobre los sacramentos en general y sobre el sa­cramento del bautismo y la confirmación; finalmente pronunció un importante y profundo sermón a los padres conciliares (6 de marzo de 1547). Se desco­noce si Carvajal votó en favor o en contra del traslado del concilio a Bolonia a causa de la peste aparecida en Trento, lo que sí se sabe es que permaneció en Trento hasta el traslado del concilio a la ciudad de Bolonia, adonde pasó también él, mas parece que ya no tomó parte en las discusiones conciliares.

Aquí, en Bolonia, el ministro general de la Orden franciscana le encomienda la misión de visitar la Pro­vincia franciscana de Flandes o de la Alemania infe­rior como representante del dicho ministro general, y de presidir el correspondiente Capítulo Provincial, que tuvo lugar en la ciudad de Malinas el 20 de mayo de 1548. Aprovechando esa circunstancia preparó la segunda edición de su obra De Restituta Theolo­gia, que publicó junto con su alocución dirigida al Concilio.

El cuarto domingo de Cuaresma del año 1548 (25 de marzo) tuvo lugar el Capítulo Provincial de la Provincia de Andalucía en el convento de San Fran­cisco, Casa Grande de Sevilla, bajo la presidencia del ministro general de la Orden, fray Andrés Insulano. En él fue elegido guardián del dicho convento de San Francisco de Sevilla fray Luis de Carvajal, pero no se sabe si se encontraba todavía en Flandes, dada la cercanía de fechas de uno a otro Capítulo. Finalmente, en el Capítulo celebrado el 22 de enero de 1551 en el convento de la Madre de Dios de Osuna, presidido por el mismo ministro general, fray Andrés Insulano, fue elegido fray Luis de Carvajal ministro provincial de su Provincia de Andalucía, pero no llegó a culmi­nar su mandato, pues falleció a finales de septiembre de 1552 en la villa de Jódar (Jaén).

Entre las obras de fray Luis de Carvajal sobresale con mucho la titulada De Restituta Theologia, que dio a su autor renombre de carácter internacional y en la que se manifiesta la categoría intelectual y la formación teológica y humanística de su autor. Con ella intenta, como indica el título y lo repite en el cuerpo de la obra, restituir, devolver la Teología a sus antiguas fuentes primigenias, y restablecer a ésta en su antigua grandeza, para presentarla ante el mundo culto de un modo atractivo por su fondo o contenido y por la forma o expresión, mediante la ayuda de las letras humanas (ahora restablecidas a su prístino es­plendor), pues ésta, la Teología, había llegado, especialmente en los siglos XIV y XV, a una gran postración tanto en uno como en otro aspecto, por lo que era menospreciada por los humanistas. En la dicha obra, Carvajal se declara y actúa libre de todo dogmatismo de escuela, sintiéndose sólo esclavo de la verdad. Para ello prescinde de abstrusas disquisiciones escolásticas, que se pierden en puras teorías y formulismos. Su me­todología teológica se basa en las Sagradas Escrituras, que son la fuente de la inspiración divina, y en la Igle­sia que las interpreta con autoridad mediante los con­cilios principalmente y el magisterio ordinario. Fue esta obra de Carvajal la primera en poner los cimien­tos, mostrar el método e indicar los caminos para exponer la Teología años antes de que el dominico Melchor Cano escribiera su De locis Theologicis libri duodecim (Salmanticae ,1563) con idénticos o simila­res fines, teniendo, sin embargo, éste sobre el francis­cano, en cuanto a la fama y difusión de sus teorías, la ventaja de regentar una cátedra en una tan prestigiosa universidad como la de Salamanca. Sin embargo, fue grande el eco que tuvo y la admiración que despertó por su importancia esta obra de Carvajal, que llamó la atención en todos los centros de estudio superiores y Universidades de Europa, y de ahí también el coro de sus admiradores y personalidades que alabaron esta obra, desde sus contemporáneos hasta nuestros días, pasando por Menéndez Pelayo.

 

Obras de ~: Apologia monasticae religionis diluens nugas Erasmi, Salmantica y Parisiis, 1528 (Parisiis y Antwerpiae, 1529); Dulcoratio amarulentiarum Erasmicae responsionis ad Apologiam Fratris Ludovici Carvajali ab eodem Ludovico aedita, Parisiis, apud S. Colinaeum, 1530; F. Ludovicus Carvaialas, de vero matrimonio regum Angliae, el 12 de marzo de 1531, en el Museo Británico, ms. Add. 28.583, 70100; Declamatio expostulatoria pro Immaculata Conceptione Genitricis Dei Ma­riae, Hispalis, 1533; Ludovici Carvaiali Baethici De restituta Theologia Liber unus. Opus recens aeditus in quo lector videbis Theologiam a Sophistica et barbarie magna industria repurga­tam, Coloniae, ex officina Melchioris Novesiani, anno 1545.

 

Bibl.: J. B. Moles, Memorial de la provincia de S. Ga­briel, Madrid, Pedro de Madrigal, 1592, fols. 241v.-242 (ed. facs., Madrid, Editorial Cisneros, 1984); D. Erasmo, Opera Omnia, vol. X, Leyden, J. Clericus, 1706, págs. 2-3; A. Alonso Getino, El Maestro F. Francisco de Vitoria y el Renacimiento filosófico-teológico del siglo XVI, Madrid, Tipogra­fía de La Revista de Archivos, 1913, págs. 57-75; A. Ortega Pérez, “Las casas de Estudios en la Provincia de Andalucía”, en Archivo Ibero Americano (AIA), 4 (1915), págs. 178-224; M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españo­les, vol. IV, Madrid, Suárez, 1928, pág. 54; D. Erasmo, Opus Epistolarum, vols. VIII-IX, Oxford, Allen, 1934 y 1938; M. Bataillon, Erasme et l’Espagne, Paris, Libraerie E. Droz, 1937; P. Sagüés, “Doctrina de Immaculata B.V. Mariae Con­ceptione apud P. Ludovicum de Carvajal (+1552)”, en Anto­nianum, 18 (1943), págs. 141-162 y 245-270; B. Oromí, “Los franciscanos españoles en el concilio de Trento”, en Verdad y Vida (VV), 3 (1945), págs. 682-694; E. Ibáñez, “Las sesio­nes del Concilio de Trento”, en VV, 3 (1945), págs. 133-173; H. Sancho, La capilla capitular de la Concepción de la iglesia del convento de San Francisco el Real, de Jerez de la Frontera, 1539-1777, Jerez de la Frontera, Centro de Estudios Histó­ricos Jerezanos, 1960; J. L. Albizu, “La Escritura en los teó­logos franciscanos españoles del siglo XVI”, en VV, 21 (1963), págs. 62-66; I. Vázquez, “Carvajal, Luis de”, en Q. Aldea Vaquero, J. Vives Gatell y T. Marín Martínez (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto En­rique Flórez, 1972, pág. 371; A. Uribe, Colegio y colegiales de San Pedro y San Pablo de Alcalá, Madrid, Editorial Cisneros, 1981, pág. 175; J. González Rodríguez, “Los amigos fran­ciscanos de Sepúlveda”, en AIA, 48 (1988), págs. 873-893.

 

Hermenegildo Zamora Jambrina, OFM

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