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Ignacio Moyano Araiztegui

Biografía

Moyano Araiztegui, Ignacio. Madrid, 13.V.1902 – 5.XI.1955. General de división, caballero Laureado de San Fernando.

Hijo de María Teresa Araiztegui Echániz y de Tomás Moyano Rodríguez del Toro, marqués de Inicio.

A los dieciséis años ingresó en la Academia de Artillería, donde en 1922 terminó los estudios, ascendiendo a alférez. En diciembre de ese mismo año, ya como teniente, pasó a ser destinado al Campamento de Carabanchel, al Regimiento de Artillería a caballo.

A principios de 1923 salió con la 2.ª batería hacia Melilla y se incorporó en Dar Driuch a las columnas de operaciones, con las que tomó parte en los combates de Azib de Mídar. En febrero del año siguiente asistió a diversos cursos celebrados en Madrid que ampliarían su formación militar, relacionados con la técnica artillera. Como consumado jinete, obtuvo autorización para participar en concursos hípicos, una de sus grandes pasiones. En agosto regresó de nuevo a Melilla asistiendo al combate de Tizzi Aza, así como a la mayoría de las operaciones que tuvieron lugar aquel año en la zona oriental del Protectorado español. Por estas acciones se le otorgó la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo.

En 1924, el directorio militar, encabezado por el general Primo de Rivera, se tomó muy en serio la organización de una operación anfibia en la bahía de Alhucemas con el objetivo de llegar a la capital de la rebelde República del Rif, liderada por Abd el-Krim, Axdir, y dar de esta manera un empuje final a la pacificación del protectorado español en el norte de Marruecos.

Las críticas vertidas por las autoridades francesas a las españolas sobre su actuación en la guerra del Rif, acusadas de pasividad, fueron el detonante político para la puesta en marcha de la operación.

En el mes de febrero de 1925, el teniente Moyano Araiztegui fue destinado a la isla de Alhucemas, encargándose del mando de dos baterías pertenecientes a la Comandancia de Artillería de Melilla: la de San Agustín y la de San Miguel. Estas baterías se articulaban con cuatro obuses de 15,5 centímetros y una pieza de 7,5 montada para tiro contra aeroplanos, desenfiladas de todos los asentamientos enemigos, menos los de La Loma y Cañoneras, que se encargarían de batir las dos primeras piezas. Su campo de tiro iba desde el cabo Quilates hasta las proximidades del Espalmadero, siendo su alcance máximo aproximado de unos doce kilómetros. El mando de la artillería de la isla le fue asignado al capitán Planell Riera, quien contaba, aparte de con las baterías asignadas al teniente Moyano, con las siguientes: Batería de San Luis, mandada por el teniente Juan García Moreno, Batería de San Andrés, o de la Farmacia, por el teniente Rufino Beltrán Vivar, la de San Carlos, por el teniente Ricardo Alós Llorens, la Batería de Santa Bárbara, por el teniente Miguel Varela Berenguer, la Batería de la Plaza de Armas, por el teniente Manuel Tamayo Moro y la Batería de morteros de 15 milímetros que estaba a las órdenes del alférez José Pagola Viriben. Esta concentración de piezas, sin embargo, hizo que la distancia entre ellas fuera menor a la reglamentaria pero no había otra opción ni posibilidad, ya que las dimensiones de la isla obligaban a adaptarse al espacio que condicionó la concentración forzosa de la artillería.

Las limitaciones de la isla propiciaron, además, que los artilleros que estaban a cargo de las baterías tuvieran que estar prácticamente al descubierto. A esto hay que añadir el hecho de que los proyectiles lanzados por los enemigos, en muchas ocasiones, chocaban con los edificios que estaban situados al lado de las baterías, aumentando el peligro de la caída de cascotes.

También hay que tener en cuenta que los enemigos conocían perfectamente el Peñón, lo que les permitiría afinar la puntería. A eso habría que sumar el número de asentamientos que tenían, por lo menos, el doble de los que había en la isla. Todas estas condiciones favorables llevaron al enemigo a confiarse y que iniciase el ataque.

El 28 de julio de 1925 se reunieron en Tetuán el general Primo de Rivera y el mariscal Petain, comandante en jefe francés en Marruecos. De la conferencia salió el plan hispano-francés, que finalmente se consensuó de tal forma que el Ejército español desembarcaría con fuerza en Alhucemas, mientras que los franceses, por su parte, ejercerían presión desde el sur para, entre ambos, poder cercar a los rifeños. Tres días antes de aquella reunión se nombró a Muley el Hassán Ben el Mehdi jalifa de la zona española del Protectorado, asegurándose, de esta manera, la continuidad política que era necesaria para el desarrollo de las apremiantes operaciones militares.

De la trayectoria militar de Moyano, cabe detenerse en la descripción de sus importantes intervenciones en aquellas campañas. El 20 de agosto de 1925, cuando las baterías que mandaba el teniente Moyano estaban realizando ejercicios de instrucción, el enemigo abrió fuego sobre el Peñón desde, al menos, catorce emplazamientos distintos, empleando metralla de diversos calibres, material francés de calibre 7,5 muy moderno, granadas rompedoras y diferentes tipos de fusiles y ametralladoras, que hacen fuego desde distancias comprendidas entre los 900 y los 1.000 metros.

Además arrojaron morteros de trinchera totalmente desenfilados de 77 milímetros de calibre, con un elevado poder explosivo. Eran, en ese instante, las dieciséis horas cuarenta y cinco minutos, y ése fue el momento en el que el capitán Joaquín Planell Riera, jefe de Artillería, viendo que la cadencia de tiro del enemigo era inusual, adivinó sus intenciones, distribuyó los objetivos y ordenó que se pasara de la instrucción al fuego real. Al teniente García Moreno le ordenó tirar, en primer lugar y al igual que al alférez Pagola, a los asentamientos de La Rocosa, para continuar con los de Morro Nuevo y Morro Viejo. El teniente Beltrán fue el encargado de batir los asentamientos de la Loma de los Prisioneros, mientras que el teniente Alós tendría la misión de destruir los que hubiera en la Loma de los Teléfonos. A Moyano Araiztegui le encomendó batir las piezas del asentamiento enemigo de Yebel Sel-lum. Varela, por su parte, concentró su fuego sobre todos aquellos que estaban comprendidos entre la Loma de los Prisioneros y Tafrás. Por último, el teniente Tamayo tenía que batir a los morteros y ametralladoras situados entre el castillo y la falda de La Rocosa.

Todos aquellos artilleros pusieron de manifiesto unas magníficas cualidades en el desempeño de la orden dada por el capitán Planell, destacando el teniente Moyano Araiztegui por su valor y serenidad, atendiendo en cada instante a disponer la evacuación de los heridos al hospital, reemplazando las bajas más importantes por otros artilleros; ordenando el municionamiento, y tomando decisiones sobre los desperfectos que sufrían las piezas. Esta situación le obligó a estar realizando salidas continuamente de su puesto de mando que, pese a estar protegido, hacían que se expusiera a los disparos incesantes que realizaban varias piezas de artillería rifeña situadas en la cuenca del Guis.

Por su parte, las baterías enemigas conocidas se encontraban dispuestas de la siguiente manera: una, muy sólida, en Morro Nuevo, encargada de batir la isla de revés junto con la de Cala Quemado; otra en Yebel Sellum, donde asentaron una batería muy bien fortificada, que era, junto con la Batería de Rocosa, la que batía de enfilada y de frente la isla, produciendo en consecuencia mayor daño que el resto de las baterías; otra en la loma llamada de los Prisioneros que también batía la isla de frente; y otras cuatro, una en Tafrás, en una loma sin nombre situada a la izquierda de la de Prisioneros, otra en la loma llamada de Teléfonos, otra en los Morabos y otra en la desembocadura del río Guis. Además había algunos cañones que dispararon el 20 de agosto contra Alhucemas que estaban en unas lomas cuya referencia exacta es bastante complicada de conocer.

El teniente Moyano se comportó de una heroica manera mientras dirigía sus baterías, ya que, al poco de iniciarse el fuego, hubo un impacto directo contra una de sus piezas que le costó la vida a seis de sus artilleros así como la imposibilidad de volver a utilizar esa pieza.

A pesar de este duro golpe, mantuvo la disciplina y continuó el ataque con el fuego y con los artilleros que aún le quedaban, siendo de esta forma, un ejemplo a seguir para todos los allí presentes. En cuanto logró acallar a los cañones de Yebel Sel-lum, su superior le felicitó, ordenándole dos cosas: que intentara hacer lo mismo con todos los asentamientos que se fueran descubriendo en el ataque a Alhucemas a partir de aquel mismo momento, y que contrabatiera las cañoneras enemigas del Camino de las Prisiones, logrando que éstas disminuyeran su intensidad de fuego. Ese día, Moyano se rebeló como un diestro artillero, ya que, en poco más de dos horas hizo trescientos disparos comprobando los datos de tiro de cada uno de ellos, de los que casi ninguno se perdió. Por otra parte, demostró que sabía transmitir a los artilleros que tenía a su cargo un optimismo y una confianza en la victoria que lograron que pudieran despreciar el peligro que entrañaban los proyectiles enemigos que caían incesantemente sobre el Peñón. Al poco tiempo, Yebel Sel-lum y La Rocosa comenzaron nuevamente a hacer fuego, por lo que el capitán Planell Riera le ordenó que volviera a contrabatirlo, consiguiendo de nuevo su silencio, aunque para ello sus piezas quedaran reducidas a dos. Pese a todo y con esas dos únicas piezas sus disparos siguieron siendo eficaces en aquel duelo. Durante las cuatro horas que duró el combate de artillería, las bajas de la batería del teniente Moyano Araiztegui fueron de más de un tercio de su personal.

Asimismo, el capitán Joaquín Planell Riera respondió al fuego de manera inmediata, hasta que debido a la explosión de una granada rompedora que cayó cerca de su puesto de mando, fue herido de gravedad en la cabeza. Su arrojo hizo que marchara a pie al hospital pidiendo, únicamente, gasas para contener la hemorragia y así poder volver a su puesto al frente de las baterías.

Ante la gravedad de la herida, una fractura de la bóveda craneal y en trozos de proyectil incrustados en las partes blandas del cerebro, el teniente médico se resistió a dejarle marchar, pero finalmente no pudo hacer nada y en menos de tres minutos desde que llegó al hospital, Planell ya recorría las baterías dando órdenes y arengándoles. Con su ejemplo y entusiasmo influyó en todos cuantos le veían con la cara ensangrentada, apoyándose en las paredes al recorrer los lugares más batidos por el enemigo, casi sin vista y sin permitir ser acompañado, salvo alguna vez en que su asistente le sostuvo para que no se cayera. A pesar de sufrir una segunda herida en un brazo, se negó nuevamente a ser hospitalizado mientras veía, a la vez que caían muertos o heridos muchos de sus subordinados.

Al día siguiente, y en contra de las indicaciones del teniente médico, continuó ejerciendo sus funciones.

Pero sus heridas iban empeorando de manera progresiva y el facultativo, preocupado por su estado, pidió a la Comandancia Militar que le ordenasen la hospitalización.

Mientras tanto, el capitán Planell Riera estuvo recorriendo todas las baterías de Alhucemas con la cabeza vendada, dando órdenes a sus artilleros, entre otros al teniente Moyano Araiztegui. Una vez que finalizó el fuego enemigo, recibió el parte de los oficiales y, por telégrafo, trasladó el suyo dándole todas las novedades, así como indicando las municiones gastadas a su coronel. Sólo después de esto consintió, en la tarde de aquel 21 de agosto, ser hospitalizado.

En aquel parte mencionaba al teniente Moyano en los siguientes términos: a pesar de las condiciones desfavorables en que se debatió la plaza, el teniente Moyano acreditó un distinguido comportamiento en el desempeño de las funciones que le fueron encomendadas en todo el curso del combate, demostrando serenidad y elevado espíritu así como acierto, firmeza y competencia técnica, no obstante la sorpresa provocada por el inesperado ataque del enemigo”. La duración e intensidad del extraordinario esfuerzo que realizó aumentaron extremadamente la gravedad inicial de la herida de la cabeza, ya que fue curada cuarenta y ocho horas después de recibirla. Hubo que realizarle una trepanación craneal y tuvieron que extraerle un trozo de una rompedora de siete gramos que tras el impacto se le había quedado incrustada en el lóbulo occipital.

Planell y Moyano fueron recompensados con la Cruz Laureada de San Fernando. Los rifeños sufrieron un durísimo revés en el combate que mantuvieron con estos dos artilleros en Alhucemas. El éxito del desembarco llegó más lejos de lo que esperaba Primo de Rivera, porque cayó la capital de Abd el-Krim, y el jefe de los rebeldes se rindió en mayo de 1926. Desaparecido el Estado rifeño, Primo de Rivera permaneció en Marruecos con su ejército victorioso, triunfante ante la opinión pública.

Tras el éxito obtenido en Alhucemas y demostrado su experta preparación técnica y su acreditado e increíble valor Moyano fue ascendiendo en su carrera militar, ocupando diferentes destinos y cargos, llegando a ser general de división.

 

Bibl.: J. Larios de Medrano, España en Marruecos. Historia secreta de la campaña, Madrid, Stampa, 1925; M. Goded, Marruecos. Etapas de la pacificación, Madrid, C.I.A.P., 1932; J. Vigón, Historia de la Artillería Española, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1947; J. M. Gárate Córdoba (coord.), España en sus héroes. Historia bélica del Siglo XX, Madrid, Ornigraf, 1969; VV. AA., Historia de las campañas de Marruecos, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1981; S. G. Payne, Los militares y la política en la España contemporánea, Madrid, Sarpe, 1986; A. Bachoud, Los españoles ante las campañas de Marruecos, Madrid, Espasa Calpe, 1988; D. S. Woolman, Abd-el-Krim y la guerra del Rif, Barcelona, Oikos-Tau, 1988; J. P. Fusi y J. Palafox, España: 1808-1996: El desafío de la modernidad, Madrid, Espasa Calpe, 1998.

 

María Dolores Herrero Fernández-Quesada

 

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