Gonzalo Ciruelo, Agustín. Medina Sidonia (Cádiz), 3.III.1924 – Chiclana de la Frontera (Cádiz), 9.VIII.1976. Aviador.
Terminado el bachillerato que cursó en el instituto de Aranda de Duero, su entusiasmo por la Aviación le llevó a inscribirse en un curso de mecánico de avión, por correspondencia, en una academia de Madrid, y obtenido el correspondiente diploma, lo unió a la instancia en que solicitaba ingresar como soldado voluntario en el Ejército del Aire, en la Escuela de Especialistas de Málaga, para seguir un curso de mecánico- motorista.
Dos años más tarde, ya como cabo especialista, fue destinado al Regimiento de Asalto n.º 33 que, dotado de biplanos I-15, tenía su base en el vallisoletano aeródromo de Villanubla; allí, integrado en la 1.ª escuadrilla, veía el cabo Ciruelo —siempre se le llamó por su segundo apellido— volar los aeroplanos sin poder él participar en aquellos vuelos por tratarse de aviones monoplaza. Su deseo de volar le llevó a solicitar destino en la Escuela Superior de Vuelo de Matacán, en Salamanca, y allí logró ser nombrado “plaza aérea” y tomar parte de lleno en los vuelos, como mecánico.
Ascendió a cabo 1.º el año siguiente, y en 1950 pasó destinado a la base de Gando, a la escuadrilla del Cuartel General de la Zona Aérea de Canarias y África Occidental. En todo momento destacaron su entusiasmo por el vuelo, seria preparación técnica y amor al trabajo, lo que unido a su corrección y alto concepto del compañerismo, le hicieron ser querido por superiores, iguales y subordinados.
Realizó el curso de sargento en 1953, y fue ascendido un año más tarde, y destinado a Los Llanos, en Albacete, al 13.º Regimiento de las Fuerzas Aéreas, dotado con bimotores Junkers Ju-88, unidad en la que solamente prestó servicio unos meses, ya que en julio fue destinado “por concurso” al Escuadrón de Entrenamiento y Transporte del Estado Mayor del Aire.
Cuando a finales de 1957 fueron atacados los territorios españoles de Ifni y el Sáhara, por fuerzas que el Gobierno de Marruecos denominaría “incontroladas” —aunque estaban alentadas y dirigidas por el, a la sazón, príncipe heredero de aquel país—, la Aviación fue elemento fundamental y decisivo en la lucha contra las bandas, tanto con sus misiones de reconocimiento y ataque al suelo con bombas, ametralladoras y cohetes, como en servicios de transporte de tropas, lanzamiento de paracaidistas y abastecimiento a las posiciones sitiadas. Destacaron en estas últimas misiones, la Alas de Transporte n.os 35 y 46, y el Escuadrón del Estado Mayor del Aire; formando parte de las tripulaciones de éste, el sargento Ciruelo realizó treinta y cuatro vuelos en la zona de operaciones, siéndole acreditado el valor. En aquella campaña alcanzó las dos mil horas de vuelo.
En 1959 pasó destinado al Ala de Transporte n.º 35, prestando en ella servicio, siempre como mecánico de vuelo, primero en los bimotores Douglas C-47, y más tarde en los cuatrimotores Douglas C-54. En 1972 ascendió a sargento 1.º, y cuatro años después, a brigada, continuando en aquel destino, que sería el último que desempeñaría.
El 9 de agosto de 1976 llevaba el brigada Ciruelo treinta y tres años de servicio, y pasaban de ocho mil quinientas sus horas de vuelo. Aquella mañana parecía una más, y a la hora prevista despegaba de la base de Getafe el Douglas C-54, 352-11, para cubrir el vuelo de estafeta a Canarias, llevando a bordo a cincuenta y cuatro pasajeros. El mecánico de aquel avión era Ciruelo que, tras realizar con el comandante del avión las comprobaciones correspondientes, se sentó en su puesto, entre los dos pilotos y un poco retrasado.
Llevaba el avión volando poco más de una hora, y a nueve mil pies de altitud se aproximaba al Estrecho, cuando se inició en el motor n.º 2 un incendio que no pudo ser dominado, y que fue seguido poco después por el fallo del n.º 1, quedando el avión reducido a la potencia de los dos motores izquierdos, con la consiguiente descompensación del aparato que, pese a sus esfuerzos, apenas podían dominar ambos pilotos.
Decidió el comandante dirigirse a tomar tierra a la base de Jerez de la Frontera, pero pronto hubo de abandonar la idea, pues la pérdida de altura que el avión, convertido en una antorcha, sufría, le haría llegar al suelo antes de alcanzar la base jerezana. Siendo ya inminente el contacto con el terreno, ordenó a todos atarse, pero Ciruelo, perfectamente consciente del riesgo que correría yendo suelto, le hizo ver que si se abrochaba el atalaje no alcanzaría las manecillas del mando de los motores que los pilotos no podían manejar por ir aferrados a los mandos del avión, tratando de dominarlo.
El desenlace se produjo en unas lomas, cerca de Chiclana de la Frontera, destrozándose el avión al contacto con el suelo, resultando el brigada Ciruelo, muerto en el acto al ser proyectado sobre el tablero de indicadores, y los demás miembros de la tripulación, vivos, aunque con heridas de consideración que no fueron obstáculo para que se emplearan en ayudar a los pasajeros, logrando salvar a varios de ellos.
En 1978, reconociendo su consciente sacrificio, que le había llevado más allá del cumplimiento del deber, le fue concedida al brigada Agustín Gonzalo Ciruelo, a título póstumo, la Medalla Aérea que Su Majestad el Rey entregaría, durante un solemne acto castrense el 15 de noviembre de 1976, a la viuda del héroe, en la Base Aérea de Getafe.
Bibl.: VV. AA., Historia de la Aviación española, Madrid, Instituto de Historia y Cultura Aérea, 1988.
Emilio Herrera Alonso