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Dionisio Vázquez de San Pedro

Biografía

Vázquez de San Pedro, Dionisio. Toledo, 3.VI.1479 – 1.VI.1539. Religioso agustino (OSA), teólogo, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, predicador real y pontificio, escritor.

Fueron sus padres Pedro Vázquez y Guiomar de San Pedro, naturales y vecinos de Toledo y ambos de condición hidalga. En 1499 entró en el Convento de San Agustín de su ciudad natal para hacer el año de noviciado, emitiendo, una vez aprobado, su profesión religiosa el día 5 de junio de 1500. A continuación comenzó los estudios de la carrera eclesiástica en el propio convento o quizás en el de San Agustín de Salamanca; antes de terminarlos, los superiores decidieron enviarlo a Roma a fin de que los completase allí, bajo la dirección de fray Egidio de Viterbo, general de la Orden agustiniana.

Con el estudio de la Teología fue despertando su vocación oratoria, que, una vez ordenado sacerdote, le llevaría a conquistar los púlpitos más importantes, comenzando por los de la propia ciudad de Roma. Es reveladora, a este respecto, la escena que tuvo lugar en cierta ocasión, tras predicar ante el papa León X: “el P. fray Dionisio —escribe san Alonso de Orozco— fue a besarle el pie, y el Papa le dijo: ‘Ego quidem putabam Dionisium esse in coelo et nihilominus hodie vidi illum en terra’. Quiso el Papa decirle que era otro Dionisio en letras y sutilezas”. Su fama en la Ciudad Eterna le granjeó los apelativos de Doctor de los Doctores y Oráculo del Sumo Pontífice; el Papa, por su parte, lo había nombrado su predicador.

También fue nombrado predicador real por Fernando el Católico; algunos autores suponen que este nombramiento habría tenido lugar con motivo de la estancia de éste en Nápoles en 1507. A su vez, el emperador Carlos V, al subir al Trono, lo confirmó en el cargo. Por otra parte, dentro de la Orden agustiniana ocupó los cargos de vicario general y visitador de las provincias de Castilla y de Colonia (Alemania). El Emperador le ofreció los obispados de México y Palencia, que él humildemente no quiso aceptar. Las universidades de París, Alcalá y Toledo le otorgaron el título de doctor en Teología, sin que él lo hubiese solicitado.

En una asamblea convocada y presidida por el inquisidor general Alonso Manrique, el 28 de marzo de 1527, defendió las doctrinas y los libros de Erasmo de Róterdam; su brillante exposición a favor del célebre humanista evitó su condena, de la que sí eran partidarios algunos teólogos de otras órdenes religiosas.

Su defensa de Erasmo se basaba, sobre todo, en que estaba plenamente de acuerdo con él en puntos fundamentales de la teología bíblico-patrística, inspirados en el llamado evangelisimo italiano, del que fray Dionisio, desde su estancia en Roma, era portavoz, primero en el púlpito y más tarde en la cátedra de la Universidad de Alcalá.

En relación a esta cátedra, cuenta Álvaro Gómez en De rebus gestis a Francisco Ximenio Cisnerio (“Vida del Cardenal Cisneros”) que, cuando en 1531 se trató de fundar en la Universidad de Alcalá la cátedra de Escritura, inicialmente se apuntaron las cualidades que debía tener el que la ocupase: dominio de las tres lenguas (hebreo, griego y latín), profundo conocimiento de los autores sagrados y posesión de un criterio seguro junto con un cierto instinto sobrenatural. Fueron éstas las cualidades que, “divino numine rem suam curante”, descubrieron en fray Dionisio y así se lo hicieron saber a él y a Carlos V, al que pidieron, por tanto, que permitiera que su predicador se hiciera cargo de la cátedra; el Emperador sólo puso una condición: que fray Dionisio siguiese ocupando como antes, durante las cuaresmas, el púlpito de Palacio.

Y así se hizo constar en la escritura de erección de la nueva cátedra. Dicha escritura lleva fecha de 20 de enero de 1532.

Por otra parte, tiene mucho de verosímil una anécdota que muestra lo mucho que el Monarca echó de menos la presencia de su predicador en cierta ocasión: sucedió en Alemania en 1530, cuando, tras escuchar a otro de sus teólogos en la discusión que había tenido con Felipe Melachton, insatisfecho y lamentando la ausencia del agustino, habría exclamado Carlos V: “¡Oh Dionisio!, ¿por qué te dejé en España?”.

Ponderando la doctrina que exponía, tanto en sus clases como en sus sermones en la ciudad de Alcalá, dice el ya citado san Alonso de Orozco que “tenía toda la flor de esta ciudad por oyentes, maestros y doctores en teología, y ansí iban todos a su lección como iban a oír sus sermones”. Sobre sus sermones, concretamente, escribe Álvaro Gómez: “Interpretando las Sagradas Escrituras descubría en ellas a cada paso nuevos sentidos, tan seguros, tan bien fundados, como los grandes expositores antiguos. ¡Y los exponía tan bien, con tanta claridad y elegancia! En las ampliaciones y, sobre todo, en la moción de los afectos no tenía igual. Cuando llegaba a la peroración, su palabra era un torrente impetuoso, que arrebataba los corazones más rebeldes [...]. A un ingenio, naturalmente poderoso y vivacísimo, se juntaban en él y daban extraordinaria fuerza a su palabra, los grandes conocimientos que había adquirido en su juventud y no dejó de aumentar mientras vivió”.

Por su parte, Pedro Sainz Rodríguez dice lo siguiente: “Si mucho debe la lengua castellana a este autor, muchísimo le es deudora la oratoria sagrada, a la que renovó y dio vida por la solidez de doctrina que toma de la Escritura y de los Padres”. Para Félix González Olmedo, “uno de los méritos de fray Dionisio fue haber dilatado los dominios de la lengua castellana tanto en su predicación como en sus clases —además de que— [...] con él se produjo en nuestra literatura religiosa del siglo XVI, y particularmente en la del púlpito, una revolución parecida a la que se produjo un siglo antes con san Vicente Ferrer”. Por lo que se refiere a la Orden de San Agustín, amén del propio fray Dionisio, bastan estos dos nombres: santo Tomás de Villanueva y san Alonso de Orozco. Ambos, con toda certeza, le escucharon en más de una ocasión y leyeron las copias manuscritas de sus sermones que se guardaban en la biblioteca del convento de Salamanca. También ellos fueron predicadores de Carlos V.

En 1537 comenzó a sufrir una parálisis progresiva que se hizo extensiva la lengua, obligándole finalmente a abandonar la cátedra y el púlpito con gran sentimiento suyo y de todos sus discípulos y admiradores. Manifestó su voluntad de pasar sus últimos días en Toledo, viniendo a fallecer en casa de su hermano Juan Vázquez el día 1 de junio de 1539, a los casi sesenta años. Se afirma que varios días antes aseguró que su muerte tendría lugar en la fiesta de la Santísima Trinidad, como así fue. Al día siguiente fue enterrado con grandes muestras de pesar, por parte de propios y extraños, en el Convento de San Agustín de la ciudad del Tajo.

Fue autor de oraciones y sermones, muchos reunidos en una obra antológica (Olmedo, 1943) y otras más difíciles de localizar como la Lectura sobre san Juan, de la cual existe una copia que se encontraba entre los papeles que tenía fray Luis de León, según hace constar él en un pedimento dirigido a los inquisidores de Valladolid. Afirma además que en la biblioteca del convento de Salamanca había “un original de dicha lectura”. Asimismo el manuscrito titulado Commentarium super Joannem ad litteram, que consta de trescientas setenta y ocho páginas, se hallaba entre los manuscritos del padre Gudiel que fueron entregados al padre dominico Hernando del Castillo el 14 de mayo de 1588.

 

Obras de ~: Oratio habita Romae in apostolica sacri pallatii capella, Roma, 1513; De unitate et simplicitate personae Chriti in duobus naturis, Roma, 1518; Lectura sobre san Juan, s. l., s. f. (ms.); Commentarium super Joannem ad litteram, s. l., s. f. (ms.), 378 págs.; Sermones: Fray Dionisio Vázquez OSA (1479- 1539), pról. y notas de F. G. Olmedo, Madrid, Espasa Calpe, 1943 (Colección Clásicos castellanos, vol. 123).

 

Bibl.: A. de Orozco, Crónica de san Agustín y de los Santos y Beatos y Doctores de su Orden, Sevilla, 1551, fols. 54r.A-54r.B; A. Gómez, De rebus gestis a Francisco Ximenio Cisnerio, Compluti, 1569; S. de Portillo y Aguilar, Chronica Espiritual Augustiniana, vol. II, Madrid, Imp. de Alonso de Orozco, 1732, págs. 387-389; N. Antonio, Biblioteca Hispana Nova, vol. I, Matriti, Joachimus de Ibarra, 1783, págs. 326 (trad. de G. de Andrés y M. Matilla Martínez, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1999); J. Lanteri, Illustriores viri Augustinenses. Saeculum Tertium, Tolentini, 1858, págs. 63- 65; B. Moral, “Catálogo de Escritores Agustinos Españoles, Portugueses y Americanos”, en La Ciudad de Dios (CD), 25 (1891), págs. 448-450; G. de Santiago Vela, Ensayo de una Biblioteca Ibero-Americana, vol. VIII, Madrid, Imprenta Asilo de Huérfanos S. C. de Jesús, 1931, págs. 103-106; F. G. Olmedo, “Prólogo”, en D. Vázquez, Sermones [...] op. cit., págs. I-LXIV; D. Gutiérrez, “Ascéticos y Místicos Agustinos de España, Portugal e Hispanoamérica”, en Sanctus Augustinus vitae spiritualis Magíster, vol. 11, Roma, Ed. Agustiniana, 1956-1959; A. Manrique, “Vázquez, Dionisio”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, págs. 2.715-2.716; Q. Fernández, “Fray Dionisio Vázquez de Toledo, orador sagrado del siglo de oro”, en Archivo Agustiniano, 6 (1976), págs. 105-197; P. Sainz Rodríguez, Antología de la Literatura Espiritual Española, II. Siglo XVI, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1983, págs. 369-388; A. Llin Cháfer, “Dionisio Vázquez, precursor del Siglo de Oro español”, en CD, 205 (1992), págs. 161-178.

 

Teófilo Viñas Román, OSA

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