Espina y Capo, Antonio. Ocaña (Toledo), 5.VII.1850 – Madrid, 18.I.1930. Médico, tisiólogo.
Estudió la carrera de Medicina en la facultad de Medicina de Madrid, asistiendo ya por entonces como alumno interno a diversas cátedras. En 1972 finalizó sus estudios y obtuvo el premio extraordinario de licenciatura. Aunque su padre, Pedro Espina Martínez, era médico e influía sin duda sobre su futuro, no se decantó por ninguna materia concreta. Inicialmente se interesó por la histología asistiendo a los prestigiados cursos que sobre esta materia impartía Federico Rubio, colaborando durante esta época con su padre en diversas traducciones de libros médicos. Nada más acabar sus estudios de licenciatura optó por realizar diversas oposiciones y, entre ellas, una de Sanidad Militar, y si bien obtuvo una plaza, no llegó a incorporarse por no serle especialmente atractivo el trabajo que en ella podía desarrollar en un futuro. Igualmente ganó una plaza de inspector de Salubridad Pública y por concurso, la de médico cirujano del hospital del Niño Jesús de Madrid. Durante estos primeros años de licenciado acudió con asiduidad a la escuela de medicina de la Beneficencia Provincial de Madrid, donde convivió con los doctores José María Esquerdo y Ezequiel Martín de Pedro, a los que reconoció siempre como sus auténticos maestros. La influencia de éstos fue muy grande y quedó marcado en él su deseo de incorporarse a este hospital de forma permanente por considerar que allí se hacía la medicina que él quería desarrollar.
Con una decisión sobre su futuro ya tomada, en 1876 realizó y ganó las oposiciones a médico de la Beneficencia Provincial de Madrid, pidiendo ser destinado al Hospital General y concretamente a las salas donde pudiera dedicarse al estudio de las enfermedades internas, así como a la enseñanza. Muy interesado por las enfermedades infecciosas y concretamente por la tuberculosis, que hacía estragos en la población, comenzó a preocuparse especialmente por estos problemas. Estudió y analizó las tendencias más recientes en cuanto a tratamientos de esta enfermedad y profundizó en diversas modalidades terapéuticas. En 1890 fue pensionado por la Beneficencia Provincial para estudiar en Berlín los efectos de la tuberculina de Koch, que luego ensayaría en los enfermos del Hospital General. Dedicado durante esos años también a la enseñanza, en 1900 fue nombrado catedrático agregado de Patología y Clínica Médicas en la facultad de medicina de Madrid.
Su dedicación durante su vida fue fundamentalmente, además de las enfermedades del pulmón, a las del corazón, muy ligadas en la práctica clínica de entonces. Su prestigio como conocedor de dichas enfermedades fue muy alto y participó en congresos internacionales presentando diversas aportaciones, lo cual le llevó a ser presidente de honor en los congresos internacionales de París para el estudio de la tuberculosis celebrados en los años 1888 y 1891. En el congreso de 1888 acudió acompañado de Juan Martín Llorente y Andrés Martínez Vargas y en él se discutió y se concluyó que la tuberculosis debía considerarse como una enfermedad contagiosa, hecho hasta entonces puesto en duda por muchos médicos. A partir de este momento, Espina y Capo se sumerge en el mundo de la tisiología desarrollando una impresionante labor divulgativa con objeto de prevenir la enfermedad, la cual era incurable con los tratamientos que se empleaban. A su vuelta de París, acude al Congreso de Ciencias Médicas que se celebraba en Barcelona presentando los resultados del congreso de París y haciendo propuestas sobre las formas de evitar el contagio de la enfermedad. La tuberculosis era una de las enfermedades que más preocupaban a los responsables sanitarios, ya que según los datos oficiales esta enfermedad había producido en España en 1900 más de 36.500 muertes declaradas oficialmente, aunque la cifra real se estimaba que era muy superior. Ese mismo año se celebró en Londres un nuevo congreso de tuberculosis y fueron enviados por el Gobierno español Antonio Espina y Capo y José Verdes Montenegro, otro de los médicos españoles que más profundizó y trabajó en la lucha contra la tuberculosis, con una especial instrucción de profundizar en todo lo referente a la lucha antituberculosa a través de la creación de dispensarios, preventorios y sanatorios.
De su asistencia a tantos congresos y de sus profundos conocimientos sobre la enfermedad, partió su idea de crear una potente asociación para la lucha contra la tuberculosis. Sin embargo, tal proyecto quedó sólo en eso. Dicho proyecto de asociación, en la que figuraban personalidades tan importantes e influyentes como Ángel Pulido, Amalio Gimeno, Manuel Tolosa Latour, José de Letamendi, Federico Rubio y Alberto Aguilera, y que hubiera sido la primera en el mundo, no tuvo eco ni apoyos, por lo que no llegó a constituirse, lo cual le produjo una determinada frustración sobre todo cuando conoció que en 1892 se crearía en París la Association Centrale Francaise contre la Tuberculose. Pocos meses antes de ello, había convocado una reunión en Madrid realizando propuestas de estudios sobre la frecuencia e incidencia de la tuberculosis, así como sobre el saneamiento de las ciudades con la inclusión de arboledas entre las viviendas señalando el importante papel preventivo que desempeña, para evitar la enfermedad, una buena ventilación de éstas. Insistió también en la higiene personal, la alimentación correcta y la evitación del hacinamiento. Realizó igualmente propuestas concretas en relación con los controles estrictos de los reclutas que se incorporaban al servicio militar e hizo observaciones interesantes sobre las repercusiones positivas que tendría la prohibición de matrimonios entre tuberculosos.
Se dedicó, pues, de manera muy especial al estudio de la tuberculosis, por lo cual es justo reconocerle como el creador en España de la tisiología como especialidad. Es a partir de sus estudios cuando ésta adquiere un papel preponderante en la sociedad y los diversos gobiernos toman conciencia de su importancia. En 1906 fue elegido vicepresidente de la Lucha contra la Tuberculosis a la vez que director del Dispensario Victoria Eugenia dedicado a esta enfermedad y donde desarrolló una gran labor, a la vez que fue uno de los miembros más activos de la Liga Popular Antituberculosa que colaboraba activamente con la organización oficial. El descubrimiento de los rayos X por Wilhelm Conrad Roengen en 1896 supuso para él un impacto de gran magnitud, ya que inmediatamente pensó la importancia que tal procedimiento podría tener en el diagnóstico de los pacientes con tuberculosis. En este sentido es de destacar cómo luchó denodadamente por disponer de ellos no sólo en su dispensario, sino en todos los posibles. En personal lo consiguió prontamente, siendo el primer médico en Madrid que utilizó la radioscopia para el diagnóstico y seguimiento de los pacientes afectos de la enfermedad tuberculosa. Gracias a disponer de esta, por entonces, revolucionaria técnica, pudo realizar aportaciones personales muy meritorias sobre el diagnóstico precoz de la tuberculosis mediante radioscopia y radiografía, así como sobre la profilaxis y las diversas alternativas terapéuticas existentes en esos momentos. El doctor Espina y Capo defendió con vehemencia no sólo la incorporación al diagnóstico de las modernas técnicas al alcance de la medicina, sino, además, fue un defensor de la investigación como método para aumentar los conocimientos.
La lucha antituberculosa tuvo avatares muy diversos, pero finalmente quedó muy organizada desarrollando Espina y Capo una enorme labor sobre todo tras la reorganización realizada en 1914 por Sánchez Guerra. Los años siguientes fueron igualmente brillantes bajo la presidencia de la condesa de Romanones siempre bajo su asesoramiento conjuntamente con Pulido y Martín Salazar. Se diseñaron y construyeron un importante número de dispensarios y de sanatorios, entre ellos el de Guadarrama que terminaría de levantarse en 1917. En 1924 se creó el Real Patronato Antituberculoso, bajo la presidencia de Su Majestad la reina Victoria Eugenia, con el asesoramiento de una comisión técnica en la que se encontraba Espina y Capo.
Destacó igualmente como publicista sobresaliendo sus artículos y libros, tanto los de carácter general dirigidos ante todo a los estudiantes, aunque también a médicos generales, como los específicos sobre temas cardiológicos y, sobre todo, los que versaron sobre la tuberculosis. En este sentido es de destacar su labor divulgadora y creadora de una conciencia entre los médicos de que la tuberculosis podía ser reducida con una prevención adecuada. Escribió además un interesante libro autobiográfico, Notas del viaje de mi vida (Madrid, 1926).
Fue miembro del Real Consejo de Sanidad bajo la presidencia de Carlos María Cortezo y Prieto. Como miembro del Senado, tuvo importantes intervenciones y entre ellas la relativa a la epidemia de gripe en España en 1918-1919, siempre cargadas de sentido común y propuestas concretas. Entró también en temas de carácter profesional, defendiendo apasionadamente el papel del médico titular y que el fallecimiento de muchos de ellos debía considerarse acto de servicio y conceder pensiones a sus familiares. Otras intervenciones de interés fue su defensa del incremento de campañas para la lucha antituberculosa, así como la construcción de dispensarios y sanatorios. Otro de los aspectos en que mostró su talante constructor de una moderna sanidad fue el relativo a otras enfermedades infecciosas. En el caso del paludismo elaboró un importante informe sobre las necesidades de quinina para el tratamiento de tal enfermedad. Evaluó esa necesidad en dos toneladas con un coste de ocho millones de pesetas, calculando las pérdidas económicas por la enfermedad en 135 millones de pesetas. En este sentido sufrió una gran decepción cuando a pesar de su defensa en la Comisión Presupuestaria del Parlamento (1918-1919) ésta le denegó los créditos que pedía.
Fue presidente de la Academia Médico-Quirúrgica Española y miembro del Consejo editorial de la Revista de Medicina y Cirugía. Ingresó como Académico de número en la Real Academia Nacional de Medicina en 1898 con un discurso que versó sobre Límites de la intervención médica en las cardiopatías, sucediendo en el Sillón número 23 a Rogelio Casas de Batista afamado médico higienista.
Obras de ~: Periodos e indicaciones generales en las enfermedades de corazón, Madrid, Imprenta de Enrique Teodoro, 1880; Las lecciones teórico-prácticas acerca de las enfermedades del corazón, Madrid, Imprenta de E. Teodoro, 1883; Higiene del corazón, Madrid, Nicolás Moya, 1892; La velocipedia en las enfermedades de corazón, Administración de la Revista de Medicina y Cirugía Práctica, 1894; Tratamiento de las complicaciones de la tuberculosis laringo-pulmonar, Madrid, Nicolás Moya, 1894; Catorce años de clínica en Panticosa: nuevo estudio acerca de la estación climoterápica e hidromineral de España, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1895; Asociación con la tuberculosis, Madrid, Nicolás Moya, 1903; Exploración radiológica del tórax como medio diagnóstico, Madrid, Baillo-Baillière, 1904; La lucha antituberculosa: libro de lectura para uso de los alumnos de las escuelas de 1.ª y 2.ª enseñanza, Madrid, Baillo-Bailliere e Hijos, 1904; La lucha antituberculosa, Madrid, Bailly-Baillière e Hijos, 1905; Apuntes biográficos de D. Pedro Espina y Capo, Madrid, Imprenta Nicolás Moya, 1905; El impuesto de Consumos y la tuberculosis (discurso pronunciado en la información oral abierta por la comisión extraparlamentaria para el estudio de la transformación de este impuesto), Madrid, Imprenta de Bailly-Bailliére e Hijos, 1906; Algunas ideas referentes al concepto clínico de las cardiopatías no valvulares, Madrid, Nicolás Moya, 1909; Algunas ideas referentes al concepto clínico de las cardiopatías no valvulares, Madrid, Imprenta y Librería de Nicolás Moya, 1909; “Cardiopatías y embarazo”, en Actas del Congreso Español de Obstetricia y Ginecología y Pediatría, Madrid, Casa Vidal, 1911, págs. 375-385; Algunas ideas referentes al pronóstico de la tuberculosis pulmonar, Madrid, Valentín Tordesillas, 1912; “Pequeños detalles en el diagnóstico precoz de la tuberculosis pulmonar”, en Anales de la Real Academia de Medicina, 35 (1915), págs. 569- 576; “Estado actual de la terapéutica de la tuberculosis por tuberculinas”, en Actas del Congreso Español Internacional de Tuberculosis, San Sebastián, Sociedad Española de Papelería, 1913, págs. 171-216; Estudio de higiene social, Madrid, Hijos de T. Minuesa de los Ríos, 1821; A través de mi vida profesional: 1872 a 1922. Síntesis de mis trabajos en las bodas de oro con la profesión, Madrid, Ángel Alcoy, 1922; El aparato circulatorio, Madrid, Sucesor de Enrique Teodoro, 1924; 1850 a 1920. Notas del viaje de mi vida, Madrid, Calpe, 1925-1929, 4 vols.
Bibl.: A. Espina y Capo, Apuntes biográficos de D. Pedro Espina y Capo, Madrid, Imprenta N. Moya, 1905; 1850 a 1920. Notas del viaje de mi vida, Madrid, Calpe, 1925-1929, 4 vols; F. J. Cortezo, “Don Antonio Espina y Capo”, en El Siglo Médico, 85 (1930), págs. 90-92; L. Sánchez Granjel, “Las Memorias del doctor Espina y Capo”, en Médicos Españoles, Salamanca, Ediciones Cervantes, 1967; V. Matilla Gómez, “Antonio Espina y Capo”, en 202 Biografías Académicas, Madrid, Real Academia Nacional de Medicina, 1987; M. D íaz- Rubio, 100 médicos españoles del siglo xx, Madrid, You & Us, 2000.
Manuel Diaz-Rubio García