Rodríguez de Castro, Simón. Santiago de Compostela (La Coruña), 15.XI.1679 baut. – 19.II.1752. Arquitecto.
Fue bautizado el 15 de noviembre de 1679 en la parroquia de Santa María del Camino de Santiago de Compostela; el acta bautismal proporciona los nombres de sus padres: Blas Rodríguez y María de Castro; el hecho de que a ninguno se le trata de “don” hace pensar que quien iba a ser uno de los grandes arquitectos compostelanos del siglo XVIII vivió los primeros años de su vida en el seno de una familia humilde. Generalmente es citado y firma sólo como Simón Rodríguez, si bien en su último testamento (1752) y en el acta de defunción figura su segundo apellido: Castroverde.
Fue considerado en su tiempo “célebre architecto” y “hombre experto en su arte” y equiparado a Fernando de Casas y Novoa.
Su formación y sus comienzos están vinculados a la fábrica de la Catedral de Santiago a cuyo frente estaba el arquitecto Domingo de Andrade; en las cuentas comprendidas entre 1699 y 1701 figura entre los carpinteros un Simón Rodríguez, que pudiera ser este arquitecto. Durante los primeros años de su carrera y hasta la muerte de Andrade en 1712 estuvo repetidamente vinculado al maestro de obras de la Catedral, de quien se puede considerar discípulo y a quien sustituyó como aparejador catedralicio en 1705, ocupándose de las obras que se estaban realizando en la plaza de las Platerías.
Terminado su aprendizaje, en 1701, ejerció como “maestro de obras [...] dando orden al aparejador” en la reedificación de la iglesia compostelana de San Félix de Solovio, obra en la que, con un pequeño paréntesis, iba a estar involucrado hasta el año 1713. La obra de San Félix la compaginó con la dirección de los cuarteles del Barrio de la Cerca entre 1703 y 1707, proyectados por el ingeniero Bernardo Renau; pero esta obra le planteó problemas al ser considerado responsable, por los monjes del colindante Convento de San Agustín, de la caída de un muro de su convento; la denuncia supuso el encarcelamiento del arquitecto desde los primeros meses de 1707 hasta el 18 de marzo de 1708 y el consiguiente descrédito profesional. El incidente, que remontó gracias al apoyo de Andrade, fue sin duda el motivo de recelo que impidió que sucediese a su maestro como arquitecto de la Catedral, para cuyo cargo fue llamado Fernando de Casas y Novoa.
Una vez excarcelado continuó con la obra de San Félix, en la que su peculiar estilo se define plenamente en el acrótero campanario de su fachada, con un engrosamiento de volúmenes hacia lo alto y con los resaltes placados de sus pilastras, solución que imitará poco después Fernando de Casas en el campanario de la iglesia de las Huérfanas y que servirá de prototipo a muchos otros campanarios gallegos. A la obra de San Félix se sumaron pequeños encargos en los que tuvo ocasión de demostrar su pericia, como la ampliación de una ventana en la capilla de la Prima de la Catedral en 1714, el encargo del Ayuntamiento compostelano de la inspección de puentes y calzadas del entorno de la ciudad, o el compromiso con la Universidad del proyecto para el nuevo edificio dedicado a librería, en 1716, y de la consolidación del claustro del Colegio de Fonseca, en 1719; o ya fuera de Santiago el retablo del Santo Cristo de la parroquial de San Pedro de Dimo (Catoira, Pontevedra), en 1718.
Una vez afianzado su prestigio en el ámbito arquitectónico, se puede considerar que el año 1719 comenzó su etapa de madurez con dos encargos importantes: el proyecto para la iglesia parroquial de Santa María de Dodro (La Coruña) y el proyecto y la dirección, entre otras obras conventuales, de la fachada de la iglesia de Santa Clara de Santiago, que es sin duda su obra más representativa. Una obra que marca un hito en la arquitectura barroca gallega y española por su originalidad, en primer lugar por que se trata de un telón decorativo que anuncia la existencia de una iglesia que no se encuentra inmediatamente detrás, pero también por su articulación anticlásica a modo de monumental retablo pétreo, en el que los elementos ornamentales aumentan hacia el centro y hacia arriba en número y en volumen, creando un rico juego de planos a base de la más variada combinación de placas de formas rectangulares y circulares, para culminar en un espectacular remate de tres enormes cilindros sobre soportes cúbicos que son un auténtico desafío de las reglas tectónicas. El resultado, objeto de duras críticas por parte de comentaristas decimonónicos, fue considerado por Schubert como la obra que “marca el punto culminante del estilo” de placas, pero también como obra precursora del arte del siglo XX, así Weisbach habla de “especie de remate cubista [...] de cilindros de piedra y bloques cuadrangulares que no vuelven a darse nunca”, idea en la que insiste Bonet Correa. Las soluciones de esta fachada permiten establecer relaciones tanto con el barroco portugués portuense como con el castellano de Pedro de Ribera, pero también nos permiten hablar de una inspiración en los tratados arquitectónicos de Sebastián Serlio o de Wendel Dietterlin.
Las características de la fachada de Santa Clara, con su engrosamiento volumétrico en la parte alta, alcanzarán su máxima expresión en los retablos compostelanos diseñados por Simón Rodríguez en esta etapa: el de la capilla de la Prima en la Catedral (1721), el retablo mayor (1727) y los laterales de San Francisco de Borja y San Luis Gonzaga (1735) de la antigua iglesia de la Compañía de Jesús, hoy iglesia de la Universidad.
En el citado retablo mayor, tallado por Miguel de Romay, aparece lo que Azcárate y Otero Túñez denominan el “orden gallego”, formado por una columna clásica de pronunciado éntasis y coronada por un cilindro que sirve de base al entablamento, solución que a partir de esta fecha utilizará tanto en retablos como en arquitectura pétrea.
Otra obra representativa de esta etapa es la capilla del Cristo en el Convento mercedario de Santa María de Conxo, en la que está trabajando entre 1729 y 1737; en esta capilla la arquitectura pétrea y sus tres retablos forman una unidad armónica y en ella destacan por su originalidad los dos sepulcros que flanquean la capilla mayor al no seguir el habitual modelo escurialense; en ellos se renuncia a todo tipo de figuración y se resuelve el diseño por medio de una combinación de tres cilindros de diferentes tamaños, como complemento del escudo del comitente: el mercedario fray García de Pardiñas y Villar de Francos, en esas fechas obispo de Tarazona pero de origen gallego.
Si bien durante estos años la actividad de Simón Rodríguez estaba absorbida fundamentalmente por encargos de distintas órdenes religiosas, no por ello había perdido su contacto con la fábrica catedralicia donde había comenzado, a pesar de que el maestro de obras era Fernando de Casas. Así, reconoció el estado de varias casas que eran propiedad del Cabildo, pero sobre todo en esta etapa de madurez hay que mencionar las obras relacionadas con el mecenazgo del arzobispo José Yermo y Santibañez (1728-1737): el encargo catedralicio de copiar el alzado del proyecto de la Torre del Reloj de su maestro Andrade, con motivo de los desperfectos causados en la torre por un rayo caído en 1731; la ampliación de la capilla de San Juan Apóstol, también en la Catedral, y el diseño de su retablo; y la construcción en 1734 de la Casa de Ejercitantes, junto a la iglesia de la Compañía, cuyo proyecto fue enviado por el arzobispo a Madrid para ser supervisado por los arquitectos de la Corte.
Durante la década de 1730 la actividad de Simón Rodríguez fue muy intensa, especialmente en el ámbito retablístico: el retablo de la Virgen de Covadonga para la capilla de San Andrés de la Catedral (1733), el proyecto para el retablo de la capilla del Rosario en Santo Domingo de Bonaval (1737), los colaterales de la capilla compostelana de la Tercera Orden (1739) y el retablo mayor de Santa María de Dodro (1740).
A esto hay que añadir que en 1738 la Universidad le encargó diversas obras en el Colegio de Fonseca o que en 1739 el párroco de Santa María de la Corticela lo llamó para dictaminar en el pleito planteado por el Cabildo de la Catedral, lo cual implicó “azer una mapa de toda la santa yglesia cattedral y de la Cortizela” con el fin de determinar si la capilla debía de estar o no unida a la Catedral.
La última etapa de la carrera de Simón Rodríguez transcurre entre 1740 y 1752, años en los que su actividad cedió ligeramente, a pesar de que realizó obras de gran relevancia. Continuó su relación con la Catedral, de modo que en 1740 el Cabildo le encargó la planta “para las casas de la rúa del Villar que se han de fabricar”, obra que se pospuso ante la compra de nuevos terrenos, y cuando en 1747 comenzó su construcción fue su discípulo, por aquel entonces aparejador catedralicio, Clemente Fernández Sarela, quien se encargó de la obra; la pérdida del proyecto de Rodríguez deja en el aire la pregunta de su posible influencia en el diseño de Sarela, toda vez que la que se conoce como Casa del Deán ofrece unas soluciones que difieren de la Casa del Cabildo de la plaza de Platerías, proyectada por Sarela en 1754.
Pero esta última etapa está marcada sobre todo por la continuación de su relación con la Orden franciscana, ocupándose principalmente de la iglesia de San Francisco de Santiago, pero también de la capilla de la Tercera Orden de La Coruña y de proyectar la iglesia de Santa Clara de Allariz (Orense). El proceso constructivo de la iglesia de San Francisco fue largo por la serie de roces surgidos con el vecino Monasterio benedictino de San Martín Pinario; la iglesia se proyectó en 1740 pero no se concluyó hasta 1787, bastantes años, por tanto, después de la muerte de Simón Rodríguez, lo que supuso a partir de la década de 1770 la supervisión de la Academia de San Fernando, como se pone en evidencia en los cuerpos superiores de la fachada. En la iglesia, dentro de la simplicidad tipológica de una cruz latina inscrita en un gran rectángulo, el arquitecto recurre a unas proporciones de altura casi góticas que realza con el uso de enormes pilastras de fuste rehundido y con recortadas placas en el sumóscapo que centran la atención del espectador en el quebramiento de la cornisa; todo ello sin renunciar a sus habituales cilindros, que en esta iglesia aparecen coronando los marcos pétreos de los retablos del crucero o sobre el dintel de la puerta que comunica el templo con el claustro de la portería.
Otras obras de esta última etapa son el retablo mayor de la capilla compostelana de San Roque (1742); la iglesia parroquial de San Nicolás de La Coruña, cuyo interior concluyó posiblemente Clemente Fernández Sarela; y la fachada y claustro del Convento mercedario de Santa María de Conxo, obra también lenta en su ejecución y de la que en este caso tan solo se construyó la fachada y la correspondiente crujía del claustro, quizá por el rechazo de la Academia ante el anticlásico uso de un cilindro entre columna y entablamento.
En resumen, cabe resaltar la especial predilección de Simón Rodríguez por el uso de placas, potenciando su corte brusco y geometrizante, convirtiéndose así en el máximo representante del “estilo de placas”; algo que no se puede ver como una mera imposición de la dureza del granito gallego, sino como fruto de su propia sensibilidad barroca que le llevó a convertir las placas en sus formas decorativas casi exclusivas, recurriendo en piedra sólo excepcionalmente a la decoración menuda y naturalista que sí aparece en los retablos por él diseñados.
Obras de ~: Reedificación de la iglesia de San Félix de Solovio, Santiago, 1707-1713; Proyecto para la iglesia parroquial de Santa María, Dodro (La Coruña), 1719; Fachada de la iglesia de Santa Clara, Santiago; Capilla de la Prima en la Catedral, Santiago, 1721; Retablo mayor y laterales de San Francisco de Borja y San Luis Gonzaga, iglesia de la Universidad, Santiago, 1727-1735; Iglesia parroquial de San Nicolás, La Coruña; Fachada, capilla del Cristo y claustro del Convento mercedario de Santa María de Conxo, Santiago, 1729-1737; Retablo mayor de la capilla de San Roque, Santiago, 1742; Iglesia de San Francisco, Santiago, 1740-1787.
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María del Carmen Folgar de la Calle