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Fernando de Casas Nóvoa

Biografía

Casas Nóvoa, Fernando de. Santiago de Compostela (La Coruña), f. s. XVII – 25.XI.1749. Arquitecto.

Aunque se desconoce la fecha de nacimiento de este arquitecto, se sabe que vivía en Santiago con sus padres, Juan de Casas y María de Nóvoa, en 1718. Se ubicaba su residencia, concretamente, próxima a la iglesia de San Francisco, en una propiedad del monasterio de San Martiño Pinario que tenía aforada el entonces joven maestro de obras de la catedral de Santiago. El hecho de que cuando firma el proyecto de la fachada del Obradoiro, en 1738, se reconozca como “arquitecto compostelano”, lo vincula inequívocamente a esta ciudad.

A Fernando de Casas hay que relacionarlo, por su formación, con los arquitectos fray Gabriel de Casas y Domingo de Andrade. Con el primero básicamente en un primer momento; con el segundo, sobre todo, cuando deja las obras lucenses para incorporarse a los trabajos de la catedral de Santiago.

Fernando de Casas muere el 25 de noviembre de 1749 en Compostela. Lo enterraron en una capilla de la catedral compostelana la de Sancti Spiritus. Más de cuarenta años de trabajo quedaban atrás.

Buena parte de las obras más importantes que se realizaron en la Galicia de su época, en lo que a la arquitectura religiosa se refiere, estuvieron bajo su dirección.

El cabildo de la catedral lucense lo reconoce en 1708, como el aparejador que va a llevar adelante el claustro catedralicio. Sigue, en este caso, trazas de fray Gabriel de Casas. Dado que aquel fraile arquitecto muere en 1709, va a ser Fernando de Casas quien se ocupe de “amaestrar dicha obra”, lo que se testimonia, cuando se concluye el claustro, en 1714, al disponer un epígrafe, repartido en dos encuadres ovalados, que dice: “Maestro Fdo”. Las finas sartas de frutas, dispuestas sobre las pilastras, se encuentran ya en la línea de fina decoración propia del joven maestro, heredero, en este sentido, del léxico de fray Gabriel de Casas.

La catedral de Santiago tiene a Fernando de Casas como maestro de obras desde 1711, momento en el que Domingo de Andrade está ya en el declive de su vida. De hecho, van a ser trabajos trazados por Andrade con los que se inició el quehacer de Casas para la catedral compostelana. El entonces joven arquitecto tan sólo debía de estar presente en detalles de orden decorativo, en lo que respecta a la construcción de las casas de la Conga.

La aportación del nuevo maestro va a ser mucho más importante en lo que se refiere a las obras de la nueva sacristía catedralicia que será, en el futuro, capilla de Nuestra Señora del Pilar. Hay que tener en cuenta que es ahora cuando el cabildo catedralicio compostelano aceptó la oferta del arzobispo Monroy para que “fenezca la obra de la sacristía nueva de esta Santa Iglesia, disponga en ella su entierro y coloque Altar con Imagen de Nuestra Señora de Pilar de Zaragoza.

Y esto sin privar que sirva para el ministerio de sacristía. Ni ser visto adquirir su Ilma. Derecho de Patronato”. Habrá que esperar a 1713 para que se acuerde, en lo referente a este espacio, de “adornar el frontispicio de las puertas de ella que corresponden a la capilla mayor, hacer un retablo de lo mas decente [...] alajar dicha sacristía de los ornatos y alajas necesarias”.

También en estos momentos, y en relación con el mismo arzobispo Monroy, debe valorarse la construcción del campanario de los dominicos de Betanzos. Se han apreciado, en su estructura, similitudes con el de los dominicos de Santiago, obra de Domingo de Andrade.

Ahora bien, en el aspecto ornamental, se aprecia ya la mano de Fernando de Casas.

En la fachada del Colegio de las Huérfanas de Santiago se lee el siguiente epígrafe: “el yllmo se dn fray / antonio de monroy arbpos / y se de ista cud mdo reedificar / a sus expensas este clegio pa recogi / mento y educao d dzellas / huérfanas d este reino año / 1715”.

Se localiza sobre la puerta principal de esta edificación colegial, vinculable a Fernando de Casas, al igual que el campanario, que se puede relacionar, por un lado, con fórmulas planteadas por Simón Rodríguez en el de San Fiz de Solovio y, por otro, valorar como un antecedente de soluciones que el propio Casas planteará en las torres del Obradoiro.

En 1715, Fernando de Casas se ocupará, mediante contrato, de llevar a cabo una parte importante del convento de las capuchinas de La Coruña, también patrocinado por el prelado compostelano Monroy.

Se relacionan, con este momento de obra, tanto la construcción de la fachada como la portería, claustro, cuatro corredores y otras dependencias, además de la iglesia. Llama la atención el ornamento de placas de la portada, así como el muy desarrollado edículo presidido por un escudo propio de la Orden franciscana.

Fernando de Casas viajará, en 1717, a Portugal con el objeto de escoger materiales para la construcción de la sacristía, en realización, de la catedral de Santiago.

Ya en 1718 se fecha el inventario de sus bienes, que el arquitecto elabora cuando se casa. Aquí se hace referencia a “un catalejo nuevo de seis quartas, otro pequeño, una regla de grados de ébano, cinco compases de bronze y otro de fierro grandes y pequeños, dos reglas de madera de granadillo, una grande y otra pequeña [...] veinte y quatro quadernillos de barios papeles para pintores y arquitectos”. En los fondos de su biblioteca se puede ver cómo conoce la obra de Plinio y Vitrubio, entre los clásicos; Alberti, Vignola, Serlio y Juan de Arfe y Villafañe, entre los renacentistas; fray Lorenzo de San Nicolás, Juan de Caramuel, Fernando de la Torre Farfán o fray Miguel Suárez de Figueroa, como autores del siglo xvii.

Entre 1717 y 1724, Fernando de Casas acondiciona la capilla de Nuestra Señora del Pilar, en la catedral de Santiago, lo que supone la reforma de ese espacio previsto anteriormente como sacristía. Aun cuando se respeta, en lo básico, lo realizado anteriormente por Andrade, los nuevos planteamientos ahora acometidos tienen que ver, básicamente, tanto con las nuevas funciones asumidas como por determinados criterios iconográficos y ornamentales. Así, la traza del retablo, que llevará a cabo Romay, evoca el Triunfo, que recoge el libro de Fernando de la Torre Farfán, Fiestas de la S. Iglesia metropolitana y patriarcal de Sevilla, al nuevo culto del Señor Rey S. Fernando el tercero de Castilla y de León (Sevilla, 1672), alusivo a la fiesta de canonización de san Fernando, en Sevilla.

En todo caso, ha de relacionarse con Fernando de Casas el conjunto de obras reformadoras de lo que, en principio, iba a ser sacristía. Así, el citado retablo mayor hay que integrarlo en la labor que los jaspistas desarrollan en el testero correspondiente, configurando, en su totalidad, la representación de una supuesta fachada de una arquitectura fingida de la que el retablo propiamente dicho se constituye en su parte central.

También existen referencias de orden arquitectónico en los laterales de la ahora capilla. Han de valorarse como representaciones de naves que confluyen, desde los lados en este espacio, generando la idea de que se integran en un ámbito más amplio; algo que sucede, concretamente, con la capilla del Pilar, sita dentro de su gran santuario zaragozano.

Sobre las puertas de acceso que conducen hasta la girola catedralicia compostelana pueden verse, también en trabajo de jaspistas, dos plantas arquitectónicas gemelas. Cabe interpretarlas como alusivas al paralelismo que intenta simularse entre este espacio mariano santiagués con aquel de Zaragoza al que se quiere evocar. Tanto es así que la imagen de la Virgen, que preside el retablo, y la lámpara, que centra este espacio, fueron encargadas en Zaragoza, buscando esa similitud.

El lugar en el que se dispone la tumba del arzobispo Monroy merece también una reflexión. Está ubicada en un lateral, a buena altura, de tal modo que, más que formar parte de esa “representación” de la capilla del Pilar, se integre en otro nivel de entendimiento.

El bulto orante de este prelado, que perteneció a la Orden dominica, se entrega a la devoción de una Virgen del Pilar que, desde su retablo, aparece, en cierto modo, custodiado por las figuras de santo Domingo y santo Tomás, expresiones máximas de aquella Orden mendicante a la que pertenecía Monroy.

Fernando de Casas se ocupaba de renovar, y ampliar, el lado sur del claustro al tiempo que levantaba esta nueva capilla en la catedral. Es ahora cuando, concretamente en 1719, se encarga de “fabricar de cantería las escaleras que suben de dicho claustro a todos los cuartos de la fábrica [...]”, sustituyéndose, de este modo, otra anterior en madera. Además, levanta ahora el llamado esconce de Platerías, lo que supone la creación, en 1720, de un auténtico telón escenográfico que enriquece la imagen exterior claustral hacia la plaza de Platerías, en un espacio sumamente estrecho, generando una portada de claro sentido vertical, enaltecida por el edículo con el que se remata esta traza. Se busca así, conseguir, desde el punto de vista arquitectónico, una adecuada transición entre lo que supone la traza de Rodrigo Gil, hacia Platerías, y la nueva obra del lado meridional del claustro, de mucha menor altura en relación con la torre del llamado cuarto del Tesoro.

A partir de 1720, Fernando de Casas se encuentra empeñado en la realización de otra nueva obra en la catedral compostelana. Es ahora cuando levanta, en la torre de las Campanas, sobre lo ya anteriormente construido —en parte de carácter románico, en parte del primer Barroco—, un último cuerpo que le aporta al conjunto de esta torre un cierto parecido con la del Reloj de esta misma catedral, en lo que tiene de quehacer de Domingo de Andrade. El hecho de que tanto Andrade como Fernando de Casas manejen el libro de Fernando de la Torre Farfán, alusivo a la canonización de san Fernando, ofrece un punto común de inspiración para ambas obras, estando en plena construcción el remate de la torre de las campanas por 1730.

En todo caso, se trata de un momento en el que la tarea de Fernando de Casas en la catedral compostelana es muy intensa. Tanto lleva a cabo informes sobre determinados trabajos ajenos —es el caso del retablo de Simón Rodríguez para la capilla de la Concepción (1727)— como trazas propias, entre las que cabe citar la del retablo de la Virgen de la Azucena (1729), en la capilla de San Pedro, o de Mencía de Andrade. Será Francisco das Moas quien ejecute este retablo, en 1731, siguiendo en su trabajo el léxico de Casas, con volutas, ornados pináculos, sartas de frutos y columnas panzudas, que se puede ver desglosado en las tres calles del mismo.

La iglesia de las dominicas de Belvís es una obra que inicia Fernando de Casas en 1725 y que se consagra en 1739. Bonet Correa ha manifestado los paralelismos existentes entre el alzado de este templo y los levantados por las mercedarias de Santiago, de la mano de Diego de Romay, y por las capuchinas coruñesas, que había sido obra del propio Fernando de Casas.

El Tribunal de la Inquisición de Santiago encarga a Casas, en 1726, una serie de trazas desde las que se pretendía ampliar su edificio, ubicado a un lado de la portada de la iglesia de los monjes de San Martiño Pinario. Por otra parte, en esos mismos momentos, este arquitecto mantenía relaciones profesionales con el monasterio benedictino, dado que, por entonces, se pretendía cerrar su gran claustro procesional.

El hecho de que Casas hiciese una serie de trazas, significando las intenciones del Tribunal, para los monjes de Pinario, justifica una nota que acompaña a dichas trazas en la que se dice: “Deven ponerse esttos papeles en partte que se conserven para memoria de la grande azaña que a favor de la casa ha hecho el amigo Fernando de Casas”. Lo cierto es que, tras este curioso episodio, el Tribunal del Santo Oficio optó por cambiar su ubicación. Desde entonces Fernando de Casas se iba a convertir, en los años inmediatos, en una referencia inexcusable a tener en cuenta en las grandes obras que se acometieran en Pinario.

A partir de 1725 se inicia una nueva etapa de trabajo del arquitecto en la catedral de Lugo. El cabildo catedralicio lucense, siguiendo el ejemplo compostelano, representado por la capilla de Nuestra Señora del Pilar, proyecta levantar una “sacristía nueva” en la que se incluya, asimismo, una devoción mariana, en este “Ntr.ª Sr.ª de los Ojos Grandes Ntr.ª Patrona”.

Fernando de Casas, ante esta pretensión de la catedral lucense, realiza una contrapropuesta en la que, obviamente, tiene en cuenta sus experiencias compostelanas a la hora de realizar la capilla del Pilar.

El hecho de que se pretenda subrayar la importancia de esta devoción mariana, en el ámbito catedralicio lucense, debe de tener mucho que ver con la ubicación, y la relativa autonomía y preeminencia que se le otorga al espacio a construir en el conjunto del templo. Desde un primer momento también se encuentra, en el plan de Casas, la idea de “hazer un tabernáculo en medio de dh.ª capilla, que sirva de trono a Ntr.ª Sr.ª, en donde se avían de hazer dos altares en que pueda celebrarse a un mismo tiempo”.

De este modo, nace en el pensamiento de Casas la idea de articular la obra pétrea y de plan central de la capilla con un elemento lígneo en la parte media del mismo. Un rico programa iconográfico de condición mariana completa el conjunto; no debe pasar inadvertida la inspiración, también aquí, en el citado libro de Fernando de la Torre Farfán.

Respecto al trabajo del retablo, que hay que valorar como un baldaquino exento, se han señalado distintos precedentes en el arte español; concretamente en la obra ejecutada por Francisco Hurtado para el sagrario de la cartuja de Granada, ultimado en 1720. La obra lucense, en tanto, fue materializada por el taller de Miguel de Romay a partir de 1734.

El programa iconográfico de la capilla de Nuestra Señora de los Ojos Grandes se desarrolla en clave de emblemática, tomando como referencia las letanías marianas. Para ello se utilizan diferentes fuentes literarias, entre las que destacan, por su interés, las obras de Theophilo Mariophilo (Escala exjacob, Ausburgo, 1694), fray Nicolás de la Iglesia (Flor de Miraflores, Burgos, 1695) y A. C. Redel (Elogia mariana, Ausburgo, 1732).

La clave interpretativa de la capilla se concentra en los dos tondos situados en los ábsides menores de la misma, representando la identificación de María como nave cargada de panes, por una parte, y, por otra, como fuente de vida. Ambas imágenes resumen la idea de María como mediadora y parte esencial de la Redención.

Durante los años treinta, las tareas de Casas como maestro de obras de la catedral le obligan a encargarse tanto de la fábrica catedralicia como de las visitas a distintas propiedades inmuebles del cabildo.

Así, en 1732, redacta el pertinente informe sobre la capilla mayor de la iglesia de Santa María de Dexo, en Oleiros.

Entre 1730 y 1738 vamos a encontrar a Fernando de Casas trazando diferentes obras para el monasterio compostelano de San Martiño Pinario. Concretamente, ya en 1730 se encuentra en este centro de los benedictinos santiagueses un abundante número de escultores llevando a cabo la ingente obra del retablo mayor, que no se concluirá hasta 1733.

Si se tiene en cuenta lo planteado por Casas en este momento, prescindiendo de los añadidos posteriores, nos encontramos con un retablo baldaquino, con dos altares, que nos lleva a recordar la obra planteada anteriormente para la capilla de Nuestra Señora de los Ojos Grandes.

También se pueden encontrar antecedentes de esta obra benedictina en la construcción del retablo de la capilla de la Virgen del Pilar de la catedral de Santiago.

El modo de integrar un escueto plan iconográfico en esta gran máquina barroca resulta ciertamente magistral.

La utilización de la luz natural, que penetra por las ventanas abiertas sobre el coro hacia el oeste —en la parte posterior de este conjunto retablístico—, hace que, por la tarde, se produzcan extraordinarios efectos de contraluz que desmaterializan las esculturas, de modo que, por ejemplo, la Apoteosis de San Martín, en una hornacina central, adquiere su más profundo sentido —parece encontrarse en los cielos— gracias al efecto de transparente barroco, sabiamente generado.

Si el taller de Miguel de Romay es quien lleva a cabo este gran retablo de San Martiño Pinario, también se le debe al mismo, prácticamente en idénticas fechas, la labor de las cajas de los órganos dispuestas sobre el coro. Debe tenerse en cuenta que la obra escultórica correspondiente se acomete a partir de 1733. Se puede ver aquí la decoración menuda y rica, propia del léxico de Casas, tan habitual, por otra parte, en el modo de hacer del taller de Romay.

Por 1738 se iba a ultimar el edículo que remata la portada del monasterio de San Martiño Pinario. Hay que valorar el hecho de que, en una traza de 1727, se alude a que aún no está realizado “el frontispicio con el escudo real y remates”, lo que lleva a deducir que existía una traza donde no estaba prevista la parte superior del mismo, con el frontón partido y la imagen de san Martiño partiendo la capa con el pobre, allí presente. Esto lleva a pensar que Fernando de Casas hubo de remodelar la configuración del edículo, previamente trazado, otorgándole su actual diseño.

El arquitecto Casas vuelve a trabajar para las capuchinas de La Coruña entre 1730 y 1740; es entonces cuando se concreta el retablo mayor de este convento, que guarda parecidos con el mayor de la Venerable Orden Tercera y que ha sido relacionado con diferentes retablos portugueses. Por otro lado, el retablo del crucero puede vincularse, en lo ornamental, con las formas habituales manejadas por este arquitecto.

En 1734, Fernando de Casas se hace cargo de la continuación de las obras de la iglesia de los monjes de Vilanova de Lourenzá, hasta ahora llevadas a cabo por fray Juan de Samos. Éste había realizado la traza del templo, aunque el arquitecto Casas iba a imprimir su modo de hacer, tanto en las proporciones que asume la obra como en el desarrollo de su cúpula y en la configuración de la fachada, que ha sido relacionada con la de la iglesia de San Francisco de Lima. Dicha construcción era conocida por el maestro de obras compostelano a través de un grabado recogido en el libro que firma fray Miguel Suárez de Figueroa, Templo de N. Grande Patriarca San Francisco de la Provincia de los doze Apóstoles de el Perú en la Ciudad de los Reyes, arruinado, restaurado y engrandecido de la providencia Divina (Lima, 1675), obra presente en la biblioteca de Casas ya en 1717. Esta fachada, altamente ornamentada en su parte central, ha sido entendida, en bastantes ocasiones, como un ilustre precedente de la del Obradoiro, de la catedral de Santiago.

Es también en 1734 cuando se le encarga a Casas la concreción de la iglesia de los jesuitas de La Coruña, que va a ser concebida conforme a normas de austeridad, acordes con los intereses de la orden promotora de esta obra, que conoce, para la misma, un proyecto anterior de Domingo de Andrade; se concluye hacia 1743.

Entre 1737 y 1741, durante el mandato del abad fray Ruperto de Taboada, se acomete la obra de la capilla de Nuestra Señora del Socorro, en la iglesia de San Martiño Pinario. Nace del acrecentamiento de una de las capillas, del lado de la Epístola, de la nave de este templo. De hecho, la capilla de la que se parte se convierte en nave de la ahora concretada. Desde este espacio primero nace, en este caso, un conciso crucero presidido por una cúpula compartimentada con casetones, en forma parecida a como se había levantado la de Vilanova de Lourenzá. La razón de esta ampliación ha de vincularse con una cofradía fundada en 1688 por un monje, fray Juan Martínez de Mogollón.

Será en 1738 cuando el cabildo catedralicio compostelano se plantee poner en marcha las obras de la fachada del Obradoiro; por ello manda al fabriquero que “disponga se prevengan materiales para la obra del espejo y torre que mira á la plaza del Hospital”; se valora al tiempo “la rruina que pade el espejo y a la falta que hace la torre por la ygualdad con la otra”. La concepción de la obra que se va a acometer justifica la realización de una magnífica traza, que se conserva en el archivo de la catedral de Santiago, en el que el maestro Casas aborda esta compleja planificación.

El trabajo acometido por Fernando de Casas en el Obradoiro parte de una obra previa en la que era preciso remodelar la fábrica románica, modificada en los primeros siglos del Renacimiento, con un conjunto de torres de altura desigual, dado que la relativa a las Campanas había sido alzada por José Peña de Toro y culminada por el propio Casas.

El hecho de que la torre de las Campanas presentase, desde antiguo, problemas de sustentación había obligado anteriormente a Ginés Martínez a contrarrestar su inclinación con un estribo que planteaba, ante estas puertas catedralicias del oeste, una forma asimétrica entre las fábricas del claustro y del palacio episcopal.

Igualar la altura de las torres, compensar la masa del estribo hacia el lado de palacio y rediseñar la parte central de la fachada, en la zona conocida como el espejo, son los objetivos que considera la traza planteada por este maestro de obras compostelano. Después, cuando los trabajos se ponen en marcha, se irán adoptando una serie de modificaciones sobre la idea original con las que, según opinión generalizada, va ganando en valor arquitectónico y perdiendo sentido ornamental, generando, en todo caso, una obra muy bien articulada, en la que prima la idea de unidad, por encima, pues, de esa suma de momentos históricos que están en la base del proyecto.

El macizo, en las partes laterales, y la transparencia, en la zona central —con la amplia luminosidad del espejo— configuran una unidad entendida en muchas ocasiones como un verdadero arco de triunfo que ofrece entrada principal a la gran basílica jacobea.

También Fernando de Casas, en este caso, tuvo en cuenta ideas extraídas del triunfo de la fiesta de canonización de san Fernando en Sevilla, que se convierte, de este modo, en una especie de idea recurrente desde la que, tanto Domingo de Andrade como Casas, se enfrentan, a la hora de adoptar soluciones barrocas, a la fábrica de la catedral compostelana.

El triunfo concebido ha de vincularse, de un modo muy íntimo, con el propio Pórtico de la Gloria, que es, en definitiva, el espacio inmediato al que sirve como introducción. Si el triunfo tiene un espacio interior propio, éste, en el caso compostelano, no es otro que la insigne obra mateana, especialmente valorada por el gran maestro de obras barroco que es Casas.

No debe pasar inadvertida, tampoco, la importancia que tiene la fachada del Obradoiro en el orden estrictamente lumínico. A la luz románica catedralicia la sustituye, con este ingente ventanal orientado hacia el oeste, otra de condición barroca que, desde aquí, inunda buena parte del gran templo jacobeo.

A lo largo de los años cuarenta, la fachada del Obradoiro fue adquiriendo su forma actual. También se ocupa de otras obras vinculables a la catedral; en el archivo catedralicio se guardan una serie de dibujos relativos, por ejemplo, las trazas de la casa número 9 de la Conga, en Santiago.

En tanto, el monasterio de San Martiño Pinario afianza todavía más, a partir de 1741, su vinculación con Fernando de Casas. Es tal la relación que, desde este momento, se le señala un salario y se le designa “formalmente maestro de obra de la casa”; se trata de la etapa en que se continúan los trabajos del claustro grande por el lado oriental.

La disposición de una hermosa chimenea, enfrente de la calle de las Campanas de San Juan, generando una afortunada perspectiva barroca, así como el chaflán, que remata la edificación hacia la parte de la plaza de la Inmaculada, se incardinan en el lenguaje al uso de la época, ocupada en poner de relieve la imagen monumental de la Compostela del momento.

En 1742, Fernando de Casas contrata el retablo de San Benito, en el crucero de los benedictinos compostelanos.

Se trata de una traza que recuerda fórmulas planteadas por Domingo de Andrade; se concreta con un alto banco y grandes columnas, concordantes, en cuanto a su tamaño y formato, con las previamente concebidas para el retablo mayor. A continuación, la traza del retablo de la Virgen, al otro lado del crucero, iba a suponer el planteamiento de una formulación similar, completando, de este modo, un excepcional conjunto de retablos.

En 1743 plantea Fernando de Casas la traza de la iglesia de San Andrés de Cedeira (Redondela), en la que se aprecia el uso de soluciones arcaizantes, justificables por la reutilización, fundamentalmente en el abovedamiento, de materiales previamente existentes en el templo al que sustituyó.

Ya en 1746 se plantea, una vez más en San Martiño Pinario, la realización del retablo de la capilla de Nuestra Señora del Socorro, trazado por Fernando de Casas; en un epígrafe localizado en la parte posterior del ático se dice que en “El año de 1749 se acabó esta obra y fue maestro el señor Manuel de Leis. Año de 1749 trabajo Pedro de la Iglesia”. Se trata, en todo caso, ante un retablo-camarín que evoca, en cierto modo, la obra anteriormente planteada por el mismo arquitecto para la capilla de la Virgen de los Ojos Grandes de Lugo. También aquí ha de entenderse este espacio mariano como un todo en el que se conjugan distintas artes, desde las que se desarrolla un amplio programa iconográfico.

Las monjas de San Paio de Antealtares utilizan los servicios de Fernando de Casas en 1744. Con él se relaciona la obra “de echar y azer un nuevo quarto dormitorio desde donde termina la vicaría hasta la puerta de los carros”; tal quehacer suponía adentrarse en “la calzada contigua a la cerca”, lo que conlleva que se firme en 1748 una concordia al respecto entre los representantes de la ciudad y la abadesa del monasterio. Se trata, pues, de la construcción de un “cuarto nuevo”, con “quatro zeldas en línea y quatro altos”. En cuanto a la llamada Puerta de los Carros, que se integra en esta obra, muestra un modo de hacer en Fernando de Casas que se aproxima, ahora, al de Simón Rodríguez.

No ha de entenderse, en modo alguno, la obra de alineamiento acometida en relación con el monasterio como la única de condición urbanística planteada por Fernando de Casas. En 1746 se encuentra interviniendo en las cuestiones relativas a la red de conductos del agua de la ciudad de Santiago desde la arqueta de la fuente de San Miguel.

 

Obras de ~: Claustro de la catedral, Lugo, 1708-1714; Fachada del Colegio de las Huérfanas, Santiago de Compostela, 1715; Fachada del convento de las Capuchinas, La Coruña, 1715; Capilla de Nuestra Señora del Pilar, catedral, Santiago de Compostela, 1717-1724; Fachada del Esconce de Platerías, catedral, Santiago de Compostela, 1720; Interior de la iglesia de las Dominicas de Belvís, Santiago de Compostela, 1725-1739; Interior de la capilla de Nuestra Señora de los Ojos Grandes, catedral, Lugo, 1725-1734; Retablo mayor de San Martiño Pinario, Santiago de Compostela, 1730-1738; Fachada de la iglesia monacal de Vilanova de Lourenzá, Vilanova de Lourenzá, 1734; Interior de la capilla de Nuestra Señora del Socorro, iglesia de San Martiño Pinario, Santiago de Compostela, 1737-1741; Fachada del Obradoiro, catedral, Santiago de Compostela, 1738; Puerta de los Carros, monasterio de San Paio de Antealtares, Santiago de Compostela, 1744.

 

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José Manuel García Iglesias