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Francisco María Solano Ortiz de Rozas

Biografía

Solano Ortiz de Rozas, Francisco María. Marqués de Socorro (II), Marqués de la Solana (VI). Caracas (Venezuela), 10.X.1768 – Cádiz, 29.V.1808. Teniente general de los Reales Ejércitos.

Fue capitán general del Ejército y de la provincia de Andalucía, general en jefe del ejército de Extremadura, gobernador de la plaza de Cádiz, presidente de la Real Audiencia de Sevilla. Marqués de la Solana, marqués del Socorro, conde y señor del Carpio, señor de Quintanillas y Casa de Hito, maestrante de la Real de Sevilla, caballero de las órdenes de Santiago y San Juan, fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Sociedad Cantábrica.

De origen noble, existen discrepancias sobre su fecha de nacimiento: en su Hoja de Servicios figura como nacido en Caracas el 10 de octubre de 1768, mientras que cronistas de Cádiz, como Adolfo de Castro, recogen la fecha de 10 de diciembre de 1769.

Capitán de Caballería con fecha 3 de junio de 1784, destacó en diversas campañas militares por sus dotes de mando en Hispanoamérica, en dos Campañas en Orán, en el Rosellón y en la guerra contra Portugal.

Alcanzó el grado de coronel con fecha 16 de abril de 1792. Siendo mariscal de campo, en octubre de 1802 fue promovido al empleo de teniente general y el 9 de noviembre de 1805 al cargo de gobernador de la plaza de Cádiz, donde realizó notables mejoras y fundó escuelas gratuitas según el sistema del profesor suizo Johann H. Pestalozzi. En 1807 recibió nombramiento para mandar la división auxiliar del ejército francés que había pasado a ocupar la nación portuguesa.

En mayo de 1808, al llegar las noticias de las abdicaciones de los Borbones españoles, el alzamiento del pueblo en Madrid tratando de evitar que se llevaran a Francia al menor de los infantes de la Corona, Francisco de Paula, y la sangrienta carga de los mamelucos y fusilamientos posteriores, empezó a organizar la resistencia enviando urgentemente misivas a los distintos jefes militares de Andalucía, quienes adoptaron una actitud pasiva, a la par que ordenó el reforzamiento de los castillos que se encontraban bajo su jurisdicción, en especial el castillo de Puntales. Al no recibir respuestas de sus compañeros de armas, estimó que por hechos consumados habían claudicado aceptando el nuevo orden impuesto. En esta situación de incertidumbre, el 28 de mayo se presentó el conde de Teba, enviado por la Junta de Sevilla, alzada el 26 de mayo, con un oficio pidiendo la adhesión de Cádiz al levantamiento que ya se había producido en gran parte de España. El general Solano convocó una reunión con los generales para decidir sobre el oficio traído por el conde de Teba, asistiendo a ella Juan Joaquín Moreno, comandante general del departamento, los capitanes generales que habían sido de esta provincia, príncipe de Monforte, Tomás de Morla y Manuel de la Peña; el comandante general de la Escuadra surta en la bahía, Juan Ruiz de Apodaca y los mariscales de campo Juan Ugalde, Jerónimo Peinado, Narciso de Pedro y José del Pozo. Tras la reunión publicó un bando por el que se convocó un alistamiento para auxiliar a Sevilla, pues “todos unánimes, creyeron que era aventurado declararse, desde luego, abiertamente contra Francia”. Mientras esto ocurría, creció en el pueblo de Cádiz el encono contra el francés exaltándose los ánimos, lo que derivó en algazara exigiendo el reparto de armas y que se declarase la guerra a Francia intimando a la rendición a la escuadra francesa fondeada en el puerto de Cádiz.

El escenario por la cercanía de las tropas francesas, hasta hacía poco supuestas aliadas, e inglesas, enemigos que estaban fuera de la bahía de Cádiz, era delicado, incómodo y confuso, incomodidad acrecentada por las sutiles maniobras del almirante francés F. E. Rosilly-Mesros, mezclando los barcos fondeados y teniendo los navíos franceses siempre bajo tiro de cañón a los navíos españoles. Tras el bando del general Solano, el pueblo no se sintió satisfecho y se presentó en masa frente a la Capitanía General exigiendo el ataque al enemigo francés. Escribe Ángel Mozo, que “la plebe fue confundida en sus ideales por los emisarios llegados de Sevilla y las voces de traición dirigidas contra Solano se escucharon con demasiada insistencia en la noche gaditana. La muchedumbre acoge bien la calumnia, la adoba y la engorda a sus anchas”.

El día 29, el ayudante de Solano, José Luquey, anunció al pueblo en la plaza de San Antonio que, tras la Junta de Oficiales de Marina, no se podía atacar a la escuadra francesa sin destruir también a la española, todavía interpolada con aquella, gracias a la mencionada hábil maniobra del mando francés que había fondeado sus navíos cogiendo entre dos fuegos a los españoles. Pero la realidad es que Solano preparó la proclama de guerra dejándola sobre el escritorio, quizás a la espera de ultimar militarmente los preparativos para el alzamiento, contando con las fuerzas suficientes. Con este anuncio de Luquey, el pueblo enfurecido gritó desaforadamente, ante lo cual el general Solano decidió salir al balcón y explicar la situación.

No consiguió hacerse oír y el alboroto degeneró en motín acaudillado por improvisados cabecillas al que se sumó una turbamulta proveniente de la Alameda y armada con piezas de Artillería provenientes del Arsenal, recién saqueado. La masa ya imparable avanzó sin control hacia Capitanía, derribó la puerta, viéndose los guardias de la Capitanía sobrepasados por la horda que les venía encima. Éstos, sin comprometerse apenas, hicieron unos disparos al aire, que no solucionaron nada. La masa incontrolada y enajenada, ya en Capitanía destrozó a su paso cuanto encontró, buscando al general Solano, a quien creían en connivencia con el enemigo francés, considerándolo un traidor “afrancesado”.

Inicialmente, dado el parecido físico, confundieron al general Solano con el capitán José de San Martín, a la sazón oficial de guardia, ayudante de campo, del general Solano y años más tarde uno de los principales próceres de la secesión de los territorios españoles en Hispanoamérica. San Martín resultó herido mientras el general Solano logró escapar y refugiarse en la casa de una amiga irlandesa, la señora María Tucker, viuda de Strange. Un grupo armado irrumpió en la casa y lo encontró. Solano se resistió a su detención matando a uno de los atacantes, pero, superado numéricamente, lograron reducirlo, lo maniataron y a empellones lo condujeron hacia la plaza de San Juan de Dios. La masa exaltada, creyéndole colaboracionista con el francés, exigía su inmediata muerte, e improvisó un patíbulo para ahorcarle. En ese momento, una mano le apuñaló por la espalda causándole la muerte instantánea. Aquí las crónicas históricas presentan dos versiones: hay quien asigna el hecho a una mano amiga que quiso ahorrarle la humillación de morir como un reo común, contando la acción asesina con la aquiescencia del propio general Solano, y hay quienes, por el contrario, lo atribuyen a una mano enemiga conducida por el odio y la ira.

Años más tarde, el 27 de julio de 1816, la marquesa de Solana, condesa del Carpio, y la marquesa viuda del Socorro, viuda la primera, y madre la segunda del teniente general Francisco Solano, mandaron una instancia al Rey solicitando “se formase la correspondiente sumaria en averiguación de la conducta que observó el expresado General en los movimientos y ocurrencias del mes de mayo de 1808”. Recibieron contestación por Real Orden fechada en Madrid, a 24 de agosto de 1817: “Habiéndose formado dicha sumaria en la referida plaza de Cádiz, y oído sobre ella el Consejo Supremo de la Guerra, conformándose S. M. con el parecer de este Tribunal, se ha servido mandar que se anuncie y publique al Ejército por la orden general, y se haga saber por medio de los papeles públicos la inocencia del Teniente General D. Francisco Solano, y que se halla muy satisfecho de sus buenos servicios, sin que de manera alguna pueda ofender y perjudicar la memoria de tan digno Jefe, ni la de su familia, la desastrosa muerte que sufrió en la plaza de Cádiz, la tarde del 29 de mayo de 1808; antes al contrario ha declarado que las desgracias de este malhadado General, los servicios contraídos en su distinguida carrera, su fidelidad hacia su Real Persona, y su inocencia, son otras tantas causas que deben influir a favor y en beneficio de sus tiernos hijos, para que ya que aquellos tumultuarios acontecimientos les privaron de un padre digno de mejor suerte, hallen en S. M. otro que nunca olvida los méritos de los que le han servido con honor y delicadeza”.

 

Bibl.: J. M.ª Queipo de Llano Ruiz de Saravia, Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución en España, Madrid, Imprenta del Diario, 1839, 3 vols.; A. de Castro, Cádiz en la guerra de la Independencia. Cuadro histórico, Cádiz, Ayuntamiento, 1862, págs. 7-10; A. Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano, Madrid, Librería y Casa Editorial Hernando, 1927; J. Gómez de Arteche y Moro, Guerra de la Independencia (1808-1914), Madrid, Servicio Histórico Militar, 1966; Servicio histórico Militar A y J. Priego López, La guerra de la Independencia, 1808-1814, vol. II. Primera Campaña de 1808, Madrid, San Martín, 1972; R. Solís, La guerra de la Independencia española, Barcelona, Noguer, 1973; A. Lago Carballo, Vida española del General San Martín, Madrid, Instituto Español Sanmartiniano, 1994; A. Mozo polo, “El general Francisco María Solano Ortiz de Rozas (1769-1808). Un crimen atroz e impune”, en Ateneo. Revista cultural del Ateneo de Cádiz, n.º 4 (2004) págs. 84-91; J. Aragón Gómez, La vida cotidiana durante la Guerra de la Independencia en la provincia de Cádiz, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Diputación, 2005, 2 vols.; M. Artola, La guerra de la Independencia, Madrid, Espasa, 2007.

 

José Carlos Macía Arce y José Martín Brocos Fernández