Ronquillo Briceño, Pedro. Conde de Gramedo (II). Madrid, 1.II.1630 – Londres (Reino Unido), 3.VIII.1691. Letrado, diplomático, consejero de Estado, abad.
Nacido en el barrio madrileño de la parroquia de San Martín, Pedro Ronquillo Briceño destacó por ser una personalidad muy influyente en los últimos años del siglo XVII. Fue el cuarto hijo, tercero de los varones, de la numerosa familia de ocho hombres y dos mujeres, que dio vida el matrimonio Antonio Ronquillo Cuevas y María Jacinta Briceño de Duero, herederos de dos linajes importantes, casados en Valladolid en agosto de 1624.
El nombramiento de su padre para ejercer cargos diplomáticos en Italia hizo que al poco de nacer se trasladasen. Esta fue la causa de encontrar en él un talante inquieto a la vez que representó la oportunidad de aprender diferentes lenguas: francés, italiano, inglés, instrumentos esenciales para su futura labor diplomática. Años en los que recibió también la concesión del hábito de la Orden de Alcántara, seña tan característica de su familia.
Ya en España, tras fallecer su padre, completó sus estudios jurídicos en el Colegio de Oviedo de Salamanca, junto a su hermano Antonio, acabando éstos en Madrid, donde conoció a Ana López de Mendoza, mujer de noble linaje, con quien tuvo un romance y del que nació su único hijo Pedro Francisco Ronquillo Briceño, hecho que aparece como el único intento a lo largo de su vida por conformar una familia.
Tras esto se inició una carrera al servicio del Estado, que le llevó a alcanzar los cargos más significativos en la política interna y externa de la Monarquía.
Los primeros pasos de su trayectoria se ajustan al ámbito interno del Estado. En Valladolid fue nombrado alcalde de hijosdalgo de la Chancillería. De aquí se trasladó a la Chancillería granadina como oidor.
Su trabajo y dedicación son las claves que le hicieron ganar la confianza de Su Majestad Carlos II, cuyo precario reinado necesitaba de personalidades valerosas para hacer frente a las aspiraciones que se cernían sobre España por las potencias europeas, especialmente de Francia. Es Pedro Ronquillo ese prototipo de persona valiente y dispuesta a la defensa de los intereses de su país. Esto es lo que apreció Su Majestad y por ello le confió una labor diplomática que le permitió condicionar el futuro de la Monarquía y en definitiva influir en la historia.
Nombrado por Su Majestad miembro del Consejo de Castilla y del Consejo de Indias en torno a 1675, recibió una primera misión que le llevó a Flandes. Se le destinó a la Superintendencia Militar de Justicia.
Las razones de este destino fueron: la situación de los dominios españoles en áreas geoestratégicas (Flandes) frente a la política de expansión agresiva de Luis XIV.
La clave que articulaba todo se halla en la situación de marcada debilidad interna y externa de la Monarquía de Carlos II como en los juegos de alianzas entre el resto de potencias en el territorio. A la llegada de Ronquillo, la situación era más compleja, si cabe, debido a los avances franceses en los Países Bajos, lo que provocaba la necesidad de más hombres al gobernador de Flandes, duque de Villahermosa.
Al llegar 1678, el cansancio de la guerra era patente, lo que dio lugar al inicio de negociaciones que habrían de conducir a la firma de la paz.
Los acuerdos de paz fueron otro escenario en el que Pedro Ronquillo tomó partido. El Consejo de Estado le designó, junto al marqués de los Balbases, plenipotenciario en Nimega, ciudad que acogió la firma de los tratados.
El desarrollo de esta paz fue complejo; la actitud desplegada por los delegados de Su Majestad fue la negativa a firmar los acuerdos hasta que no se le restituyesen a España las plazas arrebatadas a la muerte de Felipe IV. Táctica que acabó declinando debido a la incapacidad de la Monarquía para generar una respuesta de tal contundencia. Aceptar dicha paz supuso a España la pérdida del Franco Condado y diversas plazas fronterizas en los Países Bajos: Bouchain, Condé, Iprés...
Tras esta derrota, que afianzaba la crisis de los Austrias y hacía más patente el poder de la dinastía borbónica, la Monarquía ponía en marcha un plan que tenía por objetivo frenar al enemigo francés. El plan a desarrollar se basó en la constitución de una liga a negociar con diferentes países, tarea ésta que desempeñó desde Londres Pedro Ronquillo. Enviado allí como embajador ordinario, actuó como motor del Tratado de Windsor, firmado por Gran Bretaña y España, al que se uniría Suecia, Provincias Unidas y el Sacro Imperio el 10 junio de 1680. Esta fue la primera misión en la capital británica desde su llegada, que se había producido a fines de 1679, aunque no fue hasta 1681 cuando tomase posesión de la embajada.
En su labor como embajador culminó su vida.
Los años entre 1681 y 1691 marcan una etapa brillante en sus tareas de diplomático a la vez que ingrata y triste. Brillantes son los informes que enviaba a la Monarquía, sus análisis claros y sinceros, su capacidad de adaptación y comprensión de la realidad británica; triste es el trato que se le otorgó y la penuria económica en que se vio sumido ante la ineficacia del país al que representó.
Su estancia en Londres sucedió en un momento muy complejo, se vivía una etapa de transición. La muerte de Carlos II había subido al Trono a su hermano Jacobo II, que a juicio de Ronquillo “desplegó una política de favoritismo personalista...”, de forma que dicha política determinaría su deposición, dejando la Monarquía en manos de su hija María, casada con Guillermo de Orange. La diferencia ahora la imponía el acontecimiento que traía la nueva Monarquía: una revolución. La Revolución Gloriosa ponía fin en Gran Bretaña a las Monarquías absolutas e implantaba una Monarquía Parlamentaria. En medio de estos influyentes acontecimientos para el devenir histórico estaba la presencia del embajador español, el cual fue objeto en algunas ocasiones del caos de la acción revolucionaria, como narra en su correspondencia con el marqués de Cogolludo: el asalto a su casa, lugar que era inviolable, el hecho de ser católico “en un país de herejes” y el desamparo en que se encontraba a pesar de sus ruegos a los ministros de Carlos II.
Sin embargo, la nueva realidad británica le proporcionaba una “amistad” con el monarca consorte, Guillermo de Orange. Se convirtió Pedro Ronquillo en un hombre de la confianza del Rey; su sensatez y espíritu analítico fueron las dos cualidades que Guillermo de Orange apreció en él. Pero Pedro Ronquillo se encontraba desamparado, y se seguía lamentando de su situación: había perdido su casa, se encontraba arruinado y sufría una enfermedad que le debilitaba más cada día, por lo que decidió escribir al Rey para que proveyera un nuevo embajador y volver a España junto a su familia. La demora que el Consejo de Estado español dio a la petición del fiel y eficaz embajador dio lugar a que se convirtiera en un deseo póstumo.
Pedro Ronquillo murió en Londres en agosto de 1691. Poco tiempo antes, ese mismo año, había fallecido sin descendencia su hermano José Ronquillo Briceño, I conde de Gramedo, siendo Pedro Ronquillo el sucesor en dicha merced, mayorazgos y demás estados, que obviamente apenas pudo gozar, a pesar de haber pagado los 1500 ducados de vellón en concepto de la media annata. Fue enterrado provisionalmente en la Abadía de Westminster, donde reposó hasta que la compasión de Juan José Ruiz Apodaca, encargado de negocios de la embajada española en Londres, en el año 1808 embarcó sus restos junto a los del duque de Alburquerque. Tras tres semanas de travesía el cuerpo del embajador llegó a España, fue enterrado en la cripta de la iglesia del Carmen descalzo de Cádiz, y con ello se cumplía su deseo de volver a su tierra de origen.
Obras de ~: The idea of the Court of France and method of their proceedings, from the time of the peace of Nimeguem, until the spring of the year 1684, London, 1704.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Consejos, 11734, A. 1693; Órdenes Militares, Alcántara, n.º 13519; Real Academia de la Historia, Colección Salazar y Castro, n.º 19478, fol. 187v.; n.º 53528, fol. 7v.
G. Maura Gamazo, duque de Maura, Correspondencia entre dos embajadores 1689-1691 Pedro Ronquillo y el Marqués de Cogolludo, Madrid, Real Academia de la Historia, 1951- 1952, 2 vols.; J. Fayard, Los miembros del Consejo de Castilla (1621-1746), Madrid, Siglo XXI, 1982, págs. 97, 113 y 254- 258; G. Maura Gamazo, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Aguilar, 1990, págs. 275-340; J. Oyamburu, D. Pedro Ronquillo y la diplomacia española en el Norte de Europa durante el reinado de Carlos II, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense 1995 (inéd.); E. Ruiz-Ayúcar, El alcalde Ronquillo. Su época. Su falsa leyenda negra, Ávila, Institución Gran Duque de Alba Serie Minor, 1997, págs. 20-32; M. A. Echevarría Bacigalupe, Flandes y la Monarquía Hispánica 1500-1713, Madrid, Sílex, 1998, págs. 365-389; M. Herrero Sánchez, Las Provincias Unidas y la Monarquía Hispánica (1588-1702), Madrid, Arco, 1999, págs. 69-89; C. Storrs, Manuscrits, IV. La diplomacia española, Madrid, 2001, págs. 51-57.
Juan María Salado Santos