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Diego Roque López Pacheco Cabrera y Bobadilla

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Biografía

López Pacheco Cabrera y Bobadilla, Diego Roque. Marqués de Villena (VII), duque de Escalona (VII). Belmonte (Cuenca), 16.VIII.1599 – Pamplona (Navarra), 27.II.1653. Virrey de Nueva España y de Navarra.

Quien fuera VII marqués de Villena, VII duque de Escalona y X conde de san Esteban de Gormaz, además de otros títulos, Diego López Pacheco nació en el viejo solar de su familia, en La Mancha, el primer año del reinado de Felipe III. Fue el cuarto hijo del V marqués de Villena, en su matrimonio con Serafina de Portugal Braganza, hija segunda de Juan de Portugal, VI duque de Braganza, y de Catalina de Portugal, sobrina carnal de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, pretendientes a la Corona lusa. Diego heredó los títulos y bienes de la casa de su padre por fallecimiento de su hermano mayor sin sucesión.

Los Pacheco descendían de Fernán Ruiz Pacheco (finales del siglo xiii), señor de Ferreira, en Portugal. Trasladados a la Península, el nieto del anterior, Lope Fernández Pacheco, fue merino mayor de Portugal y valido de Alfonso IV y de Pedro I. El I marqués de Villena (1445), Juan Pacheco, fue favorito de Juan II y, luego, de Enrique IV, de quien recibió el condado de Xiquena (1461) y el ducado de Escalona (1472), entre otros muchos beneficios. A Pacheco se le considera uno de los personajes más intrigantes de los reinados de Juan II y Enrique IV: lo mismo urdió alianzas contra el Rey que, una vez que el último le concedió el maestrazgo de Santiago, defendió los derechos de Juana la Beltraneja, en contra de los Reyes Católicos. Los enlaces del I duque y sus sucesores con herederas de las casas de Portocarrero, Luna, Enríquez y Mendoza, incorporaron nuevos títulos y señoríos a la casa, que llegó a convertirse en una de las más poderosas de la Península ya en el reinado de los Reyes Católicos, además de emparentar con diversas dinastías reinantes en Europa. En época del IV duque de Escalona, la casa incluía el señorío sobre más de setecientos lugares, entre los que se contaban más de cien villas y cincuenta y seis mil vasallos, con unas rentas anuales de 145.000 ducados.

Diego estudió en la Universidad de Salamanca, de la que fue colegial rector. Sirvió en los Tercios españoles, en donde alcanzó el grado de coronel de Infantería. Casó muy joven (1620) con su prima hermana Luisa Bernarda de Cabrera y Bobadilla, VII marquesa de Moya como hija única y heredera del VI marqués, Francisco Pérez Cabrera y Bobadilla y de Mencía de Mendoza y de la Cerda, hermana del virrey de Perú conde de Chinchón. Recibió el nombramiento de virrey de México en enero de 1640. El mismo año perdió a su esposa, por lo que llegó viudo a América.

El breve virreinato de Escalona en México (de mayo de 1640 a junio de 1642) es un claro ejemplo del declive del prestigio y autoridad de la figura del virrey en la América hispana durante la primera mitad del siglo xvii, a consecuencia de la actuación venal de algunos virreyes y de las graves competencias a que se vio sometida su autoridad por otras de los mismos territorios de su jurisdicción.

Escalona viajó a México en compañía del recién nombrado obispo de Puebla, Juan de Palafox y Mendoza, quien iba también como visitador general del reino y llevaba el encargo de realizar el juicio de residencia de los dos anteriores virreyes, el conde de Cerralbo y el marqués de Cadereyta.

El viaje se prolongó más de tres meses. Ya desde la salida de sus tierras, en Toledo, Escalona manifestó su afición a mostrar el boato y grandeza de su casa. Hizo el viaje acompañado de numerosa clientela y en la travesía marítima, durante la cual se celebraron fiestas profanas y religiosas, mostró la largueza y fastuosidad de un príncipe. Llegó a Veracruz a fines de junio del mismo año (1640) y allí permaneció dos meses, durante los cuales se dejó agasajar con los festejos y celebraciones que le organizaron las autoridades locales, comerciantes y pretendientes a empleos. Según le acusaron después, el duque adoptó entonces gestos y actitudes propias sólo de la persona real, actitud que molestó a algunos, como los oidores de la Audiencia de México allí presentes. Hizo gastos excesivos, dando la impresión de que quería ganarse al pueblo; dispuso arbitrariamente de los caudales de las cajas reales; vendió numerosos oficios de justicia y a precios desorbitados; aceptó valiosos regalos, que le supusieron amasar una pequeña fortuna, etc.

Pero no todo fueron fiestas. En Veracruz se ocupó de poner en pie efectivo la Armada de Barlovento, cuyo establecimiento se había decidido dos años antes para la defensa de la flota de la plata en el Caribe, pero todavía casi inexistente. Con dicho objeto convocó en junta a los jefes de la flota que le trajo de España, el castellano del Morro y los oficiales reales de la plaza, junta que dictaminó las medidas para poner en marcha la empresa. Se compraron a sus dueños varios buques de la flota, con su artillería y pertrechos, más algunos de las que estaban en el puerto, en total cuatro naos, una urca, un patache y una fragata, que fueron los primeros siete buques de esa Armada, y se concertó con dos constructores, de Río Alvarado y de Campeche, la construcción de otros cuatro; la artillería que faltaba se encargó a los astilleros de La Habana. Escalona nombró a los primeros jefes de dicha Armada: Fernando de Sosa, en ese momento gobernador de Nueva Vizcaya, que sería el capitán general, y Antonio de la Plaza Eguiluz como su almirante, que fue quien realmente la dirigió. No mucho después tuvo lugar el primer encuentro de los navíos de la Armada con buques enemigos (1641), concretamente ingleses, que resultó un éxito. Esta operación tuvo gran repercusión en Veracruz, pues, después de sufrir durante muchos años ataques enemigos, por primera vez éstos eran perseguidos y vencidos. Inmediatamente después la Armada hizo su primer viaje largo, convoyando la flota de la plata de Veracruz a La Habana.

El marqués de Villena pronto se hizo popular, no obstante verse obligado a introducir el papel sellado, mermar las arcas para enviar recursos a la Península y convertir en reales los capitales de cofradías y comunidades.

Durante su gestión se dio también un impulso a la colonización de Sonora y, en 1641, Luis Cetina de Canas, gobernador de Sinaloa, obtuvo el apoyo virreinal para intentar, sin éxito, la colonización de las Californias con misioneros jesuitas.

No llevaba un año al frente del virreinato cuando empezaron los problemas para Escalona, provenientes sobre todo de las diferencias crecientes con el obispo de Puebla, Palafox, en su calidad de visitador general. El carácter riguroso y extremadamente legalista de Palafox chocó pronto con el talante mucho más liberal y relajado de Escalona. Uno de los primeros roces graves entre las dos autoridades se dio con motivo de la decisión de Palafox de secularizar las doctrinas de indios de la diócesis poblana, con la consiguiente oposición de los frailes que las administraban. Escalona dificultó lo que pudo la aplicación de esa medida y Palafox le acusó ante la Corte de impedirle actuar según las órdenes reales. El obispo tuvo también graves diferencias con los jesuitas, a los que quiso obligar a pagar el diezmo de sus haciendas, y el virrey mantenía muy buenas relaciones con los padres de la Compañía.

Pocos meses después de la llegada de Escalona a Veracruz se tuvo noticia del alzamiento de Portugal encabezado por el duque de Braganza, primo hermano de Escalona. Con la noticia, se remitían al virrey diversas cédulas reales ordenándole no admitir más portugueses en el reino, informarse de las intenciones de los que ya residían allí, retirarlos de los puertos al interior si lo estimaba conveniente y embargar los buques portugueses que arribaran a Veracruz. Escalona decidió no hacer públicas las reales cédulas ni tomó ninguna medida de las que se proponían. Con este motivo, Palafox informó a la Corte de la inquietud que producía que el virreinato estuviera en manos de un pariente cercano del rebelde Braganza y sugería la conveniencia de sustituirle.

Estando ya el obispo Palafox en su sede de Puebla y Escalona en la capital, unos religiosos hicieron llegar al primero la noticia de un supuesto plan del virrey para independendizar el virreinato y coronarse él mismo rey de México, aprovechando las dificultades que atravesaba en ese momento la Monarquía y el favor popular que Escalona había sabido ganarse en el país azteca. Palafox, después de certificar que la denuncia partía de un “religioso descalzo y prelado de profesión muy observante” muy próximo al palacio virreinal, se apresuró a ponerlo en noticia del Rey. Además de lo extraño que resultaba que no hubiera aplicado la orden de internamiento de los portugueses de Veracruz, Escalona había mostrado una deferencia especial hacia otros lusitanos, a los que otorgó cargos de confianza incluso militares, como el mando de una nueva compañía en la capital o el aprovisionamiento de la Armada de Barlovento. Además, se permitió hacer algunos comentarios imprudentes y frívolos sobre lo que de él se decía ya en la calle de que quería alzarse con el reino. De esta manera daba pie a que se difundiera cada vez más la sospecha de traición.

Al ser reconvenido por Palafox, el virrey ordenó que los portugueses se presentasen ante las autoridades para ser vigilados, esperando hacer desaparecer las murmuraciones contra su persona. Pero no fue así. Bastaba cualquier gesto o dicho más o menos ligero del virrey para que crecieran los bulos y pasquines; detrás de esta campaña estaban los que se sentían agraviados por haber favorecido Escalona a familiares y dependientes suyos, así como a algunos personajes lusitanos. Palafox llegó a estar convencido de que la posibilidad de traición por parte del duque era más que una sospecha y, llevado de su conciencia de visitador real, informó en extenso al Rey de todo lo que consideraba actuaciones poco claras de Escalona, aunque sin llegar a acusarle directamente de traición.

En los primeros meses de 1642, las relaciones entre las dos autoridades llegaron a una extrema tirantez, y ambos enviaban memoriales a la Corte acusándose mutuamente.

En la Corte aumentó la alarma en contra de Escalona al tenerse noticia de la oscura conspiración del duque de Medina Sidonia, cuñado del rebelde Braganza y, por tanto, emparentado también con el virrey. Al poco salían órdenes secretas hacia México, dirigidas a Palafox, para que destituyera a Escalona y lo enviara a España, nombrando en su lugar al propio Palafox.

En mayo de 1642 recibió Palafox los despachos reales, que comunicó a la Audiencia y otras autoridades de la capital. Ante la resistencia de Pacheco, que exigía ver los despachos reales, Palafox lo hizo arrestar y se le condujo preso al convento de Churubusco. Poco después, el visitador se hacía cargo del gobierno, ordenando el embargo de los bienes del virrey, que fueron vendidos en pública subasta, así como la detención de sus principales colaboradores.

Escalona aprovechó la salida de una flota hacia España y embarcó en Veracruz. Se presentó en la Corte, fue recibido por Felipe IV y, después de un breve proceso, fue repuesto en todos sus honores. El Rey quiso que volviera a ocupar el gobierno de la Nueva España, y así lo dispuso en sucesivas Reales Órdenes (1647 y 1648), pero Villena ya no aceptó. Se le dio en parte el dinero que había perdido con la confiscación de sus bienes y, según algún autor, fue nombrado virrey de Sicilia, pero no parece que ocupara ese cargo, pues consta que, entre 1644 y 1647, lo ocupó Pedro Fajardo Zúñiga y Requesens, marqués de Los Vélez. En la primera de esas fechas, Escalona casó en segundas nupcias en Madrid (febrero de 1644), precisamente con una pariente de Vélez, Juana de Zúñiga y Sotomayor, hija del VII duque de Béjar, y en junio de 1649 recibió el nombramiento de virrey de Navarra. No llegó al viejo reino hasta mayo de 1650, y allí permaneció hasta su muerte, en febrero de 1653. Durante su mandato presidió las sesiones de las Cortes navarras, reunidas desde agosto de 1652, hasta que por su muerte se interrumpieron. En esas sesiones, las Cortes del viejo reino consiguieron rebajar las exigencias reales en el servicio de hombres y dinero; el Rey hubo de aceptar que fuesen las Cortes las que votaran la concesión de soldados, evitando así las reclutas indiscriminadas practicadas por los virreyes durante el levantamiento de Cataluña (1640-1644); por otro lado, decidieron pactar anualmente los servicios económicos a la Corona, en lugar de la cantidad fija que se venía pagando desde 1515, incrementando así su autonomía.

Durante su mandato tuvo lugar el conflicto que enfrentó a la Diputación del reino y al Ayuntamiento de Pamplona, con motivo de haber emitido la primera un bando (1643) en el que proclamaba a san Francisco Javier como único patrono de Navarra; el segundo se opuso, sosteniendo que el patrón era san Fermín, e inició un ruidoso pleito eclesiástico. Se inició así la llamada “guerra de los santos”, al trasladarse a la política las desavenencias religiosas, viviéndose unos años de notable agitación social entre los partidarios de uno y otro santo. Para evitar males mayores, en 1650 y a instancias del virrey Escalona, se iniciaron negociaciones entre ambos bandos para lograr un acuerdo basado en el copatronato de los dos santos, acuerdo que aún tardó seis años en lograrse.

Por otro lado, parece que Escalona practicó también en Navarra el favoritismo hacia algunos, aparentemente con ventaja para su patrimonio personal. De ello se quejaban las Cortes navarras al Rey al finalizar su mandato.

En Navarra nació su hijo y heredero, Juan Manuel López Pacheco (1650), fundador de la Real Academia de la Lengua Española en 1717, después de una extensa carrera al servicio de la Monarquía.

 

Bibl.: C. Gutiérrez de Medina, Viaje del virrey Marqués de Villena, 1640, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), 1947; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los Virreyes de Nueva España, 1535-1746, vol. I, México, UNAM, 1955, págs. 146-148; F. Sánchez Castañer, Don Juan de Palafox, virrey de Nueva España, Zaragoza, Talleres Editoriales del Hogar Pignatelli, 1964; Juan de Palafox y Mendoza. Tratados Mexicanos, t. II, Madrid, Atlas, 1968 (Biblioteca de Autores Españoles, vols. 217 y 218), págs. 13-34; L. Hanke y C. Rodríguez, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria, vol. IV, Madrid, 1977, págs. 25- 35; J. I. Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610-1670, México, FCE, 1980; A. Floristán Imizcoz, La monarquía española y el gobierno del reino de Navarra, 1512-1808, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, págs. 175-177; M. D. Martínez Arce, Pamplona en el corazón. Recuerdos de algunos personajes ilustres de los siglos xvi, xvii y xviii, Pamplona, 1996; v. Fernández Bulete, “El aragonés don Juan de Palafox y el virrey duque de Escalona: crónica de unas relaciones difíciles”, en J. A. Armillas Vicente (ed.), La Corona de Aragón y el Nuevo Mundo: del Mediterráneo a las Indias, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1998, págs. 296-310; M. T. Sola Landa, “El virrey como interlocutor de la Corona en el proceso de convocatoria de Cortes y elaboración de las leyes. Navarra, siglos xvi-xvii”, en Huarte de San Juan. Geografía e Historia, n.os 3-4 (1996-1997), págs. 85-105; S. Alberro, “Barroquismo y criollismo en los recibimientos hechos a don Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, virrey de Nueva España, 1640: un estudio preliminar”, en Colonial Latin American Historical Review, 8:4 (1999); A. de Valle-Arizpe, Virreyes y virreinas de la Nueva España: tradiciones, leyendas y sucedidos del Méjico virreinal, México, Editorial Porrúa, 2000; M. D. Martínez Arce, Navarra y el ejército en el conflictivo siglo xvii, Pamplona, 2002.

 

Juan Bosco Amores Carredano

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