Hernández Sánchez, Mateo. Béjar (Salamanca), 21.IX.1884 – Meudon, París (Francia), 25.XI.1949. Escultor.
Nacido en el seno de una familia de canteros, de niño trabajó con su padre en su taller de cantería, labrando el granito de la sierra de Béjar, donde se despertó su vocación artística. En 1902 se matriculó en las clases nocturnas de la Escuela de Artes e Industrias de Béjar. Por entonces talló sus primeras obras: los remates del panteón de la familia Rodríguez-Arias en el cementerio de Béjar y el Cristo de la Agonía. Unos años después modeló bustos en barro, retratando a su padre y a su hermano mayor, Román.
Llevado de su pasión por la escultura, en la primavera de 1906 abandonó su ciudad natal y se trasladó a Salamanca, donde quedó fascinado por la belleza de la rica decoración escultórica de los edificios platerescos. Gracias al apoyo de Unamuno, el 13 de octubre de ese año obtuvo una beca de la Diputación salmantina para estudiar en Madrid en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Sin embargo, no se adaptó al régimen de las clases de la escuela al chocar su temperamento rebelde e individualista con el tipo de enseñanza que allí se impartía. No terminó el curso y en junio de 1907 regresó a Salamanca. Al año siguiente presentó cuatro obras en la sección de escultura de la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid.
En Salamanca no se valoró su trabajo. Se le encargaron unos pocos retratos y en 1911 el Ayuntamiento le encomendó la elaboración de dos medallones para la decoración de la Plaza Mayor. Una vez entregados, la Corporación no se los pagó y los relegó a los almacenes del consistorio. Decepcionado por ese fracaso y el maltrato recibido en Salamanca, ese mismo año hizo su primer viaje a París, donde sus comienzos fueron terriblemente duros, pero conoció a una joven maestra de escuela, Fernande Carton, de la que se enamoró y que le acogió desde el primer momento bajo su protección.
El 12 de agosto de 1912 regresó a Salamanca, donde vivió un año lleno de dificultades. El propietario de la finca La Romana le encargó por entonces un grupo escultórico para colocarlo en pleno campo —un vaquero charro a caballo con dos toros—, obra que al final no le pagó y que años después desapareció bajo las aguas del embalse de Santa Teresa.
Desesperado, al año siguiente viajó a París, donde se instaló definitivamente para no volver ya a España. Vivió en una humilde buhardilla del distrito de Montparnasse. Desde el primer momento se sintió atraído por la escultura animalista, por lo que acudía al jardín zoológico en busca de modelos. Allí se le podía ver diariamente cargado con su bloque de piedra trabajando delante de las jaulas. También frecuentó el Museo del Louvre, en cuyas salas le fascinó la escultura egipcia y asiria. Frente al modelado en barro, Mateo Hernández fue un ardiente defensor de la talla directa en piedra. Atacaba con su solo esfuerzo los más duros materiales.
Esos primeros años en París fueron de grandes privaciones y dificultades económicas. Terminada la Primera Guerra Mundial, comenzó a exponer sus piezas de tema animal en los Salones de los Artistas Independientes y de Otoño, certámenes en los que se dio a conocer y obtuvo sus primeros éxitos de crítica.
Aunque tardó en librarse de las estrecheces económicas, poco a poco consiguió el reconocimiento, y la dureza de su trabajo se vio compensada con sus primeras ventas importantes, por lo que comenzó a vivir con cierta holgura. Así, en enero de 1921, vendió al barón de Rothschild una de sus primeras obras maestras, la Pantera de Java. A raíz de esta venta le surgieron otras ofertas importantes: vendió su Águila real; uno de sus Hipopótamos causó sensación cuando fue expuesto en el Salón de Otoño de 1922. El Gobierno francés le compró su famoso Marabú para el Museo de Luxemburgo, en París. Vendió también un magnífico Buitre a un matrimonio norteamericano de ricos coleccionistas, los Kerrigan, que se convirtieron en importantes clientes suyos.
Por entonces Mateo Hernández cambió de casa y, de la humilde buhardilla de Montparnasse, se trasladó a un amplio y luminoso estudio en una planta baja en Cité Falguière, donde pudo trabajar en mejores condiciones. También pudo comprar grandes bloques y tallar piezas cada vez más grandes. Así, a finales de 1923 adquirió un gran bloque de diorita de dos metros de largo y comenzó a esculpir la gran Pantera negra de Java, obra que vendió en 1927 a los Kerrigan, que la donaron unos años después al Metropolitan Museum de Nueva York. Previamente el artista había expuesto tan formidable pieza en la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales de 1925 celebrada en París, muestra que supuso el triunfo del estilo art decó, y en la que obtuvo el Gran Premio de Escultura en Piedra.
Además de figuras de animales, desde su llegada a París realizó también un buen número de retratos de sus amigos, escritores, pintores y críticos, cabezas de piedra de armoniosa estilización. Especialmente acertados son los retratos femeninos, la mayoría de su mujer Fernande. Ella fue también la modelo de una de sus obras emblemáticas, la Gran bañista, que talló en granito en el verano de 1925.
A España llegaron noticias de sus triunfos a través de la prensa, lo que le llevó a exponer su obra en Madrid. En los meses de enero y febrero de 1927 y organizada por la Sociedad Española de Amigos del Arte, se celebró con gran éxito de crítica y público una importante exposición con treinta y siete obras en las salas de la Biblioteca Nacional. No obstante los unánimes elogios que recibió, no se vendió ninguna obra, lo que supuso una gran decepción para el escultor, cada vez más dolido con sus compatriotas.
En la primavera de 1928 adquirió una gran casa con jardín en Meudon, en las afueras de París. Allí, rodeado de sus animales, encontró el lugar ideal para vivir y trabajar. Se inició una época de plenitud para el escultor, que comenzó a realizar su serie de obras monumentales. En los meses de febrero y marzo expuso sus obras en el Museo de Artes Decorativas de París y en 1930 el Gobierno francés le otorgó la Cruz de caballero de la Legión de Honor. Cinco años después, expuso con éxito en las galerías Brummer de Nueva York.
Un año después estalló la Guerra Civil Española, tragedia que, pese a la lejanía, Mateo Hernández vivió con especial intensidad. Sus inquietudes sociales e ideas liberales le llevaron a apoyar la causa de la España de la República, e intervino en diferentes exposiciones que se celebraron en París con otros artistas españoles antifranquistas.
Apenas cesados los ecos de la Guerra Civil Española, nuevamente comenzaron las dificultades al estallar la Segunda Guerra Mundial. Durante los años de la ocupación alemana de París, refugiado en su estudio, esculpió una de sus obras más ambiciosas, el gran Autorretrato sedente, tallado en un bloque de diorita de cuatro toneladas de peso.
Al finalizar la contienda, en los años de la posguerra, el escultor reanudó su actividad, pero era ya un hombre prematuramente envejecido y muy castigado por un trabajo sumamente penoso y duro. Una grave enfermedad de corazón, cuyos primeros síntomas se manifestaron en abril de 1947, acabó con su vida.
El 18 de noviembre de 1949, mientras posaba para un fotógrafo que le estaba haciendo un reportaje junto a sus obras en el jardín de su casa de Meudon, sufrió una trombosis, de la que ya no se recuperó y que le causó la muerte el 25 de noviembre de ese mismo año. El 16 de diciembre fue enterrado en su ciudad natal.
En su testamento legó generosamente el conjunto de sus obras al Estado español. Buena parte de ellas, entre las cuales figuran las más conocidas del escultor, fueron cedidas en 1974, en calidad de depósito, al Museo Municipal de Béjar para formar un museo monográfico del artista.
Obras de ~: Buitre, 1913; Gacela dormida, 1915; Hipopótamo con la cabeza agachada, 1916; Marabú agachado, 1918; Pantera Rothschild, 1920; Retrato del escritor argentino Oliverio Girondo, 1921; Retrato del escritor peruano Ventura García Calderón, 1921; Retrato del crítico René-Jean, 1922; Gran pantera de Java Kerrigan, 1922-1925; Retrato de la bailarina María del Albaicín, 1923; Perro lobo asentado, 1923; Gran bañista, 1925; Águila real, 1926; Águila imperial, 1927; Retrato de Noemí de Rivera, 1929; Fernande con pendientes, 1930-1936; Autorretrato, 1936; Rinoceronte, 1936; Chimpancés (Maternidad), 1936; Orangutanes (Maternidad), 1937; Autorretrato sedente, 1941-1945.
Bibl.: G. Hernández González, Mateo Hernández, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, Dirección General de Bellas Artes, 1974 (Artistas Españoles Contemporáneos, serie Escultores, vol. 78); J. L. Majada Neila, Mateo Hernández. 1884-1949, Madrid, Ministerio de Cultura, Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos, 1979; L. Bernáldez Villarroel y J. C. Brasas Egido, Mateo Hernández (1884-1949). Un escultor español en París, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1997; D. Garrido, El legado de Mateo Hernández, Béjar, If, 1999; VV. AA., Mateo Hernández. La mirada del Águila (Obra pictórica), catálogo de exposición, Béjar-Valladolid, Junta de Castilla y León, 1999; J. R. Nieto González, G. Santonja Gómez-Agero, L. Bernáldez Villarroel y J. C. Brasas Egido, El Escultor Mateo Hernández. 1884-1949, catálogo de exposición, Salamanca, Fundación Salamanca Ciudad de Cultura, para el Programa Salamanca 2005, Plaza Mayor de Europa, 2005.
José Carlos Brasas Egido