García III Sánchez. El de Nájera. ?, c. 1011 – Atapuerca (Burgos), 1.IX.1054. Rey de Pamplona, el sexto de la dinastía conocida en la historiografía como de los “Jimenos” o, más propiamente, de los “Sanchos”.
Se le aplica como sobrenombre “el de Nájera”, al parecer por hallarse en esta ciudad su “corte” o mansión proferida entre las varias con que contaban los monarcas habitualmente itinerantes en aquella época.
Como primogénito de Sancho III Garcés “el Mayor”, fallecido el 18 de octubre de 1035, tomó el título de “rey pamplonés” (rex Pampilonensis) que había lucido su padre hasta el final de sus días. Y le correspondió por vía de herencia indivisible la totalidad del patrimonio regio de su padre, es decir, el ámbito complejo de poder público (terra o dominium regis) sobreañadido un siglo atrás al núcleo originario de la “Navarra primordial” o región propiamente pamplonesa o arva Pampilonensis como consta en la adición de la Crónica Albeldense recogida en el Códice Rotense depositado actualmente en la Real Academia de la Historia (Códice 78). A estos valles y cuencas del Pirineo occidental hispano y sus contrafuertes exteriores se añadían la “tierra najerense” o actual Rioja excepto Calahorra y el valle del Cidacos, así como el antiguo condado de Aragón que comprendía la cabecera intra-pirenaica de los ríos Aragón y Gállego. En este conglomerado de tierras y gentes —apenas 16.000 kilómetros cuadrados, diez veces menor que la extensión de la gran monarquía leonesa—, subsistían dos círculos tradicionales de vasallos directos del monarca (fideles regis), la alta aristocracia de “barones” o “señores Pamploneses y Aragoneses” (seniores Pampilonenses et Aragonenses), aprestados permanentemente para la guerra contra los considerados entonces enemigos por excelencia del nombre cristiano, los musulmanes usurpadores todavía de una considerable porción del territorio hispano, circunstancia que conviene tener en cuenta para explicarse los destinos de los respectivos ámbitos de poder público. A Ramiro, el primogénito extramatrimonial, equiparado a los hijos canónicamente legítimos, le asignó Sancho el Mayor el conjunto homogéneo de distritos u honores comprendidos entre la cabecera del río Alcanadre y el curso del Aragón cerca de Sangüesa (de Matidero usque ad Vadum Longum), es decir, los límites del antiguo condado aragonés algo ampliados en su costado occidental hasta Valdonsella, exceptuadas significativamente las dobles “tenencias” de Ruesta-Petilla y Samitier-Loarre, enclaves reservados para García y Gonzalo respectivamente. Le añadió además los rendimientos de una polvareda de “villas”, diecisiete en la región pamplonesa, cuatro en la najerense y otra en Castilla. Se trataba de una encomendación sin duda considerable y con carácter perpetuo (per secula cuncta) o al menos vitalicio, aunque dejaba a salvo los derechos eminentes del heredero del reino, García. La dotación de Gonzalo, el tercero de los hermanos legítimos, a quien, como se acaba de indicar, había reservado su padre la doble tenencia aragonesa de Samitier-Loarre, comprendía principalmente Sobrarbe y Ribagorza, es decir una zona donde cabe entender que se yuxtaponían en cierto modo la herencia paterna del anejo sobrarbense de Aragón y la materna de Ribagorza, aunque a Sancho el Mayor correspondían derechos de conquista sobre la zona nuclear de este condado que se había encargado de recuperar de manos musulmanas. Gonzalo pasó probablemente a desempeñar también allí, a manera de “régulo” (regulus), como consta en algún documento, prerrogativas de gobierno emanadas teóricamente de la autoridad regia de García. De cualquier modo, su figura se desvaneció rápidamente del escenario histórico en circunstancias un tanto oscuras y su hermanastro Ramiro pasó a ocupar aquella excéntrica parcela de poder.
Del legado materno García se hizo cargo de la porción originaria del condado castellano, la “Castilla Vieja” (Castella Vetula) y con ella la antigua demarcación condal de Álava y sus apéndices vizcaíno y durangués. El nuevo monarca pamplonés adquiría de este modo los rendimientos pero asimismo las funciones propias de un conde, rango que formalmente lo convertía en vasallo del Rey de León, como su hermano Fernando a quien, tras haber cooperado con sus progenitores en el gobierno de todo el condado, habría correspondido ahora la “Castilla Nueva”, burgalesa y duriense. Sin embargo, el enfrentamiento armado su cuñado Vermudo III, muerto en la batalla de los campos de Tamarón (4 de septiembre 1037), convirtió al propio Fernando en nuevo soberano de León por virtud de su matrimonio con la heredera Sancha. Conviene valorar en cuanto cabe las disposiciones temperamentales de los protagonistas de estos acontecimientos y a este respecto es posible que el Monarca difunto hubiese previsto que su hijo natural Ramiro, el de mayor edad y presumiblemente el más juicioso, fuera en cierto modo mentor de sus hermanastros y a ello obedecería la generosa dotación de Sancho el Mayor hizo a su favor, aunque obligándole a jurar fidelidad al primogénito legítimo en términos análogos probablemente a los que pronunciarían los “barones”. No parece casual que García tomara por esposa a Estefanía (1038), hermana de la Gilberga-Ermesinda, con la que precisamente dos años antes había contraído matrimonio Ramiro, nueva relación de parentesco que siquiera por afinidad pudo pretender reforzar los lazos de sangre por nacimiento. Ambas esposas eran hijas del conde Bernardo Roger de Foix-Couserans y de Garsinda, heredera del condado de Bigorra, así como sobrinas de Ermesinda, viuda del conde barcelonés Ramón Borrell. Ambos impusieron a su primogénito legítimo el nombre que correspondía, es decir, el de su padre Sancho, el mismo curiosamente que habían asignado, acaso previsoramente, a sus respectivos hijos prenupciales. Por otra parte García dio a dos de sus hijos menores los nombres de sus hermanos, Ramiro y Fernando, respectivamente, y al tercero el de Raimundo, de claras connotaciones barcelonesas, igual que el de una de las hijas, Ermesinda. La insólita orientación transpirenaica de ambos matrimonios alteraraba, siquiera por vía barcelonesa, la tradición conyugal ponentina, castellano-leonesa, de la descendencia de Sancho I Garcés, una trama hasta entonces fuertemente endogámica.
Quizá por causa de los dominios de Gonzalo en Sobrarbe y Ribagorza o, de todas formas, por la dificultad de una armonización precisa de los respectivos grados de competencia, pudo producirse algún roce armado de García con Ramiro, como en la llamada “arrancada” de Tafalla, documentada en agosto de 1043 a propósito del caballo perdido en ella por el régulo aragonés, aunque la tónica general fue de amistad y cooperación entre ambos hermanastros y ahora también concuñados. Ramiro frecuentó la curia pamplonesa y desde 1044 prestó los servicios propios (consilium et auxilium) de un magnate pamplonés, en este caso con sangre regia y potestad vicarial sobre el cúmulo inusitado de distritos u honores ya aludido. La relación de parentesco con el conde barcelonés quizás había estimulado la actividad intimidatoria y agresiva de García contra la taifa de Zaragoza, en la que el régulo Tuŷībī había sido desplazado por su lugarteniente Sulaymān al-Musta‘īn (1038-1046), del clan yemení de los Banū Hūd. Enfrentado este último con el régulo Yaḥyā b. Ḏī-n-Nūn de Toledo, que recabó la ayuda pamplonesa, García devastó la frontera zaragozana y, como resultado, fue liberada de manera definitiva la “preclara urbe” de Calahorra, “arrebatada de manos de los paganos y [restituida] a la jurisdicción de los cristianos” como se proclama en un documento coetáneo, una empresa en que se ha considerado probable la cooperación de Ramiro de Aragón y con la monarquía pamplonesa completaba las ganancias logradas poco antes en el mismo valle del Cidacos como las plazas de Arnedo, Quel y Autol. El monarca dotó inmediatamente con toda solemnidad la antigua sede episcopal de Santa María y los santos mártires Emeterio y Celedonio (30 abril 1045) que sustituía ahora a la erigida transitoriamente en Nájera tras su conquista por Sancho I Garcés .
Parecía haberse reactivado la restitución cristiana del país frente a los “paganos” conforme al gran proyecto político originario de la monarquía pamplonesa, pero estos afanes quedaron enseguida contaminados por los estímulos meramente dinerarios. Las acciones bélicas se limitarán en adelante a apoyar a una u otra de las facciones enemigas buscando de manera preferente los rendimientos económicos mediante la percepción regular de “parias”, como parece demostrar, por ejemplo, la donación de sus diezmos a Santa María de Nájera. Consta, por ejemplo, que aprovechando las discordias suscitadas por la muerte del citado Sulaymān al-Musta‘īn (1046), el rey García se había hecho pagar su nueva injerencia en los asuntos zaragozanos (1051), en este caso a favor de Yūsuf al-Muẓaffar, gobernador de Lérida, opuesto a su hermano Aḥmad al-Muqtadir, como por cierto habían hecho también su hermanastro Ramiro de Aragón y el conde Ramón Berenguer I de Barcelona. De este modo durante casi cuarenta años iba a permanecer estacionario el frente pamplonés con el islam y prácticamente desvaído el ideal de reconquista en una orientación política más bien oportunista y, por otra parte, peligrosa para la estabilidad de un cuerpo social aparejado tradicionalmente con vistas a las ganancias en la pugna con el enemigo ancestral de su fe religiosa, los sarracenos tachados de “paganos” sin ninguna especie de matizaciones. Volviendo a la cuestión, escasamente documentada, de las porciones del condado de Castilla encomendadas desde el primer momento al nuevo monarca pamplonés, se ha supuesto que en un primer momento debió de hacerse cargo de las tierras de Oca y Álava y que solamente después de la citada batalla de Tamarón se habrían extendido estos dominios a toda la llamada entonces “Castilla Vieja” (Castella Vetula) hasta el límite occidental de Cudeyo, Tedeja y Monasterio de Rodilla, en “reparto amigable del antiguo condado” y como premio de la ayuda prestada a su hermano Fernando, explicación que quizá no casa muy bien con el pensamiento político de la época. Mientras no haya mayores aportaciones documentales, quizá sería más lógico presumir, según se ha hecho notar ya que a García, como primogénito, correspondiera desde un principio la porción nuclear del condado materno, pues la expresión “Castilla Vieja” debe entenderse en sentido extensivo, con inclusión, por ejemplo, del condado alavés y sus anejos costeros según se ha señalado. En las cambiantes referencias territoriales que complementan las cláusulas de datación, los diplomas salidos de la curia regia no dejan de consignar nunca Pamplona, pero varían en las demás especificaciones de índole regional, Nájera, Castilla, Alava y, finalmente, Vizcaya, o incluso algunas ocasionalmente locales. En todo caso, si García y Fernando habían pasado a compartir las funciones condales en aquella amplia dependencia regia de León y, a partir de la muerte de Vermudo III, el monarca pamplonés se convertía en teórico vasallo de su hermano menor por razón de la citada “Castilla Vieja”. Esta contradicción pudo alimentar sentimientos que el anónimo cronista de Silos reputaba un siglo después como envidia, maquinación de asechanzas, búsqueda de la guerra abierta, sed “de la sangre fraterna” (fraternum sanguinem sitiens). Sin embargo, no faltan noticias sobre la presencia de Fernando en la curia del monarca pamplonés, por ejemplo con motivo de la confirmación (1044) de la dotación del monasterio de San Julián de Sojuela, quizá en el curso de una entrevista para solventar sus posturas antagónicas en las guerras entre los régulos moros de Zaragoza y Toledo, y de nuevo coincidieron ambos reyes en la solemne dotación fundacional de Santa María de Nájera (12 de diciembre de 1052). No se conocen con detalle las actitudes concretas del sector de la aristocracia castellana que había quedado bajo la obediencia directa de García, así como la distribución realizada por éste del nutrido conjunto de distritos o “mandaciones” de su jurisdicción originariamente vicarial en aquel territorio. Con todo, llama la atención, por ejemplo, que entre las “mandaciones” cuyas rentas fueron vinculadas por el monarca en 1040 a la dote de su esposa Estefanía, más de la mitad se ubicaran en la franja occidental de la “Castilla Vieja” como Colindres, Soba, Mena, Castrobarto, Tedeja, Briviesca, Monasterio, Oca y Alba. Resulta, por otra parte, normal que García las asignara a mandatarios o “tenentes” de acreditada fidelidad, algunos de ellos de linaje pamplonés y en detrimento, por tanto, de la nobleza local, algunos de cuyos miembros tenían intereses patrimoniales también en los dominios de Fernando. Se ha pensado por ello que su autoridad “se asentaba sobre bases poco firmes” y que quizá trató de reforzarla mediante una reorganización eclesiástica de la zona. Aunque subsistió el obispado de Álava, el rey pamplonés habría sustraído a la diócesis de Valpuesta un conjunto de iglesias para enmarcarlas en la de Nájera-Calahorra (1052). La expansión en la misma dirección del dominio del monasterio de San Millán de la Cogolla parece que tuvo, al menos en parte, análoga intencionalidad política. Probablemente trataba García de interpretar así sus dominios castellanos como un ensanchamiento de la órbita de soberanía pamplonesa, pero las fuerzas nobiliarias de aquellos confines, tradicionalmente encuadradas en el Reino de León, siquiera a través de la anterior instancia condal castellana, debieron de exasperarse hasta provocar el enfrentamiento armado. Los textos cronísticos de signo claramente castellano se iban a recrear al cabo de un siglo en la narración de detalles sobre los supuestos prolegómenos del conflicto, como las provocadoras devastaciones fronterizas de García, su iracunda negativa ante los intentos de mediación e incluso la defección de algunos de sus caballeros, perjudicados en la asignación de “honores” hasta llegar; como fatal desenlace, a la muerte del monarca pamplonés, escudado fielmente hasta el último suspiro por su antiguo ayo o “eitán” Fortún Sánchez, en el campo de batalla de Atapuerca (1 septiembre de 1054) frente a su hermano el rey leonés Fernando. Lo había conducido a este final probablemente su talante altanero e impetuoso aparte de los probados testimonios de su codicia, legado genético que se iba a acentuar en la persona de su desdichado hijo Sancho IV Garcés “el de Peñalén”.
De su matrimonio con Estefanía (1038) dejaba cuatro hijos, el referido Sancho IV Garcés, Ramiro, Fernando y Raimundo, y otras tantas hijas, Mayor, Urraca, Ermesinda y Jimena. En su unión extramatrimonial con una mujer de nombre desconocido había engendrado a Sancha y Mencía, así como a Sancho, padre del conde Sancho Sanz y con ello abuelo del futuro rey pamplonés García Ramírez al cabo justamente de ochenta años.
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Ángel Martín Duque