Sancho III Garcés. El Mayor. ?, 990 – 18.X.1035. Rey de Pamplona, el quinto en la línea de sucesión masculina de primogenitura de la dinastía llamada de los “Jimenos” o, más propiamente, “Sanchos”.
Antes de acabar el siglo XI algún texto documental le aplica ya el sobrenombre de “Mayor” (maior) para distinguirlo de su nieto homónimo, Sancho IV Garcés (minor). Con todo, no sería desorbitado calificarlo como “el Grande” por su descollante significado en el proceso de configuración medieval de los reinos hispano-cristianos. Aunque en la documentación auténtica se le adjudica el escueto título de “rey [Pamplonés] por la gracia de Dios” (gratia Dei [Pampilonensis] rex), en tiempos inmediatamente posteriores y hasta la actualidad se le han atribuido otras titulaciones como que, como la de “emperador” (imperator), nunca lució ni debió de pretender. Del mismo modo y como no se tiene todavía en cuenta, por ejemplo, que bastantes diplomas tempranamente viciados contaminaron la cronística medieval no es raro leer que fue “rey” de Castilla e incluso de León, Gascuña y Barcelona. Igualmente se interpretan a la letra algunos textos narrativos coetáneos que, de modo excepcional y en términos intencionalmente laudatorios, lo califican como “rey Ibérico” (rex Ibericus) o “rey de las Españas” (Hispaniarum rex).
Primogénito de García II Sánchez y su esposa Jimena Fernández, dama de la alta nobleza leonesa, aparece ya como confirmante en diplomas expedidos por su padre desde los años 996-997, es decir, cuando estaba cumpliendo los siete años de edad. Con la desaparición de su padre (hacia 999) en circunstancias concretas desconocidas, se convirtió en depositario titular del reino, pero conforme a la tradición sucesoria pamplonesa sólo empezó a ejercer las correspondientes funciones (potestas regia) al cumplir la mayoría de edad de catorce años según parece demostrar, entre otras, una referencia documental de agosto de 1004. En este intervalo debió de ser tutelado como pupilo (creato) por su pariente varón más próximo en calidad de ayo o “eitán” que en este caso pudieron ser conjunta o sucesivamente sus tíos segundos los hermanos Sancho y García Ramírez, hijos de Ramiro Garcés llamado “el de Viguera” y hermanastro a su vez de su abuelo Sancho II Garcés. Uno de ellos debió de capitanear quizá las fuerzas armadas pamplonesas enfrentadas a la insistente amenaza musulmana, como el destacamento que, formando parte del ejército cristiano movilizado “desde Pamplona hasta Astorga” y tras un reñido combate en Peña Cervera, sobre la cabecera del río Esgueva y a corta distancia de Clunia, fue arrollado por las huestes de Almanzor (29/30 de julio de 1000) que seguidamente avanzaron a través de las “colinas de Pamplona” —probablemente cerca de las riberas del Ebro— hasta incendiar cierta iglesia de Santa Cruz. Había acaudillado esta gran coalición de guerreros de las dos Monarquías hispanocristianas Sancho García de Castilla, el más poderoso de los condes del Reino de León, estrechamente emparentado con la familia regia de Pamplona. Suplía así a uno u otro de los dos monarcas a quienes por su rango superior hubiese correspondido el supremo mando militar de la coalición, pero el leonés Alfonso V apenas había cumplido los cinco años de edad y el pamplonés Sancho sólo llegaba a los diez.
Aparte de la alusión muy general a una campaña sarracena de 1001 a través de los dominios pamploneses, hay noticia sobre otra incursión que a comienzos del verano siguiente recorrió los parajes riojanos desde Canales de la Sierra y el valle del Najerilla hasta un lugar que tal vez quepa identificar con Almonasterio, posiblemente en el término de la actual villa navarra de San Adrián, junto a la desembocadura del río Ega en el Ebro. En su retorno por tierras sorianas el ejército cordobés habría sido por fin derrotado en Calatañazor, batalla magnificada por las crónicas cristianas y a raíz de la cual el hayib Almanzor, hasta entonces invencible, acabó sus días en su retirada a la importante posición musulmana de Medinaceli (10 de agosto de 1002). Su hijo y sucesor ‘Abd al-Malik llevó la guerra en los siguientes años por tierras barcelonesas, castellanas, leonesas y ribagorzanas hasta que con su muerte no tardó en descomponerse el califato andalusí en los llamados reinos de taifas tras un caos que el conde Sancho García aprovechó para adentrar sus huestes hasta la propia capital de Córdoba (1009).
Los dominios pamploneses se habían librado, pues, de las últimas correrías musulmanas durante los primeros años de reinado efectivo de Sancho el Mayor, quien pudo consagrarse a reforzar la línea limítrofe con la extensa y poderosa taifa de Zaragoza, regida por los miembros del linaje de los anteriores valíes o gobernadores tuyibíes. A este efecto y de acuerdo con su tío el conde castellano (1016) fijó en Garray (Numancia) el vértice meridional de sus dominios en tierras sorianas y, aunque se ignoran los detalles, mantuvo intermitentes hostilidades en la dilatada frontera que desde allí discurría por Ocón y la divisoria riojana de aguas entre los ríos Leza-Jubera y Cidacos, hasta alcanzar el puerto oscense del Sarrablo y los confines de Sobrarbe a través de una hilada de fortalezas como Funes y Caparroso en las riberas navarras y, en los rebordes exteriores de las sierras prepirenaicas, las de Uncastillo, Luesia, Biel, Agüero, Murillo de Gállego, Cacabiello, Loarre, Nocito y Matidero, algunas de ellas recobradas o ganadas presumiblemente por el joven Monarca, como Funes y Loarre.
Su unión conyugal con Munia (1010), hija del referido conde Sancho García, iba a deparar al Monarca la intervención en tierras ribagorzanas, el primero de sus compromisos políticos familiares. Muertos Sancho García (5 de febrero de 1017) y en el mismo año el conde Guillermo Isárnez de Ribagorza, la herencia de este condado recayó en Mayor, hermana del mismo Sancho García que, repudiada por su esposo Raimundo III de Pallars, decidiría transferir sus derechos condales a favor de su sobrina la reina pamplonesa Munia. En consecuencia el monarca pamplonés avanzó desde sus posiciones de Sobrarbe y en nombre de su esposa ocupó primero la baja Ribagorza y su sede episcopal de Roda de Isábena (1018), zona devastada por las recientes incursiones musulmanas, y poco más tarde se hizo cargo de los valles alto-ribagorzanos de Sos y Benasque (1025), donde se había refugiado la citada condesa Mayor quien finalmente se retiró a un monasterio de su tierra castellana de origen. Con la incorporación del condado de Ribagorza, la Monarquía pamplonesa se extendió a través de la cabecera del Cinca y el curso superior de los ríos Esera, Isábena y Noguera Ribagorzana, alargando su línea fronteriza con el Islam a través de las plazas fortificadas de Buil, Castejón de Sobrarbe, Perarrúa, Fantova y Güel.
El aludido fallecimiento de Sancho García había dejado el pujante condado castellano en manos de su hijo, un niño de siete años de edad, el “infante” García de las ulteriores leyendas. Correspondió, pues, ahora a Sancho el Mayor salvaguardar los intereses y dominios de su pequeño cuñado, en definitiva el patrimonio legado por su común bisabuelo el conde Fernán González. Debió de intervenir por ello para aplacar el descontento y las ambiciones de la nobleza militar castellana que probablemente no se resignaba a perder los estímulos y ganancias de las audaces empresas del desaparecido Sancho García y como un reflejo de estas actuaciones cabría interpretar algunas alusiones de la documentación al “reinado” fáctico de Sancho sobre aquellas tierras. Castilla, sin embargo, pertenecía al ámbito soberano de León cuyo monarca, Alfonso V, había aprovechado a su vez el fallecimiento de Sancho García para intentar restablecer su autoridad directa en la turbulenta “mesopotamia” del Cea y el Pisuerga. La posterior injerencia de Sancho el Mayor en estas tierras pudo tener carácter arbitral o mediador más que imperativo, como parece corroborar el matrimonio de Alfonso V, viudo de la noble dama gallega Elvira Menéndez, con Urraca, hermana del monarca pamplonés (1023), renovando así las tradiciones de parentesco ya seculares entre ambas estirpes de reyes, una espiral endogámica que escandalizó al prestigioso obispo Oliba de Vic. Esta extensión del círculo familiar acabaría envolviendo plenamente a Sancho el Mayor en los asuntos internos del Reino de León del que, como conviene recordar, dependía el condado castellano. Muerto Alfonso V ante los muros de Viseu (7 de agosto de 1028), su hijo y sucesor Vermudo III con sólo once años de edad no estaba capacitado para hacer frente a la nobleza levantisca de aquel extenso reino, por lo que el soberano pamplonés trató de solventar la cuestión de los aludidos confines de los ríos Cea y Pisuerga promoviendo el matrimonio del “infante” García con Sancha, hermana del pequeño Vermudo. Pero cuando se disponía a celebrar sus esponsales en la ciudad de León, el joven conde castellano fue asesinado (13 de mayo de 1029) por miembros exiliados de un linaje alavés resentido tiempo atrás con Fernán González.
La sucesión de Castilla recaía así en Munia o Mayor, esposa del Rey de Pamplona, quien por virtud de su derecho o responsabilidad conyugal se hizo cargo de las funciones condales en implicando en estas tareas a su segundón Fernando. Se había procedido enseguida a cierta acomodación del patrimonio de la familia condal castellana en una asamblea (concilium) de magnates, celebrada en Burgos (7 de julio de 1029) y el escriba que redactó la oportuna acta completó la fecha con la referencia habitual, en este caso, “reinando [en Castilla] por la gracia de Dios el príncipe Sancho y su hijo el conde Fernando” (regnante gratia Dei principe nostro domno Sanctio et prolis eius Fredenandus comes). El término siempre genérico de “príncipe” (princeps) define aquí las prerrogativas de hecho del rey Sancho sobre un territorio que en rigor pertenecía a un espacio soberano diferente, el leonés. El título “conde” (comes) referido a Fernando, en este y algún otro diploma, puede interpretarse en sentido meramente funcional, como colaborador o depositario de las facultades de un conde, pues en su acepción estricta hubiese significado una especie de degradación personal de quien era hijo de reyes (prolis regis) e incluso había lucido ya, al parecer, en la curia de su padre el título extensivo de rex o bien regulus. En todo caso, su nueva investidura avalaba las directas y expeditivas intervenciones de su padre en las disensiones nobiliarias de la Monarquía leonesa en general y es probable que en la línea política de apaciguamiento que parece percibirse, se acordara entonces una distribución geográfica de responsabilidades directas de gobierno. Mientras Vermudo III, asistido por sus tías y, sobre todo, por su madrastra la pamplonesa Urraca, centraba su atención en Galicia y Asturias, Sancho el Mayor se ocuparía de la región cismontana, con la colaboración de su primo materno el conde Fernando Laínez, mandatario regio en la ciudad de León y su distrito. Su milicia pamplonesa debió de ir restaurando así el orden por tierras de Astorga y Zamora y él mismo participó en la designación de un nuevo obispo asturicense, el cronista Sampiro (verano de 1034) y, en diciembre del mismo año, procedería a la restauración de la sede episcopal de Palencia, destinada a comunicar entidad eclesiástica propia al territorio políticamente controvertido de los ríos Cea y Pisuerga, repartido hasta entonces entre las diócesis de León y Burgos-Castilla, un importante reajuste de poderes religiosos que no tardó en ratificar Vermudo III cual competía a su eminente rango de soberano sobre aquella porción de sus dominios. Desde esta perspectiva se pueden explicar las cambiantes referencias geográficas de la cláusula “reinante” (regnante) en la documentación coetánea, que no pretenden definir espacios propiamente soberanos, privativos de la dignidad o regia (auctoritas) ni siquiera por derecho de conquista, sino reseñar simplemente poderes fácticos, como el ejercicio eventual sobre determinado lugar o región de una potestad (potestas regia) delegable y, en tales casos, efectivamente delegada. En este sentido también se significa que Sancho “reina en Castilla” porque es “rey” a título personal (de Pamplona), aunque en aquel territorio desempeñaba funciones condales en nombre de su joven cuñado García, luego de su mujer y, en último término, como mandatario siquiera tácito del Rey leonés. Al presumible tono de cooperación política corresponden las combinaciones familiares coetáneas, primero el enlace matrimonial de Sancha, la frustrada novia del “infante” García, con Fernando, vicario de sus padres Sancho y Munia en tierras castellanas, y dos años después el del monarca leonés con Jimena, hija a su vez de los reyes pamploneses, con lo cual Vermudo III pudo asumir por fin el gobierno efectivo de todo su reino.
El patrimonio de la familia regia de Pamplona se había ensanchado, en suma, bajo Sancho con matices diferentes en dos direcciones. Hacia oriente, el área de soberanía había enmarcado el pequeño condado epi-carolingio de Ribagorza, ahora extinguido como formación política con entidad propia. En cambio hacia poniente, el extenso condado de Castilla pertenecía ciertamente a la herencia de la reina Munia y, por tanto, debía recaer en sus hijos, aunque siguiera inscrito en la órbita soberana de la realeza leonesa, una realidad contradictoria como se iba a poner de manifiesto muy pronto. Por otro lado, no tuvieron especial trascendencia las relaciones de parentesco de la dinastía pamplonesa con los condes de Barcelona y Gascuña. En el primer caso sería desorbitado considerar como síntoma de dependencia feudo-vasallática la aparición ocasional del barcelonés Berenguer Ramón I en la curia de su cuñado, pues el parentesco —a través del matrimonio de este conde con Sancha, hermana de Munia— sólo llegaría a propiciar alguna aislada actuación político-militar conjunta contra los musulmanes, aunque quizá sirviese más adelante como precedente para algún reforzamiento de tales lazos familiares. Los nexos con la estirpe condal de Gascuña, bastante anteriores, se habían puesto de manifiesto con el futuro conde Sancho Guillermo, presente esporádicamente en el “palacio” de su tío Sancho Garcés II Abarca y su primo García Sánchez II y posteriormente muy probable mediador y guía de su joven pariente Sancho el Mayor (1019) en la peregrinación de Saint Jean d’Angely (Saintonge), donde coincidieron con Roberto II de Francia y el duque Guillermo el Grande de Aquitania en la “invención” ceremonial de la cabeza de San Juan Bautista. El Monarca pamplonés debió de aprovechar la ocasión para normalizar enseguida la reciente incorporación a su reino del condado de Ribagorza que hasta entonces había estado siquiera teóricamente en la órbita soberana del reino franco. Finalmente el magnate gascón volvió a frecuentar en varias ocasiones la curia del Monarca pamplonés quien, vacante el condado gascón (4 de octubre de 1032), acaso llegó a considerarse en algún breve momento como candidato, en todo caso frustrado enseguida, a la sucesión de aquel extenso y complejo feudo francés.
Aparte de proceder particularmente a la restauración de las posesiones de la Catedral de Pamplona, como sus antecesores pero quizás a un ritmo algo mayor impulsó la reagrupación de pequeños monasterios o “iglesias propias” en el dominio de los cenobios más acreditados entonces, como San Salvador de Leire, San Juan de la Peña, San Martín de Albelda y San Millán de la Cogolla. Sin embargo, las crónicas posteriores tratarán de justificar su enterramiento en San Salvador de Oña, narrando que, ausente el primogénito y heredero del reino pamplonés, García, que se hallaría de peregrinación a Roma, el segundón Fernando habría decidido inhumar el cuerpo del Rey en aquel monasterio castellano. Si se acepta esta explicación, cabe suponer que la defunción se habría producido en la propia Castilla y, en todo caso, se habría contado con la voluntad de la reina Munia de hacer reposar los restos de su difunto esposo en el lugar elegido como panteón familiar por su padre el conde Sancho García, fundador de dicho monasterio y donde también se habían depositado ya los del “infante” García y, andando el tiempo, descansarían igualmente los de la propia Munia y su nieto el rey Sancho II de Castilla.
La trayectoria del reinado de Sancho el Mayor se ha intentado precisar en las últimas décadas sobre todo en la debatida cuestión de su propia sucesión mediante análisis críticos del tradicional tópico del supuesto reparto o “división” del reino entre sus hijos, abordado a partir de las renovadoras propuestas de J. M. Ramos Loscertales. El Monarca había engendrado a su hijo Ramiro en su unión extramatrimonial con Sancha de Aibar, mujer al parecer de noble prosapia, mientras que del enlace canónico con Munia nacieron cuatro varones, García, Fernando, Gonzalo y el dudoso Bernardo, fallecido en plena niñez. Conforme al derecho sucesorio pamplonés, el primogénito legítimo García recibió sin duda el Reino en toda su integridad, aunque bajo su soberanía eminente fueron asignadas a Ramiro con carácter perpetuo las utilidades de los distritos u honores enmarcados en el antiguo condado de Aragón, así como los de Ruesta y Petilla más una serie villas diseminadas por tierras pamplonesas y najerenses. En términos semejantes recibiría Gonzalo, además de los distritos aragoneses de Samitier y Loarre, los territorios de Sobrarbe y Ribagorza, aunque en este caso se yuxtaponían al parecer el derecho de conquista del padre y el título sucesorio de la familia de la madre. De la herencia condal castellana de la reina Munia, el citado primogénito García se haría cargo de la porción originaria del condado castellano, “Castilla Vieja” (Castella Vetula), incluida la antigua demarcación condal de Álava con sus anejos vizcaíno y durangués. El nuevo Monarca pamplonés adquiría, pues, aquí los rendimientos y asimismo las funciones propias de un conde, rango que formalmente lo convertía en vasallo del Rey de León, como su hermano Fernando a quien, tras haber cooperado con sus progenitores en el gobierno de todo el condado, habría correspondido ahora sólo la “Castilla Nueva”, burgalesa y duriense. Semejante superposición de investiduras en las tierras castellanas, de soberanía leonesa y ahora con dos titulares de alcurnia regia en el desempeño de funciones teóricamente condales, es decir subalternas, era difícilmente viable como no tardaría en demostrarse en tiempos inmediatamente posteriores.
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Ángel Martín Duque