Ayuda

García IV Ramírez

Biografía

García IV Ramírez. El Restaurador. ?, c. 1100 – Lorca (Navarra), 21.XI.1150. Rey de Pamplona.

Era hijo del infante Ramiro Sánchez, señor de Monzón, y de Cristina Rodríguez. Sus abuelos paternos fueron el infante Sancho Garcés, hijo bastardo de García Sanchez III el de Nájera, rey de Pamplona (1035-1054), y Constanza. Sus abuelos maternos fueron Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, y Jimena Díaz.

La boda de sus padres tuvo lugar en 1098 en Valencia, ciudad de la que era señor su abuelo el Cid. Su padre Ramiro vuelve a figurar en la documentación real navarro-aragonesa a partir de 1103, como tenente de Urroz. Fue conocido sobre todo como tenente de Monzón (Huesca) entre 1104 y 1120, aunque desde 1112 se alternó en el gobierno de esta plaza con el noble Tizón, que desde 1120 la dirigió en solitario. El infante Ramiro pasó a ocupar la tenencia del valle de Erro (1122-1129), en la retaguardia pirenaica.

La primera mención de García Ramírez al frente de una tenencia o distrito militar del reino navarro-aragonés lo sitúa en la cuenca del río Cinca y se remonta a 1124, cuando aparece gobernando Momacastro (actualmente Monmegastre, despoblado en Peralta de la Sal, Huesca). Pronto destacó por sus dotes militares. En 1125 reconquistó la plaza de Monzón, que se había perdido, y fue su tenente hasta 1127 y luego desde 1129 a 1134, dirigiendo su repoblación definitiva. Alfonso I el Batallador le otorgó toda su confianza, entregándole el gobierno de otros distritos de su reino: Logroño (1130-1132) y Bolea (1132). Además pudo intervenir para facilitar su matrimonio con una dama de la nobleza normanda, Margarita de L’Aigle, que era sobrina del Rey y también del conde Rotrou de Perche, que gobernaba el distrito de Tudela desde 1123. A partir de 1133 García Ramírez figura como tenente de Tudela, probablemente en nombre de Rotrou. Siguió acumulando tenencias por todo el valle del Ebro: Calatayud (1133), Castejón del Puente, Puy de Monzón y Sos (1134). Participó en el asedio de Fraga y ayudó a Alfonso I el Batallador a escapar después de la derrota (17 de julio de 1134). El Rey falleció mes y medio después.

En estas circunstancias, la ascendencia real de García Ramírez, su prestigio militar y el control de importantes plazas del valle del Ebro le convirtieron en candidato idóneo para encabezar la restauración del reino de Pamplona separado de Aragón. La ruptura del marco político forjado durante dos generaciones no fue fruto de la decisión de una minoría o de una conjura cortesana. Respondió a la existencia de una realidad social y política definida desde principios del siglo X, el reino de Pamplona, y al deseo de sus elites rectoras de recuperar una posición de preeminencia política. La expansión territorial había convertido a un reino pirenaico, organizado en un eje horizontal, en un reino nuevo, lanzado sobre el valle del Ebro y vertebrado por el eje vertical Jaca- Huesca-Zaragoza, en el que Pamplona ocupaba una posición marginal, similar a otros núcleos destinados al eclipse tras la expansión por las tierras llanas. La ocasión de ruptura se presentó merced al testamento de Alfonso I (1131), que instituyó como herederas del reino navarro-aragonés a las Órdenes Militares del Santo Sepulcro, el Hospital y el Temple. Pretendía además entregar los nuevos núcleos urbanos del reino a catedrales y grandes monasterios. Era una solución incompatible con la naturaleza del sistema monárquico, individual y transmitido por herencia.

Lesionaba el honor y los intereses de la nobleza, que podía ser removida del gobierno de los distritos, y de la burguesía, que era excluida del realengo e incorporada a señoríos eclesiásticos. Mientras vivió el Rey, su prestigio y su poder hicieron que todos los magnates, laicos y eclesiásticos, acataran su decisión, pero en el fondo la repudiaban y tras su muerte nadie la respetó.

García Ramírez era el candidato idóneo, tanto por sus dotes personales como por su linaje, para restaurar el reino de Pamplona. Los hijos de Sancho IV habían fallecido sin dejar descendencia, mientras que sus hermanos estaban inhabilitados por haber participado en el regicidio de 1076 y haber aceptado la soberanía castellana. La propia naturaleza de la empresa excluía cualquier candidato de la rama castellana de la familia.

En la rama aragonesa sólo quedaba el hermano pequeño de Alfonso I, Ramiro, inhabilitado para reinar por su condición de obispo. Sólo cabía recurrir a la rama bastarda del infante Sancho Garcés, representada por su nieto García Ramírez.

El rechazo del testamento del Batallador provocó una crisis sucesoria, que se prolongó hasta 1137 y cuya primera fase fue la ruptura de la unión navarroaragonesa (septiembre-diciembre de 1134). La curia regia y los magnates aragoneses aceptaron la legitimidad de Ramiro. Los navarros proclamaron Rey de forma unánime a García Ramírez, que consiguió la adhesión del territorio pamplonés, parte de La Rioja, los territorios vascongados y los distritos de Tudela y Monzón. El alzamiento contó con un amplio respaldo social, pero fue dirigido por un grupo de magnates, laicos y eclesiásticos, encabezado por el conde Ladrón, el obispo de Pamplona, los hermanos Guillermo Aznárez de Oteiza y Jimeno Aznárez de Torres.

García Ramírez concibió su realeza como una restauración, adoptó la intitulación tradicional de “rey de los pamploneses” y atribuyó su entronización al favor divino. Sin embargo, era evidente el protagonismo de los magnates, que reducía la capacidad de maniobra del soberano y aportaba un componente de novedosa instauración. Mientras esto ocurría, tropas castellanas ocupaban casi toda La Rioja y Zaragoza, intentando restablecer la situación de 1076. Castilla se convertía así en árbitro de la suerte del valle del Ebro. El principio de su política en esta zona durante el siglo XII sería la división y el enfrentamiento entre Pamplona y Aragón, para impedir que su reagrupamiento en un único reino pusiera en aprietos a Castilla.

La irrupción castellana permitió comprobar las desventajas y debilidades que acarreaba la separación de ambos reinos y alentó un intento de reagrupamiento (enero-mayo de 1135), plasmado en el pacto de Vadoluengo (20 de enero). Se articuló un único poder soberano con dos reyes, Ramiro II y García Ramírez, que, además de gobernar sus respectivos territorios, se reconocieron mutuamente como padre e hijo mediante la adopción del segundo por el primero. También hubo un reparto funcional del poder soberano: Ramiro quedaba como titular del mismo, pero delegaba en García el ejercicio de las funciones militares, la dirección del ejército, tarea para la que estaba incapacitado como clérigo. La frontera fue delimitada y luego Ramiro reconoció a García ciertos territorios fronterizos navarros a cambio de que le prestara homenaje.

El pacto no fue bien recibido por las minorías rectoras del reino pamplonés, pues anulaba su proyecto secesionista. La desconfianza mutua subsistía y García se aseguró la fidelidad de las tierras vascongadas mediante la concesión del rango condal al magnate Ladrón, reforzó su posición económica mediante la incautación del tesoro de la catedral de Pamplona y buscó el apoyo del rey de Castilla, árbitro de la situación.

El giro hacia Castilla marcó una tercera fase (mayo de 1135-julio de 1136). García Ramírez prestó vasallaje a Alfonso VII por el reino de Pamplona (excluidos los dominios del conde Ladrón), lo cual lo hacía similar al de 1076. El Ebro quedó como frontera, salvo en Logroño y el distrito de Tudela, que quedaron para el pamplonés. A cambio, el rey castellano reconocía formalmente a García como rey y aceptaba la restauración de la Monarquía pamplonesa. A su vez, el vasallaje de un Rey hizo más verosímil la coronación imperial de Alfonso VII en mayo de 1135.

La satisfacción de éste se tradujo en la entrega del gobierno de la ciudad de Zaragoza a García (septiembre de 1135).

La cuarta y última fase (julio de 1136-octubre de 1137) estuvo marcada por la alianza de Castilla y Aragón.

Ramiro II contrajo matrimonio y se alió con Alfonso VII, que le devolvió Zaragoza. García Ramírez se sintió traicionado por el Emperador y rompió el vasallaje, aunque dirigió los principales ataques contra Aragón. Una ofensiva castellana contra Estella y los territorios vascongados se saldó con el vasallaje del conde Ladrón al Emperador, pero la familia del magnate, los Vela, asentados en ambos reinos, amortiguó las tensiones hasta convertirlas en una “guerra fingida” más que real. En la primavera de 1137 García Ramírez se alió con el conde Alfonso Enríquez de Portugal contra Castilla, pero de nuevo atacó el territorio aragonés, donde incendió el burgo de Jaca y conquistó varias poblaciones en la frontera del distrito de Tudela (Malón, Fréscano, Bureta, Barillas, Razazol).

Los esponsales de la heredera de Aragón, Petronila, y el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona (agosto-octubre de 1137) y la progresiva transmisión del ejercicio de la autoridad real en manos de éste, que recibió el título de “príncipe de Aragón”, alumbraron un potente reino en el oriente peninsular. Por ello, después de una leve campaña intimidatoria en la frontera riojana, Alfonso VII acordó la paz con García Ramírez (20 de octubre de 1137).

Fue el final de las convulsiones provocadas por la crisis sucesoria. García Ramírez había conseguido el apoyo interesado de Castilla y, fiado en él, pretendería conseguir el reconocimiento formal de Aragón, tarea que le llevó el resto de su vida y definió la segunda etapa de su reinado (1137-1149). Las reclamaciones de las órdenes militares, herederas del Batallador, y de la Santa Sede que defendía sus derechos, no supusieron un problema real para el asentamiento de García Ramírez en el trono. Tanto él como su sucesor compensaron discreta y eficazmente a hospitalarios y templarios mediante donaciones de bienes a lo largo de todo el siglo XII. La Santa Sede admitió de hecho la restauración de la Monarquía pamplonesa, pero dilató el reconocimiento formal de los reyes navarros, a los que asignó el título de “duques de los Pamploneses o de los Navarros” hasta 1196.

Durante tres años (octubre de 1137-octubre de 1140), García Ramírez mantuvo una hostilidad permanente hacia Aragón. Fue una guerra real, de golpes de mano en las fronteras del distrito de Tudela y en el Canal de Berdún, hasta Jaca. La insistencia de García demostró la solidez de su poder y desvaneció las ilusiones aragonesas de recuperar el reino perdido.

En 1138 repitió la ofensiva y ocupó Pedrola, a orillas del Ebro, y Fillera, Sos y Petilla de Aragón, en la Valdonsella.

Ramón Berenguer IV no replicó realmente hasta contar con el apoyo de Castilla en el tratado de Carrión de los Condes (22 de febrero de 1140), en el que acordaron repartirse el territorio del reino de Pamplona entre Castilla y Aragón y restaurar el vasallaje de 1076. Fue el primero de una serie de cinco tratados firmados a lo largo del siglo XII entre Castilla y Aragón para repartirse el reino de Pamplona, hecho que nunca llegó a producirse, lo cual indica la escasa virtualidad de estos pactos, así como la desconfianza que presidía las relaciones entre ambos reinos.

El ejército aragonés penetró hasta las cercanías de Pamplona, pero necesitó la ayuda del ejército castellano para derrotar a García en Ejea de los Caballeros.

El monarca navarro se aproximó a Alfonso VII, con el que firmó la paz entre Calahorra y Alfaro (22 de octubre de 1140), reforzada por el compromiso de matrimonio entre el heredero castellano, el futuro Sancho III, y una hija del navarro, Blanca.

El vasallaje a Castilla marcó una nueva fase (octubre de 1140-junio de 1144), en la cual fue para García Ramírez un soporte en su enfrentamiento con Aragón.

A principios de 1141 el rey pamplonés atacó de nuevo Aragón y volvió a quemar el burgo de Jaca.

Ramón Berenguer replicó con una expedición contra Pamplona, que contó con la ayuda de Alfonso VII.

Con todo, el enfrentamiento de Navarra con Castilla fue fugaz y nadie consideró rota la paz firmada anteriormente.

En 1142 continuó la presión aragonesa.

Tras los fallidos intentos de conquistar Villafranca y Sangüesa, Ramón Berenguer se apoderó durante quince días de Lumbier y pretendió sin éxito avanzar sobre Pamplona; a la vez se apoderaba del distrito de Monzón, que todavía retenía el rey pamplonés. En 1143 la iniciativa pasó a manos de García, que sorprendió con una expedición contra Zaragoza; no consiguió apoderarse de ella, pero sí conquistó Tarazona y obtuvo la entrega de Borja. Tras una tregua auspiciada por Castilla, la guerra se reanudó en la primavera de 1144 y los aragoneses recuperaron Sos, Tarazona y Borja. El estancamiento del conflicto fortalecía la posición de García, que en 1143 se vio reforzada por la reincorporación a su servicio del conde Ladrón con los territorios de Álava y Vizcaya. Aragón no podía solventar su disputa con Pamplona sin el apoyo castellano.

Sin embargo, los deseos de Alfonso VII de impulsar la Reconquista frente a los almorávides le hicieron buscar un acuerdo con García Ramírez, quien también necesitaba su apoyo frente a Aragón. En Nájera (noviembre de 1143) se llegó a un acuerdo matrimonial que conllevó la restauración en toda su plenitud del vasallaje de 1135. García Ramírez se comprometió con Urraca, hija bastarda del Emperador. Con motivo de la boda (19 de junio de 1144), se acordó la entrega de Logroño a Castilla. Era todo un símbolo de la aceptación por el rey pamplonés del principio del Ebro como frontera, defendido por Alfonso VII desde 1135. García conseguía el apoyo permanente del castellano y veía definitivamente reconocida su condición regia, pero a cambio de un vasallaje que pregonaba las limitaciones de la misma. Era el precio que tenía que pagar para consolidar su posición frente a Aragón.

La tercera fase de la segunda etapa del reinado (1144-1149) está marcada por la transición desde la guerra hasta la paz con Aragón, con el objetivo de lograr el reconocimiento de la soberanía pamplonesa. La sólida posición de García le permitió dedicar mayores esfuerzos a ampliar los núcleos urbanos y reorganizar su reino. Después de asegurar la frontera meridional (concesión de un fuero a Peralta, 1144), reforzó el eje Pamplona-Tudela mediante la fundación de un burgo dotado de franquicia en Olite (1147) y completó el trazado del camino jacobeo con un nuevo burgo en Monreal (1149). Amparado en el apoyo de Castilla, García Ramírez reanudó sus ataques contra Aragón con la pretensión de que un prolongado acoso fronterizo le hiciera desistir de sus reivindicaciones sobre Pamplona. Se apoderó de Petilla. La réplica aragonesa fue un ataque contra Arguedas a principios de 1146.

En el verano los ataques navarros se multiplicaron en la ribera del Ebro y consiguieron conquistar Tauste, Pradilla de Ebro y el castillo de Bierlas. La tregua lograda en noviembre por mediación castellana no supuso la devolución de conquistas. Mientras tanto, la infanta Margarita, hija de García, se casaba con Guillermo, heredero del trono de Sicilia, hecho que evidenciaba el creciente prestigio de la renacida Monarquía pamplonesa.

Como vasallo de Alfonso VII, García Ramírez colaboró en sus empresas reconquistadoras, como la fugaz toma de Córdoba (1146) o la conquista de Almería (1147), y le prestó su consejo mediante la asistencia a las reuniones más importantes de la curia regia castellana. En 1148, reanudó los ataques contra Aragón; ocupó de nuevo Tauste y conquistó Los Fayos y Espetiella. La respuesta aragonesa fue la toma de Carcastillo. El permanente hostigamiento navarro y la voluntad de impulsar la Reconquista en Cataluña —que no aconsejaba mantener un conflicto en retaguardia— movieron a un cambio de posiciones de Ramón Berenguer. Como no podía reincorporar el reino pamplonés a su corona, decidió con gran pragmatismo buscar la paz con García Ramírez.

El tratado (1 de julio de 1149) supuso la alianza entre ambos y la renuncia a cualquier disputa por los reinos de Aragón y Pamplona. Se estipuló también el matrimonio del conde barcelonés con la infanta navarra Blanca —que era irrealizable, pues ambos estaban previamente comprometidos— y la devolución de conquistas. La mayor virtualidad del tratado fue el hecho de firmarlo, pues ambas partes se reconocieron mutuamente. Esto significaba que Aragón reconocía la dignidad real de García Ramírez y renunciaba a la pretensión de reincorporar el reino de Pamplona.

El tratado modificó también los planteamientos que hasta entonces habían regido las relaciones de Pamplona con sus poderosos vecinos. Aragón había dejado de ser un problema y, en consecuencia, el vasallaje prestado a Castilla ya no era una garantía, sino una rémora que era preciso eliminar para culminar la restauración de la Monarquía pamplonesa como un poder soberano sin limitaciones. La muerte de García Ramírez (21 de noviembre de 1150) le impidió culminar su obra, tarea que quedó en manos de su hijo y sucesor Sancho VI el Sabio.

Del primer matrimonio de García Ramírez con Margarita de L’Aigle (1133-1141) nacieron tres hijos.

El primogénito y heredero fue Sancho VI el Sabio.

La segunda, Blanca, casó en 1153 con el heredero de Castilla, el futuro Sancho III, y murió en 1156, antes de que éste subiera al trono. La tercera, Margarita, que se casó en 1146 con el futuro Guillermo I de Sicilia (1154-1166), murió en 1183, después de haber sido durante seis años regente de su hijo Guillermo II (1166-1189). De su segundo matrimonio con Urraca, hija de Alfonso VII de Castilla (1144- 1150), nació Sancha, casada con Gastón V, vizconde de Bearne (1154-1170), y luego, alrededor de 1173, con Pedro Manrique de Lara, conde de Molina.

 

Bibl.: G. de Pamplona, “Filiación y derechos al trono de Navarra de García Ramírez el Restaurador”, en Príncipe de Viana (PV), 10 (1949), págs. 275-284; A. Ubieto Arteta, “Navarra- Aragón y la idea imperial de Alfonso VII de Castilla”, en Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón, 6 (1956), págs. 41-82; H. Grassotti, “Homenaje de García Ramírez a Alfonso VII. Dos documentos inéditos”, en PV, 25 (1964), págs. 57-66; J. M. Lacarra, Historia política del Reino de Navarra, vol. II, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra-Editorial Aranzadi, 1972, págs. 11-35; A. Ubieto Arteta, Los “tenentes” en Aragón y Navarra en los siglos XI y XII, Valencia, Anubar Ediciones, 1973; F. J. Fernández Conde, “La reina Urraca ‘la Asturiana’”, en Asturiensia Medievalia, 2 (1975), págs. 65- 94; Á. J. Martín Duque, “La restauración de la monarquía navarra y las Órdenes Militares”, en Anuario de Estudios Medievales, 11 (1981), págs. 59-71; J. Gallego Gallego y E. Ramírez Vaquero, “Rey de Navarra, rey de Portugal, títulos en cuestión (siglo XII)”, 48 (1987), págs. 115-120; H. Arrechea Silvestre, “Un vasallo del rey García Ramírez en la frontera aragonesa”, Primer Congreso General de Historia de Navarra. 3. Comunicaciones, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1988, págs. 9-13; E. Domínguez Fernández y M. Larrambebere Zabala, García Ramírez el Restaurador (1134-1150), Pamplona, Mintzoa, 1994; M. Pérez González (intr., trad., notas e índices), Crónica del emperador Alfonso VII, León, Universidad, 1997; L. J. Fortún Pérez de Ciriza, “Navarra”, en M. Á. Ladero Quesada (coord. e intr.), La reconquista y el proceso de diferenciación política (1035-1217), en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, vol. IX, Madrid, Espasa Calpe, 1998, págs. 605-660.

 

Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza