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Gonzalo de Lorenzo y Cáceres

Biografía

Lorenzo y Cáceres, Gonzalo de. Icod de los Vinos, Tenerife (Santa Cruz de Tenerife), 16.X.1769 – Tenerife, 3.II.1840. Coronel de Ingenieros.

Octavo hijo del matrimonio formado por Nicolás de Lorenzo Alonso y Delgado y Juana Francisca de Cáceres y Domínguez. Durante su infancia tuvo una formación notable y parece que posteriormente recibió nuevas enseñanzas en la escuela de dibujo, que el arquitecto y canónigo de la catedral de Las Palmas de Gran Canaria, Diego Nicolás Eduardo, dirigió desde 1787 bajo el patrocinio de la Real Sociedad Económica de Amigos del País.

El 20 de marzo de 1789 el marqués de Branciforte (1755-1812), comandante general, decidía su ingreso, con el grado de cadete, en el Batallón de Infantería de Canarias. Más tarde ingresaba en la Academia Militar de Zamora, don­de estudió al menos dos años. Después de superar el examen preceptivo, era nombrado subteniente de Infantería y ayudante de Ingenieros por un Real Despacho de 29 de noviembre de 1793.

En marzo de 1799, por un Real Título, era promovido a teniente de Infantería e ingeniero extraordinario, ocupando la plaza de secretario en la Dirección General del Cuerpo de Ingenieros. En la capital de España conocería los nuevos postulados de la Aca­demia de San Fernando (responsable de la enseñanza de la arquitectura), los edificios clasicistas de la Ilustración y, sobre todo, las actuaciones de ingenieros militares notables, como Francisco Sabatini y otros, que tanto ayudaron a extender en España los principios de la arquitectura neoclásica.

Una Real Orden de 17 de abril de 1800 determinaba su destino con plaza permanente a Canarias, por lo que en junio de ese año ya se encontraba en Cádiz a la espera de barco para partir hacia Tenerife. Sin embargo, un problema con el pasaporte y la comunica­ción interina entre el ministro de Guerra y el juez de arribadas, impidieron que embarcara de inmediato.

Antes de retornar a Canarias, durante el verano de 1800, en las semanas de espera en Cádiz, co­operaría “con celo y actividad” para sofocar la epidemia de fiebre amarilla que azotó a esa ciudad entre los meses de agosto y octubre, participando activamente en la organización de la resistencia “del bombardeo de los ingleses y el desembarco que se recelaba”.

Después de arribar al archipiélago, Gonzalo se avecinaba en Santa Cruz de Tenerife, donde en torno a su puerto radicaba el trabajo encomendado por sus superiores. Desde allí escribió al obispo Ver­dugo para tramitar su desplazamiento a Gran Canaria con el propósito de examinar la basílica del Pino, lo que no ocurriría hasta el verano de 1803. Con anterioridad, el 24 de junio de 1802, obtenía el ascenso a capitán primero de Ingenieros.

En 1805 rehabilitó el camino que unía Santa Cruz con La Laguna, posible razón por la que, años más tarde, cuando se eligieron vocales de Santa Cruz para el cabildo de la isla, fuera de­signado como tal con el beneplácito unánime de su vecindario.

Poco después de iniciada la Guerra de la Independencia, en agosto de 1808, con permiso del comandante general interino, Carlos O’Donnell, obtuvo pasaporte para marchar a la Península. En consecuencia, embarcaba en un bergantín español que partía hacia Cádiz. Al poco de arribar a la citada plaza, revalidaría el nombramiento previo de teniente coronel.

Hasta noviembre de 1809 no tuvo lugar su presentación oficial en Sevilla, aunque un mes más tarde fue destinado a la plaza de Cádiz. Trabajó activamente en la defensa de dicha ciudad entre febrero y marzo de 1810, siendo destinado posteriormente al IV Ejército, que debía garantizar la inexpugnabilidad de la isla de León o San Fernando. En ese enclave portuario ayudó a detener un fuerte ataque y, “bajo el insistente fuego de los enemigos”, supervisó a partir de marzo de 1811 la fortificación de Santi­petri y el arsenal de La Carraca. Fue designado coronel de Ingenieros del Ejército en septiembre de 1811. Del IV pasó a formar parte del II Ejército, cuyos movimientos “siguió de forma ejemplar y dando notorias pruebas de valentía”. Con posterioridad fue destinado a Valencia, y allí, mientras la ciudad resistía el asedio francés en enero de 1812, fue apresado y conduci­do a Francia junto a otros militares. En Francia estuvo en los depósitos de prisioneros habilitados en Beaune, Semur-en-Auxois y L’Aigle. Durante su cautiverio desarrolló una importante actividad literaria y tradujo del francés el Compen­dio del arte de la Guerra, redactado años antes por el barón de Jomini.

Una vez liberado, regresaba a España en mayo de 1814, pasando el día 26 de ese mes a Irún, y al poco tiempo se per­sonaba en Madrid para comparecer ante el ingeniero general del reino con el fin de regularizar su situación. Meses después, el rey lo rehabilitaba en “el ejercicio de su empleo con los goces y asientos que le hayan correspondido por su antigüedad en el Real Cuerpo de Ingenieros”.

En octubre de 1814 obtuvo un año de licencia real que le permitió viajar a Canarias, evitando un destino a la Dirección Subinspección de Galicia que le fue notificado a principios de 1816, al tiempo que reclamaba el dinero adeudado por el tiem­po de apresamiento en Francia.

Por una Real Cédula firmada por Fernando VII, el 1 de marzo de 1816 se le concedía la Cruz de la Orden de San Hermenegildo, y dos años des­pués, el 27 de febrero de 1818, otro Real Despacho decidía su retiro del servicio activo, quedando agregado a la Comandancia General de Canarias.

Una de sus obras civiles más interesantes fue su actuación en la parroquia de Santa Catalina de Tacoronte. El obispo D. Manuel Verdugo y Albiturría pidió al ingeniero Lorenzo que remediara los serios problemas de estabilidad que padecía a principios del siglo XIX la citada parroquia.

La mayor preocupación se centraba en el barranco que existía en las inmediaciones del templo, un abrupto accidente geográfico que amenazaba la estabilidad de su fábrica, planteándose la urgencia de su rehabilitación para evitar la ruina de la iglesia parroquial. En un documento, el obispo ordenaba invertir los caudales disponi­bles para habilitar el entorno del templo, a la vez que cumplir fielmente la dirección y disposiciones del capitán de Ingenieros don Gonzalo Lorenzo Cáceres, de cuyo celo e instrucción tenía la mayor confianza. También le en­comendaba la potestad de decidir sobre el acondicionamiento del barranco, tanto sobre si se había de hacer murallón, como algunos opinaban, “como si le pareciese mejor y más seguro y del mismo costo, sobre poco más o menos, embovedando el barranco, de manera que puede quedar plaza, con lo que se conseguirá también la mejor vista y hermosura del templo”.

La basílica de Nuestra Señora del Pino, en Teror, es un ejemplo paradigmático de su trabajo para de esas circunstancias, ya que poco después de su bendición, comenzaría a padecer serios problemas de estabilidad. Tras acometer varias reformas en la década de 1780, la situación desembocaría en la clausura momentánea del recinto y en un motín que protagonizó el vecindario de la zona en 1808. El obispo Verdugo había intervenido en el asunto unos meses antes y solicitó a varios técnicos que evaluaran el estado de los cimientos de la iglesia y de todas las techumbres, barajando con ello alternativas a la hora de paliar su creciente deterioro. Entre los peritos elegidos para ese fin se encontraban algunos maestros de Gran Canaria y figuras de renombre, como el ingeniero Gonzalo Lorenzo-Cáceres. Tanto este último como el arquitecto Manuel Martín en sus informes previos estaban de acuerdo en que era inevitable la ruina de la iglesia.

Finalmente, dirigió la construcción de la casa de los Cáceres (1802-1814), en la plaza de la Pila, de Icod de los Vinos. El edificio, uno de los más singulares de su época, se construyó siguiendo sus planos en estilo neoclásico, con fachadas simétricas construidas en mampostería. Tiene tres plantas organizadas en torno a un patio central con columnas toscanas, más otro patio posterior en el que destaca su escalera de doble vertiente y los balcones con balaustradas.

Fue admitido en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife en 1816.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar de Segovia (AGMS), Exps. Personales.

Estados (escalillas) del Cuerpo de Ingenieros, 1797-1817; J. López Muiños, Algunos aspectos de la Ingeniería Militar española y el Cuerpo Técnico, Madrid, Ministerio de Defensa, 1993; J. M. Pinto de la Rosa, Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, Museo Militar Regional de Canarias, 1996; J. A. Lorenzo Lima, “Gonzalo de Lorenzo-Cáce­res en la basílica del Pino, Teror. Nuevos datos para un estudio de su actividad profesional”, en Revista de Historia Canaria, 192 (2010), págs. 147-179; J. A. Lorenzo Lima, “Reputado militar y amigo de las artes’. Apuntes para una biografía del ingeniero Gonzalo de Lorenzo Cáce­res (1769-1840)”, en Estudios Canarios. Anuario del Instituto de Estudios Canarios, 57 (2013), págs. 109-144.

 

Juan Carrillo de Albornoz y Galbeño