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San Francisco Solano

Biografía

Francisco Solano, San. Montilla (Córdoba), 10.III.1549 – Lima (Perú), 14.VII.1610. Misionero franciscano (OFM) de los indígenas sudamericanos y de la población de Lima.

Nació Francisco Solano en la pequeña villa de Montilla (Córdoba), abierta a la Sierra Morena, perteneciente a la poderosa familia de los Fernández de Córdoba, marqueses de Priego. Fue el tercero y último de los hijos de Mateo Sánchez Solano y de Ana Jiménez Gómez, comerciantes acomodados del lugar; su padre ocupó el cargo de alcalde y poseía una casa solariega en la calle de San Agustín. Le habían precedido sus hermanos Diego Jiménez e Inés Gómez.

Desde 1517 la señora de la villa, Catalina Fernández de Córdoba, marquesa de Priego, casada en 1519 con el conde de Feria, había contribuido a elevar el clima de renovada espiritualidad en el lugar. Por su iniciativa y a sus expensas, habían llegado a Montilla los agustinos en 1520, las clarisas en 1525 y los franciscanos en 1530. Siete años después, en 1537, san Juan de Ávila predicó los sermones de cuaresma contribuyendo a elevar el clima espiritual de los montillanos.

El maestro Ávila, teólogo y humanista alcalaíno y “apóstol de Andalucía”, regresaría a Montilla en 1553, en donde residió hasta su fallecimiento el 15 de mayo de 1569.

La marquesa de Priego logró que en 1553 los jesuitas llegaran a Montilla, en donde abrieron un colegio en 1555. A ese colegio de la Compañía acudió Francisco Solano. Los vecinos lo recordaban de natural despierto, inteligente y de buena memoria. Piadoso, visitaba con frecuencia la iglesia de San José; desde pequeño enseñó a los que no podían ir a la escuela del lugar. A los quince o dieciséis años Francisco se trasladó al colegio de los jesuitas de Córdoba, para cursar el nivel secundario o estudios de Gramática. Sus padres querían que cursara Medicina, siguiendo la tradición de su abuelo paterno Francisco Sánchez Solano, que había destacado como médico. Córdoba gozaba de gran tradición de escuelas de Medicina desde el tiempo de los árabes.

En 1569, año en que murió san Juan de Ávila, Francisco Solano, que había cumplido ya los veinte años, regresó a su casa de Montilla y decidió ingresar como novicio en el convento franciscano de San Lorenzo, situado en la huerta del Adalid. Era un lugar de gran belleza natural, rodeado de árboles, plantas y flores, un estanque con peces, caza menor y pájaros, en el que se alzaban varias ermitas que invitaban a la contemplación.

Vivían sus frailes la espiritualidad cristocéntrica de la observancia franciscana. El minorita observante, abrazando la cruz y el desprendimiento de los bienes terrenos, alcanzaba una libertad interior que le disponía al encuentro con Dios y alentaba en él la labor de almas.

San Lorenzo seguía la tradición de las antiguas ermitas franciscanas de la sierra cordobesa que arrancaba del eremitorio de San Francisco del Monte. En este cenobio de Sierra Morena en 1394 se instauró un modelo de vida religiosa que unió la ascesis solitaria con el trabajo apostólico. Los frailes salían periódicamente del eremitorio a misionar en el cercano reino moro de Granada. Uno de sus primeros moradores, fray Juan de Cetina, murió mártir en territorio granadino.

A comienzos del siglo xv, nació otro cenobio franciscano similar en una finca cordobesa próxima al antiguo palacio de Abderrahmán I; fue el eremitorio de Arrizada, en donde vivió san Diego de Alcalá, muerto en 1464. En línea con estos eremitorios cordobeses, penitentes y evangelizadores, se inició en 1530 el de San Lorenzo de Montilla.

Al ingresar Francisco Solano en San Lorenzo la comunidad contaba con treinta frailes. Allí Solano profundizó en el espíritu de Francisco de Asís, viviendo la oración, la pobreza y la alegría de la regla primitiva franciscana. Continuó aprendiendo latín y se familiarizó con la liturgia. La vida del cenobio era penitente: Francisco dormía en “una corcha en el suelo y un zoquete para cabecera”, caminaba descalzo. El 25 de abril de 1570 hizo profesión religiosa y por sus dotes musicales fue recibido en la Orden franciscana como fraile de coro. Por esas fechas, su padre preparaba su segundo período como alcalde de Montilla.

Pasó Solano al convento de Nuestra Señora de Loreto, a trece kilómetros de Sevilla, en la zona del Aljarafe, en donde funcionaba desde 1550 el Estudio de la provincia franciscana de la Bética. Durante cinco años permaneció en el convento hispalense, entre huertas y viñedos, dedicado al estudio de la Teología, al modo en que entonces se practicaba entre los minoritas de la provincia, esto es, sin formalidades académicas. Francisco unió a la reflexión teológica la contemplación y el ascetismo penitente. De fray Luis de Carvajal, teólogo y humanista, recibió la Teología de san Buenaventura y con fray Juan Bermuda, músico y científico, desarrolló sus dotes para la música y el canto. Fray Alonso de San Buenaventura, que convivió con Francisco esos años, narra que Francisco construyó para sí una cabaña de barro y cañas para rezar y estudiar.

En Sevilla vivió el ambiente misionero hacia las Indias. Francisco se presentó como candidato para viajar al Río de la Plata, con una expedición de minoritas que salió en 1572, en la que iría fray Luis de Bolaños, que comenzó las reducciones en el Paraguay.

Francisco no fue aceptado y debió esperar aún muchos años a realizar ya en plena madurez su viaje a las Indias.

El 4 de octubre de 1576, fiesta de san Francisco de Asís, Solano fue ordenado presbítero y cantó su primera misa en Loreto. Tenía veintisiete años y era, al decir de un testigo, “no hermoso de rostro, enjuto y moreno”. Terminados los estudios de Teología, fue nombrado predicador y confesor, labores que requerían estudio continuo y dedicación permanente.

Desarrolló esta labor en pueblos del Aljarafe, como Umbrete, Villanueva y Espartinas, adquiriendo con ello una experiencia determinante en su futuro misionero.

En 1579 murió su padre y Francisco hubo de regresar al convento de San Lorenzo de Montilla, para acercarse a su madre, que estaba ciega y necesitaba ayuda. Allí siguió predicando, pidiendo limosna y atendiendo a los enfermos de una epidemia que se extendió entre la población; los testigos del proceso de canonización citan varias curaciones inexplicables, durante la epidemia, que dieron comienzo a su fama de milagrero. En 1581 fue destinado por los superiores franciscanos como vicario y maestro de novicios al convento de San Francisco de Arrizafa, marcado por la memoria de san Diego de Alcalá, para relanzar la calidad espiritual del cenobio. Solía visitar a los enfermos, dedicando a esta labor algunas horas de oración.

Al erigirse la provincia franciscana de Granada, en 1583, Francisco Solano pasó como maestro de novicios a San Francisco del Monte, a treinta kilómetros al noreste de Córdoba, centro originario de los eremitorios cordobeses, que guardaba el recuerdo de los mártires Juan de Cetina y Pedro de Dueñas. Fray Francisco formaba en la espiritualidad franciscana a sus novicios y salía con frecuencia para predicar en los pueblos cercanos de Adamuz, El Carpio y Villafranca.

Se declaró una epidemia de peste que afectó especialmente a la ciudad de Montoro. Los afectados eran trasladados desde el pueblo a la ermita de San Sebastián. Allí acudió Francisco, acompañado por fray Buenaventura Núñez, desde San Francisco del Monte para proporcionarles los cuidados del cuerpo y los del alma. Se conservan testimonios de varias curaciones por intercesión de Solano; entre ellas la del hijo de Catalina Ruiz. Los dos frailes se contagiaron de la enfermedad, pero fray Francisco se curó. En Montoro, el nombre de una calle recuerda la labor humanitaria llevada a cabo por el Santo.

En 1586 fue nombrado guardián de San Francisco del Monte. En su nuevo cargo siguió siendo el fraile servicial y alegre que había sido antes: además de hacer todos los oficios de la casa, como los demás frailes, el guardián “danzaba en el coro y a la canturía mayor y menor, lo que no hacen los guardianes” (Jerónimo de Oré). Era muy estimado por los habitantes de los pueblos vecinos, hasta el punto de que algunos pintores, amigos suyos, decoraron gratuitamente los claustros del convento. De San Francisco del Monte pasó al convento de San Luis de Zubia en la vega de Granada.

Allí cumplió fray Francisco cuarenta años. Los trabajos que había llevado a cabo le prepararon para afrontar la evangelización en las Indias.

Los franciscanos de Sevilla recibían informaciones de los frailes del Perú afincados en Lima y Cuzco desde 1535, y unos diez años después, hacia 1545, en Trujillo y Cajamarca. En 1547 se pudo conectar el Perú con las tierras del Plata a través del Chaco, dando comienzo a la cristianización de la zona. A fines del siglo xvi los minoritas llegaron a Paraguay y Uruguay. El franciscano Juan de Ribadeneira, había misionado la zona de Tucumán en los años setenta y ochenta y fundó el convento franciscano de Santiago del Estero, al sur de Tucumán. Ribadeneira viajó a España en 1580 y 1589 para buscar misioneros. El comisario para la expedición, fray Baltasar Navarro, gestionó en Castilla y Andalucía desde el 13 de diciembre de 1587 hasta el 7 de agosto de 1590 la promoción de misioneros. Solano no figura en la documentación.

A pesar de ello en el grupo que viajó a partir de 1589 se encontraba fray Francisco.

La flota, integrada por treinta y seis naos, conducía al nuevo virrey del Perú, García Hurtado de Mendoza, con el que viajaban unos trescientos soldados y setenta misioneros entre franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y jesuitas. Partió en febrero de 1589 de Sanlúcar de Barrameda e hizo escala en Cádiz, de donde salió el 13 de marzo. Fray Francisco viajó en la nave Santa Catalina. Tras repostar en Canarias, hicieron escala en la isla Dominica y llegaron a Cartagena de Indias el 7 de mayo, donde se detuvieron los viajeros hasta el 16 de junio, fecha en que emprendieron su ruta hacia Panamá alcanzando el puerto atlántico de Nombre de Dios o Portobelo.

Durante el viaje Francisco Solano predicó a la tripulación de la nao Santa Catalina y atendió a los africanos que llevaban con ellos.

Llegados a Portobelo los viajeros emprendieron la travesía del istmo, recorriendo unos cien kilómetros hasta alcanzar la costa del Pacífico. Francisco permaneció unos cuatro meses en el convento franciscano de la ciudad de Panamá en espera del navío que le conduciría a Perú. En Panamá fallecieron dos de los misioneros del grupo que no resistieron la dureza del clima y las dificultades del camino. El 28 de octubre fray Francisco, fray Diego de Pineda y fray Francisco de Torres, embarcaron hacia el Perú, con destino al puerto del Callao, en una nave maltrecha, que naufragó frente a la isla de la Gorgona, cercana a la costa de Colombia, lugar de clima durísimo. Uno de los frailes pereció en el naufragio. Solano fue el último en abandonar la nave.

Unos pocos náufragos salieron en una lancha a pedir auxilio, que tardó en llegar más de dos meses. Solano fue el único franciscano que permaneció en la isla, pues el otro superviviente marchó con los que iban en busca de socorro. Los testimonios recuerdan los desvelos de Solano para aliviar a los demás náufragos.

A últimos de diciembre llegó la nave que les condujo al puerto de Palta, al norte del Perú. Desde allí emprendió Francisco a pie, como era uso de los minoritas, el camino que le conduciría a Lima, la Ciudad de los Reyes, cabeza de la provincia franciscana de los Doce Apóstoles, fundada por fray Francisco de Vitoria en 1553. Cruzó la costa desierta, interrumpida por valles que riegan los ríos que bajan de la cordillera, y entró en Lima en 1590, donde ya había arribado el virrey Hurtado de Mendoza. Era entonces arzobispo de Lima santo Toribio de Mogrovejo.

Francisco Solano partió para el Tucumán en julio de 1590, arribando a su capital Santiago del Estero en noviembre del mismo año. Este viaje de más de tres mil kilómetros, hechos a pie, fue el más largo de los que hizo durante veinte años. En esos dos decenios, Solano recorrió la América sureña predicando el Evangelio a los indios y la reforma de costumbres a españoles y criollos.

El camino de Lima a Tucumán en 1590 lo hizo en compañía de otros ocho franciscanos. Atravesaron los Andes por el valle de Jauja, avistaron Ayacucho y llegaron al Cuzco; prosiguieron hacia el este cruzando la meseta del Collao, por la ruta antigua incaica; pasando por el santuario de Copacabana, en la actual Bolivia, alcanzaron Potosí y entraron en el norte argentino; de allí bajaron hasta Salta y finalmente hasta las llanuras del Tucumán, a donde llegaron en noviembre de 1590, según escribía el comisario fray Baltasar Navarro al Rey en carta fechada en Santiago del Estero el 26 de enero de 1591.

El obispado del Tucumán erigido por Pío V en 1570 había sido solicitado por los vecinos de la zona que no podían ser atendidos desde Chile por la distancia.

El dominico fray Francisco de Vitoria, presentado en 1576, fue el primer obispo que tomó posesión de la diócesis, con sede en Santiago del Estero. Era una iglesia tan pobre que su catedral carecía de ornamentos dignos y no tenía cómo poder levantar el seminario, según afirmaba en 1601 su sucesor el obispo, fray Fernando Trejo y Sanabria.

Los franciscanos habían entrado en el Tucumán en 1566, procedentes del Perú. Viajaron con Francisco de Godoy, yerno del gobernador Francisco de Aguirre, personaje conflictivo que se había indispuesto con mercedarios y dominicos. Encabezaba el grupo fray Juan de Ribadeneira, el franciscano que realizaría posteriormente dos viajes hasta la metrópoli para solicitar envío de misioneros a la zona. En 1610, la Orden de Santo Domingo tenía un convento en Córdoba; los franciscanos tenían conventos en Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Rioja, Talavera y Salta, pero con pocos frailes en cada uno: entre seis o siete frailes y dos o tres. La situación a la llegada de Solano veinte años antes, en 1591, debía de ser muy precaria.

En esa fecha en el Tucumán había sólo cinco ciudades: Santiago del Estero, Córdoba de la Nueva Andalucía, San Miguel del Tucumán, Nuestra Señora de Talavera del Esteco y Lerma en el valle de Salta. Poco tiempo después, el 20 de mayo de 1591, se fundaría la de Todos los Santos de la Nueva Rioja. Francisco comenzó su labor en la región como doctrinero en las encomiendas de Socotonio y la Magdalena, junto a la ciudad de Talavera del Esteco, ante el Chaco Gualamba.

En 1592 fue elegido custodio de los conventos de Tucumán. No le fue aceptada su renuncia al cargo y emprendió la visita de los conventos de la provincia.

Desde Talavera del Esteco, marchó a Salta y a San Miguel del Tucumán. En esta ciudad relata fray Pedro Vildosola de Gamboa que, al llegar Solano, “se estaban lidiando toros” y se escapó del recinto uno muy bravo. Fray Francisco venía caminando desprevenidamente por la calle y se topó con el animal que se dirigía directo hacia él. Ante la aterrorizada vista del público “así que lo vido al dicho animal, no se alborotó aunque pudo entrarse en alguna casa, y solo puso por delante, cuando el toro se emparejó con él, el cordón de su sayal”. Fue suficiente: el toro desvió su carrera y se dirigió hacia “donde Domingo de Arquinau, dueño de recua, estaba haciendo lavar algunas mulas, de las cuales le destripó y mató cinco y una quedó muy herida”. Pasó a Santiago del Estero donde se le atribuye a Solano la pacificación de sus moradores que estaban enfrentados entre sí.

Prosiguió a la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja, donde se narran otros sucesos que dieron pie a que fray Francisco fuera denominado el “Taumaturgo americano”. Invitado a comer a casa de un acaudalado encomendero, tomó un pan y lo partió con sus manos, y ante su propia sorpresa manaron gotas de sangre. Solano se levantó, y antes de retirarse dijo: “Nunca me sentaré a la mesa de un hombre cuya riqueza fue amasada con la sangre de los humildes”.

Se afirma que el hacendado repartió sus posesiones entre la gente del lugar y procuró reparar el resto de sus días.

En la labor con los indígenas empleó sus cualidades musicales atrayendo con su gaita de cañas o sikuri.

Llevaba también consigo un rabel, modelo primitivo de violín compuesto por un arco con sólo dos cuerdas tensadas que se ejecutaban con un palo pequeño. Estudió las lenguas indígenas. El capitán Andrés García de Valdés testimonió que le enseñó la tonocote y uno de sus compañeros afirma que tardó cuatro meses en aprender otra de las lenguas indígenas.

Las dimensiones musical y lingüística se reflejan en un suceso que tuvo lugar en la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja el Jueves Santo del año 1593. El cura de la Nueva Rioja, Manuel Núñez Maestro, testimonió tras morir Solano que ese día el minorita se encontraba en la población. Cuarenta y cinco caciques diaguitas con su respectivo séquito acudieron al lugar, alarmando al teniente de gobernador, que aconsejó a los vecinos preparar las armas.

En esa noche del Jueves Santo, como era habitual en España y en muchas ciudades del Perú, salió en la ciudad una procesión penitencial ante el asombro de los indígenas que contemplaban la escena. Fray Francisco acompañaba cantando salmos y tocando su rabel, después habló del Redentor de sus sufrimientos por los hombres. Escribe Núñez no saber en qué lengua habló el franciscano, pues “todos le entendían, así españoles como indios”. Los indígenas pidieron al predicador que les diera a conocer los misterios de la fe. Núñez escribió que Solano “los retuvo a todos hasta que fueron bautizados”.

A mediados de 1593 emprendió la travesía hasta Santa Fe y Córdoba. En los lugares que recorrió dejó huellas de su paso. En las fuentes de las ciudades de Talavera del Esteco y de la Nueva Rioja brotó el agua a la voz de Solano. En 1617 el visitador del Tucumán, Francisco de Alfaro, escribió que en Talavera todos le señalaron la fuente del padre Solano que brotaba copiosamente.

En los sitios que visitaba alegraba a sus oyentes con sus canciones. Un día llegó a un convento donde los religiosos eran demasiado serios; fray Francisco recordando el espíritu de Francisco de Asís —quien decía que era necesario vivir siempre interior y exteriormente alegres— se puso a cantarles y hasta a danzar tan jocosamente que los frailes terminaron cantando y bailando en honor de Dios.

En 1595 Solano viajó a Lima reclamado por la provincia del Perú. En el camino de vuelta a Lima pasó por Potosí, donde se encontró con amigos que acudieron a saludarle del Tucumán, Chuquisaca y Cochabamba; pasó por La Paz y bordeando el lago Titicaca se acercó al santuario de Copacabana. En la primavera de 1595 llegó al Cuzco y desde allí arribó a Lima.

En la capital virreinal, fray Gabriel de la Soledad había iniciado en 1592, con aprobación del arzobispo Mogrovejo, una recolección similar a la que funcionaba en la sierra de Córdoba. El arzobispo había pedido al Rey la fundación de ese cenobio que beneficiaría la vida cristiana de los limenses criollos e indígenas. A la vez el provincial peruano, con la aprobación del comisario general del Perú, fray Antonio Ortiz, lanzó un proyecto similar que tomó cuerpo en 1595. Para poner en marcha la recolección en Lima llamaron a Solano, el fraile recoleto de Loreto, de la Arrizafa y de San Francisco del Monte.

Fray Francisco improvisó un cenobio austero, en el que construyó chozas, celdas y ermitas. El ajuar de cada fraile era un camastro con una cobija; una mesa con candil y silla artesana; sus libros eran la Biblia, el breviario y un sermonario. En el cenobio recoleto se alternaba la oración recogida, la penitencia, y el cántico dirigido por Solano que danzaba también delante del Santísimo. Según el estilo de los eremitorios andaluces, fray Francisco salía de la recoleta para predicar en calles y plazas. Trataba con seglares; consta que fue buen amigo del virrey Luis de Velasco.

En 1601 Solano fue nombrado secretario del nuevo provincial del Perú, fray Francisco de Otálora; pero Solano no era hombre de papeles y fue eximido del cargo invitado a elegir convento. Solano eligió Trujillo, en donde fray Francisco vivió su propio estilo.

Los testigos lo señalan como “el fraile del violín”. Le designaron superior del convento.

En 1604 Francisco Solano volvió a la recolección de Lima, donde vivió el huracán que se desencadenó en la capital un mes después del terremoto que había asolado Arequipa. Cundió el pánico entre los limeños.

Fray Francisco salió a predicar a la plaza pública.

Los ciudadanos llenaron las iglesias. Una comisión mixta de la Audiencia y del arzobispado fue a San Francisco acusando a Solano del disturbio provocado en la ciudad. Lo expone Juan de Torquemada en su Monarquía Indiana (capítulo 60), que sostiene que al final se dejó correr el asunto.

Fray Francisco ante el temor de que la Recoleta de Lima perdiera la pobreza original pidió pasar los últimos años de su vida en San Francisco de Lima, ingresando en el convento grande en octubre de 1605.

Allí atendió espiritualmente a los enfermos y a los jóvenes del convento. Se conservan datos de su prolongada oración: de rodillas ante las imágenes franciscanas del claustro; en el aula de Teología frente al cuadro de san Buenaventura; al coro acudía tiempos largos. A la vez, salía a menudo por la ciudad: visitaba semanalmente las cárceles y los hospitales. En la plaza pública, en rincones y plazoletas, conversaba con los que acudían a él, les hablaba de Dios y de conversión de vida. Fray Buenaventura Córdoba y Salinas recuerda (1630) las visitas de fray Francisco a su madre moribunda. Entraba en los corrales de la farándula y predicaba a la compañía de teatro. Atendía a las monjas de Santa Clara, a las que glosó el Magnificat.

Enfermo de varias dolencias, fue trasladado a la enfermería del convento. En los últimos momentos pidió le leyesen las meditaciones de fray Luis de Granada y la Pasión de Cristo en el Evangelio de san Juan.

El 12 de julio recibió la Extremaunción; dos días después, el 14 de julio, falleció tras exclamar: “Glorificado sea Dios”. Acudieron las autoridades y los ciudadanos a velar el cadáver; los asistentes no se recataron de apropiarse de reliquias del difunto, en espectáculo poco edificante. Su entierro fue apoteósico, asistiendo toda la ciudad, desde el virrey y el arzobispo, hasta los más sencillos, todos con la misma idea de asistir al entierro de un santo.

Beatificado por Clemente X el 24 de enero de 1675, fue canonizado por Benedicto XIV el 27 de diciembre de 1726. En la actualidad no es un santo popular; sin embargo, antes de su beatificación fue nombrado patrono de varias ciudades americanas: en 1629 lo hizo Lima, dos años después lo nombraron patrono, entre otras ciudades, Charcas, Panamá, Cartagena de Indias, Cochabamba, Huamanga y en 1634 lo hicieron Santiago de Chile, Huanuco y San Cristóbal de La Habana; en España es patrono de Montilla, su villa natal.

 

Bibl.: D. Córdova y Salinas, Vida, virtudes y milagros del Nuevo Apóstol del Perú, el Venerable Padre Fray Francisco Solano, Lima, 1630; Crónica franciscana de las provincias del Perú, Lima, 1651 (ed. L. Gómez Canedo, Washington, 1957); A. Recio, “Ensayo bibliográfico sobre San Francisco Solano”, en Archivo Ibero Americano, 9 (1949), págs. 473-532; F. Armas Medina, Cristianización del Perú (1532-1600), Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1953; P. Rodríguez Crespo, “Dos testimonios sobre la muerte de San Francisco Solano”, en Boletín del Instituto Riva-Agüero, Lima, 2 (1953-1955), págs. 205-207; B. Salinas y Córdova, Memorial de las Historias del Nuevo Mundo. Pirú, ed. de L. E. Valcárcel y W. Cook, Lima, 1957; L. J. Pandolit, OFM, El Apóstol de América San Francisco Solano, Madrid, 1963; R. Vargas Ugarte, SI, “San Francisco Solano”, en Biblioteca hombres del Perú, Lima, Editorial Universitaria, 1964; J. de Torquemada, Monarquía Indiana, intr. de M. León Portilla, México, 1969; J. A del Busto Duthurburu, Los trece de la fama, Lima 1989; J. C. Estenssoro Fuchs, Música, discurso y poder en el régimen colonial, Lima, 1990; J. Heras, OFM, “San Francisco Solano. Apóstol de Perú y de Argentina”, en Misioneros de la primera hora. Grandes evangelizadores del Nuevo Mundo, Lima, Editorial “Sin Fronteras”, 1991; A. Nieto Vélez, La primera evangelización del Perú. Hechos y personajes, Lima, Vida y Espiritualidad, 1992; L. E. Wuffarden y P. Guibovich Pérez, “Esplendor y religiosidad en el tiempo de Santa Rosa de Lima”, en J. Flores Araoz et al., Santa Rosa de Lima y su tiempo, Lima, Banco de Crédito del Perú, 1995; L. G. de Oré, OFM, Relación de la vida y milagros de San Francisco Solano, ed., pról. y notas de Noble David Cook, Lima, 1998; T. Hampe Martínez, Santidad e identidad criolla. Estudio del proceso de canonización de Santa Rosa, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos “Bartolomé de las Casas”, 1998; E. Luque Alcaide, “Las crónicas americanas escritas por religiosos”, en J. I Saranyana (dir.), Teología en América Latina, vol. I, Frankfurt- Madrid, 1999, págs. 531-613; J. A. Benito Rodríguez, Crisol de lazos solidarios. Toribio Alfonso de Mogrovejo, Lima, Universidad Católica Sedes Sapientiae, 2001; R. Sánchez-Concha Barrios, Santos y santidad en el Perú Virreinal, pról. de G. Lohmann Villena, Lima, Vida y Espiritualidad, 2003.

 

Elisa Luque Alcaide

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