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Luis de Velasco y Castilla

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Biografía

Velasco y Castilla, Luis de. El Joven o el Mozo; Marqués de Salinas del Río Pisuerga (I). Carrión de los Condes (Palencia), 1534 – Sevilla, 7.IX.1617. Octavo y décimo virrey de Nueva España, 1590-1595 y 1607-1611; décimo virrey del Perú, 1596-1604.

Llegó a la Nueva España por primera vez a los once años, acompañando a su padre, Luis de Velasco, apodado el Viejo, segundo virrey designado para gobernar ese territorio. Pasó en México toda su adolescencia y juventud y allí comenzó su vinculación con la política, el gobierno local y las antiguas familias del virreinato. Desde entonces tendrá una relación casi constante con la Nueva España, siendo varias veces regidor del Cabildo de México y corregidor de Zempoala, salvo un lapso de cuatro años, entre 1585 y 1589, en que estuvo en España. Se trasladó otra vez a aquellas tierras a finales de 1589 y allí vivió, ocupando el máximo cargo dos veces, separadas por el ascenso a virrey del Perú y la residencia en Lima de 1596 a 1604.

Se casó con María de Ircio y Mendoza, rica criolla sobrina del primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza (1535-1550) durante el mandato de su padre, ya que Velasco el Viejo, muerto a mediados de 1564, incluyó en una cláusula de su testamento el tema de la aportación hecha al acuerdo matrimonial por su parte, de pagar anualmente 2000 ducados de renta o a censo, encargando a otros familiares que la cumplieran. De esta unión nacieron cuatro hijos varones (el futuro heredero Francisco, Antonio, Luis y Martín) y tres hijas (Mariana de Ircio y Velasco, que realizó un matrimonio ventajoso con el destacado criollo Juan de Altamirano y Castilla, y otras dos que profesaron como religiosas concepcionistas en el Convento de Regina Coeli).

El cronista Artemio de Valle Arizpe recoge la tensión entre Luis y su suegra, la importante dama María de Mendoza, indicando que era el gobernante quien tomaba la iniciativa. El motivo era la herencia de su esposa, siendo acusado Velasco de incumplir las cláusulas del testamento de su suegro Martín de Ircio y los acuerdos firmados con la viuda de éste posteriormente en cuanto a no disponer libremente de los bienes (herencia y dote) de María. La señora Mendoza interpuso pleito contra él y la respuesta fue intrigar para que ningún abogado la representara, por lo cual ella se presentó en persona ante el tribunal, pero Luis se ganaba incluso a oidores y alcaldes del Crimen mediante presiones y dinero y llegó a encerrar y amenazar a su cónyuge, separándola de su madre, y a ejercer violencia sobre esta última. De ahí que sus polémicas llegaran hasta el Consejo de Indias, después de no avenirse ambos en la Audiencia de México.

Durante los cuatro años que residió en España (1585-1589), Felipe II le destinó a la Embajada de Florencia con una misión especial, pero volvió a la Corte coincidiendo con el aumento de las cartas de protesta contra el gobierno en México de Villamanrique y el Monarca decidió que Velasco era el más a propósito para sucederle, aunque para evitar que a su llegada a Veracruz fuera hostilizado por los seguidores del todavía virrey, le ordenó desembarcar en otro puerto. Como una muestra más de confianza, se le entregó un pliego para el obispo de Puebla-Tlaxcala, Diego Romano, designando a este eclesiástico juez visitador del gobernante saliente. En esos años debió de morir su esposa María, pues a su regreso a México en 1589, ya viudo, Felipe II ordenó a Velasco que enviara a España a sus hijos varones que se habían quedado allí, para educarse y sobre todo para vincular al mayorazgo a los cargos de la Corte.

Cumpliendo las órdenes reales, Luis llegó al puerto de Tamiagua el 15 de diciembre de 1589, pero después de informarse de que no tendría problemas, decidió continuar por la costa hasta Veracruz, donde desembarcó. En la sesión oficial celebrada el 24 de diciembre por el Cabildo de México se recogió con alegría la noticia del regreso de este antiguo miembro de la corporación, ahora designado virrey, nombrándose comisarios para ir a saludarle y empezando a organizar con todo detalle y lujo la recepción por parte del gobierno local capitalino, incluyendo arco triunfal, llave dorada y corcel llevado de las riendas por varios cabildantes, además de una guardia de Infantería y Caballería y repiques especiales de campanas. Las actas del Cabildo en los días siguientes recogen la preparación de varias fiestas, los ricos ropajes elaborados para la ocasión, los juegos de caña y toros durante los ocho días posteriores al acontecimiento, la organización de una escaramuza o batalla simulada en Guadalupe, en vez de hacerse en la Plaza Mayor, como en ocasiones anteriores, e incluso la curiosidad de que los pueblos indígenas de los alrededores tuvieron que montar una especie de bosque, poblándolo con conejos y venados, para realizar una cacería.

Después de pararse en Guadalupe, donde recibió los homenajes de la representación municipal, que ya le trasladó sus enfrentamientos con la Audiencia en lo referente al protocolo de los lugares de cada institución y sus representantes en la bienvenida, procurando Luis calmar los ánimos en pro del éxito de todo lo preparado, por fin hizo éste su entrada oficial en México el 25 de enero de 1590, por la tarde, después de entrevistarse en Acolman, cerca de la capital, con su antecesor Villamanrique.

Con fecha 14 de febrero de 1590, o sea veinte días más tarde, el nuevo gobernante enviaba un escrito en el que analizaba el memorial de 35 capítulos que le había entregado el marqués para informarle de la situación de aquellas tierras al abandonarlas él. En él reflejaba los problemas básicos como la evangelización y el buen trato a los indígenas en los tributos, servicios personales y repartimientos, ante la baja de este sector de la población; la Real Hacienda en decadencia, como cuestión importante, al remitirse menos fondos a la Corona, especialmente procedentes de las minas de plata y del azogue; también las alteraciones provocadas por los negros y mulatos, así como el problema de los alzamientos de tribus chichimecas en el lejano norte; desarrollo de las fortificaciones de Veracruz, ante los ataques piráticos; el tema de la corrupción de funcionarios de la Audiencia y los gobiernos locales, a través de los matrimonios con mujeres de su jurisdicción, violando con ello las normas en pro de su enriquecimiento, y la conducta delictiva de Luis Carvajal de la Cueva en la zona de Nuevo León.

Por supuesto, varios apartados dedicados a la Iglesia, en su jerarquía y diversidad de miembros, rentas de diezmos y alcabalas, problemas concretos en los obispados de Puebla-Tlaxcala y Nueva Galicia. Se daba opinión sobre esa variedad de temas, incidiendo en los que el virrey veía en un primer plano para actuar y mejorar, pero subrayando también los avances ya conseguidos.

Desde el principio afrontó proyectos como buscar otras fuentes de riqueza, al abrir las antiguas fábricas de sayales y demás paños que había creado el primer gobernante, Antonio de Mendoza. Para encontrar nuevas soluciones ante la decadencia de la población indígena, este virrey fomentó las congregaciones con el fin de reunir a los que vivían dispersos por sierras, lo cual implicaba problemas, ya que muchos se negaron a dejar las tierras de sus antepasados y de cuyo uso se mantenían. Otra línea de protección se refirió a los abusos de abogados y jueces en los pleitos de indios, estableciéndose unos derechos fijos para cobrarles y además se mandó que, en caso de problemas de poco dinero, se sentenciasen en primera instancia por los jueces locales, sin poderse llevar ante tribunales superiores.

La preocupación por estos sectores pobres y poco protegidos se reflejó igualmente en el apoyo a los hospitales, y en especial al llamado Hospital Real, para el que se estipulaba la entrega de una medida de maíz por cada uno de los enfermos para su sostenimiento.

También la cuestión chichimeca seguía muy viva, pero ahora se afrontó la negociación, llegando un jefe de ellos a viajar hasta la Ciudad de México para negociar un acuerdo, consiguiendo la tregua a cambio de suministrarles anualmente la carne que necesitaban para no pasar hambre y de aceptar el establecimiento en sus poblados de cuatrocientas familias indígenas procedentes de Tlaxcala, para que les enseñaran a vivir “en policía”, o sea bajo las normas españolas y cristianas. Estos tlaxcaltecas, dirigidos por religiosos franciscanos, se establecieron en los alrededores de Zacatecas, repartiéndose en cuatro colonias denominadas San Luis Potosí, San Miguel Mesquitic, San Andrés y Colotlán y, en 1594, tras fundarse la población de San Luis de la Paz, se encargó la labor de pacificación entre los chichimecas de esa zona a los miembros de la orden seráfica y a los jesuitas, además de trasladar allí a otomíes ya convertidos para continuar esa línea de acción que estaba dando resultados.

Como residente allí, el 11 de enero de 1592, este virrey solicitó al Cabildo mexicano que se construyera con los fondos de propios de esa institución un paseo para embellecer la capital y como lugar de recreo para sus habitantes. Se eligió un sitio al borde de la traza, en el antiguo tianguis de San Hipólito, preparándose el terreno con fuentes, cierres de puertas y vallas y plantándose árboles, sauces y sobre todo álamos en su mayoría, por lo cual se le denominó la Alameda, aunque después predominarían los fresnos.

Pero un tema repetido, como era la necesidad de fondos para la Corona, se hizo más apremiante; por eso Felipe II pidió la imposición de un impuesto especial a los indígenas, a modo de préstamo forzoso, y Luis de Velasco decidió imponerlo por la cantidad de 7 reales más una gallina a cada uno, que costaba otro real, lo cual provocó protestas de éstos y de los franciscanos y encarecimiento de esas aves de Castilla, que entraron en un sistema de reventas y corruptelas.

Otra búsqueda de fondos fueron los arrendamientos del ramo de pólvora a particulares en 1590, así como las rentas de salitre, azufre y aguafuerte, pero no rindieron los resultados esperados.

Como en el siglo XVI se había implantado que el virrey de Nueva España, como premio por sus servicios, fuera promovido al Perú, tratando de aprovechar allí su experiencia, este personaje siguió esos pasos, pero lo excepcional es que en él se produjo la nueva variante, por única vez en la América española, de que, después de gobernar el otro virreinato, volviera a ocupar este cargo por segunda vez en la Nueva España.

Así, cuando recibió la orden real de pasar al territorio peruano, salió de México en noviembre de 1595 y se dirigió a Acapulco para embarcar, siendo acompañado durante un largo trecho por la Audiencia, el Ayuntamiento y otras corporaciones, además de sus familiares y amigos. Pero no descuidó Velasco el cumplimiento de las órdenes reales y en 1596 remitió a su sucesor Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey (1595-1603), unos consejos o “advertimientos” del virreinato que había dejado, divididos en 21 puntos: la guerra chichimeca, el poblamiento de esa zona del norte con naturales tlaxcaltecas y también del llamado Nuevo México, la defensa de las costas, el cuidado de los indígenas para evitar que siguieran descendiendo, problemas de la Hacienda y del abastecimiento y, como nuevos aspectos, destacaban la entrada a Sinaloa y las expediciones de Sebastián Vizcaíno, que ampliaban el conocimiento de las costas y tierras del lejano noroeste.

Fue sometido a juicio de residencia de su primer gobierno, realizado por su propio sucesor Monterrey, y en la sentencia final, dada por el Consejo de Indias el 13 de julio de 1598, quedaba exonerado de la mayor parte de los cargos, salvo dos vinculados a la provisión de oficios públicos por criados suyos y por encomenderos, que se mantuvieron contra él.

A pesar de su experiencia previa, no dejó de contar el nuevo mandatario peruano con una amplia documentación real para orientarle en su futura actividad: una extensa instrucción general de 72 capítulos (San Lorenzo, 22 de junio de 1595) más otra específica sobre Real Hacienda (Toledo, 11 de agosto de 1596) con 59 apartados. En el primer documento se le daba información sobre temas como el trabajo forzado de los indios en las minas, el envío de metales preciosos y otros problemas de la Real Hacienda, las cuestiones referentes a la Audiencia de la Plata, en el Alto Perú, la guerra de Chile y la presencia de corsarios en el Pacífico, el gobierno temporal y espiritual, aspectos de evangelización, educación, etc. mientras que el segundo se centraba en la actividad minera de la villa de Potosí (repartimientos de indios para trabajar allí y expulsión de vagabundos españoles), y la producción de azogue de Huancavelica, vigilando a los corregidores de ambas poblaciones, así como la provisión de mercurio y sal y el control de sus precios.

El 23 de junio de 1596 entraba Luis en Lima, tomando allí posesión del gobierno en un momento difícil, al estar en proceso la larga visita a la Audiencia de Lima realizada por el inquisidor de México Alonso Fernández de Bonilla, comenzada siete años antes y que duraría hasta 1599, sin que pudiera pasar a la Corte por morir en Lima al año siguiente.

La mejor información sobre los trabajos desarrollados por este virrey en las extensas tierras del Perú, que incluían también por entonces bajo su jurisdicción a los actuales países de Bolivia y Chile, la aporta el propio Luis de Velasco. Cuando Felipe III decidió el 15 de octubre de 1603 otorgarle la jubilación, tras sus ocho años de gobernante y como funcionario cumplidor de las órdenes reales, no dejó aquel de redactar la relación sobre el estado del territorio que dejaba al conde de Monterrey, por segunda vez su sucesor en el mando, fechada en 28 de noviembre de 1604. En ese texto reflejaba su trabajo de los años anteriores sobre muy diversas cuestiones: minas de Potosí, Huancavelica y Castrovirreina; abastecimiento de azogue y salinas; principales cargos de esos núcleos mineros; indios tributarios, yanaconas y chasquis; indios de guerra chiriguanaes; sobre Santa Cruz de la Sierra y los problemas bélicos del Reino de Chile; nuevos recogimientos y conventos de mujeres; centros educativos; y, por último, una amplia gama de temas económicos empezando por el oro y la plata ensayada y labrada, los obrajes, etc.

Cesó, pues, en el cargo en Lima, el 8 de diciembre de 1604 y regresó a la Nueva España para descansar en sus encomiendas de Atzcapotzalco y Tultitlán. El juez de residencia de su período peruano fue Francisco Verdugo, inquisidor de Lima, realizándose todo el proceso lentamente, como lo demuestra la fecha final de las sentencias, 1 de febrero de 1613, cuando ya había viajado Velasco a la Corte y era presidente del Consejo de Indias, después de haber vuelto a encargarse por segunda vez del gobierno de México. En ellas se le confirmaban algunos cargos menores referentes a los fondos reales para hospitales, procedentes de rentas vacantes, y sobre todo a la venta y provisión de encomiendas y oficios en sus criados y familiares, eximiéndole de otros sobre los gastos de la guerra de Chile y la provisión de barcos para expediciones contra posibles asaltos de piratas.

Pero pasados cuatro años de retiro de la vida pública, el 25 de febrero de 1607 la Corona volvió a llamarle para ocuparse otra vez del gobierno superior. El 14 de marzo de 1607 le fueron remitidas las reales instrucciones, muy semejantes a las de sus predecesores, salvo pequeños cambios, al mantenerse los mismos problemas.

Al recibir la noticia de este nombramiento, el Cabildo de la capital desempeñó de nuevo un papel activo, enviando dos comisarios para transmitírsela a Velasco, al tiempo que ya se celebraron esa misma noche luminarias y fuegos artificiales. El recién designado contestó pidiendo que no se hicieran grandes derroches, como en su mandato anterior, para recibirle oficialmente, pero el gobierno local de México no le hizo caso, empezando a organizar con esplendidez y gastos que llegaban a los 30.000 pesos las fiestas diversas de su entrada. El virrey saliente también alegó moderación, explicando que esta vez el personaje nombrado residía cerca de la ciudad, pero de nuevo hubo tensiones entre ambos poderes, ya que el Cabildo no quería rebajar la cantidad presupuestada.

El nuevo gobernante, después de haberle llegado el 16 de junio de 1607 la real cédula encargándole sustituir al marqués de Montesclaros y también ordenándole que en lo sucesivo los cargos no se dieran a los descendientes de conquistadores, sino a las personas más idóneas, para evitarle después problemas en su futuro juicio de residencia, quiso disfrutar de un retiro de ocho días en el Convento Franciscano de Santiago Tlatelolco, a las afueras de la capital, antes de tomar posesión. También se entrevistó en Xochimilco con su predecesor, de camino hacia Veracruz.

Probablemente fue entonces cuando le presentó una especie de cuestionario de once preguntas, como muestra de su conocimiento de la realidad mexicana, y que fueron respondidas con detalle por el anterior gobernante. Por fin, el domingo 15 de julio de 1607 fue solemnemente recibido en las Casas Reales por la Audiencia de México, saludando poco más tarde a los integrantes del Ayuntamiento.

Velasco tuvo que enfrentarse de nuevo a los problemas ya conocidos, como el desagüe de la ciudad a través del futuro canal de Huehuetoca, para evitar las inundaciones, pero, aunque recorrió los lugares que debían arreglarse, no se tomaron decisiones y en 1607 volvió a cubrirse de agua la capital mexicana, lo cual impulsó a acuerdos de los distintos poderes y a que en los años siguientes se trabajara en Zumpango. Otras cuestiones fueron la esclavitud, los servicios personales y repartimientos de indios, queriendo impedir la primera y regular los otros, para evitar los malos tratos y también la vagancia y las borracheras. En 1609, a raíz de unos movimientos de protesta por las crueldades sufridas, organizados por esclavos huidos en la zona de Córdova, cercana a Veracruz, se rumoreó que un negro había sido coronado durante la fiesta del día de Reyes y se estaba organizando una revuelta; al conocerse la noticia en la capital, el virrey organizó una expedición de soldados e indios flecheros, que tuvo varias escaramuzas con los fugados hasta que éstos fueron vencidos y luego indultados en su mayoría, permitiéndoseles vivir en la villa de San Lorenzo.

También impulsó la reconstrucción de un antiguo hospital, que pasó a llamarse San Lázaro, bajo la atención de los monjes de San Juan de Dios, o juaninos, abierto hasta 1821.

Por estas fechas de su segundo mandato, siendo ya un anciano de setenta y un años, fue cuando Felipe III le extendió el nombramiento de XIII presidente del Real y Supremo Consejo de Indias, con fecha 27 de diciembre de 1610. Pero su responsabilidad le hizo retrasar la salida del virreinato a junio del año siguiente y el Monarca permitió que continuara despachando los negocios oficiales hasta el momento de su embarque en Veracruz. Finalmente Luis abandonó la capital mexicana el 31 de marzo de 1611, en compañía de un alcalde de corte y un escribano, para seguir todavía al frente del gobierno, y por último dejó al teniente de gobernador de Veracruz el encargo de que hasta que su barco no zarpara, no debía informar de su salida, para que se ocupara entonces de gobernar interinamente como sucesor suyo el arzobispo fray García Guerra, que sólo actuaría como virrey unos meses, desde el 17 de junio de 1611, por su temprana muerte el 22 de febrero de 1612.

Durante su labor al frente de la presidencia del Consejo de Indias (1611-1617), este noble vivió parte del tiempo en Sevilla, y fue por entonces objeto de una distinción mayor al recibir del Monarca, como premio a sus servicios, el título de marqués de Salinas del Río Pisuerga, por el que se ascendía la categoría del señorío de su abuelo, a través de una Real Cédula dada en Aranjuez, el 6 de mayo de 1617, cinco meses después de que su nieto, Fernando de Altamirano y Velasco, hubiera recibido el primer título, dado a un criollo, de conde de Santiago de Calimaya. El 7 de agosto de 1617 fue jubilado de la presidencia del Consejo de Indias por enfermedad y exactamente un mes después moría en la ciudad hispalense.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), México, 23, n.º 39, Memorial del virrey Villamanrrique a su sucesor Luis de Velasco y opiniones de éste, México, 8 de noviembre de 1590; México, 23, Advertimientos que dejó este virrey a su sucesor, el conde de Monterrey, México, 1596; Escribanía de Cámara, 1184, Sentencia del juicio de residencia del primer mandato de Velasco en Nueva España, 13 de julio de 1598; Lima, 570, l. XV, fols. 198-218v., Reales Instrucciones a Luis de Velasco para su gobierno del Perú, San Lorenzo, 22 de junio de 1595; Indiferente General, 606, fols. 15v.-25, Reales Instrucciones al virrey Velasco sobre la hacienda del Perú, Toledo, 11 de agosto de 1596; Escribanía de Cámara, 1185, fols. 1-8, Sentencias del juicio de residencia tomado en Perú a Luis de Velasco, Madrid, 10 de febrero de 1613; México, 1064, Reales Instrucciones para su segundo mandato en Nueva España, Madrid, 14 de marzo de 1607; Real Academia de la Historia, Colección J. B. Muñoz, XXII, fols. 54-71v., Luis de Velasco a su sucesor Monterrey, sobre el estado del Perú, Lima, 28 de noviembre de 1604; Biblioteca Nacional de España, Ms. 3042, fols. 223-235, Escrito de Velasco a su predecesor, el marqués de Montesclaros, y respuestas de éste a las preguntas, 1607.

M. Rivera Cambas, Los gobernantes de México. Galería de biografías y retratos de Vireyes (sic), Emperadores, Emperadores, Presidentes y otros gobernantes que ha tenido México desde Don Hernando Cortés hasta el C. Benito Juárez, t. I, México, Imprenta de J. M. Aguilar Ortiz, 1872, págs. 65-70 y 87-91; H. H. Bancroft, History of Mexico, ts. II y III, San Francisco, A. L. Bancroft and Company Publishers, 1883-1888, págs. 757-766 y págs. 6-19, respect.; E. J. Schäfer, El Real y Supremo Consejo de Indias, ts. I y II. Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1935, pág. 352 y págs. 440-441, respect.; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, 1535-1746, t. I, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), Instituto de Historia, 1955-1963, págs. 131-133,138-139 y 228-229; V. Riva Palacio, Resumen integral de México a través de los siglos. T. 2, El Virreinato (1521-1808), México, Compañía General de Ediciones, 1968, págs. 242-247 y 279; D. Ramos Pérez, “Retrato de un Presidente del Consejo siendo niño, con su padre, el virrey Velasco, en un lienzo guadalupano”, en El Consejo de Indias en el siglo XVI, Valladolid, Universidad, 1970, págs. 211-215; L. Hanke, Guía de las fuentes en el Archivo General de Indias para el estudio de la administración virreinal española en México y en el Perú, 1535-1700. El gobierno virreinal en América durante la Casa de Austria, vol. I, Köln-Wien, Böhlau Verlag, 1977, págs. 81-83, 95-97 y 230-233; Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. México, ts. II y III, Madrid, Editorial Atlas, 1977 (Biblioteca de Autores Españoles), págs. 87-124 y págs. 9-36, respect.; Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. Perú, t. II, Madrid, Editorial Atlas, 1978 (Biblioteca de Autores Españoles), págs. 9-79; D. M. Ladd, La nobleza mexicana en la época de la Independencia, 1780-1826, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, págs. 299-301; J. Montoro, Virreyes españoles en América. Relación de virreinatos y biografía de los virreyes españoles en América, Barcelona, Editorial Mitre, 1991, págs. 99-100 y 105-107; E. de la Torre Villar (est. prelim., coord., bibl. y notas) y R. Navarro de Anda (comp. e índices), Instrucciones y Memorias de los Virreyes Novohispanos, t. I, México, Editorial Porrúa, 1991, págs. XCIII-XCV y 313-314; M. Galán Lorda, “Luis de Velasco, legislador”, en VV. AA., Memoria del X Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, México, UNAM, 1995, págs. 497-528; A. de Valle Arizpe, Virreyes y virreinas de la Nueva España. Tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal, México, Editorial Porrúa, 2000, págs. 6-10; I. Rodríguez Moya, La mirada del virrey. Iconografía del poder en la Nueva España, Castellón, Universitat Jaume I, 2003.

 

María Justina Sarabia Viejo

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