Tejada y Suárez de Lara, Félix Ignacio de. Arévalo (Ávila), 29.VII.1735 – Madrid, 20.II.1817. Marino, capitán general de la Armada.
Nació en el seno de una noble y acomodada familia, y fue bautizado en la iglesia parroquial Santa María la Mayor del castillo de la villa de Arévalo en agosto de 1735, actuando como padrino su hermano José.
Su padre fue Lorenzo de Tejada y Porras, señor de Santa Cruz de Rodezno, Andino y Andinillo, natural de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), y su madre fue Josefa María Suárez de Lara y Melgosa, natural de Olmedo (Valladolid). Su abuelo paterno, Lorenzo Tejada Vallejo y Duque de Estrada, fue señor del Río Tirón, y regidor permanente y alguacil mayor en Santo Domingo de la Calzada. Su abuelo materno, José Suárez de Lara y Bracamonte Zúñiga, fue regidor perpetuo de Olmedo y señor de las villas de Olmedo y Torralba.
Félix Ignacio de Tejada sintió una especial inclinación por la carrera de la mar. Solicitó y obtuvo cartaorden de guardia marina, y sentó plaza como tal en Cádiz en abril de 1753. Comenzó sus primeras campañas de mar en 1755, y entre dicho año y 1766 realizó dieciséis cruceros de corso por aguas europeas, participó en todas las expediciones importantes que tuvieron lugar en dicho período, y desde el principio se distinguió por su celo, serenidad, nivel de conocimientos y buen hacer. Ascendió a alférez de fragata en 1757 y a alférez de navío en 1760. Embarcado en el jabeque Cuervo (1764), recibió la orden de su comandante de división, de dirigirse con tres lanchas armadas a destruir un pingüe argelino de veintidós cañones que se había refugiado al amparo del castillo de Tetuán, y a pesar de la fuerte resistencia que opuso el pingüe, de su nutrido fuego y del fuego del castillo, logró tomarlo al abordaje e incendiarlo. Al mando de la goleta San José (1765), perteneciente a la división de Francisco Quevedo, participó en la rendición de una escampavía argelina, de otra tunecina, y en la liberación de una barca catalana.
Ascendió a teniente de fragata en enero de 1766.
Al mando de la goleta Brillante, y teniendo bajo sus órdenes las goletas San Carlos, San Francisco y San Antonio, realizó diversos cruceros por las costas de Berbería y apresó un jabeque argelino de seis cañones.
Ascendió a teniente de navío en 1769, y viajó a bordo del navío Castilla a Veracruz e islas de Barlovento.
Estando de oficial de guardia de dicho buque en Veracruz, sin otro oficial a bordo, se desató un fuerte viento del norte que hizo saltar todas las amarras del Castilla, que se fue contra los bajos de los Hornos de Veracruz en noviembre de 1769. Tejada adoptó las oportunas medidas para que el barco no se desplazase a aguas más profundas donde se podía hundir, y para que no se fuese inmediatamente contra las piedras que terminarían por destrozarlo, con lo que ganó tiempo, y antes de que el barco se perdiera definitivamente logró salvar a toda la dotación, equipaje, pertrechos, respetos, y la valiosa carga de grana y cobre que transportaba a bordo. El parte del hundimiento, cursado por el capitán de navío comandante del barco, marqués de Casinas, incluyó un amplio elogio a la acertada actuación de Félix de Tejada. Este hecho le sirvió para estar muy bien considerado por sus superiores, gracias a lo que gozó de preferencia a la hora de ser nombrado para mandos y comisiones de especial confianza.
Ascendió a capitán de fragata en 1774. A petición propia, participó en la expedición a Argel realizada bajo el mando del general conde de O’Reilli (1775), en la que se integraban casi trescientos cincuenta buques de transporte, con una fuerza de desembarco de alrededor de dieciocho mil hombres, de los que mil doscientos eran jinetes, siendo Antonio Barceló comandante del convoy. Tejada participó como segundo comandante del navío San Rafael, de la escuadra de escolta y apoyo mandada por Pedro González Castejón, compuesta por cuarenta y seis barcos, entre ellos siete navíos, doce fragatas y cuatro bombardas. Se distinguió en los ataques realizados por su barco y el Diligente contra el castillo del río Xarache (6 y 8 de julio), en la protección de los desembarcos de tropas, y en los posteriores reembarques, en los que no se produjeron mayores pérdidas gracias al acertado fuego de apoyo proporcionado por los jabeques de Barceló.
Regresó a Cartagena para tomar el mando del jabeque Gamo, y realizó operaciones de corso por el Mediterráneo y sobre las costas de África al mando de una división formada por su barco y los jabeques Pilar, San Luis y Garzota, a la que de forma temporal se unieron otras unidades: cuatro pequeños barcos mallorquines durante dos meses, y más tarde las fragatas Lucía y Carmen durante tres meses y medio. En estas operaciones atacó y se apoderó de dos jabeques argelinos de veinticuatro y treinta y seis cañones (del 30 de noviembre al 2 de diciembre) y un paquebote portugués presa de los argelinos, al que su dotación incendió cerca de Tres Forcas (1776). Más adelante destruyó las baterías que los moros habían montado en tierra para atacar Melilla, y rescató bajo las baterías de Argel una fragata mercante barcelonesa, que había sido apresada unos días antes por un barco argelino.
Por todas estas hazañas, el Rey lo premió con la Encomienda de Villafranca en la Orden Militar de Santiago —de la que ya era caballero—, que llevaba aneja una renta anual de 12.365 reales. Ascendió a capitán de navío (1776) y continuó al mando de la división de jabeques. Obtuvo el mando del navío de ochenta cañones Fénix (1778), que en junio de 1779 se encontraba en Cádiz formando parte de la escuadra de Luis de Córdova y Córdova. Más adelante mandó el navío de setenta cañones San Genaro. Declarada la guerra a Gran Bretaña (1779), participó con éxito en diversas acciones contra los ingleses en el estrecho y en el Atlántico. Mandó una división con la que patrulló por el estrecho de Gibraltar. Ascendió a brigadier (1781), y continuó tomando parte en acciones contra los ingleses, sobre todo en el bloqueo de Gibraltar.
Desembarcó al ascender a jefe de escuadra (1783), y fue nombrado inspector general de Marina en la Corte y consejero nato en el Supremo de la Guerra, destino que desempeñó de forma brillante durante más de doce años (1783-1796). Su primer cometido en el cargo de inspector fue realizar una revista a los arsenales, muy necesaria tras la larga y costosa guerra pasada. Se dedicó a determinar sus carencias y necesidades, reponer sus almacenes, e introducir correcciones en sus organizaciones y sistemas de régimen interior. Pasó revistas a barcos, estudió sus cualidades y comportamientos en la mar, e informó debidamente de los resultados obtenidos, a los que añadió recomendaciones y propuestas, como fue el caso del informe que dio del navío Santa Ana, tras navegar en dicho barco de Ferrol a Cádiz (diciembre de 1784).
También redactó reglamentos, como el de gruesos de jarcia para los buques de la Armada (1785), que fue aprobado oficialmente. Su labor fue de la entera satisfacción del Rey, y sirvió de norma para establecer futuras líneas de acción, que se plasmaron en un aumento de la eficacia de la Armada y en el rápido y amplio armamento logrado hacia 1790, lo que vino a justificar lo acertado de sus gestiones.
Durante el desempeño de este destino ascendió a teniente general en 1789. A la vista del éxito de las actuaciones de Tejada, con mantenimiento de su destino, el Rey le confió el mando de una escuadra de evoluciones (1789), con la que, izando su insignia en el navío San Telmo, operó en el Mediterráneo en una campaña de instrucción y adiestramiento, en la que transmitió sus conocimientos a sus jefes y oficiales subordinados. Instruyó a los barcos en evoluciones y maniobras, probó sus cualidades y características operativas de acuerdo con sus portes y construcciones, y examinó las mejoras que se les podían introducir para aumentar sus rendimientos, de todo lo cual informó puntualmente para que quedara constancia.
Para comunicar al Rey de Nápoles la subida de Carlos IV al Trono de España, en julio de 1789 viajó a Italia con la escuadra de evoluciones, formada por los navíos San Telmo, San Lorenzo, San Francisco de Paula y Bahama, las fragatas Rosario, Elena, Soledad, Perpetua, Guadalupe y Carmen, los bergantines Flecha y Cazador, y el buque San León. Tejada cumplió esta misión de forma tan impecable, que llamó la atención del Soberano, quien le dedicó las mayores atenciones y le regaló un retrato suyo en una caja bellamente guarnecida.
A continuación, Tejada recibió la orden de pasar a Liorna, donde fue revistado por la Gran Duquesa de Toscana, hermana del rey Carlos IV, que había mostrado su deseo de visitar los barcos españoles. También allí recibió grandes atenciones, y a su despedida para regresar a la Península, recibió un nuevo y valioso regalo del gran duque como muestra de su satisfacción por la visita de la escuadra. Aquellas visitas a Nápoles y Liorna fueron una clara muestra de la fortaleza alcanzada por la Armada, y dejaron muy alto el pabellón nacional. El buen hacer de sus comandantes, jefes y oficiales, y la disciplina, porte, organización, decoro, aseo y buen orden de los barcos y sus dotaciones causaron muy buena impresión, y Tejada se ganó el afecto y consideración de ambos soberanos, haciéndose merecedor de las muchas atenciones de que fue objeto.
Para corresponder a dichas atenciones, y para hacerlo de acuerdo con la dignidad y el esplendor de la nación a la que pertenecía y del Rey al que representaba, Tejada efectuó en ambas Cortes importantes desembolsos personales que no permitió que le fueran reembolsados por el erario público Regresó a España, y cuando su escuadra fue desarmada, Tejada volvió a Madrid para continuar con su destino de inspector general y consejero en el Supremo de la Guerra (finales de 1789). Continuó desarrollando una gran labor, con importantes iniciativas, como su propuesta de construir en Cartagena un obrador de instrumentos náuticos, que fue aprobada en 1793. En esta época, el Rey lo premió con la llave de gentilhombre de cámara con entrada.
Al integrarse la inspección general de Marina en la Dirección General de la Armada en 1796, cesó como inspector general y pasó destinado a la Capitanía General del departamento de Ferrol. Fue en esta época (finales de 1796), siendo ya capitán general de Ferrol con sesenta y un años de edad, cuando obtuvo licencia para contraer matrimonio con María del Carmen Eulate y Tovia, hija de Juan José Eulate y Santa Cruz, caballero pensionado de la Orden de Carlos III, y de María Antonia Tovia y Bazán. Tejada organizó el servicio de la capital departamental para tener la plaza lista ante un posible ataque del exterior. Su labor fue tan acertada y con unas disposiciones tan precisas, que permitió rechazar el ataque de las fuerzas inglesas cuando desembarcaron en la playa de Doniños en el verano del 1800. Y aunque en aquella ocasión Tejada se encontraba en Madrid de licencia, sus previsiones permitieron rechazar el ataque y obligaron a los ingleses a reembarcar y retirarse. Por los servicios prestados y en las gracias generales que hubo con motivo de la boda del Príncipe de Asturias, le fue concedida la Gran Cruz de la Orden de Carlos III.
Al declararse la Guerra de la Independencia contra los franceses en mayo de 1808, ayudó a solventar los asuntos más urgentes de la Junta Suprema de Galicia con la contribución de 3000 onzas de plata labrada de su propiedad particular. Al poco tiempo de crearse la Junta Central Gubernativa del Reino, dada su antigüedad, y a la vista de sus servicios y conducta política, Tejada fue ascendido a capitán general de la Armada en julio de 1808, y fue designado director general de dicha institución. Con tal motivo se trasladó a Sevilla y más tarde pasó con el Gobierno a Cádiz, donde sufrió el sitio de las fuerzas francesas. En este difícil período de la historia de España, llevó a cabo sus cometidos con gran tino y prudencia, y volvió a dar muestras de su generosidad con importantes donativos cuando su situación se lo permitió. Al finalizar el sitio, se trasladó con el Gobierno a Madrid, donde continuó sus funciones.
Al regreso de Fernando VII al Trono de España, se efectuaron diversas reformas orgánicas, volviendo en algunos casos a situaciones anteriores. En el ámbito de la Armada, dichas reformas corrieron a cargo del capitán de navío Luis María de Salazar, nombrado secretario del Despacho de Marina en el primer Ministerio formado por el Rey (mayo de 1814). Uno de estos cambios fue la vuelta del anterior Almirantazgo (28 de julio de 1815), con la creación de un Consejo Supremo del Almirantazgo que absorbía las competencias sobre asuntos jurídicos y penales del Supremo Consejo de Guerra, y también absorbía la Dirección General de la Armada. La presidencia correspondía al Rey, y la vicepresidencia recayó en su tío el infante Antonio Pascual, que pasó a ser el nuevo director general de la Armada en relevo de Tejada. Félix Ignacio de Tejada fue entonces designado ministro del Consejo Supremo del Almirantazgo (1815), decano de dicho consejo y jefe del Juzgado de Marina en Madrid.
Al instituirse la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, y por reunir las circunstancias establecidas en su reglamento, Tejada recibió la Gran Cruz de dicha Orden en 1815. Continuó con el desempeño de sus funciones de forma eficaz y discreta, hasta su fallecimiento en Madrid en 1817, a la edad de ochenta y dos años y tras un largo período de sesenta y cuatro años de desinteresados y leales servicios a su patria. Con el regreso de Fernando VII se había reanudado la publicación de elogios en la Gaceta de Madrid (1815), por lo que el día 17 de abril de 1817, dicho periódico publicó el “Elogio de D. Félix de Tejada, Capitán General de la Armada”, escrito por Martín Fernández de Navarrete.
Tejada, además de las condecoraciones y distinciones citadas, y de los títulos de señor de las villas de Torralba, valles de la Pavona, Andino y Andinillo, Santa María de Bellota, y casa y torre fuerte de Santa Cruz de Rodezno, a lo largo de su vida y su carrera recibió los más variados elogios e informes favorables por la eficaz labor que desarrolló en todos sus destinos y puestos de trabajo. Desempeñó con éxito sus cometidos tanto militares como políticos, en los que empleó con generosidad sus conocimientos, sacrificando muchas veces sus intereses particulares. Demostró su sentido patriótico durante la guerra contra los franceses a partir de 1808, y contribuyó a la causa con importantes donativos. Fue un hombre sociable, de carácter apacible y bondadoso.
Sus grandes cualidades militares y cívicas le otorgaron el aprecio de los Reyes, y la simpatía, estimación y respeto de todos, tanto en el ámbito de la Armada como en el ámbito público en general.
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Marcelino González Fernández