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Antonio Amar y Borbón Arguedas y Vallejo de Santa Cruz

Biografía

Amar y Borbón Arguedas y Vallejo de Santa Cruz, Antonio. Zaragoza, III.1742 – X.1818 post. Militar, fue el último virrey del Nuevo Reino de Granada, depuesto por los revolucionarios en 1810.

Antonio Amar y Borbón Arguedas y Vallejo de Santa Cruz nació en Zaragoza el año 1742 en el seno de una familia acomodada. Su padre, José Amar, natural de Borja, ejerció de protomédico de Navarra y fue un médico acreditado de la Corte, amén de caballero de Calatrava. Su familia era tenida por noble e infanzona y tenía en Borja su casa solariega, con sus ancestros enterrados en la iglesia. Su madre, Ignacia Borbón, era natural de Zaragoza. Antonio Amar fue bautizado en la parroquia de San Miguel de los Navarros el 24 de marzo de 1742. Al cumplir los veinte años sentó plaza en el Regimiento de Caballería de Flandes, siendo ascendido a los pocos meses a capitán agregado. Realizó su primera acción militar durante la guerra con Portugal en el asedio a Almeida, e intervino luego en distintas operaciones contra la Guardia y Castelblanco. Ascendió a capitán por méritos de guerra en 1764, cuando tenía sólo veintidós años. A los veinticinco obtuvo el hábito de Santiago. Por entonces debió contraer matrimonio con doña María Francisca de Villanova, natural de Sádaba, en las Cinco Villas de Aragón, donde tenía su casa solariega. En 1768 fue teniente coronel y en 1782 participó en el intento de recobrar la plaza de Gibraltar. Al año siguiente fue nombrado comandante de escuadrón, en 1786 teniente coronel y en 1789 coronel. En categoría de tal fue enviado al Regimiento de Farnesio en 1792, motivo por el cual se estableció en Madrid, aunque tenía que realizar frecuentes viajes a Talavera.

Al declararse la guerra contra Francia, fue enviado al ejército del Norte. Partió de Zaragoza en abril de 1793 y se puso a las órdenes de Pablo Sangro, príncipe de Castelfranco, comandante general del Ejército. Estuvo en Barbastro, Graus e Irán. El 24 de diciembre de 1793 ascendió a brigadier por haber cubierto la retirada de las tropas españolas de Tolosa. El 9 de agosto de 1794 defendió con el Farnesio un puente en el camino a Pamplona y fue herido. En noviembre y diciembre siguientes participó en las acciones de Nabad, la de los valles de Ulzama, la de Basaburúa, Bulina y Berastegui. Tras la guerra con Francia, regresó a Madrid y tuvo un destino en Vallecas. Parece que por entonces murió su padre, lo que le obligó a ocuparse de las posesiones familiares. Hizo algunas transacciones en Borja y otras en Sádaba, relacionadas con las pertenencias de la familia de su mujer. Fueron unos años apacibles para Antonio Amar, seguidor asiduo de la Gaceta, lector de obras literarias y administrador de sus bienes. Debía tener buena amistad con Godoy, pues fue nombrado comandante general de Mallorca y luego comandante general de Guipúzcoa.

El 17 de marzo de 1802 trasladó a su familia a Guipúzcoa, donde estableció su residencia. Poco después, el mismo año, pidió el cargo de virrey del Río de la Plata, lo que dio un vuelco a su vida. Es algo que no se explica fácilmente, pues tenía ya sesenta años y una magnífica carrera militar (había alcanzado el generalato) que le permitía aspirar a algún cargo importante en Europa. Quizá influyó en ello su señora, María Francisca de Villanova, de la que se sabe poco, pero suficiente para saber que era una mujer muy ambiciosa, preocupada por la ostentación y las alhajas, y de carácter dominante. El matrimonio Amar carecía de hijos.

Carlos IV nombró a Amar virrey del Río de la Plata el 6 de julio de 1802, acorde con sus deseos, pero el Consejo de Indias hizo notar que era mejor dejar como virrey rioplatense a Joaquín del Pino, que venía desempeñando dicho cargo desde 1801, y dar a Amar otro como el de virrey de Santa Fe de Bogotá, que estaba vacante por haber cumplido su mandato Pedro de Mendinueta (1797-1803) y para el cual había dos candidatos propuestos, que eran el barón de Carondelet, presidente de la Audiencia de Quito, y el mariscal de campo Anastasio Zejudo, gobernador de Cartagena. Amar aceptó la nueva propuesta, demostrando así que le era igual un cargo que otro,y que lo que le interesaba era la dignidad o el sueldo, y fue nombrado el 26 de julio de 1802. Joaquín del Pino siguió en Buenos Aires hasta su fallecimiento en abril de 1804 y Amar fue a encontrarse con su destino en la Historia. Recibió en Fraga los despachos del nombramiento y los agradeció desde San Sebastián el 6 de agosto siguiente. Unos días después escribió a Josefa Antonio Caballero desde Zaragoza pidiéndole una fragata o un buque de la armada real de los departamentos de Cádiz o Galicia para trasladarse a Cartagena de Indias con su familia. Añadió que posponía unos días su partida por haber sabido que no era época propicia para surcar el río Magdalena. El 1 de febrero de 1803 el virrey recibió la noticia de que tenía a su disposición en el puerto de Cádiz la fragata Sabina, lista para ir a Cartagena de Indias. No tenía ninguna prisa y se retiró a Sádaba, donde ultimó los detalles de los permisos para las personas que le acompañarían, como sus parientes Manuel Jiménez de Leorín y Juan Aguirre Pinedo, y un gran séquito para la virreina: dos oficiales subalternos que eran parientes suyos, un sobrino togado que iba a Quito, seis sirvientes y criados de cámara, y dos criados de cámara de la señora virreina. No hay duda de la ostentación de María Francisca de Villanova.

Amar cruzó la Península y embarcó en Cádiz en la Santa Sabina el 2 de junio de 1803. El viaje se hizo sin contratiempos. Llegó a Cartagena en la noche del 29 de junio de 1803 y desembarcó al día siguiente, siendo cumplimentado por el gobernador de la plaza.

En julio realizó la travesía por el Magdalena y el 7 de septiembre llegó a Honda, donde tomó el camino real. En Guaduas conoció a la señora del virrey Mendinueta, que se encontraba allí “atemperando”, pues le sentaban mal los fríos santafereños. El 14 de septiembre arribó a Facatativa y fue cumplimentado por el secretario de cámara del virreinato y por los dos alcaldes de Bogotá. Tras un agasajo en Fontibón, entró en la capital el día 16 de septiembre a las cinco y media de la tarde. El recibimiento fue espléndido. Al día siguiente recibió el gobierno de manos de Pedro de Mendinueta, virrey saliente, que tenía prisa por regresar a España. Su primera disposición, anterior incluso al juramento que hizo el 23 de septiembre, fue pedir que se le eximiese del pago de la media anata, tal como se había hecho con su antecesor. El Ministerio de Hacienda negó la merced y le exigió el cobro del impuesto, si bien pospuesto hasta el último año de su mandato. Durante los días siguientes hubo fiestas, con toros, iluminaciones y suelta de globos.

Amar inició de inmediato su gestión administrativa en el virreinato, un inmenso territorio de 1.412.002 habitantes que comprendía los territorios pertenecientes a la Nueva Granada (hoy Colombia), Quito (hoy Ecuador) y Panamá. En el primero predominaba la población mestiza, la indígena en el segundo y la negra en el tercero. Teóricamente era muy rico, con grandes minas de oro en Antioquia, una gran producción agropecuaria en las regiones costeras y una buena industria pañera en Quito, pero estaba amenazado de parálisis económica desde el movimiento comunero, surgido como consecuencia de las reformas borbónicas, principalmente fiscales. El libre comercio y la guerra con Inglaterra estaban hundiendo su producción pañera, la minería estaba anticuada, tenía muchas vetas agotadas, y las exportaciones agropecuarias eran escasas por falta de vías de comunicación.

Apenas resultaba rentable la exportación de cacao en Guayaquil y de trigo en Cartagena. La elite ilustrada exigía además mayores libertades. Amar y Borbón no era la persona adecuada para reformar el virreinato, pues no tenía ninguna experiencia para ello. Era un militar con más de sesenta años, acostumbrado a vivir en España y cuya imagen de gobierno no pasaba de la de los albores del despotismo ilustrado. Terminó por ocuparse de los desfiles y por encerrarse en Palacio para hacer una vida refinada, con fiestas, banquetes, etc., en los que empezó a vislumbrarse el cambio de la moda del siglo xix. Frecuentaba el teatro, cazaba en pueblos próximos de la sabana y atendía los múltiples caprichos de su señora, obsesionada por las alhajas y las joyas. La camarilla virreinal era extensa y comprendía principalmente al oidor Hernández de Alba, al fiscal Diego Frías, a Felipe Fuertes Amar, sobrino del virrey, nombrado oidor de la Audiencia de Quito, Juan Aguirre, sobrino de la virreina y gobernador del Choco y a una larga nómina de funcionarios menores, mencionados por Anselmo Bierna, asesor general del virreinato. El pueblo se burlaba de los achaques del virrey y particularmente de su sordera.

En realidad la fama de Amar procede de su actuación en el golpe revolucionario independentista, más que en sus acciones de gobierno. Entre sus actuaciones propias del despotismo ilustrado destacó su apoyo a la expedición de la vacuna, llegada a Santa Fe en 1805 (él mismo dio ejemplo, vacunándose), su ayuda a los vecinos de Honda, que sufrieron un gran terremoto el mismo año, la conclusión del edificio para el observatorio astronómico, y el impulso al camino del norte (hacia Tunja), que hizo hasta el Puente del Común, cerca de Zipaquirá. También apoyó las publicaciones que surgieron durante su mandato, como El Redactor Americano (quincenal, en 1806), el Alternativo del Redactor Americano (mensual, en 1807), y luego el Semanario del Nuevo Reino de Granada en 1808, obra de Caldas.

Las noticias de los acontecimientos políticos españoles, de los que apenas se sabía nada, produjeron conmoción en Nueva Granada, empezando por el motín de Aranjuez, que se consideró el fin del “infame” gobierno godoísta, pero sorprendió que no afectara a Amar, que siguió gobernando impertérrito.

Las nuevas del traspaso de la Monarquía de los Borbones a los Bonaparte fueron ya motivo de escándalo, así como la formación de las juntas de defensa peninsulares.

El 3 de septiembre llegó a Santa Fe José Pando Sanllorente, comisionado por la Junta de Sevilla, que pidió la declaración de guerra a Francia y un donativo para la guerra peninsular. Logró la declaración y medio millón de pesos. Se supo luego la formación de la Junta Suprema de España e Indias y se recibió la solicitud de elegir diputados americanos para la misma, surgiendo el conocido Memorial de Agravios del criollo Camilo Torres.

A fines de 1809 llegaron a Santa Fe las noticias sobre la revolución de Quito del 10 de agosto de dicho año y de la revuelta de Casanare. Amar supo que el presidente de Quito, conde de Ruiz Castilla, había sido sustituido por una Junta Gubernativa criolla presidida por el marqués de Selva Alegre e integrada por la nobleza quiteña (marqueses de villa Orellana, de olana y de Miraflores, conde de Selva Alegre y de Selva Florida) y apoyada por el obispo, y ordenó enviar a José María Lozano como comisionado de paz y al coronel José Dupré con trescientos soldados, por si fuera necesario usar la fuerza. También mandó traer de Cartagena el Regimiento Fijo y ordenó algunas detenciones, como las de Estévez, Silvestre, etc. Un movimiento de rebelión en los llanos, dirigido por Rosillo y Cadena, fue dominado, aunque no sin mucha dificultad. La situación se tornó más grave en 1810. En Bogotá se libró una batalla entre los patriotas y los españoles por ocupar los cargos del cabildo.

Llegaron las noticias de la invasión francesa en Andalucía, de la toma de Sevilla y de la huida de la Junta Central. El 8 de mayo desembarcaron en Cartagena los comisionados Antonio de Villavicencio y Carlos Montúfar, que informaron de que se había creado en Caracas una Junta Gobernativa criolla el 19 de abril anterior. Los criollos neogranadinos se dispusieron a suprimir la autoridad española y discutieron tres procedimientos para hacerlo: nombrar Rey del territorio al virrey Amar y Borbón, hacer un pronunciamiento militar que arrebatase el poder a los peninsulares, y transformar al cabildo de Santa Fe en Junta de Gobierno independiente. El último fue el idóneo y era muy similar al ensayado con éxito en Caracas. Empezó a gestarse con motivo de la renovación de los cargos del cabildo. Los patriotas lograron elegir a varios individuos de su grupo, como los alcaldes José Miguel Pey y Juan Gomes, el síndico procurador Ignacio Herrera y el asesor Joaquín Camacho. Los oidores peninsulares aconsejaron a Amar que no confirmase sus nombramientos, pero el virrey no se atrevió a hacerlo, ante el temor de promover más protestas. Las tensiones llegaron a su punto álgido en mayo, cuando se supo que el Cabildo de Cartagena, a instancias de los comisionados regios Villavicencio y Motúfar (criollos), había elegido un cogobierno criollo-peninsular para reconocer la Regencia española, deponiendo al gobernador Montes.

Villavicencio anunció entonces su deseo de ir a Bogotá y los criollos decidieron recibirle con todos los honores, organizando una conmoción urbana. Con el pretexto de preparar el banquete a Villavicencio promovieron un enfrentamiento con un comerciante español llamado Llorente, que terminó insultando a los criollos, según su costumbre. Se arremolinó la gente en la calle Real y en la plaza Mayor (era día de mercado) y finalmente el populacho se concentró frente al edificio del cabildo, armado de palos y cuchillos. Se oyeron los gritos de “cabildo abierto” y las campanas de todas las iglesias empezaron a tocar.

Nada pudo detener la convocatoria del cabildo abierto, en el cual el pueblo eligió al regidor Acevedo como su diputado. Se discutió entonces la situación política existente y se acordó formar una Junta que gobernase las provincias neogranadinas, en espera de que enviaran sus representantes o diputados.

Para ello se depuró al cabildo existente de todos sus miembros realistas o sospechosos de ser partidarios de los españoles y se le añadió una lista de dieciséis diputados populares, que fueron aclamados. Amar y Borbón fue designado presidente de la Junta, y el alcalde José Miguel Pey, vicepresidente. Se reconoció la autoridad de la Regencia española, con lo que se salvó el obstáculo de la rebelión. Luego se exigió el juramento de los elegidos y se pidió que dicho Gobierno fuera reconocido por todas las autoridades.

Se hizo entonces un Acta de Cabildo, que firmaron treinta y ocho individuos.

El gran obstáculo para el triunfo de la revolución era el Parque de Artillería, que el pueblo tenía cercado.

La Junta le pidió al virrey, que seguía en su palacio, que ordenase su entrega al pueblo. Fue un momento de enorme tensión, pues Amar pudo emplearla para restablecer el orden, provocando una masacre.

Afortunadamente comprendió la situación y ordenó su entrega por medio del oidor Jurado. Es más, previno a la tropa que no actuase contra el pueblo y se pusiera a disposición de las nuevas medidas que “viese el ilustre congreso”. Se le rogó entonces que abandonase el palacio y se trasladara a donde se encontraba el Congreso, ya que era su presidente, pero se negó a hacerlo, alegando enfermedad. Se le exigió el juramento de fidelidad a la Junta y lo dio a través de su secretario José de Leiva. El juramento era para defender el gobierno provisional, la religión y la independencia, si bien esta última palabra se tachó y sustituyó por “nuestro amado monarca don Fernando VII”, para evitar más tensiones. Tras la jura se nombraron las autoridades. Eran las cinco de la mañana del 21 de julio de 1810, hora en la que puede decirse que había sucumbido el poderío español en el Nuevo Reino de Granada.

La revolución continuó formalizándose en los días posteriores. El 25 se mandó prender a los oidores y a los virreyes. Varios miembros de la Junta irrumpieron en el palacio y dijeron a Amar que ante el alboroto popular era conveniente que lo dejase y se trasladase a otro lugar más seguro. Amar eligió el edificio del Tribunal de Cuentas, adonde pasó a las cinco y media.

Luego lo hizo la virreina y la familia, escoltada por el canónigo Rosillo y Azuero. Se completaron otras detenciones de españoles y se soltaron los presos de las cárceles. El día 13 de agosto surgió otro movimiento popular, que pidió la prisión de los virreyes. Amar fue sacado del Tribunal y llevado a la cárcel, mientras la virreina fue conducida a la cárcel del Divorcio. Durante el trayecto fue escarnecida, golpeada e insultada por las mujeres del pueblo. Dos días después la Junta aconsejó a los virreyes salir de la capital, para evitar nuevos incidentes. Amar debía dejarlo todo, incluso el dinero, pues le prometieron un libramiento de 12.000 pesos cuando fuera a embarcar en el río Magdalena.

Nunca se los dieron. Salieron por la noche y tomaron el camino real que les llevó al río. Llegaron a Cartagena a principios de septiembre y fueron encarcelados en el convento de la Popa. No encontraron buque para ir a España hasta el 12 de octubre, cuando finalmente pudieron embarcar en el mercante El Volador, un bergantín que iba a La Coruña. Los virreyes recibieron nuevas afrentas del pueblo en el momento de embarcar. El 25 de octubre zarparon del puerto cartagenero y emprendieron una travesía llena de incomodidades que duró cincuenta y cinco días.

Desembarcaron en La Coruña y esperaron un buque adecuado para ir a Cádiz. No lo encontraron durante el resto del año y Amar se dedicó a redactar su representación a la Regencia, que firmó el 13 de enero de 1811. Poco después, el 25 de enero, consiguió el buque que lo condujo a Cádiz con toda su familia. En su Narración de los procedimientos..., escrita en La Coruña, y firmada el 13 de enero de 1811, explica que la Junta obró con doblez hasta el 22 de julio de 1810, cuando descubrió sus intenciones de traicionar a la Regencia, y especialmente el 25 de julio, que fue cuando realmente se le hizo preso. La Junta jugó diciéndole que había llegado de España la orden de su relevo, que estaba esperando. Termina su carta solicitando destino donde pudiese ser de utilidad.

Amar y su familia vivieron con muchas estrecheces durante sus últimos años. Sus bienes habían sido incautados en Bogotá, de donde salieron apenas con lo puesto. El patrimonio del virrey y el de su esposa estaban en Aragón, zona ocupada por los franceses, con la que no había comunicación. Don Antonio escribió a algunos amigos de Bogotá (Joaquín Quintana, Vergara y Francisco Morales) para que le remitieran algunos haberes, enseres y alhajas, que según había sabido estaban depositadas en la Casa de Moneda, pero no consiguió nada. La virreina escribió también a Francisco Morales pidiéndole que le hiciera llegar sus joyas, algunos bienes personales y “los veintiséis cuadros de sala y despacho, los tres servicios de café y otras cosas”. Nadie le envió un maravedí. Los virreyes permanecieron bastante tiempo malviviendo en la plaza sitiada de Cádiz. Amar supo de la reconquista española realizada por Morillo y solicitó ayuda a varios conocidos, como don José González Llorente en 1817, pero sin lograr ningún resultado.

Hacia 1818 se trasladó a Zaragoza, donde murió Francisca Villanova. Una cédula del 10 de junio de dicho año le reconoció una indemnización por los perjuicios que le había causado la revolución de 1810, así como algunos sueldos. Profundamente deprimido, decidió acompañar a su cuñada y familiares a Sádaba para pasar unos días de veraneo en agosto de 1818. Fueron sus últimos días felices, alojado en la casa solariega de su mujer y dedicado a pasear y a cazar. En Sádaba, el 1 de septiembre de 1818, escribió una carta a José González Llorente pidiéndole noticias de su casa en Bogotá, y rogándole que pusiera a disposición del nuevo virrey Juan de Sámano “cualesquiera de los muebles u otros efectos que me hayan pertenecido”, generosidad que hacía extensiva a Llorente y a Felipe Vergara. También le pedía noticias de Santa Fe: “apetezco saber si vuelve a estar sociable esa capital y virreinato, cuya prosperidad progresiva siempre deseo, pues aunque su extremo para conmigo haya sido tan capcioso y turbulento, no he llegado a creer que se me hubiese desestimado, ni a darles causa de su protervia”. Seguía recordando con cariño la gran ciudad americana. Amar debió de regresar a Zaragoza a fines de septiembre o principios de octubre de 1818. Tenía ya setenta y seis años. Debió de vivir algunos meses más, los suficientes para saber que la batalla de Boyacá había reafirmado totalmente la independencia de un gran país llamado Colombia.

 

Obras de ~: Narración de los procedimientos que precedieron y los que al fin se usaron en el Nuevo Reino de Granada en la tumultuosa supresión del Virrey, La Coruña, 13 de enero de 1811.

 

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Manuel Lucena Salmoral